lunes, 30 de noviembre de 2009

Juan Carlos I: la Transición coronada

JOSÉ MARÍA AZNAR, presidente de FAES y ex presidente del Gobierno
ABC

Creo sinceramente que para la inmensa mayoría de los españoles la Transición que alumbró la Constitución de 1978 constituye un motivo de orgullo común. Pese a la profunda transformación social que ha experimentado España, el aprecio por la Transición y por quienes la hicieron posible continúa teniendo un alcance auténticamente nacional. En todas las Comunidades Autónomas, varones o mujeres de todas las edades, con cualquier nivel de estudios, de izquierda o de derecha, en el campo o en la ciudad, los españoles siguen creyendo que el proceso político que tuvo lugar en España hace ya tres décadas realmente estuvo bien hecho y es para sentirse orgullosos. Es llamativo que esa convicción haya permanecido casi intacta durante tanto tiempo, porque la costumbre de la libertad puede hacernos perder la perspectiva histórica e incluso hacernos creer que la democracia llegó a España porque tenía que llegar, porque ya nos tocaba. Pero eso nunca ocurre en ningún lugar. Si hay motivos de orgullo es porque se sabe y se reconoce que en el alumbramiento de nuestra democracia hubo mucho más que el simple flujo natural de las cosas. Sin duda, existían las condiciones en las que el tránsito era posible, pero eso no aseguraba el éxito.

España afrontó la Transición en medio de un proceso de turbulencias económicas y políticas de alcance mundial que inmediatamente se convirtieron en una crisis de empleo hasta entonces desconocida. La conflictividad social se extendió rápidamente, y entre 1975 y 1980 se produjeron más de 450 muertes causadas por algún tipo de violencia política. El legado del autoritarismo pesaba en la economía, en la sociedad y en la cultura política, y dificultaba el retorno de la sociedad civil.
Los retos que hubo que abordar eran difíciles uno a uno; pero eran mucho más que eso cuando coincidían en el tiempo, y justo en el momento en el que nuestro país se esforzaba por alcanzar su libertad. Transformar el legado del autoritarismo en una democracia moderna y en un país abierto y próspero exigió mucho más que «permitir» el cambio: exigió «hacerlo posible», trabajar para ello. No bastaba con dejar hacer a la sociedad. Había que animarla, orientarla y ofrecerle caminos por los que avanzar en unas circunstancias adversas, con miedo e incertidumbre y con una ayuda exterior menos generosa de lo que cabía esperar. España permaneció fuera de las Comunidades Europeas hasta 1986, e hizo la Transición casi siempre con el viento en contra. Si todas estas dificultades se vencieron no fue porque se dejó que las cosas simplemente siguieran su curso. Si nadie hubiera tenido la claridad moral, la inteligencia política y el coraje personal necesarios para hacer que fueran como afortunadamente fueron, las cosas habrían sido muy distintas.

En los momentos de crisis y desorientación es precisamente cuando se revela el auténtico sentido y el valor de las ideas y de los principios políticos. Ellos son los que nos permiten encontrar el rumbo y mantenernos firmes en él pese a todo, cuando no hay puntos de referencia claros y cuando todo está aún por crear. Es la única compañía segura cuando se sienten la soledad del cargo y el peso de la Historia. La decisión de construir un país para todos los españoles fue la clave que orientó el proceso hacia la política de la reconciliación. Fue también la que fijó el nivel de exigencia moral necesaria en el punto más alto posible, porque abordar la tarea de hacer una España para todos era algo que nunca habíamos sabido hacer. Incluso había quien creía que los españoles padecíamos algún tipo de maldición histórica que nos inhabilitaba para la vida pacífica en una sociedad abierta. Afortunadamente, decidimos desafiar a nuestra Historia.

Hoy, cuando son tantos los problemas que tenemos pendientes, es necesario recordar que éstos no son el legado de la Transición, sino el resultado de nuestros propios actos, porque en 1978 culminó la creación de un sistema de libertades pleno. El primer instrumento para ese desafío histórico fue la Ley para la Reforma Política, cuya aprobación en referéndum puso fin a la política de la ruptura que algunos patrocinaban. Este hecho es fundamental y no siempre es suficientemente recordado: fueron las urnas las que acreditaron, fijaron y legitimaron el modelo de transición que finalmente tuvo lugar. Fueron los españoles los que eligieron la reforma y rechazaron la ruptura.

En España se acudió a las urnas para abordar las cuestiones políticas esenciales en 1976, en 1977, en 1978 y en 1979. Fue un proceso político en el que cada paso se dio para el pueblo español, pero también -y aún más importante- «con» el pueblo español. Esto es lo que ha hecho posible que la Transición y la Constitución hayan sido sentidas siempre por los españoles como hechos de los que nosotros mismos fuimos protagonistas. Porque realmente lo fuimos. Algo que contrasta vivamente con la distancia y la impostura que caracterizan invariablemente las iniciativas políticas de quienes pretenden erosionar el valor normativo de la Norma Fundamental.

Conviene recordar esto especialmente a los más jóvenes, porque padecemos un ambiente político enrarecido por el deseo, minoritario pero estridente, de poner en duda la base misma de nuestra convivencia mediante la idea de que se trata de una democracia impuesta. Quienes dentro de unos días esperarán pacientemente su turno para contemplar la sede de la soberanía nacional no venerarán lo que se hizo en 1978, sino que celebrarán, como cada año, el hecho de que desde esa fecha disponen plenamente de su voz y de su voto. Si además los españoles guardamos un profundo sentimiento de orgullo colectivo por nuestra Transición, es porque reconocemos en ella un modo especialmente elevado de ejercer la libertad: la Transición es el fruto de la libertad que se ejerce teniendo presente el bien de todos.

