viernes, 19 de junio de 2020

Un Rey ejemplar en tiempos duros

Editorial de El Mundo

"Una Monarquía renovada para un tiempo nuevo". Es lo que prometió Felipe VI cuando hace hoy seis años fue proclamado Rey por las Cortes tras un modélico relevo al frente de la Corona que significó un verdadero pacto de Estado entre las principales fuerzas políticas de nuestro país: PP y PSOE. Entonces el Parlamento aún no estaba tan fragmentado. Se encontraba al frente del Gobierno Mariano Rajoy, quien hoy subraya en nuestras páginas que aquella operación supuso la renovación del pacto constitucional, con el mismo espíritu que había alumbrado la Transición que dio paso a nuestro actual régimen de libertades. El Rey Juan Carlos, que había pilotado con tanto acierto aquel complicado proceso, abdicaba y daba paso a su hijo en un momento en el que la Corona necesitaba un nuevo empuje, recuperar prestigio y avanzar en transparencia y ejemplaridad. Y todo manteniendo su papel fundamental en el vértice de nuestro sistema institucional. Porque la Monarquía no es una institución ornamental. Es, por un lado, símbolo de la continuidad y de la unidad nacional que garantiza a todos los españoles sus derechos constitucionales, y a la vez es el árbitro imprescindible que asegura el correcto funcionamiento de las instituciones.

Esa doble función la está cumpliendo sin tacha Don Felipe, con la rectitud y neutralidad que se le exige. En sus seis años de reinado ha impulsado profundos cambios en la Corona para cumplir la promesa de su proclamación, incluidas la remodelación de la Familia Real y la aplicación de estrictas normas de transparencia. Está al frente, sin duda, de una "Monarquía renovada". Y en un «tiempo nuevo» y muy convulso, en el que Felipe VI se ha enfrentado a desafíos graves: el primer año de bloqueo político, un proceso golpista en Cataluña -para cuya desarticulación fue decisiva su intervención, algo que no le perdonan los independentistas- o la actual pandemia. En estas duras circunstancias, el Rey ha ejercido su rol con acierto notable y gran prudencia.

La Monarquía se ve zarandeada también por distintos escándalos que implican a Don Juan Carlos. Cabe subrayar la enérgica reacción del actual Rey, para quien no caben "conductas no ejemplares". Pero solo a un necio se le escapará que la campaña de acoso contra la Corona, que incluye el bastardo intento de hacer pagar al hijo los errores del padre, busca dinamitar nuestro actual marco constitucional. Porque el Monarca es el aval de su permanencia. Y no sería tan inquietante ese plan si sus promotores no se sentaran hoy en el Consejo de Ministros.

Felipe VI, seis años Rey

Monográfico de ABC para conmemorar el sexto aniversario de la proclamación del Rey.

Felipe VI se vuelca en reparar la imagen de España en el exterior

El Mundo

Aquel 19 de junio de 2014, en el Congreso y las calles de Madrid los hombros de unos chocaban con los de otros. Besos, saludos, abrazos, gritos, euforia y cero distancia social. Este viernes, seis años después, esa muchedumbre permanece desplazada por una realidad de mascarillas y distanciamiento social.

Felipe VI, en el sexto aniversario de su coronación, afronta su tercera crisis desde que accedió al trono: la reputacional por la investigación sobre los negocios de Don Juan Carlos, el desafío independentista de Cataluña y el coronavirus.

La noche en la que España entraba en estado de alarma, Felipe VI repudió a su padre. Le retiró su asignación pública y renunció a su herencia -gesto simbólico- tras destaparse nuevas investigaciones periodísticas que lo vinculaban a fondos opacos y que, incluso, relacionaban al propio Felipe VI como posible beneficiario.

Un hecho inédito del que pasó página volcándose en dar un giro a la imagen de la Corona: contactos, reuniones, cercanía... con todos los sectores afectados e implicados en la lucha contra el coronavirus.

GARAMENDI: "MODERACIÓN INSTITUCIONAL"

Pero más allá de la puesta en escena comunicativa, la figura del monarca emerge en la trastienda, en las reuniones y llamadas cuyo contenido no trasciende completamente, para asumir un papel crucial a la hora de restaurar la imagen de España, deteriorada en el extranjero a consecuencia del impacto de la pandemia.

