Por ALMUDENA MARTÍNEZ-FORNÉS
ABC
LLEVAN treinta años estando donde tienen que estar, aunque ese lugar sea distinto cada semana o, incluso, cada día. A veces, las más difíciles, es la propia actualidad la que obliga a cambiar a toda prisa su agenda programada para estar en el sitio y el momento adecuado y llevar palabras de consuelo y solidaridad. Pero la cita de ayer era de las fáciles. El lugar, un colegio de la isla de Fuerteventura, donde un año más, Sus Majestades los Reyes inauguraban el curso escolar y escuchaban las canciones y ocurrencias de los niños.
Pero el centro elegido estaba en esta ocasión cargado de simbolismo. Reflejo de la nueva sociedad española, tan distinta a aquélla de hace tres décadas, uno de cada tres niños que se sientan en los pupitres del colegio visitado por Don Juan Carlos y Doña Sofía son hijos de inmigrantes. Igual que desde hace treinta años, ellos son los Reyes de «todos los españoles», aunque España cambie. Quizá por ello tengan más eco las palabras de Don Juan Carlos cuando instó a los centros escolares a aportar no sólo conocimientos, sino también «principios y valores» y hacer de los alumnos «personas plenamente realizadas y ciudadanos comprometidos con el bien común y el futuro de España».
Pero el centro elegido estaba en esta ocasión cargado de simbolismo. Reflejo de la nueva sociedad española, tan distinta a aquélla de hace tres décadas, uno de cada tres niños que se sientan en los pupitres del colegio visitado por Don Juan Carlos y Doña Sofía son hijos de inmigrantes. Igual que desde hace treinta años, ellos son los Reyes de «todos los españoles», aunque España cambie. Quizá por ello tengan más eco las palabras de Don Juan Carlos cuando instó a los centros escolares a aportar no sólo conocimientos, sino también «principios y valores» y hacer de los alumnos «personas plenamente realizadas y ciudadanos comprometidos con el bien común y el futuro de España».
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