viernes, 14 de abril de 2006

La República según Zapatero

M. MARTÍN FERRAND
ABC

NO es de extrañar que José Luis Rodríguez Zapatero, poseedor de una cultura de almanaque, sienta la emoción del 14 de abril en el 75º aniversario de la proclamación de la II República. Pero, ¿de qué República hablamos a la hora de los recuerdos? Hubo una, liberal y burguesa, impulsada por José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, Salvador de Madariaga, Ramón Pérez de Ayala... que no es, evidentemente, la que añoran y reivindican en su espíritu el hoy presidente del Gobierno y sus más radicales y fervorosos amigos separatistas. La otra República, la que terminó alzándose con el santo y la limosna, la rotunda y excluyentemente marxista que cuajó en el Frente Popular, la vertebrada por el PSOE, es la que inspira la memoria de Zapatero y, por ello, la que hoy impregna el sentimiento de aquéllos que mantienen encendida una luminaria roja con gorro frigio que muy poco tiene que ver con la realidad.

Ser republicano es, por supuesto, tan serio y respetable como no serlo; pero centrar el espíritu de la República en el fracaso de la proclamada en 1931 es, muy en la línea española más clásica, como celebrar la batalla de Trafalgar. Sólo aquí nos complacen las derrotas y nos encandila regocijarnos con su memoria. La ambición de una III República, una quimera que no parece latir en los pulsos ciudadanos, podría ser algo con sentido; pero la añoranza de la II, culminación de la desgracia nacional, sólo acredita en sus nostálgicos la incapacidad para liberarse de apriorismos y ver el pasado con la nitidez que exige el paso del tiempo.

Decía Niceto Alcalá Zamora, ya en su exilio de Buenos Aires, que «cada cual suele llamar desgracia a las culpas propias y culpa a las desgracias ajenas». Es el caso de un personaje como Zapatero que, puestos a ser socialista, prefiere el modelo de Indalecio Prieto, o quizá de Francisco Largo Caballero, que el más asentado y democrático de Julián Besteiro. Esa ensoñación, dicen que hereditaria, sólo acredita la incomprensión del pasado en relación con un mundo nuevo, el nuestro, en el que las radicalizaciones ya no tienen sitio y la izquierda encuentra dificultades para su propia definición en el ámbito de los países desarrollados.

En la efeméride del 14 de abril parece claro que la República comenzó a fraguarse en septiembre del 23, con la dictadura de Miguel Primo de Rivera. No se puede renunciar a los supuestos democráticos ni por razones de fuerza mayor y la consecuencia inexorable termina siendo una reacción revolucionaria más o menos descarada en sus formas. Ahora, Zapatero, en un nuevo alarde de política-ficción, sin entender el tracto de la Historia y con el endeble punto de apoyo de una lágrima familiar, quiere centrarnos en una República que nunca existió y llegar a la canonización civil de Manuel Azaña. Sería divertido de no tratarse del jefe de Gobierno de un Estado que tiene las costuras flojas.
 

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