Así lo atestiguan las personas que han estado en contacto con el Rey durante la pandemia, al que conceden un rol determinante para impulsar la reactivación y generar de nuevo confianza en el mercado internacional.

"El papel del Rey durante la pandemia ha sido fundamental, ya que contar con una institución estable y que trasciende lo político como la Monarquía española ha contribuido a aportar moderación e institucionalidad en un momento de tanta dificultad", considera Antonio Garamendi, presidente de la CEOE.

"De cara a la reconstrucción, nadie duda de que España tiene por delante el reto de explicar fuera de nuestras fronteras que el país está preparado para retomar la actividad y recibir desde inversiones a turistas. Para ello, el magnífico papel de Don Felipe VI como embajador seguro servirá para acelerar y consolidar ese proceso", añade Garamendi.

"Su figura es importante para generar unidad ante un esfuerzo común donde hay que aunar fuerzas y esfuerzos públicos y privados", apunta Pablo López Gil, director general del Foro de Marcas Renombradas Españolas, una alianza estratégica público-privada de las principales empresas españolas.

LÓPEZ GIL: "EMBAJADOR DE LA IMAGEN DE ESPAÑA"

"La figura del Rey es importante hacia dentro, pero también hacia el exterior. Es importante en este momento recuperar la confianza a nivel internacional para atraer turismo, inversiones, talento... Su figura siempre ha sido fundamental desde una perspectiva institucional y política, y también desde el punto de vista económico y empresarial. Es uno de los principales embajadores de la imagen de España y de sus intereses económicos y empresariales", ahonda López Gil.

Ese trabajo de revertir una deteriorada proyección exterior del país es clave a corto plazo. Máxime cuando España vuelve a la nueva normalidad la próxima semana y abre fronteras el domingo. "Es un gran defensor de la marca España en todo el mundo. Sus mensajes han sido claros y efectivos, una colaboración de extrema utilidad", resalta Carlos Garrido, presidente de la Confederación Española de Agencias de Viajes (CEAV).

"Cualquier iniciativa contará siempre con el respaldo, apoyo y afecto de la Corona, firmemente comprometida y entregada a la proyección de España hacia el exterior y a la defensa de los intereses generales", dijo este juevesFelipe VI en el acto de presentación de la campaña Spain for Sure. Más contundente fue hace unos días cuando hizo un claro llamamiento al turismo internacional: "España es un destino turístico seguro y de calidad".

Esa labor de proyección internacional de España, de restañar el daño provocado por el impacto de la tragedia, ha transitado toda la actividad de Felipe VI durante la pandemia. Ha protagonizado más de 19 audiencias, 84 videoconferencias, 141 llamadas telefónicas... para conocer de primera mano el impacto y la labor de todos los sectores: sanitario, económico, social.

CONTACTOS EN EL EXTRANJERO

Y, sobre todo, ha dialogado con 12 jefes de Estado de América, Asia, Europa y el Área Mediterránea -el presidente de EEUU; el emperador de Japón; la reina de Inglaterra y el príncipe Carlos; el rey de Marruecos; el rey de Jordania; y los presidentes de las repúblicas de Portugal, Alemania, Austria, Israel, Túnez y Georgia-.

A estas llamadas se suman también los contactos con los máximos dirigentes de organizaciones multinacionales: António Guterres, secretario general de Naciones Unidas; Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud; Rebeca Greenspan, secretaria general Iberoamericana; y Zurab Pololikhasvili, secretario general de la Organización Mundial del Turismo.

"Su Majestad ha demostrado su compromiso ineludible con la defensa de nuestras instituciones, la estabilidad y el desarrollo económico y social de España, especialmente en los momentos más difíciles. Su papel será clave para forjar los consensos necesarios para cohesionar y movilizar a los españoles en un proyecto compartido e ilusionante de recuperación económica y social", expone el presidente del Círculo de Empresarios, John de Zulueta.

