martes, 29 de mayo de 2012

Los trucos de Isabel II


Canal Hola

¿Has notado alguna vez que la reina Isabel nunca estornuda en público? ¿Te has dado cuenta de que cuando sale de un avión las feroces ráfagas de viento nunca la despeinan un pelo? ¿Has observado que nunca enseña la rodilla al salir de un coche o un carruaje? Isabel II parece una super Reina, pero no tiene superpoderes, sino supertrucos secretos para haberse convertido en la Reina de todas las Reinas.

Durante sus 60 años de reinado, la soberana ha visitado más de 100 países y, de paso, ha perfeccionado el arte de la representación regia manteniendo la calma bajo presión. No importa lo cálido o húmedo que sea el clima, nadie ha visto jamás la más mínima gota de sudor en la frente de la soberana inglesa. Y la razón no es otra que la reina Isabel, según su diseñador Stewart Parvin, es generalmente "una persona fría", además de que siempre lleva ropa ancha y fibras cien por cien naturales (algodón y lana).

Que hace un viento huracanado, la reina Isabel ni se despeina debido a una exclusiva loción. Ni tampoco se le levanta la falda por encima de la rodilla a la salida de un coche: no se le vuela, no porque introduzca un peso de plomo en sus dobladillos, sino porque todos sus vestidos y trajes tienen enaguas que no lo permiten.

Pero, en caso de contratiempo, como una mancha o un roto, Angela Kelly, su asistente personal, se asegura de tener a mano un duplicado de cada traje. Así la Reina puede cambiarse discretamente de conjunto, sin que nadie lo sepa. Ya en palacio se lavarán a mano como siempre. Ninguna prenda del guardarropa de la reina Isabel se limpia en seco en una tintorería, sino que se cuecen al vapor para evitar malos olores químicos.

¿Rata gigante, Su Majestad?
La impecable imagen de la Reina se debe a un leal equipo. Antes de emprender cualquier viaje al extranjero, su secretario privado, su dama de honor, el secretario de prensa y la policía ultiman los detalles con muchos meses de antelación para resolver cualquier potencial dificultad.

Su trabajo es no dejar nada al azar. Ningún imprevisto: ni el posible clima ni las exquisiteces que se ofrecerán. Cada menú propuesto se anticipa a la Reina para su aprobación personal. Su equipo debe asegurarse de que nada que tome eleve su temperatura corporal o pueda ocasionarle alguna molestia estomacal. Los mariscos también están descartados.

Pero incluso con una planificación meticulosa, de vez en cuando las cosas no marchan como deben. Durante su primera gira a Belice en 1985, se le ofreció una especialidad local llamada gibnut. A pesar de su preocupación, probó uno o dos mordiscos sin darse cuenta de que el plato en cuestión era rata gigante. Un año más tarde, durante su histórica visita a China, la reina Isabel supo en el último momento que tenía que comer con palillos, un talento que no había llegado a dominar. Pero no se opuso a sentarse en el suelo y a comer con las manos con el rey Hassan de Marruecos en una visita de Estado.

Amiga de los remedios naturales
Sesenta frascos de remedios naturales ocupan un lugar preferente en el equipaje de la Reina, que puede llegar a pesar más de cuatro toneladas en los extensos viajes al extranjero. Sin ellos no viajaría a cualquier sitio. La soberana confía tanto en la naturopatía como alternativa a la medicina convencional que llegó a tratar homeopáticamente incluso a uno de sus corgis. El perro, que tenía una pata herida, se curó en pocos días con el ungüento proporcionado por la reina Isabel: "Si es lo suficientemente bueno para mí, debe ser lo suficientemente bueno para mis perros", respondió cuando se le preguntó por que había utilizado aquel remedio como tratamiento.

Así que no faltan botes de vitaminas, tratamientos para cada tipo de dolencia y hasta un aparato eléctrico para masajear los hombros o las doloridas muñecas de la reina Isabel que, como alguien dijo una vez, "se gana la vida dando la mano". En cuanto a su truco para no estornudar es sencillo: si la Reina tiene un compromiso al aire libre y es probable que pueda tener problemas con el polen, toma un antídoto contra la fiebre del heno.

¿Qué lleva en el bolso?
El bolso de Isabel II guarda lo fundamental: un pañuelo, una barra de labios, un pequeño espejo y una copia del programa del día, pero una de sus damas de honor lleva lo que se conoce como la Bolsa Marrón con todo lo necesario en caso de emergencia: pares de medias de repuesto, guantes, edulcorantes y un pañuelo húmedo con aroma a lavanda en caso de calor extremo. Reina previsora vale por toda una super Reina.

