lunes, 31 de enero de 2011

Don Felipe, Príncipe Constitucional

POR PEDRO GONZÁLEZ-TREVIJANO
ABC

NUESTRO sistema político se asienta felizmente, transcurridos más de treinta años de esta España constitucional, con el devenir de los tiempos. Una circunstancia que inviste a la Constitución, y a los poderes y órganos del Estado, del poso institucional y del respaldo ciudadano que el tiempo brinda a las obras humanas. Hoy conmemoramos una fecha dotada de especial significación: el veinticinco aniversario del Juramento de la Constitución por Don Felipe de Borbón, en sesión extraordinaria, solemne y conjunta de las Cortes Generales, un 30 de enero de 1986, de conformidad con el artículo 61.2 de nuestra Carta Magna. En dicho precepto se afirma: «El Príncipe heredero, al alcanzar la mayoría de edad, y el Regente o Regentes al hacerse cargo de sus funciones, prestarán el mismo juramento, así como el de fidelidad al Rey». Ese mismo juramento no es sino el referido al Monarca: «El Rey, al ser proclamado ante las Cortes Generales, prestará juramento de desempeñar fielmente sus funciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes, y respetar los derechos de los ciudadanos y de las Comunidades Autónomas» (artículo 61.1). Pocas veces la prestación de un juramento disfruta pues de tal relevancia: la promisoria adhesión de Don Felipe al vigente orden constitucional. Detengámonos en su trascendencia político-constitucional.

D Primera: constitucional. La Monarquía parlamentaria se asienta en la legitimidad histórica —«La Corona de España es hereditaria en los sucesores de S. M. Don Juan Carlos I de Borbón, legítimo heredero de la dinastía histórica» (artículo 57. 1)—; pero, sobre todo, en la legitimidad legal-racional normativa, la característica de los regímenes constitucionales. Una Constitución erigida sobre la idea de la soberanía nacional —«La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado (artículo 1. 2)—, basamento del principio democrático, donde el Rey ya no es un órgano soberano, sino un poder constituido, el titular de un órgano constitucional: la Corona. Una Corona sometida a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico (artículo 9.1). Nada queda del Rey como Princeps legibus solutus y menos de L´Etat c´est moi. En el proceso de racionalización de la Monarquía parlamentaria, el adjetivo es sustantivo; la Monarquía parlamentaria no es una forma de Estado, como en las Monarquías absolutas, sino una forma de gobierno. No es casual, en suma, lo prescrito en el artículo 56.1 CE: «El Rey ejerce… las funciones que le atribuyen expresamente la Constitución y las leyes». Una realidad que es predicable de la Corona, del Monarca y, por ende, de Don Felipe, como Príncipe heredero. Si bien, mientras que el origen del juramento del Rey se encuentra —puntualiza Torres del Moral— en una práctica pactista del Antiguo Régimen (el Monarca juraba fidelidad a sus súbditos, pero éstos hacían lo mismo respecto al Rey, fijándose derechos y deberes para ambas partes), el del Príncipe heredero es más propio de los nuevos tiempos, de los regímenes constitucionales. Los Parlamentos eran entonces los que juraban fidelidad al Heredero; hoy es el Heredero, en forma inversa, quien lo hace ante las Cortes Generales. Un juramento que carece, no obstante, de efectos constitutivos o declarativos del statusy condición de Príncipe heredero. No crea titularidades, obligaciones, ni derechos. No asigna efectos atributivos a la titularidad del Heredero, que ya lo era desde antes. Se es Heredero en virtud del principio sucesorio definitorio de la Monarquía, y de naturaleza ordinariamente automático, nunca por el juramento. Estamos ante un compromiso, ante una fórmula de integración, ante una garantía moral, ante una condición, eso sí, para cumplir las funciones constitucionales.

Si el Monarca jura, al momento de su proclamación, desempeñar sus funciones, guardar la Constitución y las leyes y respetar los derechos de los ciudadanos y de las Comunidades Autónomas, la lógica constitucional invita a que el Príncipe heredero, al alcanzar la mayoría de edad —dieciocho años (artículo 12 CE)—, preste semejante juramento. Y decimos semejante, porque a los mentados contenidos se añade el de fidelidad al Rey, consecuencia de la condición de Don Juan Carlos como titular de la Corona. «Fiel y obediente —decía la Constitución de 1812— al Rey».

