J. FÉLIX MACHUCA
ABC
SE le conoce como el gigante de la historia de las misiones. Y un historiador como sir Walter Scott llegó a decir que ni el protestante más intransigente ni el filósofo más instruido podían negarle al santo Javier el valor y la capacidad de un mártir, junto al buen sentido, la persuasión, la agilidad mental y la habilidad del mejor negociador que haya ido nunca a embajada alguna. No eran flores gratuitas con las que Scott reconocía la valia del navarro, sino un ejercicio de realismo y objetividad que de alguna forma perfila la inmensa talla humana y cristiana de san Francisco Javier, uno de los siete primeros seguidores de san Ignacio de Loyola.
Con motivo del quinto centenario de su nacimiento, ayer, Don Juan Carlos entregó, en nombre del pueblo de Navarra, un hermoso busto del santo al prepósito general de la Compañía de Jesús, Peter-Hans Kolvenbach. Quinientos años después de su nacimiento, la figura de uno de los misionero más incansables y osados de la historia de la Iglesia recobra su dimensión más real al recordarse que llevó la palabra de Dios a tierras tan lejanas y hostiles como Goa, Ceilán, Malaca, Japón y hasta las mismísimas puertas de China, donde murió abatido de fiebres. Una biografía, la suya, digna de los elegidos. Quizás por eso Pio X lo nombró patrón oficial de las misiones de la Iglesia.
SE le conoce como el gigante de la historia de las misiones. Y un historiador como sir Walter Scott llegó a decir que ni el protestante más intransigente ni el filósofo más instruido podían negarle al santo Javier el valor y la capacidad de un mártir, junto al buen sentido, la persuasión, la agilidad mental y la habilidad del mejor negociador que haya ido nunca a embajada alguna. No eran flores gratuitas con las que Scott reconocía la valia del navarro, sino un ejercicio de realismo y objetividad que de alguna forma perfila la inmensa talla humana y cristiana de san Francisco Javier, uno de los siete primeros seguidores de san Ignacio de Loyola.
Con motivo del quinto centenario de su nacimiento, ayer, Don Juan Carlos entregó, en nombre del pueblo de Navarra, un hermoso busto del santo al prepósito general de la Compañía de Jesús, Peter-Hans Kolvenbach. Quinientos años después de su nacimiento, la figura de uno de los misionero más incansables y osados de la historia de la Iglesia recobra su dimensión más real al recordarse que llevó la palabra de Dios a tierras tan lejanas y hostiles como Goa, Ceilán, Malaca, Japón y hasta las mismísimas puertas de China, donde murió abatido de fiebres. Una biografía, la suya, digna de los elegidos. Quizás por eso Pio X lo nombró patrón oficial de las misiones de la Iglesia.
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