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UN año más, Su Majestad el Rey ha dirigido a los españoles el tradicional mensaje de Nochebuena con las palabras adecuadas que corresponden al ejercicio ejemplar de sus funciones. La Corona simboliza la unidad y permanencia del Estado, y su titular es árbitro y moderador del funcionamiento regular de las instituciones. Como es habitual, Don Juan Carlos habla a los ciudadanos desde la gravedad y la mesura propias de su condición, pero también con el afecto y la cercanía personal que distinguen al Monarca en su contacto permanente con la sociedad. Este ha sido un año importante para la Corona. El anuncio de que los Príncipes de Asturias serán padres por segunda vez ha devuelto al primer plano el debate sobre la reforma constitucional, si bien el hecho de que la próxima Infanta será una niña evita las urgencias a la hora de modificar el artículo 57. Existe un acuerdo pleno entre los partidos políticos y una sólida convicción social sobre la igualdad entre el varón y la mujer. Tanto el procedimiento como el contenido de la reforma están muy claros según los criterios jurídicos más rigurosos, de manera que sólo falta encontrar el momento oportuno en términos políticos para desarrollar el complejo mecanismo del artículo 168. En todo caso, ningún debate artificial puede empañar la profunda sintonía entre la Corona y los españoles.
Don Juan Carlos desempeñó un papel determinante en la Transición. Así lo reconocen la historia y la opinión pública, a pesar de algunos intentos poco afortunados de diluir su protagonismo. La declaración del Congreso de los Diputados con motivo del aniversario del 23-F fue un error reconocido por unos y mantenido por otros al servicio de estrategias partidistas que sólo favorecen a los radicales. Los españoles saben muy bien a quién se debe el impulso decisivo para esta larga etapa de éxito colectivo. Como bien dijo el Monarca en su mensaje de Nochebuena, esa voluntad de consenso que hizo posible la Transición es el fundamento del éxito de una Constitución «de todos y para todos». Con su precisión habitual, Don Juan Carlos recordó una idea capital: «España es una gran nación de la que todos podemos sentirnos orgullosos». Sin apartarse ni un milímetro de sus funciones constitucionales, son muy significativas las referencias a la reconciliación, la concordia y la generosidad, a la necesidad de «concentrarnos en todo aquello que nos une», y a «sosegar» la vida política. Palabras muy certeras, sin duda, en estos tiempos de falso revisionismo histórico y de exaltación de las diferencias menores sobre los acuerdos imprescindibles.
Así pues, la Constitución como «marco amplio y generoso que asegura la convivencia en libertad» ha sido una vez más el eje del mensaje real. En este contexto se insertan las menciones al «objetivo irrenunciable de poner fin al terrorismo», entre las que destacan la advertencia sobre la primacía del Estado de Derecho y el recuerdo afectuoso para las víctimas y sus familias. Son ideas que comparte una gran mayoría y que adquieren todo su sentido en el difícil momento presente. También son muy significativas las constantes apelaciones al éxito de España en los ámbitos económico, cultural e incluso deportivo, frente a quienes ponen en circulación la falacia de que el sistema vigente ha sido un fracaso. Don Juan Carlos ha tenido un recuerdo para quienes sufren la pobreza, la marginación o la exclusión social, poniendo como ejemplo positivo la reciente aprobación por unanimidad de la Ley de Dependencia. Mencionó también alguno de los problemas que preocupan de verdad a la gente, como la sanidad, la vivienda o la educación. Muy acertado ha sido igualmente el enfoque relativo a la inmigración: junto con el reconocimiento y la gratitud a quienes contribuyen con su esfuerzo a nuestro crecimiento, resaltaba la necesidad de luchar contra el tráfico de personas y la prioridad de los derechos humanos. Esta vez el Rey ha puesto especial énfasis en el medio ambiente y el desarrollo sostenible, y no ha faltado, como todos los años, el recuerdo a la misión de nuestros soldados en el exterior. Un mensaje, en fin, que refleja la singular capacidad del Monarca para hacer suya la sensibilidad de la inmensa mayoría de los españoles.
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