Segunda: histórica. El juramento de Don Felipe es una constante, dentro de las competencias no legislativas de las Cortes Generales, a lo largo del constitucionalismo: desde Cádiz (1812) hasta la Constitución de la Restauración (1876). Nuestras Constituciones han previsto, en el mismo precepto, el juramento del Príncipe heredero, junto al del Rey y la Regencia. La única matización se producía en la Constitución de Cádiz: por un lado, se pormenorizaba su forma y contenido; y, por otro, se prescribía su prestación antes de la mayoría de edad. Aunque, y este sí es un hecho relevante —reseña Jorge de Esteban—, es la primera vez desde el inicio de nuestra Monarquía constitucional en el siglo XIX, que un Príncipe heredero ha cumplido dicha exigencia. Una razón para regocijarnos, por lo que explicita de acomodación del texto de la Constitución a la realidad política del país. Un juramento que se reproducirá, en su día, cuando Don Felipe sea proclamado Rey, no por, sino antelas Cortes Generales.

Tercera: simbólica. Los símbolos, como demostró García Pelayo, satisfacen una función integradora y exteriorizadora del compromiso de los órganos del Estado, en este caso del Heredero de la Corona, con la Constitución, con los demás órganos del entramado institucional y con los ciudadanos. De esta suerte, el juramento de Don Felipe expresó su explícita adhesión a los principios y valores constitucionales.

La reseñada naturaleza del juramento de Don Felipe se resaltó en el Acuerdo del Consejo de Ministrosde 27 de diciembre de 1985, que tomaba conocimiento de su inmediata mayoría de edad, y solicitaba la constitución de una sesión extraordinaria y conjunta de ambas Cámaras de las Cortes Generales: de un lado, su dimensión jurídica, en tanto que «acto de naturaleza constitucional que se proyecta sobre el conjunto de las instituciones estatales y, muy particularmente, sobre los restantes órganos constitucionales»; y, de otro, una faceta simbólica, pues «son las Cortes Generales, como representantes del pueblo español, del que emanan todos los poderes del Estado y en el que reside la soberanía nacional, quienes hayan de recibir compromiso de tanta relevancia». Una obligación, recuerda Óscar Alzaga, que se remonta a Alfonso VI que, sin heredero masculino, trató de facilitar el acceso al trono de su hija Doña Urraca; y a Alfonso VIII, en vida de su padre Sancho III, que recibía el homenaje de las Cortes, poniendo coto a las aspiraciones de su tío Fernando II de León. Por más que las circunstancias de hoy son muy distintas: en la época preconstitucional el juramento buscaba remediar la inseguridad jurídica en materia sucesoria, lo que requería que el Heredero fuera reconocido como tal en vida del Rey; en la actualidad manifiesta, en cambio, su inequívoco compromiso con el ordenamiento constitucional.

El entonces presidente de las Cortes Generales, Gregorio Peces-Barba, resaltó lúcidamente el citado perfil del juramento, al dirigirse a Don Felipe: «Estáis simbolizando vuestro sometimiento al Derecho, vuestra aceptación del sistema parlamentario representativo, vuestro compromiso de servicio a las instituciones y a los ciudadanos y vuestra lealtad al Rey». En suma, ¡celebramos un cumpleaños constitucional! ¡El de un Príncipe constitucional!

Vídeo reportaje del día del juramento

«Es hora de reparar la injusticia histórica a Don Juan de Borbón»

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ABC

Perseguido y calumniado en la época de Franco, y silenciado después en la Transición, el padre del Rey sigue siendo un desconocido para la mayoría de los españoles, a pesar de que jugó un papel fundamental en la restauración de la Monarquía como elemento de reconciliación y democracia. «Es hora de ayudar a reparar tan tremenda injusticia histórica», afirma Pedro Carvajal, hijo de Francisco Carvajal, conde de Fontanar, consejero e íntimo colaborador de Don Juan.

Testigo desde niño de su historia, a través de sus padres y del círculo más próximo al Conde de Barcelona, Carvajal acaba de publicar la biografía más cercana del padre del Rey, «La travesía de Don Juan» (Temas de hoy), cuyo título es la metáfora de «la azarosa vida de un marino que llegó a buen puerto, aunque no fuera ese el puerto que esperaba». Lo que distingue este libro de las otras biografías del Conde de Barcelona es que ayuda a descubrir el lado más humano del padre del Rey con testimonios y anécdotas inéditas. Pero esta obra es también un homenaje a aquel grupo de monárquicos que acompañaron a Don Juan en su travesía, unidos por el deseo de llevar la reconciliación y la democracia a España.

