«No íbamos a perdernos este momento histórico»
Medio centenar de curiosos se dio cita en el lugar cuando se tuvieron las primeras noticias del ingreso de la Princesa de Asturias, y aguantó estoicamente el primer chaparrón
MADRID. «No íbamos a perdernos este momento histórico», comenta una mujer que ha venido con sus dos hijos a la puerta del Ruber. El chico pequeño le tira de la manga. Ha empezado a llover y la espera está quebrando la paciencia del pequeño.
Medio centenar de curiosos, un contingente sensiblemente menor al de los periodistas, se dio cita en el lugar cuando se tuvieron las primeras noticias del ingreso de la Princesa de Asturias, y aguantó estoicamente el primer chaparrón. Hubo quien aprovechó la presencia de algún popular cronista del corazón para fotografiarse con él.
Bocatas, botellas de agua, paraguas, plásticos y resignación entre los periodistas. «Y te lo querías perder». Cuando a las once de la noche, el «calabobos» se convierte en diluvio, se escucha el comentario de un filósofo de la vida: «El destino de esta mujer —Doña Letizia— está marcado por la lluvia. Hubo agua en su boda, y hay agua hoy». A falta de otros planos, los cámaras de televisión atrapan los recursos que pueden: imágenes del bosque de paraguas, de los curiosos, de los coches de Policía que van y vienen, y de la puerta del Ruber, con su luminoso azul. Hay gente de pie en el umbral, tiesa y alerta, probablemente escoltas y personal de seguridad del Centro Hospitalario. Como no hay noticias concluyentes, lo que funciona es «radio macuto»: «Me han llamado de la redacción y me han dicho que esto es inminente». «Qué va, hombre. Como el parto va a ser por cesarea, la han ingresado la noche antes pero la criatura nacerá mañana».
Pasadas la once, el aguacero acaba con la resistencia de la mitad del público. Cuatro chavales de unos 10 años se acercan a la prensa y empiezan a parlotear: «¿Me sacáis? ¿De qué tele sois? Quiero hacer unas declaraciones...». De pronto, descubren la mesa con los bocadillos y las botellas de agua —gentileza del Hospital, al parecer— y se quedan allí plantados esperando el momento de pillar algo. Al filo de la media noche ya no quedan bocatas ni casi curiosos. Lo que no falta es el agua, mucha de lluvia y algo de embotellada.
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