Quienes han conversado con el Rey destacan la cercanía mostrada y el conocimiento de la materia correspondiente, "hasta de problemas puntuales de subsectores". "En medio de esta crisis sanitaria, el Rey nos llamó, se preocupó por el sector ovino y nos escuchó", cuenta José Antonio Asensio, gerente del Consorcio de Promoción del Ovino. 

La Corona y la democracia en España

Tomás Salas

ABC


El paso de un sistema político autoritario a una democracia no se da en España, como en otros países, en forma de ruptura, sino de reforma legal. Aquella famosa fórmula atribuida a Fernández Miranda, «de la ley a la ley», resume bien el espíritu de este cambio histórico. En efecto, las Leyes Fundamentales dan paso a la Ley para la Reforma Política y, de ahí, al actual statu quo. No hubo ruptura. Ni siquiera hubo unas Cortes Constituyentes que hicieran un debate abierto sobre la Constitución, como sí lo hubo en la II República que, por otra parte, tampoco fue un modelo de rigorismo legalista. A veces me he preguntado si hombres como Fernández Miranda, Fernández de la Mora o

 López Rodó, los que impulsaron el paso a la Monarquía y lo que se llamó la «institucionalizacion del Régimen» (establecer unas instituciones y leyes que le dieran al sistema una solidez y continuidad más allá del personalismo) querían una democracia como la que hay hoy en España. Me parece que no. Aquel largo proceso se resume en el título de las memorias de López Rodó: «La larga marcha hacia la Monarquía». Lo que todos estos hombres buscaban -incluido Carrero, el máximo valedor de todos ellos- era la restauración de la Monarquía en España. La democracia podía ser la parte adjetiva, pero la parte sustantiva de este cambio era la Corona.

Y llegó está restauración: algo, más que difícil, casi milagroso. Algo a contrapelo de la tendencia universal hacia la república. Basta mirar un mapa político en el siglo XVIII y otro a principios del siglo XX; y comprobar cuántas cabezas coronadas han quedado en el transcurso de un par de siglos. La Corona en España (que los hombres como Carrero concebían como tradicional, católica y orgánica) hereda a las leyes del Régimen (la Ley de Sucesión es de 1947, no se trató de una ocurrencia de última hora), de donde proceden, y, evidentemente, las competencias de la Jefatura del Estado.

Finalmente, se desarrolló un proceso vertiginoso que llevó a España a un modelo de democracia occidental. Este proceso, legal y políticamente, no podía surgir de otro lugar que de la Corona, que acumula los poderes casi absolutos de la Jefatura del Estado. Fue voluntad de Don Juan Carlos I abrir el camino que conocemos como Transición: nombramiento de Suárez, Ley de Reforma Política, acercamiento a las izquierdas (incluyendo los comunistas) y a los nacionalistas, etcétera. Se hace una política de gestos que es sumamente significativa. En 1978 los jóvenes Reyes visitan Argentina y se reúnen con la colonia de emigrados en Buenos Aires; a la primera persona que saludan (puede buscarse fácilmente en la red esta foto histórica) es a la viuda de Manuel Azaña, de la que reciben un emocionado abrazo (seguro que hay muchos españoles jóvenes que no conocen esta foto y que, seguramente, desconocen quién fue Azaña).

Se puede argumentar que hubo condicionamientos y presiones tanto internas como internacionales; sin duda que las hubo y que fueron muy importantes. Se puede argumentar que los niveles de desarrollo en España en 1975 exigen ya un cambio político. Todo esto es cierto, porque los hecho políticos ocurren en un contexto histórico y social, no en un tubo de ensayo. Todo esto es cierto, pero...