Esto es lo que debemos aprender y esto es lo que debemos recordar y premiar como ejemplo que debe pervivir en nuestra memoria común: no sólo que las cosas salieran bien, sino que en mitad de la niebla de la Historia se eligiera el camino recto que nos condujo hasta la libertad. Por eso las cosas salieron bien. Su Majestad el Rey Juan Carlos encarna esa decisión primera que puso en marcha todo lo demás. Su persona fue la clave para que España coronara la conquista de su libertad, coronara su transición a la democracia. Por esta razón, la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales, que tengo el honor de presidir, ha acordado conceder al Rey el I Premio FAES de la Libertad. Es un premio a Su Majestad por su contribución personal a la conquista de la libertad política en España como fruto de un esfuerzo intelectual y moral ejemplar. Es un premio a la institución que encarna. Lo es también a toda una generación de políticos españoles que supieron fijar la altura a la que el país y ellos mismos debían estar, y cumplieron; una generación que Su Majestad guió y encabezó. Finalmente, FAES premia al Rey como símbolo del pueblo español que quiso ser libre, y lo fue. Para FAES constituye un inmenso honor que Su Majestad haya aceptado recibir este premio.

G. K. Chesterton escribió que la mediocridad probablemente consiste en hallarse delante de la grandeza y no darse cuenta de ello. Hay mucha grandeza en el pueblo español y la hay en su Rey. Necesitamos recordárnoslo porque en ocasiones padecemos la tiranía de quienes simplemente son incapaces de comprender la magnitud de la empresa histórica que es la democracia española.

Para todos, feliz fiesta de la Constitución. Feliz fiesta de la libertad.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

La Infanta Elena y Jaime de Marichalar firman el convenio que pone fin a su matrimonio

ABC

La Infanta Elena y Jaime de Marichalar han acordado hoy el divorcio de su matrimonio con la firma del correspondiente convenio regulador y "mantienen una fluida interlocución en todo lo referente al interés común de sus hijos".
Según informan sus abogados en un comunicado conjunto al que ha tenido acceso Efe, ambos "testimonian el afecto y consideración que por Don Jaime siente la Familia de Su Alteza Real la Infanta, como ha sido así a lo largo de estos dos últimos años".
El comunicado -firmado por el abogado de la Infanta, Jesús Sánchez Lambás, y la letrada de Jaime de Marichalar, Cristina Peña, precisa que Doña Elena y Jaime de Marichalar han suscrito el convenio regulador de los efectos de su divorcio "de mutuo y común acuerdo".
Fuentes jurídicas que han participado en este proceso han explicado a Efe que ya se ha iniciado el trámite de este convenio a través del correspondiente juzgado y han subrayado la necesidad de no desvelar los términos concretos del acuerdo para proteger a los hijos, menores de edad.
Los Duques de Lugo -que contrajeron matrimonio el 18 de marzo de 1995 y tienen dos hijos, Juan Felipe Froilán (de 11 años) y Victoria Federica (de 9)- anunciaron el 13 de noviembre de 2007 el "cese temporal de la convivencia" del matrimonio.
A raíz de su separación, Jaime de Marichalar permaneció en el que fue domicilio conyugal, mientras que Doña Elena se trasladó a una nueva residencia junto a sus dos hijos. Desde entonces, Jaime de Marichalar se ha encontrado en algunos actos públicos con los Reyes, que siempre se mostraron muy cariñosos con él.
La Infanta Elena cumplirá 46 años en diciembreLa hija mayor de los Reyes, que el próximo 20 de diciembre cumple 46 años, contrajo matrimonio con Jaime de Marichalar en la catedral de Sevilla ante 1.300 invitados y representantes de 33 casas reales el 18 de marzo de 1995, día en el que el Rey le concedió el título de Duquesa de Lugo, que no es hereditario, y que Jaime de Marichalar no podrá utilizar cuando se produzca el divorcio.
Ese 18 de marzo, la Infanta Elena protagonizaba la primera boda real que se celebraba en España desde el 31 de mayo de 1906, cuando Alfonso XIII se casó con Victoria Eugenia de Battemberg.
Los Duques se establecieron en París después de contraer matrimonio y dos años después se trasladaron a Madrid, ciudad en la que nacieron sus dos hijos.
Desde su separación de hecho, la Infanta, como miembro de la Familia Real, ha continuado representando a la Corona en distintos actos oficiales y desarrollando su trabajo, desde julio de 2008, como directora de Proyectos Sociales de la Fundación Mapfre. Es licenciada en Ciencias de la Educación.
Hoy ha cumplido con su agendaDoña Elena ha acudido esta mañana a la Facultad de Humanidades de la UNED para presidir la entrega de los IV Premios Universidad-Empresa y tenía previsto visitar por la tarde a la Reina, quien no ha podido acompañar al Rey en la visita de Estado a Malta que comenzaba hoy por encontrarse indispuesta.
Jaime de Marichalar, que cursó estudios de Economía, es desde 2001 consejero delegado de Cementos Portland y desde 2004 miembro del Consejo de Administración de Loewe.
El 21 de noviembre de 2008 se dio a conocer su cese como presidente de la Fundación AXA, antigua Fundación Winterthur, en donde comenzó su labor diez años antes, aunque continuó vinculado con el Grupo AXA en España como miembro del Consejo de Administración de cinco sociedades.
Jaime de Marichalar pertenece a una aristocrática familia castellana, vinculada desde antiguo a la Monarquía. Su abuelo, Luis de Marichalar y Monreal, vizconde de Eza, fue ministro del Ejército y Marina durante el reinado de Alfonso XIII.

Reportaje del enlace en La Vanguardia y en ABC

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Tradicional apertura del Parlamento británico



Una vez más hoy se ha cumplido con la tradición en la apertura del Parlamento británico por la reina Isabel II.

Con toda la pompa que da lustre a la Monarquía, la Reina ha pronunciado el discurso de la Corona, escrito por el Primer Ministro y que habla del programa de Gobierno para el curso parlamentario que se inicia.

La ceremonia es relativamente nueva, se celebró por primera vez en 1852, durante el reinado de la reina Victoria. Sin embargo, algunos de los elementos de la ceremonia se remontan a siglos anteriores como la Corona Imperial que luce la Reina y la preservación de la independencia entre la Cámara de los Comunes y la de los Lores.

La Reina no puede entrar en la Cámara baja y envía un emisario para que avise a los parlamentarios con el encargo de que acudan a la Cámara alta. Esta independencia se mantiene desde el intento de Carlos I de clausurar el Parlamento en 1642.

Para garantizar que la Reina no será secuestrada por los parlamentarios y regresará sana y salva a Buckingham Palace, un parlamentario es retenido en Palacio durante la ceremonia hasta que la Reina llega a su residencia.

