domingo, 18 de abril de 2021

Funeral del Príncipe Felipe



Mariángel Alcazar
La Vanguardia

La imagen de Isabel II, de luto, con mascarilla, encogida y sola, sentada en la capilla de San Jorge, resume el espíritu de la despedida del príncipe Felipe, duque de Edimburgo. Un funeral en el que se han cumplido los deseos del difunto: intimidad familiar y reconocimiento a su condición de militar, aunque sus obligaciones como esposo de la reina de Inglaterra le apartaron de su vocación como miembro de la Armada.  Una ceremonia marcada por el sentido y la sensibilidad.

El féretro con los restos de Felipe de Edimburgo, cubiertos con su estandarte que incluía los escudos de armas de sus orígenes danés, griego y británico, más su condición ducal, su gorra de lord del almirantazgo y su bastón de mando, ha entrado en la nave central y vacía de la capilla de San Jorge, mientras sonaban las  cuatro voces de un coro. En los asientos, situados a un lado y otro del altar, sus familiares y, en medio, su catafalco junto al que se ha situado un cojín de terciopelo rojo con sus condecoraciones.

Las distancias impuestas por la pandemia, aún han hecho más evidente la soledad de sus deudos. La Reina, la más próxima al altar, no tenía a nadie a su lado; sus hijos y nietos, casados, han podido estar junto a sus parejas e hijos, en el caso de los duques de Wessex. También ha estado solo el príncipe Enrique, llegado desde Estados Unidos, a donde huyó abandonado sus obligaciones reales hace poco más de un año.  El príncipe Andrés, también solo, ha sido quien se ha sentado en el lado de su madre, separados por varios asientos. El príncipe de Gales y la duquesa de Cornualles lo han hecho enfrente de la Reina.

Durante el cortejo fúnebre desde el acceso principal de la residencia real en el castillo de Windsor hasta la capilla de San Jorge, el príncipe Enrique ha caminado junto a su hermano Guillermo, separados por su primo Peter Phillips, hijo de la princesa Ana, quien durante el recorrido se ha situado un paso por detrás de sus primos. Quizá esa ha sido la solución salomónica para que los dos hermanos estuvieran al mismo nivel, aunque no ha habido miradas entre ellos.

Tras el funeral, los dos hermanos han salido juntos de la capilla y, en las imágenes, ofrecidas por la BBC, se les ha visto hablar, primero junto a la duquesa de Cambridge y, después, solos cuando Catalina ha adelantado el paso.

El recuerdo del cortejo fúnebre de Diana Spencer ha vuelto a muchas memorias, cuando con solo 15 y 13 años, Guillermo y Enrique caminaron, junto a su padre, Carlos, su tío Charles Spencer y su abuelo, el duque de Edimburgo, tras el féretro de su madre.  

Caminando detrás del Land Rover donde reposaban los restos del duque de Edimburgo han estado sus hijos, sus nietos varones, el  marido de la princesa Ana y el hijo de la fallecida princesa Margarita. El príncipe Carlos, que despidió a su padre con un "querido papá", no podía ocultar la emoción, quizá el que menos  de todos los familiares, más contenidos. Durante el recorrido, los hijos, nietos, familiares y otros participantes han caminado sin mascarilla, pero los que han entrado en la capilla han estado toda la ceremonia con ella puesta.

Para evitar un desaire al príncipe Andrés y al príncipe Enrique, apartados de sus puestos honorarios en el ejército, el primero por su relación con el Jeffery Epstein, condenado por corrupción y abusos sexuales, y el segundo tras haberse apartado voluntariamente de la familia real. Con todo, todos los hijos del duque de Edimburgo, incluida la princesa Ana, han lucido sus condecoraciones, al igual que el príncipe Guillermo.

El arzobispo de Canterbury y el dean de Windsor  han oficiado la ceremonia recordando los valores del difunto, su servicio al país y a la reina, así como su papel como padre, abuelo y bisabuelo. Una ceremonia emotiva, salpicada con las voces de un coro compuesto por cuatro cantantes, dirigido por James Vivian y con Luke Bond al órgano, cantaba Schmücke dich, o liebe Seele, de Johann Sebastian Bach; Adagio espressivo, de Sir William Harris; Salix, de Percy Whitlock; Berceuse, de Louis Vierne y Rhosymedre, de Ralph Vaughan Williams, los temas que el duque de Edimburgo escogió para que sonaran en su funeral. No ha habido elegías, ni sermón.

El regimiento real de Escocia ha acompañado a los sones de las gaitas el último tramo del camino de Felipe de Edimburgo desde el altar de la capilla de San Jorge hasta la bóveda real. La última persona que fue inhumada en esa lugar fue precisamente la madre del príncipe, Alicia de Battenberg, en 1969. Su cuerpo ya  no está allí, en 1988 fue trasladada a la iglesia del monte de los Olivos, en Jerusalen como reconocimiento a su ayuda a cientos de judíos durante el nazismo. Mientras los restos del duque de Edimburgo bajaban hacia la sepultura también ha intervenido una banda militar que ha interpretado el himno que acompaña a los soldados en su última batalla.

Una vez concluida la ceremonia, los miembros de la familia real han abandonado la capilla mientras el coro entonaba "God save the Queen". La esposa, hijos y nietos del duque de Edimburgo puestos en pie han honrado su memoria y, también, la vida de servicio a Isabel II y al Reino Unido.

viernes, 9 de abril de 2021

Especial revista Hola



Siempre en un segundo plano, Felipe de Edimburgo ha sido un gran desconocido en la Familia Real británica a pesar de acompañar a la reina Isabel desde hace casi 70 años. Nacido en Corfú en 1921, fue príncipe de Grecia y Dinamarca y vivió una difícil infancia acogido por diferentes parientes de toda Europa. Encontró su lugar en la Royal Navy donde llegó a ser uno de los tenientes más jóvenes en la historia de la institución hasta su retirada tras el ascenso de Isabel II al trono. Valiente, atractivo, con un peculiar humor y siempre dos pasos por detrás de su esposa: esta es la verdadera la historia del marido de la Reina, fallecido hoy a los 99 años de edad.