Pero la voluntad política partió formalmente de la Corona y de la persona que la encarnaba. Muchos dirán que el sistema monárquico en España no tiene otra legitimación que estar recogido en la Constitución del 78 y aprobada en referéndum. Yo pienso que la realidad es el proceso contrario: la Constitución y el sistema democrático derivan de la Corona y, de forma menos inmediata, de la Ley de Sucesión que, paradójicamente, la misma Constitución deroga. La correa de transmisión de la antigua a la nueva ley fue esta vetusta institución, renacida en España en los años 70, de forma atípica y casi milagrosa y cuyo futuro se presenta incierto -aunque apasionante.

domingo, 14 de junio de 2020

La ejemplaridad del Rey en medio de una tormenta perfecta

Almudena Martínez-Fornés

ABC


Don Felipe cumplirá el próximo viernes seis años como Rey, y lo hará bajo un estado de alarma y en unas circunstancias políticas, económicas, sociales, sanitarias y personales muy excepcionales. El aniversario llega en medio de una tormenta perfecta, agitada por el deseo de algunos ministros del Gobierno de acabar con la Monarquía y el sistema democrático de 1978, algo que varios de ellos ya han insinuado en público y que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, no ha querido desmentir.


Nunca, hasta ahora, había habido un gobierno formado por socialistas y comunistas, ni en Monarquía ni en las Repúblicas. Sin embargo, la Legislatura arrancó con aparente normalidad. Sánchez y sus 22 ministros prometieron «lealtad al Rey y guardar y hacer guardar la Constitución», y el día de la Apertura Solemne, el pasado 3 de febrero, todos sus miembros, incluidos los republicanos, se sumaron en el Parlamento a uno de los aplausos más largos que ha recibido el Rey, de casi cuatro minutos de duración.


Un par de meses después, empezaron las insinuaciones de ministros como Pablo Iglesias o Alberto Garzón, criticando la formación militar del Rey o haciendo apología de la República, a las que siguieron las de Juan Carlos Campo, que llegó a hablar el pasado miércoles en tres ocasiones de «crisis constituyente» en el Congreso de los Diputados. Estos comentarios se sumaron a la hostilidad que los socios separatistas del Gobierno venían mostrando hacia la Corona como símbolo de la unidad del Estado.


Mientras que los independentistas catalanes ven en Don Felipe al hombre que acabó con su ensoñación secesionista de 2017, y no se lo perdonan, los separatistas de Bildu ven también en el Rey a quien siempre ha estado del lado de las víctimas del terrorismo que ellos siguen sin condenar. De hecho, Don Felipe y Doña Letizia quisieron que el primer acto de su reinado fuera precisamente con todas las víctimas del terrorismo.

A las críticas se añade una larga cadena de plantones y ninguneos por parte del jefe del Ejecutivo y al intento de silenciar al Rey en la etapa más grave de la democracia, con más de 40.000 muertos, según el Instituto Nacional de Estadística, por la pandemia del Covid-19, y en medio de una ruina económica y un pesimismo generalizado.


Un hecho llamativo es que Sánchez nunca ha defendido al Rey de las críticas recibidas por parte de sus socios, ha llegado tarde a citas con Don Felipe en varias ocasiones y le ha sustituido en actos propios de jefes de Estado, como fue la Cumbre del Cambio Climático. Además, no asistió al debut de la Princesa de Asturias en Oviedo, como hizo Leopoldo Calvo-Sotelo cuando se estrenó el Heredero de la Corona en 1981. Y tampoco acompañó a la Familia Real en Barcelona, durante la primera visita oficial de la Heredera de la Corona a Cataluña en medio de protestas separatistas.

Los partidarios de derrocar el actual sistema son conscientes de que Don Felipe es un Rey difícil de atacar, pues en su caso se une a un comportamiento institucional impecable, la autoexigencia -hecha pública el día de su proclamación- de mantener «una conducta íntegra, honesta y transparente». Y porque en los seis años de su reinado ha adoptado numerosas medidas para convertir a la Casa del Rey en una de las instituciones más transparentes de España. Entre ellas, la prohibición de que los miembros de la Familia Real puedan trabajar en empresas públicas o privadas, la adopción de un régimen jurídico para los regalos, cuyo valor no puede superar los usos de cortesía; un exigente código de conducta para los empleados de la Casa del Rey y el sometimiento voluntario de las cuentas a una auditoría pública.


Además, Don Felipe no ha perdido ocasión para renovar ese compromiso con la honestidad: «Es preciso que las acciones del Rey se guíen por la ejemplaridad y la dignidad, por la integridad, la capacidad de sacrificio y la entrega sin reservas a España», insistió hace un año, en la celebración del quinto aniversario de su reinado.