Alberto y Charlene de Mónaco esperan su primer hijo

Alberto y Charlene de Mónaco esperan su primer hijo

Alberto y Charlene de Mónaco esperan su primer hijo. Los rumores sobre un posible embarazo en la pareja real no han cesado en las últimas semanas. Aunque ellos aún no lo han confirmado, el cambio de vestuario de la ex nadadora luciendo ropa más holgada sumado a las interrupciones en su agenda oficial han hecho saltar todas las alarmas.

Así, la revista Pronto nos sorprendía este lunes con su portada en la que afirmaban que Alberto y Charlene de Mónaco están esperando su primer hijo. Y es que, al parecer, así lo ha confirmado la prensa italiana, concretamente, la publicación Gente.

Al parecer, todo indica que el matrimonio de la realeza monegasca está esperando a que llegue julio para anunciar el nacimiento de su primer hijo, haciéndolo coincidir así con su primer aniversario de boda. Y es que no es ningún secreto que Charlene quiera ser madre.

Ella misma lo ha manifestado en varias ocasiones. Además, si a esto le añadimos que Alberto de Mónaco está últimamente de lo más atento con su pareja y aparece en solitario en los actos públicos, la sospecha se hace cada vez más creciente. ¿Estaremos a punto de asistir al anuncio del futuro heredero del Principado de Mónaco?

viernes, 18 de mayo de 2012

Isabel II, reina de reinas



Borja Bergareche

ABC

El palacio de Windsor será hoy viernes el escenario de la mayor concentración de «cabezas reinantes» en una década. Todas las familias reales que son jefes de Estado –menos la española, tras la cancelación del viaje de la Reina Sofía– acudirán hoy al almuerzo ofrecido por la Reina de Inglaterra a sus «homólogos» para celebrar sus 60 años en el trono. En un universo regido por estrictas normas de precedencia y protocolo, el encuentro estará marcado por una inusual cortesía informal. No hay reverencias entre «iguales».

Aunque la Casa Real británica no publica listas de asistentes con antelación, está previsto que se sumen a la celebración casi todos los familiares de Isabel II a un acto al que acudirán nueve de las diez monarquías reinantes en Europa.

Por orden de llegada al trono, serán los reyes de Inglaterra, Dinamarca, Suecia, Holanda Noruega, Bélgica, Luxemburgo, Mónaco y Lichtenstein. El Rey Juan Carlos, en cuya representación iba a asistir la Reina Sofía, ocuparía su lugar entre Gustavo de Suecia y Beatriz de Holanda.

Si bien son los herederos quienes suelen asistir a este tipo de actos, esta vez lo harán los monarcas, reunidos por primera vez desde las bodas de oro en el trono de Isabel II en 2002. Aquel año se habían encontrado ya para los funerales de la Reina Madre. Por la noche, participarán en una cena ofrecida en Buckingham Palace por el Príncipe Carlos, mientras que los ciudadanos británicos esperarán al primer fin de semana de junio para conmerar el jubileo de diamantes.

Encarna la «parte digna» del Estado

En el centro de la reunión figura por tanto Isabel II, reina de reinas, jefa de Estado en 16 países, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas británicas y cabeza de la Iglesia anglicana. Nombra al primer ministro, con quien se reúne una vez por semana, y el Gobierno lo es de Su Majestad. Es parte integral del poder legislativo, junto a la Cámara de los Comunes y de los Lores. Los diplomáticos actúan en su nombre y nombra obispos por recomendación del primer ministro. Las cartas en un buzón son de su propiedad. Pero, como estableció en 1867 el constitucionalista británico por antonomasia, Walter Bagehot, la monarquía representa la «parte digna» del Estado, y no la «parte eficiente».

Es decir, que su poder es simbólico y no político. Pero su presencia es tan central en el ritual constitucional británico que parece encarnar el Estado más que ninguna otra monarquía. Su título completo es «Isabel Segunda, por la gracia de Dios, Reina del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte y de los demás reinos y territorios, cabeza de la Commonwealth y defensora de la fe». Por supuesto, fue Enrique VIII quien primero empleó este último título al «divorciarse» de la Iglesia Católica.

