El Principado de Asturias se crea en las Cortes de Bribiesca de 1388. El objetivo que entonces se persigue es doble: por una parte, asegurar la sucesión en la Corona dando al Heredero las rentas necesarias para que mantenga su propia casa; y, lo segundo, establecer en la Corona una dualidad entre la plena potestad que corresponde al Rey y la sucesión que es propia del Heredero. Se llama Principado porque de esta manera goza en exclusiva del título más alto que puede tener la nobleza, por encima de duques, marqueses o condes. Por esa misma razón, se establece que sea título único, que nadie más pueda usar este título. El primer Príncipe de Asturias, los primeros Príncipes de Asturias, fueron Enrique III y su esposa, Catalina de Lancaster, que era nieta del Rey Pedro I. De ahí la conveniencia de la dualidad. Como no tuvieron hijos en edad suficiente -Juan II nace unos meses antes de morir su padre-, el Principado quedará vacante entre 1407 y 1444.
¿Por qué Asturias?
La primera pregunta que el historiador se hace es por qué Asturias y no otro señorío, como en Francia, o como en Cataluña, o como en Inglaterra. La razón es bien clara: Asturias es el origen de la Monarquía, y Oviedo significa, dentro de ésta, esa mezcla de unidad política y de santidad representada por las reliquias de la Cámara Santa. A todo esto se hace referencia.
En 1444, Enrique, que va a ser Enrique IV, reclama para sí la entrega del Principado. Entonces se formaliza el hecho de que no se trata simplemente de un título, sino que es algo más que esto: es una condición fundamental para compartir las funciones de la Corona. Así se sigue haciendo hasta hoy. El Principado no es meramente un honor: es una función, es una obligación, es también la colaboración de la Monarquía en la defensa de las libertades del Reino. En 1468, cuando Isabel la Católica es reconocida Heredera, reclama para sí y luego para su esposo, Fernando, el título y la condición de Príncipes de Asturias. Van más lejos: en las Cortes de Toledo de 1480 definen con claridad lo que debe ser la función del Principado, y así se lo entregan a su hijo Juan, que no llega a reinar porque muere prematuramente.
De este modo, durante treinta años el Principado queda en una situación como de vacante, pero Carlos V otorga a su hijo y heredero, Felipe, poderes mucho mayores de los que nadie había tenido hasta entonces en el oficio. Felipe, prácticamente, gobierna toda España y también los reinos de América desde su condición de Príncipe una vez instalado en Valladolid. La Casa de Borbón completará la fórmula con un defecto, que es la Ley Sálica, que elimina a las mujeres. Pero esta Ley Sálica será abolida primero en las Cortes de 1788 y luego por el Rey Fernando VII en 1831, de modo que en España una mujer puede ser Princesa de Asturias, como lo será en su día Leonor sin dificultad jurídica de ninguna clase.
Hubo un momento sumamente difícil, a finales del siglo XVIII, cuando Godoy recibió el título de Príncipe, cosa que significaba una ruptura con la doctrina seguida hasta entonces en España. De ahí el enfrentamiento del futuro Fernando VII con el primer ministro. Pero todo esto forma parte de lo anecdótico.
La Monarquía española, que ha madurado más que otras monarquías europeas, ha dado un paso muy decisivo al establecer esa dualidad Rey-Príncipe que garantiza que en ningún momento falte esa autoridad suprema de la que dependen la unidad de España, el respeto de las leyes y, en definitiva, las libertades.
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