La revista Hola publica en su web artículos y reportajes especiales con motivo del fallecimiento del Príncipe Felipe y un interesante documental biográfico.

El pararrayos de la Reina

Rosa Massagué
El Periódico

Seguramente al príncipe consorte no le disgustaba que le calificaran de bufón de la reina. Bufón, no en el sentido de entretener a su esposa o a la corte, sino en el de desviar con sus gracietas y salidas de tono la excesiva atención hacia ella. Dando munición a los escasos republicanos, pero sobre todo a los británicos más izquierdistas con sus comentarios siempre al límite de la corrección política y muchas veces traspasándolo, se convertía en un pararrayos que absorbía las críticas a la institución monárquica poniendo en valor a la reina y a su papel al frente del Estado y de la casa de Windsor. Desde unos pasos atrás era el escudo protector de Isabel II. Al igual que su esposa, era un gran profesional.

Lazos de sangre y amistad con la Familia Real española

Almudena Martínez-Fornés
ABC

Felipe de Edimburgo no solo tenía lazos familiares con Doña Sofía; también los tenía con Don Juan Carlos, dos vínculos que se reforzaban en Don Felipe. Y es que la madre del Duque de Edimburgo era la Princesa Alicia de Battenberg, nieta de la Reina Victoria de Inglaterra, que era, además, abuela de la bisabuela de Don Felipe, la Reina Victoria Eugenia. No obstante, las circunstancias históricas hicieron que Felipe de Edimburgo tuviese que cambiar su apellido Battenberg (montaña de Batten) por su traducción al inglés, Mountbatten, en unos momentos en los que estaba viva aún la hostilidad entre británicos y alemanes tras la II Guerra Mundial.

Telegrama de los Reyes de España

«Querida tía Lilibet, hemos sentido una profunda tristeza al recibir la noticia del fallecimiento de nuestro querido tío Philip.

En estos momentos dolorosos, queremos trasladaros nuestras más sentidas condolencias en nombre del Gobierno y del pueblo español, así como también toda nuestra cercanía y apoyo. Nunca olvidaremos las ocasiones que pudimos compartir con él ni el legado de servicio y dedicación a la Corona y al Reino Unido que siempre desempeñó a vuestro lado.

Nuestros pensamientos y oraciones están con Vuestra Majestad y con toda la Familia.

Con todo nuestro cariño y afecto.

Felipe Letizia».

Prince Philip: Tributes after Duke of Edinburgh dies aged 99

BBC


Political leaders, members of the public and well-wishers around the world have paid tribute to Prince Philip, Queen Elizabeth II's husband, after his death at the age of 99.



Luto en la familia Windsor

Mariángel Alcazar
La Vanguardia

lo9 LONDRES (REINO UNIDO), 12/07/2017.- El duque Felipe de Edimburgo (d) y la reina Letizia de España, son trasladados en carruaje durante la recepción de bienvenida que la reina Isabel II de Inglaterra ofreció a los reyes de España, en Londres, Reino Unido, hoy, 12 de julio de 2017. El rey Felipe VI y la reina Letizia llegaron a Londres para iniciar su primera visita de Estado al Reino Unido, que promoverá la cooperación económica, educativa y científica entre los dos países en un momento marcado por las negociaciones sobre el

El duque Felipe de Edimburgo y la reina Letizia son trasladados en carruaje durante la recepción de bienvenida que Isabel II de Inglaterra ofreció a los reyes de España, en el 2017

 EFE


A punto de cumplir 100 años, ha muerto Felipe de Edimburgo, esposo de la reina Isabel II de Inglaterra durante 72 años y príncipe consorte desde hace 69, según ha informado el palacio de Buckingham. Su figura, elegante y siempre dos pasos por detrás de la soberana británica, ha marcado la reciente historia de Inglaterra y su personalidad, no siempre políticamente correcta, aunque le granjeó algunas críticas nunca opacó su papel público. Padre de cuatro hijos, abuelo de ocho nietos y bisabuelo de nueve biznietos, Felipe de Edimburgo era el decano de la realeza europea.

El duque de Edimburgo: un perfil

Ignacio Peiró
El Objetivo

«En la percepción de los ingleses han pesado para bien su implicación germánica en algunos trabajos y su espíritu deportivo. Para mal, han pesado esos familiares que coquetearon con los nazis»

Artículo publicado en el libro "Pompa y circunstancia

Muere el Príncipe Felipe, Duque de Edimburgo, a los 99 años



ABC

Felipe de Edimburgo, marido de la Reina Isabell II, falleció este viernes a los 99 años, según informó el Palacio de Buckingham en un comunicado. «Es con profundo pesar -lamenta el anuncio- que Su Majestad la Reina anuncia la muerte de su amado esposo, Su Alteza Real el Príncipe Felipe, Duque de Edimburgo. Su Alteza Real falleció pacíficamente esta mañana en el Castillo de Windsor».

El Duque de Edimburgo fue ingresado en el hospital el martes 16 de febrero por la noche después de encontrarse indispuesto durante varios días, aunque su estado no revestía gravedad y de hecho entró por su propio pie al centro hospitalario tras desplazarse hasta él en coche. «Su Alteza Real el Duque de Edimburgo fue admitido en el hospital King Edward VII en Londres, el martes por la noche», rezaba la comunicación oficial, que añadía que «la admisión del Duque es una medida de precaución, por consejo del médico de Su Alteza Real, después de sentirse mal». Posteriormente, fue sometido a una cirugía cardíaca y dado de alta el 16 de marzo.

