Editorial de El Mundo
Esa doble función la está cumpliendo sin tacha Don Felipe, con la rectitud y neutralidad que se le exige. En sus seis años de reinado ha impulsado profundos cambios en la Corona para cumplir la promesa de su proclamación, incluidas la remodelación de la Familia Real y la aplicación de estrictas normas de transparencia. Está al frente, sin duda, de una "Monarquía renovada". Y en un «tiempo nuevo» y muy convulso, en el que Felipe VI se ha enfrentado a desafíos graves: el primer año de bloqueo político, un proceso golpista en Cataluña -para cuya desarticulación fue decisiva su intervención, algo que no le perdonan los independentistas- o la actual pandemia. En estas duras circunstancias, el Rey ha ejercido su rol con acierto notable y gran prudencia.
La Monarquía se ve zarandeada también por distintos escándalos que implican a Don Juan Carlos. Cabe subrayar la enérgica reacción del actual Rey, para quien no caben "conductas no ejemplares". Pero solo a un necio se le escapará que la campaña de acoso contra la Corona, que incluye el bastardo intento de hacer pagar al hijo los errores del padre, busca dinamitar nuestro actual marco constitucional. Porque el Monarca es el aval de su permanencia. Y no sería tan inquietante ese plan si sus promotores no se sentaran hoy en el Consejo de Ministros.
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