CUANDO en la mañana de ayer recibí la noticia de que la futura Princesa de Asturias iba a llamarse Leonor, dos ideas saltaron a mi conciencia de historiador. La primera, indudablemente, fue que ése es el nombre de la madre del primer Príncipe de Asturias, Enrique III; y la segunda, que Leonor es el nombre de una Reina que vino siendo niña, desde Inglaterra, educada en Normandía, Leonor de Aquitania, y que desarrolló un enorme papel en España.
Leonor de Aquitania -empecemos por ella- trajo a España la función fundamental de hacer que las mujeres tuvieran exactamente el mismo nivel que los hombres. Fundó las Huelgas de Burgos, donde el dominio de la abadesa se ejercía como si se tratara de una jurisdicción eclesiástica. Por allí pasaron los grandes poetas y los grandes trovadores de su tiempo. Y de allí salieron también dos grandes mujeres, que fueron nuevas reinas: Berenguela, la madre de San Fernando, y Blanca, la madre de San Luis de Francia. El nombre queda, pues, vinculado a la tradición histórica española. Y pasa de este modo a una hermana de Alfonso XI de Castilla, otra Leonor, que en 1329 contrae matrimonio con Pedro IV de Aragón y que es la madre de aquella Leonor que llegó a ser Reina de Castilla al casarse con Juan I.
Hay siempre un detalle curioso cuando los cronistas se ocupan de estas figuras, como es el caso de otra Leonor, hija de Alfonso IV de Portugal. Parece que todas ellas fueron capaces de destacar profundamente en la vida y en los afectos que rodean a una Monarquía. No hay que olvidar que ésa es una de las claves esenciales. Sin el amor entre Isabel y Fernando, o entre Bárbara de Braganza y Fernando VI, tendríamos que contar la Historia de una manera muy diferente. También hay una excepción, Leonor de Navarra, que sustituyó con malas artes a su hermana Blanca, que murió asesinada. Pero se trata de una excepción que viene un poco a confirmar la regla.
Encontramos el nombre de Leonor en toda la Baja Edad Media, alimentada por la memoria de aquélla que fue fundadora de la Huelgas de Burgos, y tan distinta de su madre, Alienor, que reinó en Inglaterra.
Es importante en estos momentos para un historiador, prescindiendo del asunto del nombre, destacar el papel que en la continuidad de la Dinastía tiene el hecho de que los Príncipes de Asturias hayan conseguido descendencia, pues de este modo se refuerza una trayectoria dinástica que estaba consolidada, pero que ahora experimenta una ganancia importante. No debemos plantear con urgencia ningún tema en relación con el reconocimiento del derecho femenino, porque mientras no haya un hijo varón, la trayectoria española, tan distinta de la francesa, siempre garantiza a la mujer la posibilidad de reinar. Es un tema que debe enfocarse quizás con tiempo, porque en los momentos actuales no es posible seguir manteniendo una diferencia sustancial entre varón y mujer. La igualdad no es solamente el reconocimiento de una equiparación jurídica, sino algo más, que entra muy de lleno en lo que es la tradición cultural española: el valor que la mujer tiene en la vida y que naturalmente la capacita y equipara.
El Principado de Asturias nació en 1388 como un proyecto de reforma política sumamente importante. Se puede decir que había precedentes, pero en el caso español, castellano en aquellos momentos, de lo que se trataba era de que el poder de la Monarquía, es decir, la potestad, ese ejercicio de funciones, pudiera contar simultáneamente con dos niveles: el del Rey, que es el que actúa; y el del Príncipe, que es el que colabora y se prepara. Ahora, en España, ya hay tres niveles. El comienzo de esta etapa puede ser importante, y más en estos días en que tantas confusiones se están moviendo. De acuerdo con la Constitución española, el Principado de Asturias tiene una heredera.
La Monarquía española no nace precisamente en la época de los Reyes Católicos; es un producto de la herencia romana, cuando ésta se consolida en las postrimerías del siglo VI de nuestra era al lograrse la integración de los elementos advenedizos, es decir, los germanos, con la población ya existente. Eso crea un esquema jurídico que va a estar presente en toda la vida española, en todos los fueros, en las leyes de Cataluña (los usatges), que no son otra cosa que la puesta al día del Código de Recesvinto, ese Derecho romano-germánico que constituyó la nacionalidad española. Porque nación no es sólo naturaleza: es compartir un patrimonio nutrido de derechos, de libertades, de cultura, de modo de ser, de valores, en fin, para la existencia.
El Principado de Asturias fue al principio un señorío al que se accedía por parte del heredero en el momento en que se pensaba que le había llegado la edad en que debía ejercer funciones efectivas. En este sentido, el número de Príncipes de Asturias es pequeño y ha presentado vaivenes. El primero fue Enrique, pero no llegó a serlo Juan II porque prácticamente nació Rey; sí lo fueron luego Enrique IV e Isabel la Católica; pero no en cambio Juana, por malnombre «La Beltraneja», como algunos autores erróneamente creen; y, por último, Don Juan, el heredero de los Reyes Católicos. A partir de la muerte de éste, el Principado se convierte en un título, no en un señorío, y en una condición, en la condición de aquél que va a hereder la Corona. Y así se ha mantenido con el tiempo.
Pienso que cuanto más se afirme en ese papel sustantivo que los Príncipes de Asturias deben desempeñar en el ejercicio de las funciones de la realeza, más fecundamente se asentará la Monarquía y más eficaz será. Por eso, el papel objetivo que en este momento está desempeñando Don Felipe, y a mí no me gusta ser adulador, me parece acertado y conveniente.
Hay otro factor que no debe dejarse fuera de consideración, el amor, el amor que deben tenerse los miembros de una Familia Real, porque, aunque no quieran, es algo que se refleja después en la vida de la comunidad a la cual están moralmente obligados a servir de ejemplo. Aquí empieza el gran desafío para esa niña que apenas tiene unas horas de vida. Una preparación para el futuro y una preparación que comienza siempre con la elevación de los sentimientos. Ahí es donde se abre una ventana importante. Conviene repasar la historia. El papel que aquella primera Leonor, la que vino de Aquitania, para ser Reina en Castilla, no tiene precio. Fue un cambio en la vida española que tuvo después grandes repercusiones colectivas.
1 comentario:
Está visto que el tal Luis Suárez, en cuanto se sale de los siglos XV-XVI, no hace sino meter la pata contínuamente.
Se equivoca de Leonor, señor académico. Esa Leonor que "vino de Inglaterra" suele ser referenciada como Leonor Plantagenet o Leonor de Inglaterra. Leonor de Aquitania fue su madre.
Nació en Domfront, Normandía (Francia), y fue educada, principalmente, en la abadía de Fontevraud (Anjou).
Y por si no lo sabe, señor académico, esta Leonor era hermana de Ricardo Corazón de León y Juan Sin Tierra. Seguramente nunca conoció Inglaterra, pues con apenas 9 años fue esposada a Alfonso VIII de Castilla (posiblemente en Tarazona).
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