Sin funeral de Estado

El plan de acción relativo a las exequias del consorte de la Reina, con quien estuvo casado 73 años, está detalladamente planificado. Las banderas ya ondean a media asta y a partir del anuncio inicia un período de duelo nacional que durará hasta el funeral. Y aunque como esposo de la Soberana tiene derecho a un funeral de Estado, él mismo pidió tener uno privado de estilo militar en la Capilla de San Jorge (Castillo de Windsor) y ser enterrado en Frogmore Gardens, donde yacen los restos de la reina Victoria y el príncipe Alberto.

Nacido en la isla griega de Corfú como príncipe Felipe de Grecia y Dinamarca tras la unión de sus padres, el príncipe Andrés de Grecia y Dinamarca y de la Princesa Alicia de Battenberg, pasó revista por última vez a las tropas de la Real Marina británica -en la que sirvió durante la Segunda Guerra Mundial- en agosto del 2017, en el que fuera el acto que puso fin a sus compromisos oficiales, tras haber tomado la decisión de retirarse en mayo de ese mismo año. La primera vez que representó a la Monarquía fue el 2 de marzo de 1948, cuando asistió a un combate de boxeo en el Royal Albert Hall de Londres.

viernes, 7 de agosto de 2020

Una Corona a prueba de balas: ¿qué pueden aprender los Borbones de los Windsor?

Celia Maza
El Confidencial

Cuando tuvo lugar la visita de Felipe VI y la reina Letizia al Reino Unido en julio de 2017, en los corrillos de prensa, una persona cercana a la Casa Real comentó: "aquí es que no hay ningún pudor en mostrar toda la pompa.. con sus carruajes y sus trajes… es más, se enorgullecen de ello". Se llegaba a percibir incluso cierto tono de envidia sana a la que es una de las monarquías más antiguas y sólidas de Europa.

Es como si, en algunos aspectos, los británicos se hubieran quedado encapsulados en el tiempo. La tradición se lleva a rajatabla. Para que se hagan una idea, la reina Isabel II sigue siendo la que protagoniza las sesiones de apertura del Parlamento en una ceremonia cargada de boato. Sale del Palacio de Buckingham en una carroza dorada tirada por seis caballos blancos y, una vez llega a Westminster con un traje de raso blanco, capa forrada de armiño y corona, presenta el programa legislativo del gobierno de turno. ¿Se imaginan semejante escena a día de hoy en España?

jueves, 6 de agosto de 2020

Pamela Carmen, la desconocida prima catalana de Isabel II y Felipe de Edimburgo

Luis Fernando Romo
El Mundo

Dicen que los reyes no tienen amigos, pero Lady Pamela Hicks puede vanagloriarse de ser una de las pocas íntimas de su edad que aún tiene Isabel II. No en vano, con 18 años fue una de las ocho damas de honor en la boda de la soberana británica con el príncipe Felipe de Grecia y Dinamarca (tras su enlace pasó a ser conocido como duque de Edimburgo). Entre la pareja y la aristócrata existen fuertes vínculos familiares ya que es prima carnal del duque y prima tercera de la monarca.

Antes de su matrimonio con el afamado decorador David Hicks su nombre de soltera era Lady Pamela Mountbatten, ya que su padre fue Louis Mountbatten de Burma, el último virrey de la India que supervisó la independencia de ese país surasiático de la corona británica para convertirlo en dos estados independientes, India y Pakistán, y su madre fue la multimillonaria heredera Edwina Ashley.

Actualmente es la única Mountbatten viva, un apellido artificial creado en plena I Guerra Mundial debido al sentimiento antigermánico de la sociedad británica. Como el rey Jorge V de Inglaterra odiaba a los teutones, decidió poner orden y cambió sus orígenes. Para eliminar cualquier rastro alemán, los príncipes de Battenberg pasaron a ser Mountbatten y les dieron el marquesado de Mildford-Haven, mientras que los royals borraron el Sajonia-Coburgo-Gotha para cambiarlo por el de Windsor, en honor al célebre castillo.

Lady Pamela nació por casualidad en Barcelona. Sus padres se encontraban en España, donde realizaron diversas actividades; entre ellas, Louis estuvo con su flota de maniobras en Gibraltar por el Mediterráneo a bordo del HMS Revenge, después visitaron la Exposición Universal de Barcelona y acudieron a un torneo en el Real Club de Polo de la ciudad. Tras dormir en una de las suites del hotel Ritz, durante la mañana del 19 de abril, Edwina empezó a tener contracciones.

El personal del cinco estrellas solo pudo localizar a un otorrinolaringólogo, por lo que el futuro papá no dudó en llamar al palacio real de Madrid para hablar con su prima, la reina Victoria Eugenia. Al no encontrarse, habló con el rey Alfonso XIII, quien malinterpretó sus palabras. Tal y como cuenta Lady Pamela Hicks en su biografía Daughter of empire: life as a Mountbatten, Louis le dijo "vamos a tener un bebé", a lo que el monarca, como buen Borbón mujeriego, le replicó: "¡Oh, querido Dickie, no se lo diré a nadie!" pensando que su pariente había sido infiel.