Isabel II ha presidido la apertura del Parlamento todos los años desde 1952 excepto en dos ocasiones: en 1959 y en 1963 por estar embarazada del Príncipe Andrés y del Príncipe Eduardo.

Página web del Palacio de Westminster explicando la ceremonia

Galerías de fotos: una, dos, tres

Discurso de la Reina: en castellano e inglés

Queen's Speech: The traditions of State Opening of Parliament




domingo, 15 de noviembre de 2009

Obama y el protocolo real


Democrat president Barack Obama bows to Japan's Emperor Akihito and Empress Michiko 11-09


Los medios de comunicación americanos, y también parte de los europeos, se hacen eco de la visita del Presidente Obama a Japón y destacan la exagerada reverencia que le dedicó al emperador Akihito.

Lejos de la leve inclinación de cabeza que sería lo correcto protocolariamente, más teniendo en cuenta que ambos son Jefes de Estado, es decir, con igual dignidad oficial y el pasado bélico entre ambos países, Obama hace una exagerada inclinación hasta formar un ángulo recto con su cuerpo y quedar su cabeza por debajo de la del emperador lo que teniendo en cuenta la remarcable estatura de ambos líderes pone aún más en ridículo el gesto.

Estados Unidos siempre ha tenido debilidad por la Realeza, tal vez por su pasado como súbditos del monarca británico. En el pasado siglo XX encontraron su propia Familia Real en los Kennedy y la llamada Corte de Camelot. Con la muerte de Ted Kennedy el pasado verano, de alguna manera se extinguía el glamour de esa dinastía.

En "Los Angeles Times" recuerdan las relaciones complicadas de los Obama con la realeza. Se preguntan como de bajo puede llegar Obama mostrando una foto del saludo al emperador de Japón así como la inclinación igualmente exagerada del Presidente al Rey Abdullah de Arabia Saudí, país que no respeta los derechos humanos, y que fue considerado como un "gesto humillante". En este enlace se preguntan si Obama saludaba al rey Abdullah o limpiaba el suelo, y se pueden ver varios vídeos del momento.

En esa misma recepción, celebrada en el Palacio de Buckingham con motivo de la reunión del G-20, también resultó polémico el gesto de Michelle Obama pasando el brazo por la espalda a la reina Isabel II (fotos y vídeo).

En estos detalles se puede certificar una vez más el valor de la Monarquía y la experiencia que le aporta a un jefe de Estado haber conocido a políticos de todas las culturas y condiciones, para conservar un bagaje de gran utilidad en las relaciones internacionales.

Como ejemplo, la galería fotográfica de la reina Isabel II con los 11 presidentes que han transcurrido por la Casa Blanca durante su reinado, desde Eisenhower hasta Obama… hasta el momento.

Historia de España en el siglo XX: La decisión del Rey

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El País publica un extracto del libro de Julián Casanova y Carlos Gil Andrés, "Historia de España en el siglo XX" (Editorial Ariel), en el que se profundiza sobre nuestro pasado más reciente.

En este extracto se analiza el primer día de reinado de Don Juan Carlos aún con el General Franco corpore in sepulcro en la capilla ardiente en el Palacio Real.

A las 12 horas y 35 minutos del 22 de noviembre de 1975, los acordes del himno nacional anunciaron la entrada del príncipe Juan Carlos de Borbón y Borbón, vestido con el uniforme de capitán general, en el hemiciclo de las Cortes. En su interior, puestos en pie, le esperaban los miembros del Gobierno, los procuradores y consejeros nacionales y los invitados que llenaban la tribuna superior. Después de ocupar el sitio de honor dispuesto en la presidencia del estrado, el presidente de las Cortes y de los Consejos del Reino y de Regencia, Rodríguez de Valcárcel, procedió a tomar juramento al nuevo rey según lo dispuesto en la Ley de Sucesión de la Jefatura del Estado: "Juro por Dios y sobre los Evangelios cumplir y hacer cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los principios que informan el Movimiento Nacional". A continuación, Juan Carlos I pronunció su primer mensaje dirigido a la nación, un discurso de apenas doce minutos que contenía referencias esperanzadoras. El monarca declaró el inicio de "una nueva etapa en la historia de España", manifestó su deseo de alcanzar un "efectivo consenso de concordia nacional" y su intención de integrar a "todos los españoles", admitió la existencia de "peculiaridades regionales", la necesidad de realizar "perfeccionamientos profundos", el "reconocimiento de los derechos sociales y económicos" y la apuesta decidida de la Corona por la integración en Europa.

Pero esas frases no fueron las más celebradas por los concurrentes. La crónica de La Vanguardia recogió el detalle de la duración de los aplausos que interrumpieron el discurso del Rey. Treinta segundos cuando recordó con respeto y gratitud la figura de Francisco Franco, diez segundos después de invocar el buen nombre de su familia y la tradición monárquica de cumplimiento del deber y de servicio a España, diecisiete segundos cuando subrayó "las peculiaridades nacionales y los intereses políticos con los que todo pueblo tiene derecho a organizarse de acuerdo con su propia idiosincrasia". La interrupción más larga, treinta y cinco segundos, llegó después de que el Rey recordara la lucha "por restaurar la integridad territorial de nuestro solar patrio", una de sus más firmes convicciones. Los últimos aplausos no fueron para él. Al terminar el discurso, y después del grito unánime de "¡Viva España!", todos los procuradores y consejeros nacionales se volvieron hacia la tribuna de invitados para ovacionar durante veinte segundos a Carmen Franco Polo, "un último homenaje al Generalísimo Franco". En el mismo periódico, el dibujante Máximo San Juan publicó una viñeta con un mapa de España con terciopelo bordado sobre el que descansaba la corona y el cetro, y añadió un texto que resumía bien las esperanzas y las preocupaciones de quienes, fuera del hemiciclo, esperaban encontrar en las primeras palabras del Rey gestos que pudieran interpretarse como una apuesta por el cambio hacia una sociedad democrática.