En cambio, los opositores a la Monarquía creen haber encontrado un balón de oxígeno en las supuestas cuentasde Don Juan Carlos en el exterior, asunto con el que pretenden desprestigiar a la Corona y allanar su camino hacia la demolición del sistema, a pesar de que ha propiciado la mejor etapa de la historia de España.


Sin embargo, en el terreno de la ejemplaridad, Don Felipe juega en casa. A diferencia de los políticos, que tienden a tapar las irregularidades de sus compañeros de filas, el Rey ya ha demostrado que a él no le tiembla la mano cuando tiene que elegir entre el afecto familiar y la ejemplaridad de la Corona. Lo hizo en 2011, aún siendo Príncipe de Asturias, cuando marcó distancias con su cuñado, Iñaki Urdangarin; lo volvió a hacer en 2015, cuando revocó el Ducado de Palma de Mallorca, concedido a su hermana, la Infanta Cristina, y lo repitió el pasado 15 de marzo, cuando hizo pública la ruptura con su padre.

Don Felipe impuso su condición de Rey a la de hijo y, una vez más, tomó unas medidas muy dolorosas pero necesarias para preservar la autoridad moral de la Institución que encarna: la renuncia en su nombre y en el de su hija, la Princesa de Asturias, a cualquier herencia que no fuera transparente y ejemplar, y la retirada de la asignación anual a su padre.


Estas decisiones habían sido formalizadas hace un año ante notario, y el Rey tuvo que hacerlas públicas el pasado 15 de marzo, justo al día siguiente de que empezara el estado de alarma por la pandemia. Ese fin de semana habían arreciado las presiones y el intento de chantaje de los abogados de Corinna Larsen, que se encuentra acorralada judicialmente y trataba de implicar al Rey en una oscura operación. Su plan consistió en filtrar a la prensa que Don Felipe era beneficiario de dos fundaciones con cuentas en el exterior, algo que, si se hizo, fue sin su conocimiento ni consentimiento, según declaró el Rey ante notario.

Fue hace un año, por tanto, cuando se produjo la ruptura entre el Rey y su padre, que acabó retirándose dos meses después de la vida pública. Desde entonces, solo han coincidido en público en el funeral de la Infanta Doña Pilar, que falleció el pasado mes de enero. Nada ha trascendido sobre la relación personal entre padre e hijo, pero ambos saben que, por encima de los afectos familiares, está la pervivencia de la Institución. Una vez más, se ha impuesto en la familia el sentido dinástico.


El caso de Don Juan Carlos ha vuelto a resurgir esta semana, cuando la fiscal general del Estado, Dolores Delgado, decidió trasladarlo al Tribunal Supremo, dada su condición de aforado. En principio, el pago que se investiga, de cien millones de dólares procedente del Reino de Arabia Saudí, se produjo supuestamente en agosto de 2008, por lo que un posible delito habría prescrito. Pero, además, las investigaciones solo podrán afectar a la actividad posterior a su abdicación, que se hizo efectiva el 18 de junio de 2014. Encuentren o no posibles infracciones, lo que está claro es que la investigación de la Fiscalía contribuirá a dañar la imagen de Don Juan Carlos y, por extensión, la de la Corona.

Además, con el fin de explotar al máximo esta oportunidad de erosionar a la Monarquía, Unidas Podemos presentó el pasado jueves en el Congreso de los Diputados una petición para crear una comisión de investigación sobre «las relaciones diplomáticas y comerciales entre España y Arabia Saudí y su vínculo con instituciones y empresas españolas y sus efectos sobre el erario público». Obviamente, el nombre de la comisión es un eufemismo para eludir los controles y poder abrir un debate sobre Don Juan Carlos y la Monarquía.


A pesar de estos hechos inquietantes, las relaciones entre La Zarzuela y La Moncloa siguen siendo aparentemente fluidas, al menos al máximo nivel: Pedro Sánchez continúa despachando semanalmente con el Rey, aunque durante la pandemia lo ha hecho por vía telemática; los ministros acompañan a Don Felipe y le informan de los asuntos de Estado con la normalidad habitual, aunque la mayoría acuden sin papeles a las reuniones, como si fueran de visita, y en las intervenciones oficiales del Jefe del Estado no se aprecia, hasta ahora, un cambio impuesto en sus discursos.