Una vez desenmarañado el entuerto, Alfonso XIII hizo gestiones y en un santiamén los guardias reales rodearon el hotel, se localizó a un doctor y a una enfermera inglesa que "apareció como un ángel". No contentos con la seriedad del momento, ya que Edwina había empezado a tener hemorragias, el obstetra fue arrestado por los guardas a las puertas del hotel porque quería entrar a toda prisa con una bolsa sospechosa. Simplemente, eran los objetos necesarios que había ido a buscar al hospital. Al final, todo salió bien. La segunda hija de los Mountbatten había nacido.

sábado, 9 de mayo de 2020

Isabel II emula a su padre 75 años después para recordar el fin de la II Guerra Mundial


"Hoy damos gracias a Dios por un gran acontecimiento. Hablando desde la ciudad más antigua del Imperio británico, castigada por la guerra, pero ni un solo momento abatida o desalentada, hablando desde Londres, os pido que os unáis a mí en este acto de acción de gracias. Alemania, que arrastró a la guerra a Europa entera, ha sido finalmente vencida". Con estas contundentes frases el rey Jorge VI inició, el 8 de mayo de 1945, el discurso con el que anunció el final de la Segunda Guerra Mundial que había comenzado seis años antes. Lo hizo en la radio. 75 años después le tocaba el turno a su hija Isabel II, actual reina de Inglaterra, eso sí, a través de la televisión y de las redes sociales, a fin de conmemorar esta fecha tan significativa.

Se dirigía a la nación en plena crisis sanitaria por el coronavirus, cuando gran parte del mundo se encuentra confinado a fin de evitar que la pandemia siga propagándose. Era la segunda vez que lo hacía en un mes, aunque por motivos ciertamente distintos. Mientras que a principios de abril habló a los ciudadanos británicos para transmitirles un mensaje de esperanza y agradecer a los trabajadores esenciales todo su esfuerzo, en esta ocasión Isabel II trasladaba mentalmente a la nación 75 años atrás, en una suerte de homenaje dedicado no solo a los combatientes del conflicto bélico, sino también a su progenitor.


jueves, 16 de abril de 2020

Los Reyes felicitan a Margarita II de Dinamarca en su 80 cumpleaños

Rafael Muñoz
RTVE 

La reina Margarita no imaginó que celebraría su 80 cumpleaños encerrada en su palacio. Este año, debido a la pandemia del coronavirus, no saldrá al balcón a saludar pero no le faltará el cariño de su pueblo porque se espera que los daneses salgan a sus balcones para cantarle. Más cambios. La reina recibe flores cada cumpleaños pero ahora ha pedido a la gente que se las envíe un ramo a los muchos conciudadanos mayores que tienen dificultades en este momento. Además, en la web de la casa real se ha habilitado un espacio para que quien quiera envie una felicitación, ya sea un saludo, un dibujo o una fotografía.  

Hoy ha recibido muchas felicitaciones, la mayoría virtuales, pero entre ellas destaca una en especial, la que le han enviado los miembros de las casas reales de Europa. En el vídeo, compartido en la cuenta de Youtube de la casa real danesa, vemos, entre otros a los reyes de Suecia, Noruega, Holanda y España. ¡Y todos la llaman Daisy! El mismo apodo que tenía su abuela, Margarita de Connaught.


jueves, 9 de abril de 2020

Isabel II lanza un mensaje de esperanza: 'Unidos y decididos, lo superaremos'


Desde que dio comienzo la crisis sanitaria, Isabel II se instaló en el castillo de Windsor junto a su marido, el duque de Edimburgo. Esta fortaleza ha servido ahora como escenario para la grabación de un histórico discurso de cuatro minutos y medio de duración en el que la reina ha abordado la situación que vive actualmente el Reino Unido a causa del coronavirus. Desde la White Drawing Room -estancia en la que podían grabar manteniendo la distancia de seguridad- y vestida de verde, el color de la esperanza, la monarca ha agradecido el esfuerzo de todos los sanitarios y otros trabajadores esenciales, ha reconocido la dificultar de los tiempos que vivimos y ha invitado a los ciudadanos a mantener "la disciplina, el buen humor y el compañerismo que caracterizan a este país".  

martes, 18 de junio de 2019

Un rey de España en Windsor

Ignacio Peyró
ABC

Si 1992 fue un año para el optimismo español, en Gran Bretaña iba a quedar -son palabras de Isabel II- como un «annus horribilis»: cuando un país celebraba la Exposición Universal y los Juegos Olímpicos, el otro sufría el Miércoles N egro de la libra esterlina o el descrédito sin vuelta atrás del partido en el poder. Para afirmar que no recordaría el 92 «con placer rebosante», la Reina tenía, sin embargo, motivos más inmediatos que el abandono del sistema cambiario europeo: los matrimonios de sus hijos y su hermana estaban rotos o por romperse, los escándalos se sucedían, la familia zozobraba. Un día de noviembre vino el último trallazo sentimental: se declaraba un incendio en el castillo de Windsor, lugar de la legitimidad y de la memoria, importante para los reyes de Inglaterra desde los tiempos -hace casi mil años- de Guillermo el Conquistador. Allí lloró su pena Jorge III, allí se desató el dandismo de Jorge IV, allí permaneció intacto, por orden de la reina Victoria, el cuarto azul en el que murió su consorte Alberto.

En fin, cuando la dinastía tuvo que cambiar de nombre, en el momento germanófobo de la Gran Guerra, nadie soñó con Buckingham o Sandringham o Balmoral: tenía que ser Windsor. Pero si Windsor ha sido el palacio de las ocasiones de pompa y circunstancia, de las fiestas, de las bodas en la capilla de San Jorge, para la Reina tiene una cercanía muy propia: es el lugar donde pasó los bombardeos alemanes durante la guerra; donde ha enterrado a sus padres y ha casado a sus nietos. Es también la casa de los afectos, por tanto. Y allí recibe hoy a Felipe VI, el Rey de España. Desde los tiempos de Catalina de Aragón, tan querida aún por los británicos, o de un Felipe II que se esforzó en chapurrear el inglés y beber la cerveza local, estas visitas ni son rutina ni dejan de tener su sentido y su emoción. De nuevo es así: si de afectos hablamos, la Orden de la Jarretera es el mayor de todos los honores que puede conceder la Reina de Inglaterra.

