martes, 9 de agosto de 2005

TRIANA PARA UNA INFANTA DIFUNTA

Por ANTONIO BURGOS
ABC


Escribía Borbón con B de Brasil y Triana con T de trono imperial entre las palmeras de su palacio de Villamanrique. Que era mucho más Villamanrique de la Condesa, de la Condesa de París, cuando Doña Esperanza iba de amazona en las viejas fotografías de reales giras campestres por Gato. La Historia de España y de Francia en una sola pieza, las flores de lis de Montpensier y de San Telmo en quien recibió de su padre, el Infante Don Carlos, ese amor por las cosas de Sevilla, del Rocío, de Andalucía. De España

Doña María de las Mercedes y Doña Esperanza eran para Sevilla antes de la guerra civil las niñas del Infante Don Carlos. Aquel Infante Don Carlos sevillano y popular, que con el título del Reino que más le gustaba tomar cañas en la Feria era con el Marqués de las Cabriolas, moyatoso cobrador de seguros de La Previsión Española. Aquel Infante Don Carlos, capitán general en el palacete de La Gavidia, a quien el Comité Republicano, tras el 14 de abril de 1931, ya con Don Alfonso XIII camino del destierro, visitó en su casa de La Palmera:..—Don Carlos: aunque hayamos echado al Rey, y usted sea un Borbón, usted y Doña Luisa, y las niñas, y el Infante Don Carlitos, se pueden quedar aquí, que no les va a pasar nada, porque usted sabe lo que les queremos los sevillanos

A pesar de aquel respeto de los sevillanos que rendían los honores de la tricolor ante la flor de lis, Don Carlos y Doña Luisa, y Don Carlitos, y las niñas, marcharon al destierro. Años trágicos pasaron antes que pudieran volver a Sevilla. Años tristes, en los que Don Carlitos murió en el frente y lo enterraron en la cripta de su Hermandad de Pasión. Cuando la parte más sevillana de la Familia Real regresó, se alojaron en el Hotel Inglaterra. Los sevillanos les habían llenado de nardos sus cuartos. En el cuarto de un hotel de Roma iba a morir Don Alfonso XIII y en el cuarto de un hotel de Sevilla, con un balcón abierto a la alegría con palmeras y coches de caballos de la Plaza Nueva, la ciudad volvía a recibir a la Institución Monárquica: a Don Carlos, a Doña Luisa y a aquellas dos niñas tan sevillanas, que habían estudiado con las Irlandesas en la calle Palmas, y que, como en un romance, estaban llamadas a ser la una Reina de España y la otra, Princesa del Brasil.

La Infanta Doña Esperanza no olvidaba aquel olor de los nardos del Hotel Inglaterra. Cuando en la mañana del 15 de agosto, como una manriqueña más, con su bata de cretona, sus gafas de sol y su abanico, iba a ver a la Virgen de la Familia, a la Virgen de los Reyes, el olor de los nardos le recordaba aquel regreso del destierro. Cuando Doña Esperanza, junto a su querido Don Pedriño, estaba lejos, en Brasil, que para ella estaba un poquito más lejos que Triana, que el Rocío y que Villamanrique, la humedad de flamboyanes y mangos del palacio de Parà le traía a veces el olor de esos nardos. El recuerdo de su Sevilla. A la que ella le ponía el nombre de Triana y el verde de un Simpecado.

Yo ahora estoy viendo a Don Pedriño y a Doña Esperanza con su Hermandad de Triana, jóvenes, camperos, por la Raya, camino del Rocío. Emperadores con el pueblo andaluz. Don Pedriño, ecologista, amante de la Naturaleza, enamorado del campo, se sabe el nombre de todos los lirios silvestres que van pisando las carretas, Doña Esperanza va vestida de gitana y el empaque de su realeza convierte los volantes en manto imperial. Doña Esperanza ahora hace la presentación con Triana. Lleva la vara en el estribo. Huele a nardos. Como olieron en el pasado mes de junio, en una tarde de campanas y banderas de España, en Villamanrique, cuando Doña Esperanza, amazona del tiempo irreparable en una silla de ruedas, inauguraba la nueva casa de la Guardia Civil. Era la última vez que, tan imperial, tan soberana, la más hondamente sevillana y refinadamente popular de los Borbones se encontraba con el pueblo. Ahora trasminan a crisantemos de Triana para una infanta difunta estos inmarcesibles nardos de la sevillanía de Doña Esperanza. De aquella niña a la que su padre, el Infante Don Carlos, le enseñó a querer a una Sevilla a la que ella le puso el nombre de Triana, le puso el color del Rocío, le puso el olor de unos nardos. Sencillamente España.

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