«El exilio les purificó»

El libro se gana la credibilidad del lector desde las primeras páginas. Empieza con un análisis crítico y honesto del Reinado de Alfonso XIII y un relato detallado del ambiente palaciego y cortesano de principios del siglo XX, alejado de las preocupaciones de los españoles y en el que se despreciaba a los intelectuales. «Quien malcriaba a Alfonso XIII era su tía la Infanta Isabel, la Chata. Cuando su madre, la Reina María Cristina, le iba a regañar, ella le decía: "Tu, hijo, haz lo que quieras que para eso eres Rey de España"», cuenta Carvajal. Por varias circunstancias, como la influencia de la Reina Victoria Eugenia y su etapa en la Marina inglesa, «Don Juan salió limpio de esas historias, pero además el exilio purificó a la Familia Real. Hubo un antes y un después. Cambió radicalmente», afirma el autor.

La biografía relata con detalle el despertar de la vocación marina en Don Juan, de la que no había precedentes en la familia. Cómo le sorprendió la proclamación de la República en la Escuela Naval de San Fernando, de donde tuvo que salir por sus propios medios. Su etapa en la Marina inglesa, el exilio en la Roma de Mussolini, en Lausana y en Portugal; la austeridad de «Villa Giralda», la traición de los Aliados en plena Guerra Fría, la intervención de Don Juan el 23-F, con sus llamadas al Rey desde Estoril, y la enorme generosidad que llevó al Conde de Barcelona a sacrificarse para salvar la Dinastía. Parte de los hechos que se relatan han sido cotejados con Doña Pilar, hermana del Rey, testigo de muchos de los acontecimientos que se describen.

Según Carvajal, Don Juan «ya tuvo conciencia de que Franco le había hurtado la Corona cuando, en la entrevista en el Azor, acepta que su hijo viniera a estudiar a España. También lo sabía la Reina Victoria Eugenia, quien en 1948 dijo: "Juanito ha sido muy generoso, pero puede que con ello se haya jugado la Corona"».

El libro relata «momentos muy duros entre Don Juan y Don Juan Carlos» y lo hace con tanto detalle que resulta «totalmente comprensible la actitud de ambos». Cuenta Carvajal que «hay un momento en que Don Juan Carlos le dice a su padre, con toda la razón: "Papá: o yo, o ni tú ni yo". Y Don Juan ya sabía que era así».

Para Carvajal, «su figura es un elemento clave para entender la Transición. Si no hubiera existido Don Juan ni sus monárquicos, los juanistas —que querían una Monarquía constitucional frente a la dictadura—, todo habría sido diferente, incluido el Rey. Si Don Juan Carlos es un profundo demócrata, lo es gracias al ambiente que recibió en su casa desde niño. Pero lo más importante de esta historia es que la Corona estuvo a la altura de las circunstancias y sirvió para la reconciliación a los españoles y el regreso de la democracia», subraya.

La presentación de «La travesía de Don Juan», que pretende ser también un homenaje a su figura, se celebrará el próximo viernes a las 12 horas en un curioso lugar: el Cuartel General de la Armada (Juan de Mena, 7) de Madrid y en ella intervendrá, entre otros, Jaime Carvajal, compañero de estudios y amigo de Don Juan Carlos.

Dispuesto a reinar, pero sin prisa

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ABC

Sin prisa por ser Rey, pero dispuesto a asumir con toda responsabilidad la Jefatura del Estado cuando llegue el momento. Una sucesión que todos desean lo más lejana posible por el afecto a Don Juan Carlos, pero que se abordará en su día con la normalidad propia de la Institución monárquica, que tiene garantizada la continuidad de la Jefatura del Estado.

Así es como afronta el Príncipe de Asturias su 43 cumpleaños. Una fecha especialmente importante porque hoy también se cumplen 25 años de su mayoría de edad y de la jura de la Constitución ante las Cortes Generales del Reino. Cinco lustros en los que Don Felipe se ha estado preparando para reinar y en los que también ha ido marcando un rumbo y ha mostrado su forma de hacer las cosas.

Con motivo de este aniversario, la Casa de Su Majestad el Rey convocó a principios de esta semana a un grupo de periodistas. A la reunión en el Palacio de La Zarzuela se acercó el Príncipe de Asturias, quien compartió algunas reflexiones con los informadores sobre su situación institucional y personal, 25 años después de haber asumido ese compromiso.

El Rey quiere normalidad

A Don Felipe se le ve satisfecho con la labor que realiza como Heredero de la Corona, lo que, unido a su formación, le ha aportado unos cimientos muy sólidos para asumir la Jefatura del Estado con toda responsabilidad cuando lo marque el destino. Una cuestión que el Rey también quiere que se aborde con normalidad y previsibilidad.

