domingo, 23 de diciembre de 2007

La eterna Isabel Alejandra María Windsor

 
WALTER OPPENHEIMER
El País
 
Cuando Isabel Alejandra María Windsor llegó al mundo, el 21 de abril de 1926, no estaba destinada a ser reina. Hoy, sin embargo, es el monarca más longevo de la historia británica, batiendo el récord que hasta el jueves ostentaba su tatarabuela, la reina Victoria. No obstante, Victoria permaneció más años en el trono, entre 1837 y 1901. No es la única paradoja de su vida: fueron los devaneos amorosos de su tío Eduardo VIII, luego degradado a mero duque de Windsor, los que acabaron llevándola al trono; y fueron los devaneos amorosos de su hijo y actual heredero de la corona, el príncipe Carlos, los que llegaron a poner a la monarquía británica al borde del colapso en los primeros años noventa. Pero muchas cosas han cambiado en los últimos 15 en el todavía pomposo mundo de los Windsor.
 

Cuando nació Isabel II, en Inglaterra reinaba su abuelo, Jorge V, y el primer ministro era el conservador Stanley Baldwin. La España de Alfonso XIII y Miguel Primo de Rivera se tambaleaba. Eran los tiempos del canciller Gustav Stresemann en la República de Weimar, la Alemania de entreguerras; en Francia presidía el protestante Gaston Doumergue, en EE UU un tal Calvin Coolidge y en la URSS mandaba alguien más famoso y siniestro, Josef Stalin. Austin y Bugatti eran los coches de moda, todavía no se jugaba la Liga española de fútbol, la televisión no existía, a América se viajaba en barco y la Gran Depresión estaba a la vuelta de la esquina.

El tío de Isabel, Eduardo, príncipe de Gales, se enamoró en 1930 de una millonaria norteamericana, Wallis Simpson, y en enero de 1936, a la muerte de Jorge V, heredó la corona y se convirtió en el rey Eduardo VIII. Pero Wallis consiguió al poco tiempo su segundo divorcio y el rey se quiso casar con ella. No estaban aún los tiempos para tanta lírica y Eduardo tuvo que elegir entre el amor y la monarquía. Y eligió el amor. En diciembre de 1936 abdicó en su hermano Alberto Federico Arturo Jorge, que se convirtió en Jorge VI. Así fue como su hija, Isabel, se convirtió en heredera del trono, al que accedió a la muerte de Jorge VI, en 1952.

El Reino Unido tampoco es lo que era cuando nació Isabel. En aquellos tiempos el Imperio Británico se extendía sobre la cuarta parte de la tierra y casi un cuarto de la población mundial. Pero el Imperio empezó a desmembrarse siendo Isabel todavía una niña y acabó desplomándose tras la II Guerra Mundial, coincidiendo con su llegada al trono. Isabel sigue siendo jefe del Estado de 15 de los 53 países que forman la Commonwealth, una institución que sólo sirve para perpetuar la memoria del Imperio y celebrar unos juegos deportivos cada cuatro años. El Reino Unido no tiene poder legal sobre sus socios y la posición de la reina al frente de la Commonwealth es a título personal y no un derecho que pueda transmitir a su sucesor: cada socio decide por sí mismo si acepta al monarca británico.

Hasta la llegada de Diana de Gales a la familia real, los Windsor siguieron viviendo como si el mundo apenas hubiera cambiado. Isabel se comportó en sus 40 primeros años de reinado como una reina muy profesional pero de frialdad exagerada. De ella se decía que siempre tuvo más cerca de su corazón a los caballos y a los perros que a los seres humanos. A diferencia de Eduardo VIII, Carlos de Gales eligió la monarquía y renunció al amor: como estaba mal visto que se casara con una mujer mayor que él y que había perdido la virginidad antes de llegar al altar, Carlos renunció a Camila Rosemary (luego Camila Parker Bowles y ahora duquesa de Cornualles) y se casó con Diana. Pero la renuncia era aparente, y la relación entre Carlos y Camila arruinó el matrimonio y convirtió a Diana en una heroína nacional. La popularidad de la monarquía cayó por los suelos e Isabel proclamó 1992 como annus horribilis para los Windsor.

En 1997, la reina tocó fondo: su altanera reacción tras la muerte de Diana contrastó con la explosión de histeria sentimental en todo el país. Fue el primer ministro Tony Blair, aliado con el príncipe Carlos, quien le abrió los ojos a la reina y le hizo ver que los Windsor tenían que dejar su refugio escocés de Balmoral y para viajar a Londres para sumarse al dolor de los británicos. En los 15 años que han pasado desde 1992, la monarquía británica ha ido cambiando. Algunos cambios han sido radicales, impulsados para dar la sensación de adaptación a los nuevos tiempos: la reina paga impuestos, asume los gastos de casi toda la familia real y hace públicas sus cuentas. Y Carlos, divorciado y luego viudo, se ha casado con la también divorciada Camila sin comprometer su derecho al trono. Otros cambios son más sutiles, como la menor formalidad de vestuario en las recepciones, la mayor preponderancia de la gente corriente en los actos de la reina o el hecho de que el monarca se rebaje a comer un curry en un viaje al norte de Inglaterra.

Isabel es el monarca más longevo del Reino Unido pero otros, como el saudí Abdalá, 82 años, son más ancianos. Aunque ya lleva 55 años en el trono, también otros la superan en eso, como el rey Bhumibol de Tailandia, que lleva 61 años reinando. Los dos están, sin embargo, aún por debajo de los casi 64 años de reinado de Victoria.

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