Con sus vistosos desfiles por San Jorge y un uniforme de tanta bizarría como incomodidad -hasta la propia Isabel II llegó a quejarse-, los ceremoniales de la Jarretera parecen hablarnos de esa «fuerza natural» que, según el anglófilo Morand, entronca a los británicos con su pasado. Nuestro Moratín, en el XIX, no deja de pasmarse de las sofisticaciones que alcanza en las islas «la ciencia del blasón». Más allá de estos «jeroglíficos góticos», cuando Isabel II y Felipe VI se encuentren, no estará de más repasar aquella vieja frase de Walter Bagehot, gran politólogo victoriano, según la cual la monarquía endulza la política con la justa adición de acontecimientos hermosos. Las liturgias de la Jarretera serán, en efecto, una de esas ocasiones en que la Corona no se mantiene «escondida como un misterio», sino que se pasea «como un desfile». En su discurso sobre el «annus horribilis», Isabel II supo que la institución monárquica «no debe pensarse libre del escrutinio de los que la apoyan, y menos aún de los que no lo hacen». Dicho de otro modo, ha de asegurar ese «valor incalculable» que, en términos de representación y reputación, confiere al Estado el «uso digno» de la Corona. Ahí, el posado conjunto en Windsor no constituye tan sólo un potente mensaje para ambos países en términos de imagen. La propia diferencia de edad -Isabel II llevaba tres lustros de reinado al nacer Felipe VI- abona esa magia inteligible que, incluso en tiempos poco dados a la deferencia, aún parece conservar la monarquía. Ese es un rasgo con calado en las opiniones públicas, y responsable de un fenómeno «que suele escapar a los estudiosos de la filosofía política»: el «afecto» que une a tantas personas con los reyes. En pleno proceso del Brexit, el «encantamiento místico» que observa Bagehot en la Corona volverá a ser operativo a la hora de simbolizar el encuentro de dos pueblos. Como adivinó el eminente victoriano, si la monarquía es «la luz por encima de la política», es -entre otras cosas- porque a veces llega donde la política habitual no es capaz de llegar.

A cinco años de su proclamación y dos de su visita de Estado, en plena coyuntura de Brexit, ¿qué Reino Unido se encuentra Felipe VI? Alegra pensar que, seguramente, un Reino Unido más hispanófilo que nunca. Así podemos comprobarlo en los Institutos Cervantes de Mánchester, Leeds y Londres, cuya biblioteca fue inaugurada por la Reina Sofía. Tras la gran retrospectiva de Murillo, la National Gallery dedica a Sorolla la mayor exposición -inaugurada a su vez por la Reina Letizia- de la temporada; Kelsey Grammer acaba de terminar su cabalgada con El hombre de la Mancha en Covent Garden. Nuestros mejores restauradores saben triunfar en una plaza tan exigente como es la inglesa, y con nuestros restauradores viene nuestro producto de la mano. La subfacultad de español de Oxford, como contaba hace pocas semanas ABC Cultural, cumple cincuenta años, y hasta el British Council, repetidamente, ha calificado al español de «lengua del futuro» para los británicos.

Lo español y el español, sin embargo, importa decirlo, no son sólo una moda. Han pasado quinientos años desde el viaje de Elcano, cuando -por citar la frase, tan hermosa, de Belisario Betancur- «la tierra fue redonda primero en español». En un país acostumbrado a pensar el mundo como es el Reino Unido, el interés por la Hispanoesfera es un interés natural: como las naciones de habla inglesa, constituye también un polo global, con 750 millones de personas que, hacia el año 2050, estarán creando, investigando y comerciando en español. Las casas reales tienen entre sí sus tradiciones, cortesías y relaciones de familia. Pero tras ese «encantamiento místico» de la visita, lo que importa señalar es que esta es una realidad que se intuye en la calle, se computa en las torres administrativas de Whitehall y, desde luego, se conoce a la perfección entre Buckingham y Windsor.

lunes, 17 de junio de 2019

El Rey, investido caballero de la Orden de la Jarretera


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ABC

La Reina de Inglaterra ha investido este lunes al Rey de España caballero de la Orden de la Jarretera en una ceremonia de pompa y circunstancia que se ha celebrado en el Castillo de Windsor y la Capilla de San Jorge en la que también ha sido investido el Rey de los Países Bajos y que ha reunido a la mayoría de los miembros de la Familia Real británica. En un semisoleado día británico, Don Felipe recibió los atributos de la Jarretera, una orden tan antigua y prestigiosa como el Toisón de Oro español. La primera parte de la ceremonia se ha celebrado a puerta cerrada y la Casa del Rey no ha podido confirmar si Don Felipe ha recibido, entre los demás atributos de la orden, la singular liga que simboliza esta condecoración. Tan singular es este símbolo que en el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial hay un retrato de Felipe II con la famosa liga de la Jarretera.

La ceremonia, que empezó a las doce del mediodía, transcurrió en dos actos. Primero se celebró la investidura en el Salón del Trono del Castillo de Windsor, donde la Reina presidió el capítulo de la orden como Soberana de la misma. Isabel II, vestida con la larga capa de la Jarretera y cubierta con el sombrero de terciopelo negro con pluma de avestruz, presidió una ceremonia en la que los caballeros y las damas de la orden y el resto de los invitados se sentaron en los laterales del salón formando dos largas filas. Los asientos más próximos a Isabel II los ocuparon los Reyes Felipe y Guillermo Alejandro.

Durante la ceremonia, el Monarca español, que lucía un chaqué, fue llamado a colocarse ante la Reina para recibir los atributos de la Jarretera. Según la leyenda, el origen de esta condecoración, creada en 1348 para reconocer el valor y la lealtad, se debe a que el Rey Eduardo III estaba bailando con la condesa de Salisbury, cuando a esta dama se le cayó una liga azul y, para evitar que ella se avergonzara, el Monarca la recogió del suelo y se la puso. Por ello, el lema de la orden es: «Honi Soi Qui Mal y Pense» (averguéncese quien tenga un mal pensamiento).

lunes, 31 de diciembre de 2018

Decíamos ayer...