Un sondeo publicado esta semana por la BBC recoge que un 73% de los encuestados quieren que mantenga ese título, mientras que el 79% considera que «su papel religioso es importante».

En un país sin constitución escrita, no hay ley que recoja sus funciones, delimitadas por una mezcla de convenciones y de leyes que se remontan al Acta de Establecimiento de 1701, que regula la sucesión al trono. Bagehot resumió así los derechos del soberano en la monarquía parlamentaria británica: «El derecho a ser consultado, el derecho a animar, y el derecho a advertir». Un cierto margen de influir, por tanto, en el proceso político pero que no emerge jamás. Y que, en todo caso, es articulado en la intimidad de los encuentros semanales entre la Reina y el primer ministro, donde la convención establece que no puede oponerse al criterio del «premier».

Aunque es la Reina quien nombra al jefe de «su» Gobierno, la convención no le permitiría apartarse de las mayorías en el parlamento.

Reforma de la sucesión

Los expertos coinciden en que, desde un punto de vista material, su capacidad de intervención política es menor incluso que la del Rey de España, que «arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones», según el artículo 56 de la Constitución de 1978. Al igual que en España, las leyes del parlamento británico requieren el «consentimiento real», una formalidad que se manifiesta por carta, acatada siempre desde 1707. Otra manifestación de esa centralidad simbólica es el discurso de la Reina en la apertura del curso parlamentario, en el que la soberana se limita a leer –con toda la pomba del ritual– el programa legislativo establecido por el Gobierno, y solo por el Gobierno.

En su última edición, el pasado 9 de mayo, el Ejecutivo anunció un proyecto de ley para reformar la sucesión al trono eliminando dos vestigios de la Historia: la preferencia del varón o primogenitura masculina, y la prohibición de acceder al trono a quien esté casado con un católico.

El proceso, impulsado por David Cameron, fue aprobado el pasado mes de octubre por los 16 países que tienen a Isabel II como soberana (Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Barbados, Jamaica y varias islas pequeñas), que deberán modificar sus constituciones para que entre en vigor la reforma de la que es, para muchos, la última monarquía universal.

lunes, 14 de mayo de 2012

Bodas de oro de los Reyes de España

«Me enamoré de Sofía inmediatamente. Es una de las pocas mujeres que conozco capaz de llevar con toda dignidad una Corona Real», dijo el entonces Príncipe de Asturias, en 1961, tras pedir la mano de la Princesa de Grecia.


Isral Viana
ABC
Juan Carlos y Sofía se vieron por primera vez en 1954. Él tenía 16 años, y ella, 15. Pero al parecer no se hicieron el más mínimo caso. Fue en un crucero organizado por la Reina Federica de Grecia para reunir a la nueva generación de las Familias Reales europeas tras la guerra, sin que nadie llegara a atisbar que aquella pareja de jóvenes que ni se miró, formaría uno de los matrimonios más estables de las monarquías europeas, al cumplirse medio siglo de su boda.
Siete años tuvieron que pasar aún para que naciera el idilio entre el Príncipe Juan Carlos y la Princesa Doña Sofía. Fue el 8 de junio de 1961, en Londres, durante la boda del Duque de Kent: «Por una vez, el protocolo hizo bien las cosas, pues me asignó a Juanito como caballero acompañante», confesó Sofía. Juan Carlos tenía 23 años, diez meses más que su futura esposa, convertida ya entonces en una muchacha bella, alta, esbelta y distinguida.

«Me enamoré de Sofía inmediatamente»

Debido seguramente a que la crónica sentimental respetó –por extraño que parezca hoy en día– su noviazgo, el Príncipe de Asturias y la Princesa de Grecia fueron cimentando su cariño con dedicación e ilusión, prácticamente en la intimidad, como cualquier otra pareja de veinteañeros de su generación.
Se vieron en París, Londres y aquellos lugares en los que podían, mientras se les relacionaba con miembros de otras Casas Reales. Pero «Juanito» lo tenía claro: «Me enamoré de Sofía inmediatamente. Es una de las pocas mujeres que conozco capaz de llevar con toda dignidad una Corona Real», confesaba el día que anunció su compromiso matrimonial con Sofía, en septiembre de 1961, en Atenas. Y no se equivocó.
Tal fue la discreción y normalidad de su noviazgo, que el anunció de la boda fue una auténtica sorpresa para los medios internacionales y los círculos más cercanos. «Constantino nos telefoneó desde Londres y nos dijo que estuviésemos preparados para una gran sorpresa –contó la madre de Doña Sofía, la Reina Federica–. A Pablo [Pablo I de Grecia] y a mí nos encantó y nos horrorizó la noticia. Nos encantó porque Juanito es muy apuesto, inteligente, tiene ideas modernas y se muestra siempre amable y simpático. Nos horrorizó porque, como es católico, sabíamos que antes de que se casara habría tremendas discusiones sobre esta cuestión».