En la reunión, los portavoces del Palacio de La Zarzuela aseguraron en varias ocasiones que no hay ninguna aceleración del proceso de relevo ni ninguna operación de abdicación en marcha. Ni siquiera, impaciencia, insistieron, pues el Príncipe está muy satisfecho con la labor que está realizando. Como prueba de que no hay ningún proceso de sucesión, recordaron las palabras que dirigió el Rey en su último mensaje de Navidad: «Sigo y seguiré cumpliendo siempre con ilusión mis funciones constitucionales al servicio de España. Es sin duda mi deber, pero también mi pasión». Además, reiteraron que Don Juan Carlos superó con éxito hace meses el problema de salud por el que fue operado de un pulmón el pasado 8 de mayo.

Pilar de la Monarquía

En cualquier caso, consideran que es positivo recordar en este aniversario que el Heredero de la Corona está dispuesto y a la orden para asumir esa responsabilidad cuando llegue la hora. Si hace 25 años Don Felipe dio un paso más en la continuidad dinástica con su juramento de acatamiento a la Constitución y fidelidad al Rey, ahora el Príncipe reitera su disposición a ceñirse la Corona cuando llegue el momento. Lo cierto es que, hasta ahora, apenas se ha hablado con naturalidad de la sucesión, porque con frecuencia va unida a un hecho doloroso. Sin embargo, se trata de un pilar básico de la Monarquía, que aporta estabilidad y continuidad de forma automática y evita el vacío en la Jefatura del Estado.

Precisamente, la intervención quirúrgica practicada el año pasado al Rey y su posterior convalecencia llevó a Don Felipe a asumir actos a los que Don Juan Carlos no pudo asistir. Fue algo excepcional, breve y transitorio, pero que puso de manifiesto la capacidad de la Institución para resolver esa situación de forma tranquila, sin sobresaltos ni alteraciones.

Esta efeméride también ha servido a la Casa del Rey para mirar hacia atrás y hacer balance de la preparación que ha recibido Don Felipe como futuro Rey. En Zarzuela consideran que el Príncipe recibió una formación adecuada para la función que está llamado a realizar y que acertaron en su enfoque quienes la diseñaron, junto con el Rey, tanto en el terreno académico como militar.

Una educación que, por un lado, es la más específica que jamás haya recibido un Monarca español y, por otro, está en sintonía con la que han recibido los jóvenes de su generación. Además de conseguir el equilibrio entre la formación académica y la militar, su preparación fue completada con cursos en instituciones europeas y visitas de trabajo a casi todas las instituciones públicas de relevancia.

Ahora también se considera un acierto la decisión que se adoptó hace quince años, en 1996, cuando Don Felipe finalizó los estudios y se integró plenamente en la función pública al servicio de los intereses de España. De esta forma se dotó de contenido la actividad del Heredero de la Corona cuya función no está descrita en la Constitución. La Carta Magna apenas dice nada de las funciones propias del Príncipe de Asturias. Únicamente el artículo 59.2 prevé que el Heredero podrá ejercer la regencia en caso de inhabilitación del Rey reconocida por las Cortes Generales.

Sin precedentes

Aunque sus circunstancias eran muy distintas de las de sus antecesores, tampoco existían precedentes recientes en los que inspirarse, pues Alfonso XIII nació Rey y tanto Don Juan como Don Juan Carlos vivieron una situación peculiar como Herederos de la Corona española. Cuando se debatía sobre su futuro, Don Felipe ya tenía una idea muy clara que en seguida empezó a llevar a la práctica: «Ser Heredero no significa estar a la espera. Ser Heredero es prepararse para ser Rey», afirmaba. Y así lo ha venido haciendo el Príncipe desde que terminó su formación.

Desde 1996, ha realizado más de 200 viajes al exterior; entre ellos ha asistido a la toma de posesión de 57 jefes de Estado iberoamericanos, ha recibido a cerca de 20.000 personas y ha pronunciado más de 900 discursos. Además, ha mantenido contacto con 95 jefes de Estado que han visitado España y con los de la mayoría de los países a los que él ha viajado.

Un valioso bagaje

Esta labor como Heredero de la Corona le ha llevado a acumular unos contactos y un bagaje que se consideran una experiencia muy valiosa y que le han convertido en un extraordinario embajador de los intereses de España y en promotor de los valores positivos y culturales de nuestro país, señalan en Zarzuela. En otras palabras, el Príncipe es un eficaz instrumento de la política exterior de España.

