martes, 8 de noviembre de 2005

UTILIDADES DE LA MONARQUÍA

El Rey entregó ayer en el Palacio de la Zarzuela el premio de la Fundación Institucional Española (FIES) de Periodismo, en su XVI edición, a Darío Valárcel, por su artículo 'Utilidades de la Monarquía', publicado en julio de 2004. Por su interés lo reproducimos aquí.
 
UTILIDADES DE LA MONARQUÍA

Por DARÍO VALCÁRCEL/

ABC, 26/VII/2004

VARIOS artículos vuelven sobre la utilidad de la monarquía. Intentaremos resumir aquí tres problemas que demandan largos volúmenes. Nos referimos a los trabajos de los profesores Peces-Barba y Seco Serrano. El primero alzaba su voz contra la utilización que el oficiante hizo de sus largos minutos en televisión en la boda del Príncipe de Asturias. El cardenal Rouco se refirió, aprovechando el paso del Pisuerga por Valladolid, a la monarquía tradicional, expresión cuando menos equívoca, cargada de hipócritas recuerdos del tiempo de Franco. La intervención de Rouco Varela fue inoportuna, escribe Peces-Barba: de protagonismo exagerado y falto de prudencia, sin entender el sentido del acto ni el perjuicio que sus palabras pudieran traer al interés general y a la monarquía. Es significativo que la queja provenga de un creyente. La actitud del Gobierno y de la oposición, añadamos nosotros, fue de notable disciplina. Los políticos no creyentes hubieran podido asistir al almuerzo ofrecido por el Rey pero no a la ceremonia religiosa. Sin embargo, el presidente, señor Rodríguez Zapatero, el jefe de la oposición, señor Rajoy, ministros y presidentes de Autonomías acudieron a la catedral madrileña, se situaron ante los frescos de Argüello (oh tiempos de las Estancias Rafael), se pusieron de pie cuando lo demandaba la liturgia católica...

Seco Serrano hace una defensa clásica de la monarquía, pero dice algo de especial interés: una institución como esta no puede improvisarse ni inventarse. Ha de estar enraizada en el ser de la nación. Digamos que la suya, y discúlpenos el profesor Seco, es una defensa relevante si recordamos que la firma el hijo de un militar condenado por la España de Franco. Nuestro artículo no es, sin embargo, neutral. Quiere subrayar tres elementos favorables a la monarquía española. Fortaleza y fragilidad. Lo extraordinario. Independencia a medio y largo plazo.

Fortaleza y fragilidad. En el siglo XXI la monarquía es una institución al mismo tiempo fuerte y frágil. Los reyes no suelen defenderse. Si cometen un error o son injustamente atacados, deponen su magistratura, dejan el cargo. Por eso es peligroso poner en cuestión las pocas monarquías que permanecen en Europa (británica, española, tres nórdicas, tres de Benelux). Son pocas, como pocas son las tablas de Mantegna o los lienzos de Velázquez. Pero rinden un servicio que no pueden hacer las repúblicas. A diferencia de las tablas o los lienzos, no son piezas de museo (símil en modo alguno despreciable, harto dignificador). La monarquía española es de principios del 700. La dinastía es más moderna, del 989. El imperio japonés se sucede de padre a hijo desde hace 2.600 años (bien que, como recordaba el sabio Pedro Sainz Rodríguez, con alguna ayuda del concubinato). Pero al igual que la monarquía japonesa solo representa (nada menos que) la vida de la nación, las monarquías británica o española son un elemento de cohesión nacional y un buen instrumento para enfrentar dificultades futuras.

Lo extraordinario. Es un hecho singular que la monarquía volviera a España en 1975. Pero se consiguió. La monarquía del exilio supo representar durante 30 años una doble propuesta: reconciliación de los españoles y democracia europea. Cientos de nombres se adhirieron a la oferta del Conde de Barcelona. De la derecha y la izquierda, del exilio y la periferia, del franquismo, de la práctica totalidad de los partidos, incluido el entonces poderoso PCE. Muchos españoles pensamos que la restauración de Juan Carlos I no fue obra del general Franco sino que se hizo contra él. A medida que se agotaba el gas de Franco, la posibilidad de restauración hizo más y más presión sobre el régimen, carcomido de termitas, destruido por el ultraderechismo y la división. La historia se traga a grandes hombres, por ejemplo al Conde de Barcelona, al que la última enciclopedia Salvat no dedica una entrada (en un cuadro sobre la Casa de Borbón lo cita como pretendiente, aunque nunca pretendiera nada, y padre del actual rey). La no-memoria es uno de los fenómenos más fascinantes de la especie. Franco, 77 años, acabó por nombrar heredero al hijo de su adversario (julio de 1969) e impidió así que este fuera rey. Don Juan, públicamente indignado, quizá no quedara del todo descontento ante el desenlace (se vuelve como se puede, sostenía en Francia un teórico de la monarquía). El Conde de Barcelona sabía que la designación de Franco era inútil a efectos constituyentes. Su hijo, empero, había dirigido con sumo tacto y rapidez la desarticulación de lo que quedaba de el régimen. El primer ministro nombrado por el nuevo rey, Adolfo Suárez (en fin, nombrado a través de un mecanismo apenas superviviente, el Consejo del Reino, trufado de oportunistas inteligentes, franquistasjuancarlistas) legalizó a todos los partidos políticos en 1977 y convocó las primeras elecciones democráticas para el 15 junio de aquel año. El Conde de Barcelona, vuelto del exilio, abdicó en su hijo pocos días antes. Le transmitía la legitimidad dinástica, menos relevante que la democrática, pero significativa en una dinastía. La Constitución se referiría al rey como legítimo heredero de la dinastía histórica.

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