viernes, 16 de septiembre de 2005

Masako. Princesa a su pesar

Un libro de inminente aparición relata el calvario de la heredera consorte de Japón, sufrida víctima de la rigidez de la Corte del Crisantemo.



No hay duda de que las princesas herederas de todo el mundo están dando que hablar en los últimos años. El que éstas no pertenezcan ya a la realeza, así como las nuevas formas de vida han suscitado una serie de problemas con los que las casas reales van lidiando como pueden. El caso de Lady Di fue paradigmático.

Mette-Marit -quién iba a decir una cosa así, hace unos años- incorporó al matrimonio el hijo que tuvo de soltera. En España hemos tenido más suerte, aunque no hayamos dejado de mirar a doña Letizia con lupa. Entre todos esos casos, el de la princesa Masako de Japón tiene unas connotaciones especiales. Porque la propia monarquía japonesa es especial, y por las consecuencias que está teniendo para la propia Masako, que ha sufrido graves crisis psicológicas.
El caso de Masako ha llevado a que se la vea como una "mariposa atrapada", según el libro de Martin Fritz y Yoko Kobayashi, que Aguilar saca a la calle esta semana. La historia de Masako desborda con mucho el ámbito de lo personal. Está poniendo sobre el tapete las posibilidades de modernización de una monarquía especialmente tradicionalista como es la japonesa.

Nacida en 1963, Masako Owada (apellido de soltera que perdió al entrar en la familia imperial) pertenece, evidentemente, a una familia de clase alta. Su padre, Hisashi Owada, era un alto funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores que estuvo destinado en la URSS y Estados Unidos.

En este segundo país Masako pasó su adolescencia y primera juventud. Estudió Ciencias Económicas en Harvard y, luego, en la prestigiosa Universidad de Tokio, la cantera de la que sale la élite del Estado japonés. Hizo un curso de posgrado en Oxford y trabajó -con brillantez y gran dedicación, según todos los testimonios- como diplomática en el Ministerio de Asuntos Exteriores de su país. Una joven brillante con un futuro brillante.

Tenía 22 años cuando los funcionarios de la casa imperial se fijaron en ella para incluirla en el paquete de candidatas a esposa del príncipe. Porque, sí, en Japón existen funcionarios dedicados a esa tarea.

El asunto no se entiende bien si no se tienen en cuenta otras características de la monarquía japonesa, como el que hayan existido las concubinas oficiales hasta entrado el siglo XX. La explicación está en la absoluta necesidad de que el emperador engendre un hijo varón, el único que puede sucederle. Las concubinas ya no existen, pero la esposa del emperador tiene, antes que cualquier otra, la misión de traer al mundo ese hijo varón. Algo que, hasta ahora (y ya ha rebasado los 40) no ha conseguido Masako, lo que está en la base de su tragedia personal.

El hecho de que los funcionarios casamenteros pusieran los ojos sobre ella no era algo tan halagüeño como pueda suponerse a primera vista. Tanto o más que en Madrid, en Japón las niñas ya no quieren ser princesas. Las jóvenes de buena familia, con un prometedor futuro profesional, libertad personal y holgada situación económica, encuentran preferible esa dorada perspectiva de yuppies que el encierro en el palacio imperial, agobiadas de obligaciones y normas restrictivas.

Al parecer, ha habido casos de alguna de estas yuppies en ciernes que, al saberse investigada por los celestinos imperiales, hizo las maletas y se fue del país.

Masako no llegó a tanto, pero se lo pensó mucho. Si cedió finalmente fue por el precedente que habían sentado quienes iban a ser sus suegros, los emperadores actuales, Akihito y Michiko, que ya habían dado algunos pasos hacia la modernidad, y por el sincero amor que el bueno de Naruhito, su pretendiente, supo despertar en ella.

Una vez detectada por los buscadores de princesas, Masako tenía que ser presentada al príncipe Naruhito. Nada íntimo, por supuesto. Una recepción con más de cien invitados era una buena ocasión. Ésta se presentó cuando la infanta Elena de Borbón visitó Japón en octubre del 86. Allí estuvo Masako, con su pelo corto, sus mejillas regordetas, vestida con un traje azul oscuro y confundida entre otras 40 veinteañeras solteras.

Se trataba no sólo de que Naruhito conociera candidatas, sino de que éstas fueran evaluadas por los funcionarios de turno. De las otras no sabemos nada (¿quién se acuerda de los eliminados en Operación Triunfo?), pero Masako pasó la prueba con nota.

Un asesor de palacio, Shigemitsu Dando, nada menos que antiguo juez constitucional, escribió en su diario: "La señorita Masako estuvo encantadora, divertida y jovial. Otro observador dijo que 'era como si llevara una luz en el corazón'. Y, lo más importante, el propio Naruhito quedó igualmente impresionado. Masako le pareció "una mujer casi celestial".

Por Ángel Vivas.
Más información en la edición impresa de la revista Época.

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