Después de una larga temporada sin publicar nuevas entradas, retomamos el blog para compartir noticias de interés relacionadas con la Monarquía, especialmente las vinculadas a la Familia Real española, pero sin olvidar al resto de monarquías europeas y de otras partes del mundo.

En los próximos días publicaremos noticias anteriores de especial relevancia que se han producido en este paréntesis de silencio. Progresivamente cambiaremos el diseño para hacerlo más moderno y práctico para os lectores.

Estamos donde estábamos. Ayer, como hoy, el objetivo primordial del blog y de la página web Fororeal.net es servir a la Corona con la máxima lealtad.

miércoles, 14 de noviembre de 2018

La renovación necesaria de la monarquía británica

Eduardo Álvarez

El Mundo

Los historiadores son unánimes: la reina de Inglaterra pasará a la Historia como Isabel II, la grande. Y es que todo en su reinado es de récord, incluido el alto grado de popularidad que mantiene tras haber superado ya 65 años en el trono, gracias a la sobresaliente ejemplaridad con la que ha ejercido el difícil papel de liderar una nación desde su naturaleza de gran imperio colonial a la actual de esa isla que renueva su identidad con la incertidumbre que produce su aislamiento del Viejo Continente. A sus 92 años, la monarca más longeva que han tenido los británicos abomina de la idea de abdicar. La promesa que realizó en su coronación de servir a su pueblo hasta el fin de sus días permanece intacta. Además, en su voluntad pesa demasiado el hecho de que la abdicación de Eduardo VIII, quien antepuso el amor por Wallis Simpson a su destino histórico, a punto estuvo de hacer tambalear la monarquía.

Carlos de Inglaterra, su primogénito y sucesor, cumple hoy 70 años consciente de que puede alargarse todavía mucho su "eterna espera", expresión suya recogida por el experto en realeza Geoffrey Levy. Estamos ante el heredero del trono más longevo de la Historia, un príncipe de Gales que ha aprendido a sobrellevar su complicada posición dándole a su título mucha más carga de contenido y de responsabilidades de las que tuvieron todos sus predecesores. Y, de hecho, aunque el trono se le vaya a seguir resistiendo algún tiempo -¡larga vida a Su Majestad!-, Carlos es hoy de facto un rey a la espera que ya ha asumido muchas de las tareas que corresponden a la soberana, representándola ya por ejemplo en todos los viajes al extranjero.

Decía el poeta que el día que morimos, el viento baja para llevarse nuestras huellas. Y cuando Isabel II fallezca, Carlos se convertirá automáticamente en rey. Lo será del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, y de otras 16 naciones en todo el mundo que mantienen al monarca británico como su jefe de Estado, entre ellas Australia, Canadá o Nueva Zelanda. Y en ese momento habrá de producirse una renovación en la monarquía ineludible. Los reinados tan largos como el protagonizado por Isabel II tienen entre sus ventajas la de dotar de una gran estabilidad al sistema político. Pero acarrean como desventaja para la institución monárquica el hecho de que ésta se tiende a identificar con la persona que la encarna. Hay que tener en cuenta que es ya muy bajo el porcentaje de ciudadanos británicos que han conocido a otro rey que no sea la actual soberana.

Carlos es muy consciente de que hará falta una catarsis lampedusiana en la Corona: todo habrá de cambiar para que todo siga igual. Porque la monarquía del siglo XXI se podrá parecer muy poco a la de su madre, quien ha hecho de su capacidad para mantenerse muda durante 90 años su reconocido sello de identidad. Es tan venerada, tan admirada, la figura de Isabel II, que su pueblo ha aceptado el hecho de que porte la corona con un estilo y usos casi idénticos a los que aprendió de sus padres en la Europa de entreguerras. Y, así, aunque vaya contra el tiempo, a nadie sorprende que sea la última reina del continente que jamás ha concedido una entrevista o realizado declaraciones públicas. Como dijo una vez el periodista de la BBC Jeremy Paxman, "sabemos cuáles son las opiniones de la reina: la reina no tiene opiniones". Claro que todos los monarcas constitucionales tienen muy restringida su libertad de expresión y la neutralidad política es consustancial a la alta magistratura que ejercen. Pero Isabel II lo ha llevado hasta un paroxismo propio de los tiempos en que la monarquía permanecía encapsulada en una urna mistérica para conservar toda la magia. Hoy la fascinación por la institución, vinculada a su popularidad, va acompañada del escrutinio diario en la opinión pública sobre su utilidad. Y obliga a que los reyes, por decirlo llanamente, se bajen al barro y acometan continuas reformas en la monarquía para hacerla más transparente y más accesible al ciudadano.

El príncipe de Gales ha ido dando pistas estos últimos años de la renovación que pretende protagonizar. Así, por ejemplo, ha trascendido su voluntad de abandonar Buckingham como residencia oficial de la familia real en Londres, siguiendo los pasos dados por tantas otras dinastías europeas, como la española, que hace muchas décadas ya que convirtieron los grandes palacios en museos y sedes para recepciones de Estado, con el fin de humanizar la institución, de restarle pompa y solemnidad. Que Carlos fuera el primer rey que decidiera seguir viviendo en una residencia mucho más modesta como Clarence House no sólo tendría consecuencias económicas; sería toda una declaración de intenciones sobre la modernización de la Corona que pretende impulsar, y que en los tiempos que corren parece imprescindible incluso en un país como Reino Unido donde la institución está tan asentada. De hecho, según Ipsos, desde los años 60 no ha variado el sentimiento republicano, que apenas llega al 18% de la población.