Cada año, Don Felipe realiza una media de 320 actos oficiales, una velocidad de crucero que tiene previsto mantener a corto plazo, aunque en los últimos tiempos ha incorporado algunas actividades nuevas, como las audiencias militares, que complementan a las que concede el Rey. También han ganado profundidad algunos de sus discursos, como los que pronuncia en la entrega de los Premios Príncipe de Asturias y en algunos actos de la Fundación Príncipe de Girona. Además de estas dos instituciones, Don Felipe es presidente de honor de la Fundación Codespa, del Real Instituto Elcano y de la Asociación de Periodistas Europeos.

A pesar de mantener este ritmo de actividad, en algunos sectores sigue extendida la idea de que el Príncipe no es suficientemente conocido por la opinión pública. Sin embargo, en Zarzuela se considera que Don Felipe no tiene que estar presente diariamente en los medios de comunicación, como les ocurre a los políticos. El Príncipe está convencido de que mantener su ritmo de trabajo es el camino para llegar en las mejores condiciones al momento de la sucesión.
Personas muy próximas a Don Felipe subrayan que el Príncipe siempre ha cumplido el papel constitucional que le corresponde a la Corona. Nunca ha suscitado polémicas ni conflictos, jamás ha roto la neutralidad política ni ha invadido competencias y siempre ha colaborado con el Rey.

Volcado en sus hijas

Un capítulo trascendental en la vida del Heredero de la Corona fue su matrimonio con Doña Letizia y el nacimiento de sus dos hijas, las Infantas Leonor y Sofía. Desde el punto de vista institucional la llegada al mundo de las dos niñas supuso la continuidad de la Dinastía. Pero también permitió descubrir nuevas facetas personales del Príncipe de Asturias. Don Felipe se ha revelado como un hombre profundamente preocupado por la formación de sus hijas, cuya educación desea que se aproxime a la de los demás niños. También ha insistido en la defensa de la privacidad de las Infantas y en su deseo de pasar con ellas el mayor tiempo posible.

Hasta ahora, el Príncipe se ha referido en muy pocas ocasiones al día en en el que sea proclamado Rey, pero lo que sí ha adelantado es una «vocación de continuidad» rotunda y firme con el modelo de Monarquía de Don Juan Carlos y Doña Sofía, «aunque las circunstancias serán diferentes y también las personas», dice. Don Felipe aplicará su propio estilo y personalidad, pero su deseo es que la Corona siga siendo «una institución útil al servicio de España y respetada y querida por todos los españoles».

domingo, 16 de enero de 2011

Juan Carlos, el hombre de la mirada triste

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¿Cómo fue la relación entre don Juan y don Juan Carlos antes de saber quién de los dos sería posiblemente el rey de España? ¿Generó conflicto entre ellos? ¿Qué peso tuvo Franco en la educación de don Juan Carlos? ¿Cómo se tomó la decisión de que fuese don Juan Carlos rey y no don Juan? ¿Abdicó don Juan, hijo y padre de reyes, voluntariamente? El periodista Abel Hernández aporta un rayo de luz a la relación entre Don Juan y el actual Rey de España en Don Juan y Juanito, un libro que tiene la llave de la España que nunca fue y que pudo ser.

Pregunta: ¿Qué hay de cierto y de mito en la relación de don Juan Carlos con su padre?

Respuesta: Hay de verdad que hubo mucho conflictos. Franco había eliminado a don Juan como candidato al trono, y éste no esperaba que su hijo participara en la exclusión. Fue un trago muy duro para los dos. Don Juan sentía que su hijo le traicionaba entre comillas, que se llevaba mejor con Franco que con él…pero nunca se rompió la relación entre ellos, a diferencia de lo que a veces se comenta. En 1966, el Rey doña Sofía habían sido invitados a una importante reunión en Estoril a la que declinaron en el último momento acudir. Don Juan montó en cólera y dijo cosas horribles, pero María de las Mercedes siempre fue el hilo conductor en la relación entre ambos. Don Juan soñaba con España, pero Juan Carlos la vivía.

P: ¿Le llegó a perdonar Don Juan esa especie de traición por parte de su hijo a la que se refiere?

R: Sí. Me consta, por los diferentes testimonios a los que he acudido para documentarme, entre los que se encuentra el de la infanta Pilar, que estaba muy orgulloso de su hijo. Al final, se dio cuenta de que aquella situación que tanto dolor le había ocasionado se resolvió de la mejor forma que se pudo hacer, aunque tuviera que abdicar a favor de su hijo. Además, murió feliz al comprobar que su Juanito cumplió con su proyecto político: dejar fuera de la Monarquía el Movimiento y convertirse en el rey de todos los españoles. Y además ser querido por su práctica totalidad.