(...) Pocos signos de cambio se pudieron ver en esos días. En el salón de columnas del Palacio de Oriente seguía abierta la capilla ardiente de Franco. Según las crónicas, ya habían pasado más de trescientas mil personas a despedir al dictador, y en las tiendas de confección de Madrid se habían agotado las existencias de corbatas negras. El mensaje del Rey a las Fuerzas Armadas, "salvaguarda y garantía" de las Leyes Fundamentales, volvía a hablar de las "virtudes de nuestra raza" y prometía la defensa "a cualquier precio de los enemigos de la Patria". Al día siguiente, el domingo 23 de noviembre, en el funeral de Estado, el cardenal primado de España y arzobispo de Toledo, Marcelo González Martín, recordó la comunión de la espada que Franco entregó un día al cardenal Gomá y la cruz que iba a coronar su tumba, dos símbolos que habían protagonizado "medio siglo de la historia de nuestra patria", y subrayó el deber de conservar la "civilización cristiana, a la que quiso servir Francisco Franco, y sin la cual la libertad es una quimera" y que el hombre muere "ahogado por un materialismo que envilece". Entre los mandatarios extranjeros, ausentes los representantes de las democracias europeas, destacaba la capa gris del general Augusto Pinochet. El dictador chileno alabó al "Caudillo que nos ha mostrado el camino a seguir en la lucha contra el comunismo", contra "el marxismo que siembra el odio y pretende cambiar los valores espirituales por un mundo materialista y ateo".

El recuerdo permanente de la Guerra Civil presidió el funeral del "Generalísimo". El cortejo fúnebre que salió del Palacio de Oriente llegó hasta el Arco de Triunfo de la Ciudad Universitaria y desde allí emprendió el camino hacia la basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos. La multitud congregada en la explanada exterior entonó el Cara al sol, el Oriamendi y el himno de la legión, con la presencia destacada de grupos de ex combatientes, que iban a ser recibidos por el nuevo Rey en su primera recepción oficial. En el interior del templo, detrás del altar mayor, esperaba la fosa abierta junto a la tumba de José Antonio Primo de Rivera.

(...) Lo que entonces empezaba no tenía un curso fijo ni un plan determinado. Había tanta ilusión esperanzada y expectación como ambigüedad e incertidumbre. Todo el mundo, dentro y fuera de España, salvo los nostálgicos del espíritu del 18 de julio, reconocía que se iba a abrir una nueva época histórica, que a corto o a medio plazo el cambio político sería inevitable, pero eran muy pocas las coincidencias en torno a la manera de llevar adelante ese proceso, quiénes serían sus protagonistas y cuál sería su alcance y resultado final. Desde luego, el grueso caparazón del régimen franquista que controlaba el poder no contenía el embrión de la democracia y tampoco el nuevo jefe del Estado ofrecía las mejores garantías. Al PSOE no le había sorprendido el mensaje del Rey en las Cortes, que a su juicio renovaba su compromiso con la dictadura. En octubre del año anterior, el congreso del partido había subrayado su apuesta por la república como forma de Estado. Para Santiago Carrillo, el dirigente del PCE, el nuevo monarca pasaría a la historia como Juan Carlos "el breve". En aquellos momentos, la oposición democrática no se planteaba otro escenario que no fuera el de la ruptura política, la movilización social y la constitución de un Gobierno provisional sin ataduras con el pasado.

En el discurso de su proclamación, el Rey había basado su legitimidad en tres principios diferentes: la tradición histórica, las leyes fundamentales del Reino y el mandato del pueblo. Pero lo cierto es que la corona no le llegaba por sucesión real -el derecho al trono seguía en manos de su padre, don Juan, que permanecía en el exilio- y que los parlamentarios que le escuchaban en las Cortes no representaban, ni mucho menos, la voluntad de la soberanía nacional. Su única legitimidad en esos momentos, por tanto, procedía del testamento político del dictador, de la legalidad franquista vigente. Si quería salvaguardar la monarquía, tenía que servirse de ella para iniciar un proceso de reforma, controlado desde el interior de las instituciones, que permitiera la creación sin sobresaltos de un régimen representativo homologable dentro del marco político europeo. Un difícil equilibrio entre la continuidad y el cambio.

Historia de España en el siglo XX, de Julián Casanova y Carlos Gil Andrés. Ediciones Ariel. Fecha de publicación: 18 de noviembre. Precio: 29,90 euros.

Divorcio de mutuo acuerdo de los Duques de Lugo

La Infanta Elena y Jaime de Marichalar se casaron en Sevilla el 18 de marzo de 1995. | G8

El Mundo publica la noticia de que los Duques de Lugo podrían estar ultimando un acuerdo de divorcio amistoso.

Según esta información, Don Jaime de Marichalar perdería el título de Duque de Lugo y pasaría una pensión a la Infanta para la manutención de sus hijos.

Se comenta también la posibilidad de presentar una demanda de nulidad matrimonial ante el Tribunal de la Rota del Vaticano.

Dos años después de anunciar la "separación temporal" de los Duques se pondría así final a 12 años de matrimonio.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Visita de los Príncipes a India



ALMUDENA MARTÍNEZ-FORNÉS
ABC

Los Príncipes de Asturias terminaron anoche en Nueva Delhi uno de los viajes más intensos de su vida oficial y también uno de los más emocionantes para Don Felipe, que ha heredado de su madre, la Reina, la pasión por la India. No ha habido discurso en el que no recordara los «frecuentes viajes» que hizo «durante mi infancia y juventud a esta tierra que nos cautiva». Por ello, regresar ahora con la Princesa para realizar su primera visita oficial juntos, tenía una especial significación. Sin embargo, los Príncipes tenían una agenda tan apretada que no han podido disfrutar en privado de «las maravillas» de la India.

Ayer, en su última jornada, se reunieron con las principales autoridades de la República. Almorzaron con la presidenta, la hindú Pratibha Patil, y la comida se desarrolló de forma tan agradable que se prolongó 40 minutos más de lo previsto. También se vieron con el primer ministro, Manmohan Singh, que es sij; cenaron con el vicepresidente, Mohammad Ansari, que es musulmán, y recibieron al líder de la oposición, Lal Krishna Advani.

Además, los Príncipes se descalzaron, como señal de respeto, para rendir homenaje al Mahatma Gandhi, ante cuyo mausoleo lanzaron pétalos de flores y recordaron los «Siete pecados sociales» que describió el líder pacifista. Como obsequio recibieron un busto de Gandhi.

