JOSÉ ANTICH - La Vanguardia
Como un signo de normalidad acorde con el papel integrador de la monarquía parlamentaria fue recibido ayer por todas las instituciones españolas el nacimiento de la infanta Leonor, primer hijo de los príncipes de Asturias, Felipe y Letizia. Y no es para menos ya que hacía casi un siglo que no nacía en España una infanta heredera con una monarquía reinante. Tres generaciones -el Rey, el Príncipe y la infanta Leonor- son también la expresión del nuevo tiempo que le ha tocado vivir a la monarquía española, que a diferencia de otras familias reales europeas ha sabido situar entre sus prioridades la cercanía a los ciudadanos y una gran profesionalidad. Próximos a alcanzarse los primeros 30 años de reinado de Juan Carlos I, que se cumplirán el 22 de noviembre, queda perfectamente enfocado todo el complejo proceso sucesorio y se puede mirar el futuro de la institución con toda clase de garantías. En este contexto, parece obvio que es precipitado, fuera de lugar e interesado el debate que se trata de abrir sobre la reforma de la Constitución española para despejar quién podría suceder en un futuro muy lejano al príncipe Felipe. La reforma constitucional, que tiene prevista el Gobierno para el final de la legislatura, es un marco más que razonable para abordar con el consenso necesario una cuestión que no preocupa hoy a los españoles, que valoran la Corona como la institución que goza del mayor prestigio.
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