P: Esta teoría se reforzaría  con aquellas imágenes de Don Juan Carlos en las que aparece llorando en el entierro de su padre

R: Aquel momento fue muy intenso. El Rey lloraba, entiendo yo, porque se le acumulaba todo lo vivido: el enorme sacrificio que había hecho para esto separándose de su familia a los 10 años, la ausencia de su padre, de su madre, la muerte de su hermano... A pesar de que don Juan llegó a utilizarle como un instrumento político en la pugna con Franco, como pelota de pimpón entre Estoril y el Pardo. No hay personaje más dramático que él en el siglo XX. No llegó a entrar en la Tierra Prometida.

P: ¿Con quién se llevaba mejor el Rey? ¿Con su padre o con su madre?

R: Desde el punto de vista humano, con su madre. La primera persona a la que llama tras su nombramiento es a María de las Mercedes antes que a Don Juan. Cuando no podía hablar con él se ponía a llorar.

P: Pilar Eyre afirma en su libro María La Brava que la madre del Rey se refugió en el alcohol cuando murió en circunstancias trágicas su hijo Alfonso, ¿es cierto?

R: Yo creo que sufrió una gran depresión a raíz de este suceso, que se desarrolló un Jueves Santo de una forma tremenda. Siempre se sintió culpable por haberles dejado jugar con la pistola. Además, este acontecimiento coincide con la muerte de su madre y la menopausia. Yo pienso que a raíz de esto, según testimonios cercanos, el Rey ha tenido una mirada muy triste y nostálgica toda la vida. Es imposible borrar algo así.

P: ¿Cuál era la verdadera relación de Don Juan Carlos con Franco?

R: Aquí tuvo mucho que ver la reina Sofía a quien conoció en 1960 en las Olimpiadas. Le dijo que se tenía que llevar bien con él, porque era quien tenía la llave hacia la Monarquía. Hasta el punto de que en aquella reunión de 1966 en la que don Juan se enfadó mucho con el Rey, ella le convenció para que mintiese a su padre y fueran a ver a Franco a El Pardo, que les vigilaba de cerca. Por eso creo que el papel de la Reina es muy importante. Ella había vivido una situación similar con la salida de su hermano Constantino del poder en Grecia y sabía qué pasos se debían seguir y cuáles no.

P: ¿Qué papel desempeña doña Sofía en este proceso?

R: El de una mujer conservadora, pero muy realista. No se le ha hecho justicia, pero ella se negó a irse a vivir a Estoril como pretendía don Juan, por eso a Franco le gustaba tanto la Princesa. Hay mujer como Amparo Illana que han contribuido de una forma absoluta al devenir de nuestro país.

P: ¿Don Juan Carlos también ha tenido muchos conflictos con su hijo?

R: Claro, como en todas las familias. Lo que no quita el afecto entre padre e hijo. La diferencia es que el Príncipe se lo tendrá que trabajar como hizo su padre para ser querido y respetado por los españoles, un pueblo que no brilla por sus ideales sobre la Monarquía. He hablado alguna vez con el Príncipe y sé que está técnicamente mejor preparado que su padre. Es un hombre fiable, gracias, en parte, a la influencia de su madre. No veo riesgo grave de que, cuando pase algo, no logre convertirse en el rey de España.

P: ¿Qué pensaría don Juan de la situación actual de la Monarquía y de la boda del príncipe Felipe y Letizia?

R: Da la impresión que tanto él como don Juan Carlos hubiesen preferido otra solución a la boda con Letizia, periodista y divorciada. Creo que no habrá rechazo, salvo que en la familia haya graves peligros internos que puedan influir negativamente en la Jefatura de Estado.