Inauguraron el Instituto Cervantes de Delhi, el primero de la India. El edificio linda con el Templo Hanuman, el dios mono de la religión hindú, pero también el dios de la gramática. Habitualmente hay unos 80 monos merodeando por el Instituto Cervantes, pero ayer sólo había dos machos dominantes, alquilados por la directora de la institución, Carmen Caffarel, para que ahuyentaran a los demás. En el acto, el Príncipe destacó la «creciente demanda» de aprender español que hay en la India, donde consideran a nuestro idioma «un instrumento idóneo pra abrirse nuevas oportunidades».

Antes de partir también recibieron a la colonia española de Delhi. Entre ellos, el nuncio de Su Santidad en la India, Pedro López Quintana, quien, a preguntas de ABC, comentó que la mayor parte de los católicos de este país asiático son parias o intocables.

El gusto de los monarcas hecho bronce en el Palacio Real

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- La muestra Brillos en bronce. Colecciones de Reyes se inaugura este jueves

- Es una colección de Patrimonio Nacional de pequeñas joyas en bronce

- Se trata de la primera vez que se hace una exposición de este tipo en España

La colección de Patrimonio Nacional de pequeñas joyas en bronce, una de las más importante y ricas de Europa, se exhibe por primera vez en la exposición Brillos en bronce. Colecciones de Reyes.

Una selección de 130 piezas de esta colección, junto con algunos préstamos, bronces en su mayoría, además de pinturas y obras sobre papel, forman la exposición que, organizada en colaboración con la Fundación Banco de Santander, inaugura este jueves la Infanta Elena en el Palacio Real.

El recorrido por las diez salas que la forman permite hacer una reconstrucción del gusto de los monarcas españoles, en función de sus circunstancias históricas y las ideas estéticas, desde finales del Renacimiento, con la colección de Felipe II, hasta la época moderna en tiempos de Carlos IV.

Esa gran desconocida

Escultura de bulto redondo, con una altura inferior a los 50 centímetros, vaciados por el método de la cera perdida y modelados y acabados con gran perfección técnica, el pequeño bronce surgió en Italia como objeto precioso de colección destinado a los gabinetes.

Brillos en bronce.Colecciones de reyes es la culminación de un trabajo de muchos años de las comisarias Rosario Coppel y María Jesús Herrero, quienes han señalado durante la presentación que la escultura en bronce en las colecciones reales españolas, a pesar de su gran importancia, es una de las menos conocidas por el público y no se ha hecho nunca en España una exposición de bronces.

Con un cuidado montaje, el recorrido se inicia en la época de los Austrias, con los bronces del Renacimiento que Felipe II reunió en una importante colección con piezas heredadas de su padre Carlos V, de su tía María de Hungría y de obsequios de importantes mandatarios.

"El Espinario", atribuido a Guglielmo della Porta, preside esta sala en la que también destacan obras de Giambologna, el artista más reputado de la época, una escultura de Felipe II, atribuida a Jacques Jonghelinch y la pieza de 8 centímetros "Lucerna", procedente de Mantua.

Un abanico de gustos y estilos

Los siguientes espacios profundizan en el gusto de Felipe IV, cuya presencia la marca Diego Velázquez y su viaje a Roma para encargar esculturas destinadas a la decoración del Alcázar madrileño.

Una reproducción de la "Fuente de los Cuatro Ríos" hecha por Gian Lorenzo Bernini en bronce, así como el retrato ecuestre de Felipe IV, atribuido a Pietro Taca, y obras de Antonio Susini ilustran la sala a la que sigue la dedicada a "Los Planetas y Baco", la serie más importante de obras de Jacques Jonghelinck..

Con la llegada de los Borbones a comienzos del siglo XVIII se produce un cambio de gusto en la corte, que se refleja en todos los ámbitos palaciegos y se plasma en las preferencias artísticas de Felipe V, que heredó de su padre Luis el Gran Delfín una parte de las colecciones que este había reunido.

La colección de bronces de la corona francesa estaba compuesta por reducciones de estatuas clásicas y por algunas copias de obras de Miguel Ángel, Alessandro Algardi o Bernini.

Destacan en la sala los bronces del retrato ecuestre de Felipe V, de Lorenzo Vaccaro, y el retrato del Gran Delfín Luis de Borbón y Austria.

Amor por el coleccionismo

A las adquisiciones de Felipe V e Isabel de Farnesio, en las que destaca la compra de la colección del marqués de Carpio, se dedica el siguiente espacio en el que, por primera vez desde el siglo XIX, se puede contemplar el libro que mando hacer el Marques de Carpio con dibujos de todas las esculturas que formaban su colección.

Cuando Carlos III abandonó Nápoles para acceder al trono de España no trajo ninguna obra procedente de las excavaciones de Herculano y Pompeya, pero ordenó hacer moldes en yeso de algunas para vaciarlas en bronce.

Junto a algunas de ellas se pueden contemplar dos retratos ecuestres de Carlos de Borbón, uno con peluca corta y otro con peluca larga.

A continuación se exhibe la colección de pequeños bronces de Carlos IV, gran mecenas de las artes decorativas, entre ellas algunas de las pertenecientes al Conde de Proy, adquirida por el monarca.

Los siguientes espacios hacen un recorrido por los bronces franceses, en los que se percibe la formación clásica de los artistas, su atracción por el barroco romano y su interés por la anatomía.

20 aniversario de la ascensión del emperador Akihito

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Tokio. (EFE).- Akihito, el único emperador del siglo XXI, es un hombre tranquilo, que ha pretendido durante sus dos décadas de reinado responder al apelativo de la era que se inició con su llegada al trono, denominada "heisei" o paz, y al ideograma de su nombre, que significa "benevolente claridad".

Al frente del milenario Trono del Crisantemo desde hace veinte años se sitúa el frágil Akihito, el 125 descendiente de la dinastía reinante más antigua del mundo, pero el primero que accedió a la Corona japonesa sin el halo divino de sus predecesores.

Su discreto reinado se ha visto desprovisto de estridencias, como corresponde a un "tenno" (príncipe del cielo) que en sus ratos libres estudia especies piscícolas y humanismo, si bien la época que le ha tocado regir, desde 1989 a 2009, ha sido de aguas turbulentas para su país, Japón, y para el mundo.