A un golpe de tanto efecto como el abandono de Buckingham le seguirían otras medidas ya avanzadas por el entorno del príncipe. Como la de reducir notablemente la familia real, también en línea de lo que se ha hecho en otros países europeos. En Reino Unido la familia real extensa sigue incluyendo hoy a decenas de miembros, todos con tareas de representación de la Corona adjudicadas por la soberana. Carlos pretende que en el futuro la monarquía se reduzca al núcleo duro de los Windsor: la pareja real, sus hijos y nietos, y como mucho los hermanos de Carlos, en especial la princesa Ana, que se ha ganado a pulso su prestigio como el miembro de la dinastía más activo. El príncipe de Gales, igualmente, pretende renovar todo el alambicado sistema de otorgamiento de títulos honoríficos y reconocimientos, que sigue respondiendo al viejo protocolo imperial. Y aunque no es factible que provocara una crisis de consecuencias impredecibles promoviendo la separación real de Iglesia y Estado renunciando a su rol como jefe de la fe anglicana, Carlos lleva toda la vida dando muestras de sus querencias ecuménicas y de su apuesta por el diálogo interreligioso, lo que a buen seguro intentaría trasladar a los ceremoniales de Estado.

Al príncipe de Gales se le ha criticado en las últimas décadas por su carácter entrometido. De sobra es conocido su activismo en no pocas causas y que utiliza su relevante posición institucional para ejercer presión lobista sobre los asuntos que más le preocupan, como el cambio climático, la medicina alternativa, la arquitectura tradicional, la deforestación de las zonas boscosas del planeta, la calidad de la comida en los hospitales... y un largo etcétera. Ha llegado a provocar conflictos diplomáticos de calado como el que ocasionó en 2015 con China al recibir en su residencia al Dalai Lama y hacer después declaraciones duras contra el régimen comunista.

Con motivo de su 70 cumpleaños, el príncipe salía días atrás al paso prometiendo que cuando sea rey sabrá mantener la boca cerrada para garantizar la neutralidad exigible. Pero su silencio en modo alguno se parecerá al de su madre. No puede parecerse. Y lo más probable es que Carlos mantenga cierto activismo convirtiendo la jefatura del Estado en palanca para la promoción de causas que concitan amplísimos consensos sociales como la lucha contra el cambio climático o la pobreza en el mundo, en sintonía con lo que vemos hoy que se hace en casi todas las familias reales en línea con la llamada monarquía del bienestar, que es una de las derivadas de la institución en este siglo XXI.

Simon Lewis, quien fuera secretario de Comunicaciones de la reina Isabel, sostiene que "Carlos va a ser el monarca mejor preparado de la historia y será muy buen rey". Otros, como Tom Bower, autor de una de las biografías más polémicas del príncipe, son mucho más críticos y creen que "socavará la monarquía; es un rebelde que quiere imponer sus ideas y su visión del mundo, y divide en vez de generar los consensos" en los que debe trabajar un monarca. A sus 70 años, es desde luego una incógnita qué clase de soberano será. Su reto, en todo caso, será lograr mantener la gran comunión del pueblo británico con su monarquía, redefiniéndola y dándole un barniz de novedad, pero sin provocar un shock inasumible por sus súbditos, como concluye Catherine Mayer en el libro: 'Carlos, el corazón de un rey'. La primera prueba de fuego, no menor, será ver si los británicos aceptan que Camilla sea tratada como reina.

miércoles, 4 de junio de 2014

Apertura solemne del Parlamento británico

Isabel II expone en el Parlamento las prioridades del Gobierno de Cameron

El Mundo

El discurso de la Reina, con el que tradicionalmente se inaugura el año parlamentario en Gran Bretaña, ha tenido hoy una relevancia especial. A sus 88 años, y al cabo de 63 discursos consecutivos, Isabel II se acerca al récord de su tatarabuela Victoria, que permaneció 63 años y siete meses en la Corona.

Como reafirmando su voluntad de seguir en el trono mientras el cuerpo aguante, Isabel II acaparó esta vez todo el protagonismo (en contraste con el primer plano compartido con el Príncipe Carlos el año pasado) y confirmó su presencia en Francia junto a Felipe de Edimburgo en el 70º aniversario del desembarco de Normandía, en el que probablemente sea su último viaje oficial al extranjero.

Con el máximo boato oficial, recorriendo en carroza el trayecto entre el Palacio de Buckingham y el Parlamento de Westminster, la Reina fue aclamada por miles de turistas y británicos pertrechados con la Union Jack y en señal de apoyo a la monarquía. "¡Que Dios salve a nuestra Reina hasta llegar a los cien años!", proclamó a su paso Jeremy Clapham, vecino de York, que hizo un alto en su itinerario para arropar con su familia a Isabel II.

El primer ministro David Cameron le reiteró su deseo de "un feliz y largo reinado". Como manda el protocolo, Isabel II leyó el discurso escrito por el propio Cameron y por el viceprimer ministro Nick Clegg, que prometieron hacer causa común en el último año de coalición entre conservadores y liberal-demócratas.

La Reina anunció "nuevos poderes económicos para el Parlamento escocés", con los que el Gobierno de David Cameron aspira a "respaldar la idea de la permanencia de Escocia en el Reino Unido". Hasta esta misma semana, los conservadores se habían mostrado reacios a prometer más autonomía para Escocia. Ahora ofrecen abiertamente esa posibilidad a los votantes escoceses, a cambio del "no" en el referéndum de independencia del 18 de septiembre.

En la lista de "deberes" parlamentarios anunciado por la Reina figura también el impulso de una nueva ley anticorrupción que permitirá impugnar a los diputados que sean sancionados por la Cámaras de los Comunes por "graves irregularidades". Los votantes de un distrito electoral podrán reclamar nuevas elecciones si logran el apoyo del 10% del censo para cubrir las vacantes.

