En los últimos tiempos parece habérsele perdido el respeto a la Corona. Las muestras de desafección a la Corona se ven por doquier. Las banderas republicanas en las manifestaciones contra el apoyo español a la guerra de Iraq fueron una muestra de ello y, más recientemente, el desafío de la revista satítica El Jueves o la quema de retratos del Rey en Cataluña. Cuando parecía que la misión de don Juan Carlos -respecto de la Corona- estaba cumplida, empiezan a vérsele grietas. Esta misión, según el decidido monárquico y periodista angloespañol Tom Burns Marañón, era hacer inteligible la institución para sus súbditos.
¿Qué quiere decir con inteligibilidad de la Monarquía? Para facilitarse las cosas, señala que la Monarquía es incomprensible racionalmente y, por tanto, se hace inteligible por familiar. De hecho, en numerosas ocasiones vacía y aleja el concepto de Monarquía refiréndose a ella como parte del "mobiliario" de un país. Y un mueble puede sernos perfectamente familiar, hasta sentimentalmente apreciado, pero es difícil enfadarse con él mientras no estorbe y sirva. Esto casa con su teoría de la Monarquía necesaria: es necesaria en cuanto que útil, e históricamente se ha demostrado su utilidad. Al menos, esto trata de demostrar a lo largo de siete capítulos en los que repasa diacrónicamente el proceso desde la Monarquía constitucional de Cánovas hasta la Monarquía constitucional actual de don Juan Carlos. Sincónicamente, compara el modelo actual con los anteriores de Alfonso XII y XIII y, remotamente, con la Corona británica que para Burns es el modelo de Monarquía perfecta, cuya descripción paradigmática dio Walter Bagehot pensando en la reina Victoria.
Este modelo no fue imitado por Alfonso XIII, quien prefirió mirarse en su abuela; sí, aquélla que, como él, fue expulsada del trono y del país. Don Juan Carlos comprendió que, para alcanzar la Corona y recuperar sus privilegios dinásticos, debía diseñar una Institución útil, comprendió que debía crear una relación de necesidad respecto de sus súbditos. Aquí se revela al actual Borbón como una persona inteligente y estratega, que durante años simuló ser tonto y dócil -y con éxito- pero que, una vez hubo recabado toda la legitimidad posible -con las dificultades añadidas del salto sucesorio y la contradicción de jurar fidelidad a los Principios del Movimiento para luego abogar por la devolución de las libertades secuestradas-, desmontó, con prudencia y manga ancha, el sistema franquista y posibilitó la implantación de la democracia más o menos funcional. Eso siempre y cuando el lector confíe en los puntos de vista que Burns da por válidos, los de Areilza y Powell del Rey como motor o piloto de la Transición.
El autor se remite al consenso para no demostrar este axioma básico en su ensayo; pero no deja de ser cierto que, junto a las voces neorrepublicanas que empiezan a escucharse -que el Rey cumplió en el momento de la Transición pero que, una vez asentada la democracia ha dejado de ser útil y, por tanto necesario-, hay otras que ponen en duda las cualidades de pilotaje del Monarca -y que éste, como mucho, habría sido un pasajero de business que se limitó a no hacer el melendi-. Realmente, lo que interesa ahora tanto a la Coroana como a la ciudadanía no es el repaso histórico de la constitución de la Monarquía parlamentaria que se extiende a lo largo de siete capítulos, sino lo que apunta en el octavo. Es decir, que aunque aceptemos que hasta hoy la Monarquía ha sido necesaria, la cuestión es si todavía lo es y si lo será el el futuro. Y estas preguntas, bien las deja en el aire -como advierte en la Introducción-, bien las responde con dogmas de fe que, seguramente por falta de espacio, deja sin desarrollar. Aunque el ensayo está escrito con el pulso firme de un buen periodista, no creo que don Juan Carlos -y menos aún don Felipe- haya encontrado aquí el panegírico que necesita.
LO MEJOR: La fluidez del texto.
LO PEOR: Pasa de puntillas por la reflexión más importante: el presente y el futuro de la Institución.
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