En una rueda de prensa con motivo de este aniversario junto a su esposa Michiko, Akihito reconoció que "el mundo no ha evolucionado hacia la paz" desde su ascensión al trono, el 7 de enero de 1989, refrendada un 12 de noviembre en la ceremonia oficial de coronación. "He buscado la forma de ser emperador como símbolo del país", explicó Akihito, en referencia al limitado papel que le otorga la Constitución japonesa de 1947.

A sus 75 años el emperador de Japón tiene un aspecto delicado y elegante. En sus dos décadas en el Trono su aspecto físico apenas ha cambiado, si bien su figura ha ido menguando aún más y su fragilidad es evidente.

En 2003 fue operado de cáncer de próstata y recientemente sufrió una hemorragia estomacal, enfermedad que llevó a la muerte a los 87 años a su padre Hirohito, que en 1945 renunció al carácter divino de su puesto tras la derrota nipona en la II Guerra Mundial. A su único hijo varón Akihito, nacido el 23 de diciembre de 1933 y educado por estrictos tutores imperiales, la guerra lo envió de niño refugiado a las montañas de Nikko y, cuando en 1952 fue proclamado heredero imperial, ya sabía que su papel se limitaría a tareas de representación.

En su corto reinado, que se quedará lejos de las seis décadas de su padre, Akihito ha roto moldes pues los tiempos obligan, aunque sin levantar excesivo ruido y siempre a través de medidos mensajes. Fue el primer emperador que se casó con una plebeya, con quien educó a sus hijos personalmente, además del primero en viajar en un avión comercial, visitar China (país que invadió su padre), reunirse con un Papa y lamentar la actuación de Japón durante la guerra.

Como corresponde a un monarca constitucional, ha tratado de mostrar el lado más humano del Trono del Crisantemo, de lo que no han estado excluidas supuestas desavenencias con su nuera Masako, aquejada desde hace años de una depresión y a la que achaca que ve poco a su nieta Aiko.

Ha efectuado 24 viajes oficiales al extranjero, a países como Brasil, Argentina y España -tiene una buena relación con los Reyes Juan Carlos y Sofía-, y ha visitado todas las provincias japonesas, interesándose por las víctimas de desastres naturales.

Aficionado al tenis, reputado experto en el estudio científico de los peces gobios, intérprete de violonchelo y autor de poemas wakas, Akihito tiene tres hijos con Michiko y cuatro nietos, y su gran preocupación es su menguante familia, con pocos varones.

Su heredero es Naruhito, de 49 años, quien sólo ha tenido una hija, Aiko, de ocho años, por lo que se da por hecho que el último en la línea de sucesión es el pequeño Hisahito, de tres años, único príncipe varón nacido en el Trono del Crisantemo en cuatro décadas.

El emperador admite públicamente que le preocupa la sucesión pues su familia va reduciéndose cada vez que una de sus descendientes femeninas se casa -son excluidas de la Casa Imperial- y la ley japonesa establece que sólo un hombre heredará el milenario Trono del Crisantemo.

Así lo explicó la prensa

La ceremonia de coronación se celebró el 12 de noviembre de 1990. A continuación podemos leer como lo explicó la prensa española, poniendo especial énfasis en el ceremonial y tradición que doean a la casa Imperial de Japón.

La coronación de un dios destronado

La Vanguardia: páginas uno y dos.

El Hijo del Cielo ocupó el Trono del Crisantemo como símbolo vivo de Japón

ABC:

Portada

Fotos: páginas 1, 2 y 3

Artículo: páginas 1, 2, 3, 4, 5

domingo, 8 de noviembre de 2009

Don Sabino habla del Presidente Suárez


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El País publica hoy una entrevista póstuma a Don Sabino concedida con motivo de un reportaje sobre el Presidente Suárez que se emitirá próximamente.

El General Fernández Campo habla de la decepción de los militares por la legalización del Partido Comunista, sin que fueran informados y contraveniendo la promesa de que no lo legalizaría. También habla de como transcurrieron las horas en Zarzuela durante la noche del 23-F y su papel junto al Rey.

A su muerte no dejó memorias, aunque sí un gran recuerdo y algunos testimonios muy valiosos. Su viuda todavía está leyendo telegramas y cartas de condolencia. "Ayer abrí el de Zapatero, precioso texto...", explicaba el pasado jueves. Sabino Fernández Campo (1918 - 2009) fue un hombre clave en el control del intento de golpe de estado del 23-F. En privado había dado detalles de aquel dramático día que se filtraron y desembocaron en papel escrito. Pero poco antes de morir lo hizo ante una cámara de televisión. Aceptó grabar una larga entrevista para un documental sobre la figura de Adolfo Suárez que aparecerá en pocas semanas. Ésta es la transcripción de una parte de la conversación mantenida con el periodista Manuel Campo Vidal. Fue como un pequeño testamento de gran valor a falta de memorias.

Pregunta. ¿Estaba Suárez informado antes de dimitir de que había movimientos militares? Recordemos que un mes después se produjo el 23-F, el intento de golpe de estado. ¿Intentó con su dimisión frenar ese golpe?

Respuesta. El caso es que meditando sobre lo que pasó, al repasar su discurso de dimisión, hay un párrafo muy significativo que dice que su presencia en el Gobierno no quiere que signifique una interrupción, un lapsus, en el desenvolvimiento democrático de España y que debe apartarse para impedirlo. Es decir, que ahí se puede interpretar que él sabía algo de eso. Verdaderamente el malestar era exagerado porque se consideraba que hubo un desprecio -debo de decirlo, yo era militar también- cuando se legalizó por sorpresa el Partido Comunista.

P. Él se había reunido con los militares en septiembre del año 76, ocho meses antes de la legalización del PCE para explicarles la reforma. ¿Cómo discurrió aquella reunión?