La Reina anunció también una reforma a fondo de los planes de pensiones, ayudas a las familias para la educación y mayor facilidades a los gobiernos locales para impulsar proyectos de energías renovables. Isabel II, que se codeará en Normandía con Vladimir Putin, aseguró de paso que el Gobierno británico trabajará por "unas relaciones estables entre Rusia y Ucrania, basadas en el respeto de la soberanía nacional, la intregridad territorial y la ley internacional".


State Opening of Parliament

martes, 3 de junio de 2014

La abdicación del Rey vista desde Londres

Isabel II no abdica

Borja Bergareche
ABC

El primer ministro británico, David Cameron, describió ayer a Juan Carlos de Borbón como «un gran amigo de Gran Bretaña», y destacó la gran aportación realizada durante su reinado «para ayudar a una exitosa transición a la democracia». Por su parte, el exprimer ministro laborista, Tony Blair, compartió con ABC, después de realizar un importante discurso ayer en Londres sobre Europa, que el Rey «me gustaba mucho». «Era muy popular entre los líderes extranjeros, por su gran simpatía», recuerda.

No hubo reacciones, sin embargo, desde la Casa Real británica, que ha visto cómo en un año han abdicado tres soberanos europeos. Ya cuando la Reina Juliana de Holanda abdicó en 1980 en su hija Beatriz trascendió el desagrado que tal decisión provocaba en la Reina de Inglaterra. En julio del año pasado, Alberto II de Bélgica cedió el trono a su hijo el Rey Felipe, mientras que en abril fue la Reina Beatriz la que, siguiendo la tradición holandesa, abdicó en su hijo Guillermo tras 33 años en el trono.

Semejante intervención en el discurrir dinástico de las monarquías trae ingratos recuerdos en los Windsor, y los analistas recordaban ayer que es muy poco probable que Isabel II, que ha cumplido en abril 88 años, siga esos mismos pasos. «Una abdicación llevó a su padre al trono, así que abdicar es una palabra bastante impopular en la Casa Real», explicaba ayer el historiador Hugo Vickers. En 1936, su tío Eduardo VIII se convirtió en el primer rey británico en abdicar de forma voluntaria para poder casarse con Wallis Simpson, una mujer estadounidense divorciada de la que estaba enamorado.

Una sucesión con roces entre madre e hijo

Así, cuando tenía diez años, la princesa Isabel se convirtió de forma inesperada en heredera al trono. Ahora, casi ocho décadas después, Isabel II va camino de convertirse en septiembre de 2015 en el soberano británico que más tiempo ha permanecido en el trono. Superará entonces a su tatarabuela, la Reina Victoria, que reinó durante 63 años y 217 días. Ya cuando cumplió los 21 años, la entonces joven princesa declaró que dedicaría al servicio de los británicos «toda mi vida, ya sea larga o corta».

Y hace dos años, durante su discurso solemne ante el parlamento por el jubileo de diamantes de su reinado, la soberana aprovechó para «rededicarse» al servicio del país para el resto de su vida. A sus 88 años, Isabel II ha comenzado a delegar viajes y actos de representación en su hijo mayor, el príncipe Carlos, que en noviembre cumplió 65 años. Según el historiador Vickers, una abdicación no es necesaria porque la reina trabaja con plenitud «con todos los cilindros».

Pero el heredero ya mostró su impaciencia hace dos años, cuando expresó: «Me estoy quedando sin tiempo». Y, en las últimas semanas, ha trascendido el supuesto roce entre los equipos del príncipe de Gales y Buckingham Palace a la hora de gestionar una discreta cesión de funciones al heredero, que se manifestará esta semana en su participación conjunta en algunos de los actos de recuerdo en Francia del Desembarco en Normandía. Al parecer, el príncipe Carlos ha rechazado acompañar a su madre en algunas de las conmemoraciones.

Profesionales de la comunicación

La monarquía británica ha sabido rodearse de un equipo de profesionales de la comunicación que han catapultado en los últimos tiempos la popularidad de la Familia Real. Las celebraciones del jubileo de diamantes por los 60 años de reinado de Isabel II en 2012 tuvieron como colofón un espectacular concierto de la banda Madness en el tejado del palacio de Buckingham. Un año antes, la boda entre el príncipe Guillermo y Kate Middleton marcó un pico de popularidad para los Windsor.

Los duques de Cambridge, además, consagraron la perpetuación de la dinastía con el nacimiento hace ahora casi un año del príncipe Jorge. Por el camino, el príncipe Carlos se ha congraciado con el público británico, que defiende mayoritariamente que sea él -y no Guillermo- quien suceda a su madre, y que ha aceptado su matrimonio con la duquesa de Cornualles. La situación actual contrasta con el serio bache atravesado por la monarquía británica en los 90.

El año 1992 marcó el annus horribilis para la familia, como reconoció la propia soberana, mientras que la frialdad inicial de la Reina en la muerte de Diana de Gales tuvo que ser enmendada por el primer ministro de entonces, Tony Blair, para evitar un distanciamiento irreparable entre Isabel II y la sociedad británica. Pero los Windsor son una dinastía acostumbrada al cambio y a adaptarse a los nuevos tiempos. Durante la I Guerra Mundial llegaron incluso a cambiar el nombre de la familia.

Los Saxe-Coburgo-Ghota, apellido original de la saga de Isabel II, abandonaron sus resonancias -y orígenes- germánicos en pleno esfuerzo de guerra aliado para sustituirlo por el muy británico Windsor. Con tres herederos bien situados en la parrilla de salida, la Reina de Inglaterra puede ya poco a poco centrarse en actividades más propias de la edad octogenaria que tiene, y reducir su nivel de trabajo. Su participación esta semana en los actos en Francia serán el único viaje al extranjero este año de Isabel II y su marido, el duque de Edimburgo, con excepción de la visita de naturaleza privada que realizaron a Roma en abril para encontrarse con el papa Francisco y el presidente de la república, Giorgio Napolitano.