viernes, 7 de enero de 2011

La Pascua Militar

José Antich
La Vanguardia

Como es tradición, la celebración de la Pascua Militar en el Palacio Real sirvió para marcar la reanudación del curso político y el fin de las vacaciones navideñas. En este caso, además, el acontecimiento que presiden los Reyes ha venido precedido de las palabras de don Juan Carlos durante su mensaje de Navidad, y que ya han merecido más de una reflexión, en las que reiteraba su voluntad de continuar "cumpliendo siempre con ilusión" sus funciones constitucionales "al servicio de España". "Es mi deber, pero también es mi pasión", agregó el Monarca en tal ocasión. Ha valido la pena el interés mediático que han merecido las palabras de don Juan Carlos, pese a que desde que asumió la jefatura del Estado, en 1975, ha ejercido el cargo con dedicación y pasión. Más tarde, al encuadrarse sus funciones en la Constitución de 1978 y quedar definido en el artículo 1.3 que la forma política del Estado español es la monarquía constitucional, su papel institucionalizador y moderador ha resultado evidente cada vez que ha sido necesario. En momentos como los actuales, en que España tiene en demasiadas ocasiones una visión cainita que impide grandes acuerdos, el Rey juega con la habilidad y la astucia que le proporcionan la edad y la experiencia en su papel primordial. El paso de los años nos ha permitido conocer su actuación determinante en asuntos como el 23-F de 1981, las relaciones exteriores y, de una manera fundamental, su labor con Estados Unidos, Marruecos, Latinoamérica o las monarquías del golfo Pérsico, o bien su determinación ante los diferentes presidentes del Gobierno. En estos momentos de crisis económica, además, el Rey ejerce un papel cohesionador y estimulante. De ahí la admiración y el respeto que le profesa de una manera muy amplia la sociedad española.

Discurso del Rey

sábado, 1 de enero de 2011

El rumbo de la monarquía: del carisma de Don Juan Carlos a la institucionalización

José Antonio Zarzalejos
El Confidencial

Los pasajes más significativos del mensaje navideño del Rey, escasamente glosado editorialmente por los medios de comunicación, fueron, sin duda, los que aludían a su voluntad de seguir "cumpliendo siempre con ilusión mis funciones constitucionales al servicio de España" porque para Don Juan Carlos esa misión "es  mi deber, pero es también mi pasión", y la mención expresa al Príncipe de Asturias por su "activo apoyo".

A lo largo del pasado año hemos observado por primera vez a un Don Juan Carlos intervenido quirúrgicamente en un pulmón de una tumoración benigna pero no inocua de la que ha experimentado una recuperación lenta y trabajosa. Hemos pasado de un Rey dinámico, dicharachero y sonriente, a un monarca al que se le nota la pesadez de los años en su forma de moverse y de comportarse. En definitiva, hemos percibido a un Jefe del Estado cansado tanto por la convalecencia como por la consciencia de que el tiempo no transcurre en balde y, con el país en marasmo, hay que abordar la definitiva institucionalización de la monarquía para que navegue en la historia próxima de España sin necesidad de titulares excepcionales.

La especial idoneidad de Don Juan Carlos

La Corona, institución que encarna la Jefatura del Estado, con unas muy concretas funciones constitucionales,  tiene desde 1975 un titular dotado de atributos políticos y personales que le procuran una perfecta idoneidad para las responsabilidades que ejerce. Don Juan Carlos de Borbón y Borbón, nieto y bisnieto de reyes e hijo del Conde de Barcelona -mal llamado por la cortesanía Juan III para zaherir al vástago que recibió el mandato del franquismo, revalidado luego por la Constitución de 1978- ha sido y sigue siendo un rey carismático, es decir, atesora una especial capacidad para atraer y hasta fascinar, que así define el diccionario de la RAE el carisma. Ese carisma reside en el depósito de sapiencia dinástica que acumula, pero también y quizá sobre todo, en un comportamiento patriótico que los ciudadanos calibran muy bien al otorgar a la monarquía una alta valoración. Hasta en los célebres papeles de Wikileaks se hace referencia al Rey como un hombre que siempre se situará con los intereses de España. Más allá del 23-F y de su decisiva intervención y mucho más acá de las publicaciones -unas verosímiles y las más, fantasiosas- que atribuyen al Jefe del Estado conductas privadas o públicas cuestionables, Don Juan Carlos ha obtenido el respeto general. Y como muestra vale un botón: los medios de comunicación -hasta los más críticos con la Monarquía y su titular-evitan, salvo excepciones, hacerse  eco de la riada de rumores,  maledicencias y medias verdades acerca del Rey y de su entorno.

Don Juan Carlos ha cometido, sin duda, algunos errores. Pero son tantos y tan importantes sus aciertos -y en particular, el mantenimiento de la instancia que representa en el ámbito de sus funciones constitucionales- que el carisma del Rey se acrecienta a medida que se le observa más débil y más cansado. Consciente -porque el monarca es un hombre lúcido- de que esa sensación se extiende en la opinión pública, ha querido subrayar que sigue al frente de su encargo constitucional no sólo en cumplimiento de un deber sino porque hacerlo es para él "una pasión". Ese sentimiento pasional del Jefe del Estado es más necesario que nunca porque la institución que encarna se dirige a una profunda transformación que ha de cuajar en el Príncipe de Asturias que carece de los atributos carismáticos de su padre aunque atesore ventajas sin comparación histórica: es el heredero de la Corona más preparado en todos los sentidos, con experiencia política, con un acervo de contactos internacionales de primer orden y, como hemos podido observar, entregado por completo a la misión constitucional que le espera. Pero Don Felipe no tendrá -afortunadamente- un 23-F para legitimarse; ni habrá sido el monarca de la restauración, ni del impulso a la democracia después de cuarenta años de franquismo, ni el hombre experimentado que transitó por una infancia difícil y una juventud convulsa, ni el Príncipe que se casó por razones de Estado sino sentimentales y emocionales, ni, en fin, el heredero que podrá sustituir los vacíos constitucionales que afectan a la monarquía como lo ha hecho y lo hace su padre a base de buen sentido e instinto. No porque no los tenga, sino porque en el futuro la sociedad española se adherirá de forma mayoritaria a la monarquía, pero no a la carismática sino la institucionalizada.