R. A Alfonso Osorio, que era ministro de la Presidencia, y a Andrés Reguera, que era el ministro mío, de Información y Turismo, yo les sugerí: "¿Qué tal si Adolfo reúne a los altos jefes militares y les explica su plan, para hacerles ver que es necesario cambiar, con toda prudencia? Y que les pida su ayuda para mantener la tranquilidad y el orden". Les pareció muy bien conociendo a Adolfo, que tenía una gran habilidad para hablar con la gente y convencerla de lo que fuera, porque era muy hábil en eso, muy simpático, muy agradable. Adolfo tuvo esa reunión con los tres ministros militares que había entonces y con los capitanes generales y almirantes de departamento marítimo. Acudieron con cierta reserva, con cierto recelo, "¿qué nos va a decir este muchacho, qué nos va a contar? Si él viene del Movimiento y ahora está destrozándolo todo". Había una prevención lógica en personas que llevaban tiempo viviendo un sistema y una situación. Pero salió todo estupendamente: les convenció, les pidió el favor de que le ayudaran, salieron diciendo que había que ayudarle... el entusiasmo fue enorme. Salieron dando vivas a Suárez y a su familia. Eso bien se supo.

P. Pero no contaban con la legalización del PCE más adelante...

R. Creo que el error estuvo, no en el reconocimiento del Partido Comunista, sino en la forma de hacerlo por sorpresa. En aquella reunión taxativamente dijo: "Se van a reconocer los partidos políticos pero de ninguna manera se va a reconocer al Partido Comunista". Entonces, salieron todos encantados porque la guerra había sido contra el comunismo y demás. Hubo unanimidad.

P. ¿Dónde estaba usted en aquel momento tan delicado, la Semana Santa de 1977, cuando se legalizó el PCE?

R. Yo estaba todavía en Información y Turismo. Me llama el ministro Reguera, que estaba fuera de Madrid, y me envía a una reunión con Rodolfo Martín Villa. Allí me dijo: "Desde la Dirección General de Prensa, preparar la forma de decir que mañana sale el reconocimiento del Partido Comunista". Para mí fue una sorpresa y dije: "¿Pero se ha dicho a los militares que no se cumple aquella promesa?". Él se quedó un poco parado. Me dijo que esperara; se marchó a hablar con alguien y al volver afirmó: "Está todo arreglado, no te preocupes". Pero no estaba arreglado. No sé qué pasó, el caso es que alguien aconsejó que, o se hacía de esa manera, por sorpresa, o podía haber dificultades.

P. Pero esas dificultades se hubieran producido...

R. No las hubiera habido. Eso respondo, porque yo hablé con muchos de ellos o con casi todos porque los conocía por haber estado en el ministerio muchos años. La desilusión fue enorme. Más que ofensa, lo consideraron desprecio. Es decir, reunir a todas las cabezas más importantes de las fuerzas de Tierra, Mar y Aire, hacerles una promesa seria y luego que se enteren por la prensa de que no se ha cumplido, lo consideraron un desprecio, una tomadura de pelo por lo menos. Y de ahí vinieron muchas cosas, no sé hasta dónde, pero yo creo que muchas.

P. Pero, ¿realmente ellos hubieran aceptado en otras circunstancias la legalización del Partido Comunista?

R. Si los vuelve a llamar, conociendo a Adolfo, a pesar de haber hecho esa promesa, y les dice: "Tengo que hacer una rectificación. Lo he meditado mucho y lo de reconocer al Partido Comunista va a ser indispensable para que la democracia sea plena y para conocer las posibilidades electorales de ese partido. Mantener ese grupo en la clandestinidad sería mucho peor. Mejor tenerlos controlados, con unos estatutos...". Los convence. Estoy completamente seguro. Fue una pena. Le aconsejaron, no sé exactamente quién, que, o se hace por sorpresa o no se hace, porque se van a oponer. Pero la sorpresa se consideró eso, un desprecio. Ahí comienza un malestar que se fue arrastrando. Los que estaban conformes con esa transformación empezaron a no estarlo tanto y creo que se fue transmitiendo ese malestar que pudo dar lugar, entre otros motivos, a un acontecimiento tan extraño y tan penoso como el golpe del 23 de febrero. Creo que no se hubiera llegado al 23-F sin ese malestar militar al que se unían muchas otras cosas.

P. ¿Qué otras cosas? El terrorismo...

R. Sí y la sorpresa de un cambio radical para unos señores que estaban acostumbrados a un sistema y de repente se abren las puertas a una democracia que se había considerado siempre peligrosa. Pero los hubiera convencido, porque Adolfo tenía unas condiciones para eso extraordinarias. Para eso y para muchas otras cosas. Yo lo admiro mucho y siento muchísimo la situación en la que ahora está porque es verdaderamente penosa. Pregunto al hijo, pero... Incluso un día habíamos preparado que yo fuera a almorzar con Adolfo y luego me dijo que no, porque no iba a saber quién era yo, y que lo íbamos a pasar mal todos. Le tengo un cariño enorme, admiración y agradecimiento. Pero creo que ahí estuvo mal aconsejado. Mal aconsejado porque cuando yo me entrevisté con Rodolfo Martín Villa, él fue a hablar con alguien que le dijo que estaba todo solucionado. Y se equivocó.

P. ¿Y no sabe con quién habló Martin Villa?

R. No. Yo me imagino que con un militar porque, claro, en aquel tema la opinión de un militar era muy importante. No lo sé y no se pueden hacer especulaciones porque a mí no me lo dijo Rodolfo Martín Villa.

P. ¡Qué suerte que estaba usted en la Zarzuela la noche la tarde del 23-F!

R. No, suerte no. Se hizo... vamos, el Rey es el que lo hizo todo. El Rey fue el que llamó a todos los capitanes generales. Algunos acataron inmediatamente las órdenes. El capitán general de Valencia, Milans del Bosch, también retiró los carros que había sacado a la calle. En fin, el Rey lo hizo todo, pero hubo que hacerlo.

P. De aquella noche del 23-F viene aquella frase que se le atribuye a usted desde Zarzuela: "El general Armada ni está, ni se le espera". ¿Fue exactamente así?

R. No es que yo buscara una frase histórica para grabarla en letras de bronce. Era la verdad. A mí, la conversación con el general Juste, de la Acorazada Brunete, me había hecho pensar que la presencia de Armada en Zarzuela era una cosa convenida entre ellos. Es decir, cuando eso se produzca, cuando Armada esté ahí, es que las cosas están en forma. Por eso la insistencia de Armada en ir a Zarzuela, pero yo ya empecé a aconsejar al Rey para hacer lo imposible para que Armada no subiera a Zarzuela. Porque no hay que olvidar que la organización de los golpistas fue bastante mala, por cierto, porque hasta las cosas malas hay que hacerlas bien.