El disgusto de Franco

Pero nada de eso ocurrió. La boda se celebró en Atenas el 14 de mayo de 1962, arropados los prometidos por el calor de, según las crónicas de entonces, más de medio millón de personas que «vitoreaban con entusiasmo a una bella Princesa griega de veinticuatro años» y a aquel «joven teniente del Ejército español, heredero legítimo de los Reyes de España». «Dos patrias insignes, dos ilustres penínsulas, dos pueblos cargados de mérito para con occidente, se hermanan sentimentalmente en una boda que ha conmovido al mundo», contaba ABC.
La ceremonia, preparada exclusivamente por las dos Casas Reales, disgustó a Franco, quien planeaba ejercer el máximo control sobre el Príncipe. De hecho, Don Juan le comunicó al dictador la noticia del compromiso el mismo día que se hizo oficial el Grecia. Y mientras se planificó la boda, las presiones aumentaron en torno al Generalísimo, que no se hallaba en plenitud de sus facultades físicas después del accidente de caza sufrido pocos meses antes, y no habiendo aún decidido hacia dónde orientar su sucesión.
Aquellas presiones no supusieron un obstáculo para el deseo de los Príncipes de casarse. Fue un 14 de mayo, a las 10 de la mañana, en la iglesia católica de San Dionisio, catedral de Atenas. «El Sol incendiaba las calles, mientras una multitud abigarrada vitoreaba con entusiasmo a los prometidos», relataba este periódico. Cinco cañonazos disparados desde la colina de Lycabetos dieron la bienvenida al magno evento, con las calles repletas de banderas de España y Grecia, «cruzadas y hermanadas como en símbolo de amor».

Apoyo al futuro Rey de España

Hasta ocho princesas de sangre real fueron las damas de honor de la novia. Y allí estaban todos los príncipes de Europa sin exclusión, todos con sus mejores galas y sus refulgentes joyas, llegados para manifestar su apoyo al futuro Rey de España, mientras los Borbones desempolvaron sus mejores galas, sin perderse en la pompa innecesaria, para realzar la importancia de su pertenencia a la Historia y de su deseo de acompañar a la Monarquía en el incierto caminar de España.
El Príncipe, «sonriente y marcial», dio el «sí, quiero» a la Princesa con el uniforme oficial del Ejército español y, sobre él, el Gran Collar de Carlos III, entre otras condecoraciones. Doña Sofía lucía un vestido de seda entreverada, con plata ligera, con un encaje antiguo y una cola de seis metros, diseñado por Jean Desses, además de unos zapatos de Vivier y un peinado realizado por Isaac Blanco.
Tal era el entusiasmo, que en Atenas se llegó a publicar un periódico en castellano, «El Diario Español». Mientras en España, el Régimen hizo que la ceremonia se emitiera en diferido, a altas horas de la madrugada, con Televisión Española tratando de dificultar a toda costa la emisión de los primeros planos de Don Juan de Borbón.

La censura de TVE

Pero aquello no evitó que quedaran para la memoria los semblantes visiblemente emocionados de los actuales Reyes de España y el dulce gesto de Don Juan Carlos pasándole a su mujer un pañuelo para que se secara las lágrimas, mientras sonaba el «Aleluya» de «El Mesías» de Haendel y miles de pétalos de rosas caían sobre los nuevos esposos.
Medio siglo contempla ya el matrimonio de los Reyes, y una familia con tres hijos y ocho nietos que ha representado a España a lo largo y ancho del planeta, superando retos clave para la historia reciente de España. Cincuenta años en los que ha formado una familia que ha disfrutado siempre de un índice de aceptación que pocas Casas Reales Europeas conocen.

jueves, 3 de mayo de 2012

Fallece en Roma a los 99 años de edad Emmanuella Dampierre

El Mundo

Emmanuella Dampierre y Ruspoli, madre de los fallecidos Alfonso y Gonzalo de Borbón, y abuela de Luis Alfonso de Borbón Martínez Bordiú, murió hoy de madrugada en Roma a los 99 años de edad, informaron fuentes familiares.