La abdicación está descartada

Algo se ha hecho en ese sentido. La Corona ha ganado en verticalidad -se concentra en los Reyes y en los Príncipes de Asturias, extrayendo del foco a las infantas y familiares colaterales-, sus intervenciones políticas están más medidas y profesionalizadas y la Casa del Rey, como estructura de apoyo a la Jefatura del Estado, aun disponiendo de más recorrido, ofrece al Rey y al Príncipe una cobertura cada vez más atinada. Sin embargo, la imposibilidad política actual de modificar la Constitución (artículo 57) para suprimir la prevalencia en la sucesión del varón sobre la mujer -¿qué ocurriría si los Príncipes de Asturias tuvieran un hijo?- y la ausencia de una Ley Orgánica, también prevista en la Carta Magna, que regule todos los aspectos que afectan a la sucesión, son vacíos graves. Además, deben consolidarse usos y costumbres -como sucede en otras monarquías europeas- que aquí aún se mueven en el terreno del voluntarismo: cómo se engarzan los pronunciamientos del Rey con la política del Gobierno constitucional; hasta qué punto el monarca dispone de auctoritasefectiva -no hablamos de potestas- en designaciones y nombramientos más allá de los que le corresponden en el ámbito de su Casa; cual es la manera en que  el Rey y el Príncipe han de utilizar los idiomas cooficiales en España y tantas otras cuestiones que van conformando un corpus que confiere entidad constitucional y consuetudinaria a la Monarquía.

Los avatares por los que han transitado algunos miembros de la Familia Real en su vida privada y miembros de la familia del Rey -conceptos distintos el primero y el segundo- en referencia a actividades profesionales, alguna excesiva sobreexposición mediática de la Princesa de Asturias en soportes informativos que disminuyen su dimensión institucional en la medida en que su figura queda vinculada a aspectos banales, son circunstancias que han de corregirse. Porque siendo menores sirven para que desde fundamentalismos de derecha -que reclaman al Rey intervenciones que serían inconstitucionales- o de izquierda -que hacen gala de un republicanismo nostálgico y radical-, se rentabilicen contra el Rey y la institución.

 Mientras Don Juan Carlos reine -y a tenor de lo que afirmó el Rey, confirmó la Reina en un reciente libro y dadas las circunstancias por las que atraviesa el país, la abdicación está descartada- se mantiene un pacto o una convención implícita basada en el carisma y los méritos del monarca. Cuando falte, esa protección voluntariamente asumida por muchas instancias políticas, sociales y mediáticas dejará de existir. Por eso, impulsar la plena institucionalización de la Corona que ha de sustituir en el futuro el reinado carismático de Don Juan Carlos, es más necesario que nunca.

 Es urgente, porque aunque el Rey siga siéndolo pasionalmente y cuente con el "activo apoyo" del Príncipe de Asturias, el tiempo transcurre con un Gobierno -el actual- que no ha trabajado lo exigible la proyección de la Jefatura del Estado y no  ha evitado al monarca desgastes innecesarios. Porque ¿desde hace cuántos meses no se produce un visita de Estado a España o de los Reyes a otros Países?, ¿hay precedente de que el Rey no sea acompañado por el presidente del Gobierno a la última cumbre iberoamericana? ¿De cuando el Rey ha de salir en defensa del presidente del Gobierno exigiendo silencio en público a otro jefe de Estado como ocurrió con Chávez?

 Muchos ciudadanos perciben -percibimos- que el Rey merece, tanto en su indisimulado cansancio como en su pasional entrega, una seguridad institucional para la monarquía que los vaivenes de nuestra construcción constitucional no le han deparado todavía en la medida que aconseja la estabilidad de la institución y de la propia forma de Estado. Y esa situación añade un riesgo más a los muchos que no acechan.