P. ¿Qué otras cosas hicieron mal?

R. Pues el mismo Tejero entró diciendo en el Congreso "en nombre del Rey". Llamé a Tejero y le dije: "¿Qué haces ahí?". "Yo no recibo órdenes más que del capitán general de Valencia". Digo: "Sí, pero has entrado diciendo 'en nombre del Rey'. No vuelvas a utilizar ese nombre porque no estás autorizado". Se quedó un poco sorprendido. Luego yo creo que sí había un afán de implicar, de hacer creer que se hacía con consentimiento, o por lo menos con conocimiento, del Rey.

P. Dice Javier Cercas en el libro Anatomía de un instante que el Elefante Blanco era el general Armada.

R. Pues es probable. Ahí claro, sería muy largo detenerse en todo esto, pero había un plan primitivo que no tenía nada que ver con lo que sucedió. El general Armada, que seguía teniendo mucha relación con Zarzuela y con el Rey, un día mandó -me lo mandó a mí para que se lo hiciera llegar al Rey- un plan que decía que estaba hecho por un constitucionalista importante español, donde se hablaba de que, dada la situación difícil en que se encontraba Adolfo y el Gobierno, lo que convendría era hacer un gobierno de concentración. Daba incluso las normas. Sería un gobierno con personas de todos los partidos, de todos, porque el propio Felipe iba a ser vicepresidente, pero luego el presidente era una persona neutral, no política. Podía ser, decía, un general, un catedrático, un historiador. Realmente estaba previsto para el propio Armada.

P. Y ese proyecto, ¿tenía alguna viabilidad?

R. Eso no tenía forma porque, ¿qué es lo que se pretendía? ¿Que el Rey se presentara en el Congreso a decir que no cambiara el Gobierno? Eso era imposible. El hacerlo por las buenas... yo no encuentro forma de hacerlo. Y, además, lo que se jugaba el Rey... porque si el Rey hace una propuesta de ese tipo y no le hacen caso, pues queda completamente sin autoridad. No, eso no se hizo pero se mezcló con el asalto al Congreso por parte de Tejero. Y lo que iba a ser una propuesta pacífica, que no podía hacer más que el Rey y que por lo tanto era muy arriesgada, se convirtió en un golpe que ya derivó en la necesidad de salvar a los diputados que estaban en el Congreso. Y le puedo asegurar, firmemente, que se dio el discurso en cuanto se pudo, no esperando a nada. Quiero decir que desde el primer momento ya estaba decidida la postura del Rey, como es lógico.

P. Sabe bien que aquel retraso del discurso de don Juan Carlos dio pie a algunos a pensar que el Rey, antes de hablar, quería ver como acababa todo aquello...

R. Yo puedo asegurar rotundamente que desde el primer momento se había hecho ya el discurso, porque yo lo hice con el Rey. Cuando llamé para que mandaran una cámara -ahora hay cámaras, pero entonces tenía que venir de televisión- hablé con Fernando Castedo, el director general [de RTVE], y noté que no se expresaba bien. Yo le dije: "Mira, el Rey quiere lanzar un mensaje y ya lo tenemos hecho y tienes que mandar una cámara". "Sí, claro, pero es que...". En fin, empezó a demostrar que había dificultades. Ya deduje: "Pero, ¿es que tienes a alguien ahí?" Y dijo: "Sí". Claro, había una compañía, un regimiento de Transmisiones que había ocupado Prado del Rey. En vista de eso, el jefe de la Casa, don Nicolás Cotoner, el Marqués de Mondéjar, que era amigo del coronel al que pertenecía esa unidad, le llamó y le dijo: "Retira eso". Eso llevó tiempo. Después salió la cámara y tardó en llegar. Luego el Rey se fue a vestir de capitán general porque con todo ese apuro estaba con chándal. Hubo que devolver la cinta con todas las dificultades, que no sabíamos si la Zarzuela estaba rodeada. Es decir: no hay ningún interés y ninguna intención deliberada en que no se diera hasta la hora que se dio. Fue en cuanto se pudo dar. Luego se ha dicho que es que el Rey no daba el mensaje esperando cómo discurrían los acontecimientos en el Congreso con Armada... no. La verdad es que materialmente no se pudo hacer antes. El Rey reaccionó de una manera muy clara y muy rotunda y habló con todos los capitanes generales, aparte de dar el discurso en cuanto pudo.

P. General: muchas personas se sorprenden de que militares como usted o Manuel Gutiérrez Mellado, o antes Díez-Alegría, que venían de la dictadura, tuvieran tan claro que había que llegar a la democracia. ¿Quién les elegía a ustedes para puestos clave?

R. Eso no lo sé pero bueno, yo creo que, en definitiva, el Rey. Si yo fui a la Casa Real fue por el Rey. Pero antes de eso, pues no lo sé. De todas maneras, el general Díez-Alegría... le admiro mucho. Le admiré y creo que hizo una gran labor. No todo el mundo lo creía.

P. ¿Quién fue el mentor de Sabino Fernández Campo?

R. Pues la verdad es que nadie. La situación. En fin, no sé. El ambiente, el instinto que aquello no podía seguir, que había que cambiar, que había que ir con prudencia a una transformación política.

P. Antonio Garrigues Walker nos dice en este documental sobre Adolfo Suárez: "España es que no sabe dar bien las gracias. Las da tarde y mal".

R. Es posible, porque el agradecimiento a Suárez tenía que ser enorme. Enorme. Para mí hubo ese fallo, pero claro, ahora es muy fácil analizar lo que son los fallos. Pero entonces estábamos metidos en plena vorágine y no era fácil discriminar lo que iba a tener malas consecuencias o las tendría buenas. En general, Suárez lo hizo todo magníficamente y con una gran habilidad y tenía una gran simpatía y un gran afán de servir a España. Así que yo le admiro mucho y siento horrores la situación en que se encuentra. El hombre ha tenido tan mala suerte familiar y después, esta enfermedad que es tan penosa... Yo lo siento tanto... porque quiero mucho a Adolfo, le admiro muchísimo, tuve con él mucha relación. Fundamentalmente esa confianza que tuvo en exponerme a mí antes que iba a dimitir y las razones por las que dimitía.