Visitas a Comunidades autónomas


Aunque soplen vientos adversos, Don Felipe y Doña Letizia han continuado con su labor institucional, adaptada a las nuevas circunstancias. Y en estos tres meses de confinamiento y alarma, a golpe de teléfono, de videoconferencia y de reuniones reducidas, han conseguido contactar con prácticamente todos los sectores de la sociedad española: casi 300 entidades y más de mil personas. La actividad de los Reyes ha tenido poca repercusión en los medios de comunicación, de manera que ha sido necesario un mayor esfuerzo para tratar de llegar al mayor número de ciudadanos.


A medida que se ha ido suavizando el confinamiento, Don Felipe y Doña Letizia han ido ampliando su presencia exterior y, en cuanto las circunstancias lo permitan, empezarán una gira por Comunidades. De hecho, la semana del 22 de junio tienen previsto viajar a Canarias, donde su presencia puede producir un «efecto llamada» a la tan necesaria llegada de turistas. Y el 1 de julio el Rey viajará a la frontera de Portugal, a la altura de Badajoz, para reabrirla en un acto oficial junto al presidente del país vecino, Marcelo Rebelo de Sousa, en presencia de los dos jefes de Gobierno, Sánchez y António Costa. También quieren ir a Cantabria.

Las aguas están tan revueltas que no solo los republicanos están mirando a La Zarzuela. En las redes sociales circulan desde hace semanas peticiones de particulares para que el Rey intervenga en política, como si el Jefe del Estado tuviera competencias para corregir los resultados de las urnas o de las votaciones parlamentarias. Y si algo está claro es que Don Felipe es «un Rey constitucional», como dijo él mismo el día de su proclamación, por lo que no cometerá el error de entrar en política. Muestra de este estado de ánimo es el hecho de que una asociación pro guardia civil viera un tricornio en la solapa de Don Felipe, y lo interpretara como un gesto de apoyo al Instituto Armado tras las polémicas destituciones del ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, cuando lo que el Rey llevaba en la chaqueta era el botón de la Orden de Carlos III.

En este clima de alta tensión, Don Felipe cumplirá seis años de un reinado especialmente difícil, en el que ha tenido que afrontar un bloqueo político de once meses de duración, un vacío legal en la Constitución ante la ausencia de un candidato con apoyos a la Presidencia del Gobierno, atentados terroristas en Barcelona y Cambrils, un referéndum separatista ilegal, cuatro elecciones generales, ocho rondas de consultas para proponer un presidente, un cambio de gobierno sobrevenido por una moción de censura, un Ejecutivo integrado por socialistas, republicanos y comunistas, y una pandemia que ha dejado más de 40.000 muertos y una ruina económica.


En seis años, Don Felipe ha conocido a casi medio centenar de ministros y a decenas de líderes de partidos, algunos de los cuales han desaparecido con la misma fugacidad con la que surgieron. Y todo ha transcurrido con la incansable refriega política como banda sonora del reinado de un Rey empeñado en defender una España «en la que cabemos todos». Un Rey que no se cansa de advertir que «España no puede ser de unos contra otros», que «debe ser de todos y para todos» y que «la imposición de una idea o un proyecto de unos sobre la voluntad de los demás españoles solo nos ha conducido en nuestra historia a la decadencia».


Democracia y libertad


Si algo ha definido a Don Felipe como Rey en estos primeros seis años de reinado ha sido su defensa de la democracia y la libertad. Eso es lo que hizo el 3 de octubre de 2017, cuando cortó en seco la ensoñación separatista y excluyente catalana, que había cruzado la línea roja de la ley. En aquel momento, ninguno de los tres partidos constitucionales -PP, PSOE y Ciudadanos- era favorable a aplicar el artículo 155 de la Constitución, y el Gobierno de Mariano Rajoy no quería asumir en solitario su aplicación.