Su nieto viaja hacia Roma, donde Emmanuella Dampierre vivía en un ático del Palacio Massimo, en el Corso Vittorio, para ocuparse de los funerales y de los trámites legales, agregaron.

Por este motivo, Luis Alfonso de Borbón, actual duque de Anjou, ha cancelado un viaje previsto hoy a León, donde iba a imponer las becas a la IV promoción de bachilleres del Colegio Internacional Peñacorada.

Esposa de Jaime de Borbón

Emmanuella Dampierre nació en el palacio de Ruspoli en Roma (Italia) el 8 de noviembre de 1913. Era hija del vizconde francés Roger de Dampierre, segundo duque de San Lorenzo, y de la princesa italiana Vittoria Ruspoli, descendientes de los príncipes Poggio Suasa. Vivió sus últimos años en Roma "muy bien atendida con enfermeras y personal, bajo la supervisión de su nieto", añadieron fuentes familiares.

Emmanuella se casó en 1935, a los 18 años, con Jaime de Borbón y Battenberg, hermano de Juan de Borbón y tío del actual Rey de España, Juan Carlos. El matrimonio se divorció en 1947.

Jaime de Borbón era sordomudo, lo que le hizo renunciar a los derechos al trono de España que le correspondía por el fallecimiento de su hermano mayor, Alfonso, a petición de su padre, Alfonso XIII. No obstante, en 1949, intentó que su renuncia fuese invalidada, oponiéndose a que su hermano Juan de Borbón, padre del Rey Juan Carlos, se convirtiera en jefe de la Casa del Rey.

Finalmente, en 1969, Jaime de Borbón renunció definitivamente a la reclamación después de que el entonces príncipe Juan Carlos fuese designado por Franco.

'Una vida muy difícil'

"Fue una mujer con una vida muy difícil y enfrentó esa vida con gran coherencia dinástica, salvaguardando los derechos dinásticos de sus hijos Alfonso y Gonzalo, y tuvo gran empeño en que la descendencia de ellos quedara asegurada", dijo a Efe uno de sus allegados.

Parte de los sectores monárquicos españoles no aceptaron la renuncia de Jaime de Borbón al trono de España y algunos monárquicos franceses lo consideraron jefe de la Casa de Borbón de Francia.

Tragedias familiares

La hija de la princesa Vittoria Ruspoli tuvo que afrontar el divorcio de su primogénito, Alfonso de Borbón, duque de Cádiz, y María del Carmen Martínez Bordiú, nieta del general Franco, en 1982.

Además, la muerte prematura en 1984 en accidente de tráfico en Navarra de su nieto mayor Francisco de Asís de Borbón, de 12 años de edad, hijo de Alfonso de Borbón y María del Carmen Martínez Bordiú, fue un "duro golpe para ella", refirieron los allegados.

En 1989 su hijo Alfonso de Borbón murió en Beaver Creek, Condado de Eagle (Colorado, EEUU) cuando inspeccionaba las pistas de esquí y su cabeza resultó segada por un cable al llegar a la meta.

En el año 2000 su último hijo, Gonzalo, duque de Aquitania, murió en Lausana (Suiza) víctima de una leucemia.

"Los años 80 fueron terribles para ella, sufrió muchísimo", relataron.

Divorcio y segundas nupcias

Aunque en España continuó siendo la esposa de Jaime de Borbón, en Italia se le reconoció el divorcio y Emmanuella Dampierre se casó en segundas nupcias en 1949 en Viena con un agente de bolsa milanés, Antonio Sozzani, de quien se separó en 1967.

Tras una relación sentimental con el abogado Federico Astarita, se retiró a Roma, donde vivió los últimos años de su vida y donde fue visitada y asistida por su nieto Luis Alfonso de Borbón.

En 2003 su figura saltó a la actualidad de la prensa rosa tras la publicación de sus polémicas memorias, en un libro escrito por la periodista Begoña Aranguren y en el que ella misma relataba sus vivencias.

En ese momento, se le reprochó en algunos medios que sacara a relucir su malestar con la familia real española, encabezada por Don Juan, blanco de sus ataques.

Al parecer, su malestar se debía a que no había sido recompensada económicamente y sus hijos reconocidos sus derechos dinásticos, tras el sacrificio hecho por su esposo al renunciar en favor de Don Juan.