Enric Juliana
La Vanguardia
Los reiterados gestos del Rey en favor de un amplio acuerdo contra la crisis económica han levantado cierta marejada en Madrid. Nada nuevo en una ciudad que se excita muy fácilmente. El activismo del Monarca no ha acabado de sentar bien al Gobierno y ha provocado molestias de diferente intensidad en el vasto campo de la oposición: irritación en el zócalo duro de la derecha y una soportable incomodidad en Mariano Rajoy, el imperturbable.
Don Juan Carlos no ha hecho otra cosa que autorizar a Ramón Iribarren, nuevo jefe de prensa de la Casa Real, a dar publicidad a los contactos que viene manteniendo con distintos protagonistas de la vida económica del país. Agenda pública, más una apelación al pacto en un discurso pronunciado el pasado miércoles en un discreto acto institucional. Nada más que eso. El globo del pacto de Estado se ha hinchado solo, porque hay mucho helio acumulado en el centro de la política española. El centro español –la centralidad, que decimos los catalanes con tono italianizante– está hueco. Apenas hay nada en su interior. Sólo gas. Gas y desconcierto.
Ese mismo gas también ha inflado el pacto ofertado hace una semana por Josep Antoni Duran Lleida. El asunto apenas fue tratado en la comisión ejecutiva de Convergència i Unió. Duran efectuó una declaración casi de trámite y el mensaje se agrandó de inmediato. Y de qué manera. En CiU aún están sorprendidos de la facilidad con la que han robado la cartera al atribulado PSC. "Temps difícils, gent seriosa".
Es muy sencillo: el Rey ha dicho lo que la gente sensata –que en España aún sigue siendo mayoría– quiere oír. El centro está vacío y el jefe del Estado lo ha sobrevolado.
No servirá de nada, sostienen los más pesimistas. Falso. El gesto tendrá recorrido. En ajedrez, los movimientos del rey siempre acarrean consecuencias: frenan, inducen, condicionan, bloquean. El movimiento de don Juan Carlos ha recordado a los españoles que la monarquía no se ha ausentado, en una época en la que las élites tienden a huir de los problemas de la gente. Y ha dejado en cueros a la política politizada. Hoy en España no es el rey el que va desnudo.
PSOE y PP no desean el pacto. Es evidente. Ambos quieren ganar tiempo. El Gobierno aún cree que podrá recuperar la iniciativa cuando comiencen a registrarse datos positivos en la estadística económica. Y la oposición espera a que la crisis, que pronto se verá acentuada por algunas noticias muy poco agradables sobre la verdadera salud de algunas cajas de ahorro, desangre al presidente de la ceja partida.
Zapatero y Rajoy, lastrados ambos por unos índices de desconfianza ciudadana (entre el 71 y el 76%) que dan vértigo, tendrán menos margen a partir de junio, cuando finalice el semestre europeo. La tenaza se va cerrando: o cogestión de la crisis, o electoralismo desenfrenado. El movimiento del Rey intercepta la gestión abusiva del tiempo por parte de la política y plantea cierta dificultad al electoralismo. Obliga a los dos grandes partidos a concretar. A ceñirse. Algo de eso veremos mañana en el debate de política económica en el Congreso, casi a la misma hora en la que el Rey será recibido por Barack Obama en la Casa Blanca.
La Vanguardia
Los reiterados gestos del Rey en favor de un amplio acuerdo contra la crisis económica han levantado cierta marejada en Madrid. Nada nuevo en una ciudad que se excita muy fácilmente. El activismo del Monarca no ha acabado de sentar bien al Gobierno y ha provocado molestias de diferente intensidad en el vasto campo de la oposición: irritación en el zócalo duro de la derecha y una soportable incomodidad en Mariano Rajoy, el imperturbable.
Don Juan Carlos no ha hecho otra cosa que autorizar a Ramón Iribarren, nuevo jefe de prensa de la Casa Real, a dar publicidad a los contactos que viene manteniendo con distintos protagonistas de la vida económica del país. Agenda pública, más una apelación al pacto en un discurso pronunciado el pasado miércoles en un discreto acto institucional. Nada más que eso. El globo del pacto de Estado se ha hinchado solo, porque hay mucho helio acumulado en el centro de la política española. El centro español –la centralidad, que decimos los catalanes con tono italianizante– está hueco. Apenas hay nada en su interior. Sólo gas. Gas y desconcierto.
Ese mismo gas también ha inflado el pacto ofertado hace una semana por Josep Antoni Duran Lleida. El asunto apenas fue tratado en la comisión ejecutiva de Convergència i Unió. Duran efectuó una declaración casi de trámite y el mensaje se agrandó de inmediato. Y de qué manera. En CiU aún están sorprendidos de la facilidad con la que han robado la cartera al atribulado PSC. "Temps difícils, gent seriosa".
Es muy sencillo: el Rey ha dicho lo que la gente sensata –que en España aún sigue siendo mayoría– quiere oír. El centro está vacío y el jefe del Estado lo ha sobrevolado.
No servirá de nada, sostienen los más pesimistas. Falso. El gesto tendrá recorrido. En ajedrez, los movimientos del rey siempre acarrean consecuencias: frenan, inducen, condicionan, bloquean. El movimiento de don Juan Carlos ha recordado a los españoles que la monarquía no se ha ausentado, en una época en la que las élites tienden a huir de los problemas de la gente. Y ha dejado en cueros a la política politizada. Hoy en España no es el rey el que va desnudo.
PSOE y PP no desean el pacto. Es evidente. Ambos quieren ganar tiempo. El Gobierno aún cree que podrá recuperar la iniciativa cuando comiencen a registrarse datos positivos en la estadística económica. Y la oposición espera a que la crisis, que pronto se verá acentuada por algunas noticias muy poco agradables sobre la verdadera salud de algunas cajas de ahorro, desangre al presidente de la ceja partida.
Zapatero y Rajoy, lastrados ambos por unos índices de desconfianza ciudadana (entre el 71 y el 76%) que dan vértigo, tendrán menos margen a partir de junio, cuando finalice el semestre europeo. La tenaza se va cerrando: o cogestión de la crisis, o electoralismo desenfrenado. El movimiento del Rey intercepta la gestión abusiva del tiempo por parte de la política y plantea cierta dificultad al electoralismo. Obliga a los dos grandes partidos a concretar. A ceñirse. Algo de eso veremos mañana en el debate de política económica en el Congreso, casi a la misma hora en la que el Rey será recibido por Barack Obama en la Casa Blanca.
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