En seis minutos de discurso, Don Felipe cortó el delirio separatista, borró la sensación de vacío de poder y dejó claro a la comunidad internacional que España seguía considerando a Cataluña parte de su territorio. Además, su mensaje devolvió el ánimo y la esperanza a muchos españoles, y a muchos catalanes que cinco días después desbordaron por primera vez las calles de Barcelona con banderas españolas y demostraron que hay otra Cataluña posible.


El mensaje de Cuba


Esa misma defensa de la democracia y la libertad volvió a hacerla en La Habana el pasado noviembre, cuando se convirtió en el primer Rey de España que realizaba una visita de Estado a Cuba. Enviado por el Gobierno de Sánchez, antes de la coalición con Podemos, Don Felipe no pudo reunirse con la oposición, pero el Rey habló ante el dictador Miguel Díaz-Canel como ningún otro mandatario había hecho antes en la isla: «Los españoles hemos aprendido que es en democracia como mejor se representan y se defienden los derechos humanos, la libertad y la dignidad de las personas, y los intereses de nuestros ciudadanos», le dijo al dictador. «La fortaleza que la democracia otorga a sus instituciones es la que permite el progreso y el bienestar de los pueblos». «Los cambios en un país no pueden ser impuestos». Un mensaje que no solo es aplicable a Cuba.

La Corona, acosada; Sánchez, pasivo

Editorial ABC

En la semana del sexto aniversario del acceso de Felipe VI a la jefatura del Estado, la situación de la Corona española vive la insólita situación de que el propio Gobierno de la Nación es la principal fuente de los ataques que recibe. El antimonarquismo de los dos socios principales de PSOE, es decir, Unidas Podemos y ERC, no solo es un hecho notorio para todos los ciudadanos, sino un elemento aglutinador de las fuerzas de extrema izquierda y separatistas. El derrocamiento del Rey es un objetivo programático común que anima un concreto plan de derogación del orden constitucional, ante lo cual Pedro Sánchez asiste como un Nerón ante la Roma incendiada, dejando hacer, que es tanto como animar. Para la extrema izquierda, la Corona representa la vigencia en España de una democracia parlamentaria de base liberal, un sistema que estos comunistas de viejísimo cuño, como Iglesias, Montero o Echenique, no aceptan porque son incapaces de asumir una organización política basada en la libertad individual. Para los separatistas, la Corona es, como dice la Constitución, el símbolo de la unidad y permanencia del Estado que quieren desmembrar. Los antisistema están, ahora, en el sistema, de la mano de Sánchez y con el aquietamiento de partidos que, como Cs, habían nacido para evitarlos y marginarlos del Gobierno de España.

Los silencios de Sánchez ante los ataques de sus ministros comunistas al Rey no son un gesto de prudencia, ni una forma de marcar distancias frente a ellos, sino una omisión calculada y expresiva de su deslealtad con la Jefatura del Estado. La ejemplaridad que está demostrando Don Felipe, un Rey extraordinario como avala su infatigable trabajo durante toda esta pandemia para estar cerca de los españoles, no bastan. La Corona precisa el apoyo expreso del Gobierno. Pero como heredero del frentismo que implantó Rodríguez Zapatero en el PSOE, en 2003, con el Pacto del Tinel y el revisionismo histórico, Sánchez consiente la escalada antimonárquica porque, en el fondo y en la forma, comparte la repelencia de la extrema izquierda hacia el pacto constitucional de 1978. Por eso, mantiene de vicepresidente a un activista del montón que justifica caceroladas contra la Monarquía, firma acuerdos nocturnos con los custodios de ETA y alimenta constantemente su relación con Esquerra Republicana. La aparatosa, inútil e ilegal decisión de Delgado de encargar a un fiscal del Supremo que investigue a Don Juan Carlos -a quien solo puede investigar un magistrado de la Sala Segunda- ha sido la última incorporación al programa coral que desarrolla la izquierda para dañar el último bastión de la concordia constitucional, que es la Corona. El cambio de régimen es el programa cada día menos oculto y avanza a paso firme a lomos de una progresiva desconstitucionalización de la vida pública.