domingo, 16 de abril de 2006

Mi orfandad monárquica

ANTONIO ROYO VILLANOVA
ABC

En estos momentos de entusiasmo republicano creo un deber de conciencia ratificar sinceramente mi fe monárquica. Un imperativo moral ineludible me impulsa a re-doblar mi adhesión a la Monarquía, ahora precisamente que la Monarquía no me puede ya dar nada. Pero aunque pudiera prescindir de mis antecedentes, aunque pudiese borrar las humildes, pero constantes actuaciones de mi vida pública, aunque pudiese prescindir mi modesta historia (de la que no me siento prisionero, sino de la que es-toy orgulloso), una invencible repugnancia me impediría hacerme republicano a la hora del triunfo. Bajo la República, como bajo la Dictadura, quiero seguir siendo un hombre modesto, leal y honrado que se siente más amigo en la adversidad.

Pero al querer seguir siendo monárquico, no he de negar que experimento una triste sensación de desamparo y de orfandad. No tengo maestro que me adoctrine, ni jefe que me dirija, ni pastor que me guíe. Miro en mi derredor, y sólo advierto indiferencia, frialdad, atolondramiento y cobardía. Ese ambiente ha sido el principal culpable de que haya quedado vacío el Palacio Real.

¿Qué es lo que, en definitiva, ha pasado en España? No es que los republicanos hayan traído la República. Es que desde el 13 de septiembre de 1923 los monárquicos han estado haciendo todo lo posible por derribar a la Monarquía. Por eso yo sostendré siempre con entera convicción que la Monarquía no ha fracasado en España; quienes han fracasado han sido los monárquicos. Si D. Alfonso de Borbón hubiese sido Rey de Inglaterra, de Holanda, de Bélgica o de Dinamarca, seguiría en su Trono. Si Jorge V hubiese reinado en España, con los monárquicos que aquí se estilan... y con este publiquito, probablemente hubiese tenido que emigrar antes que D. Alfonso.

Es evidente que la Dictadura había dejado en descubierto a la Corona, sin el doble embalaje con que defiende a los Monarcas constitucionales un Gobierno responsable y una mayoría parlamentaria. Es notorio que lo poco bueno que hacía la Dictadura se le atribuía a Primo de Rivera, y de todo lo malo se le echaba la culpa al Rey. No hay posibilidad de reinar en ese ambiente. En esos momentos me aventuré a querer dar un consejo a la Corona. Un ilustre hombre público tachó mi propuesta de disparatada. Ni ese político ni los que pensaban así se podían llamar monárquicos. Eran, como casi todos los hombres de la Monarquía, realistas en el Poder y republicanos en la oposición; monárquicos, nunca. Cuando estaban en el Gobierno adulaban al Rey, pero quemaban su retrato si les arrojaban del Poder. Creían que la opinión del pueblo era cosa despreciable. No eran monárquicos como Riego, ni como Espartero, ni como O´Donnell, ni como Prim, que subordinaban la Monarquía a la soberanía nacional. En cuanto hablaron Sánchez Guerra, y Melquiades Álvarez, y Alcalá Zamora, y Osorio y Gallardo, la impopularidad del Rey se hizo muchísimo mayor. Vino luego la solución de los constitucionalistas, que, sobre tardía, era incongruente.

Y con la misma perspicacia del que asó la manteca se les ocurrió que con una sencilla reforma constitucional podía seguir reinando el mismo Monarca a quien habían acusado, vilipendiado y escarnecido. Fueron más lógicos y más francos D. Niceto Alcalá Zamora y D. Miguel Maura...

Durante la Dictadura he dicho muchas veces que para mí, como para Cánovas y para Castelar, lo primero es la Patria; lo segundo, la Libertad, y lo tercero, la forma de Gobierno; que Castelar, republicano, ayudó a defender la libertad dentro de la Monarquía, para que los monárquicos, si llegaba el caso, ayudasen a defender el orden dentro de la República. Que Cánovas, monárquico y alfonsino, durante todo el período revolucionario ayudó a los gobiernos para defender la libertad contra los carlistas y para defender el orden contra los cantonales.

Uno de los problemas que ha de resolver el actual Gobierno es el de Cataluña, y yo espero que Alcalá Zamora, y Lerroux, y Miguel Maura, y todos los ministros, puesto que a todos los tengo por defensores de la unidad nacional, sabrán refrenar las demasías separatistas del Sr. Maciá.

Para eso y para defender el orden y la libertad seré con mi modesta pluma un devoto ministerial del Gobierno de la República. Y creo que lo mismo que yo deben hacer todos los monárquicos que, antes que nada, se sientan españoles. Pensemos en nuestros deberes para con la Patria y tengamos en cuenta que si la República sucumbiera ante una guerra separatista, una revolución comunista, o una convulsión sindicalista, lo que vendría a España no sería la restauración monárquica, sino la intervención extranjera.

25 de abril de 1931

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