ANTONIO BURGOS
ABC 12-1-2008
No sé si será tan difícil como contar la cantidad de veces que han roto las olas de la mar sobre la plata quieta de la Caleta. Tiene que ser algo así, y quizá me quede corto. Y que conste que lo digo sin exageración andaluza. Me refiero a la cantidad de veces que Don Juan Carlos ha oído la música de la Marcha Real, de cuya letra mejor no hablar. Para ese viaje del burdo copieteo de la magnífica letra de José María Pemán no se necesitaban esas alforjas para la poesía ramplona que suena demasiado al original texto del reinado de Don Alfonso XIII, el que manipularon llenándolo de brazos en alto y de yugos en contraflecha, que en su primitiva letra decía lo mismo que este invento olímpico con canon digital que ahora se han sacado sin ninguna necesidad, en una absurda Operación Triunfo. Escribió Pemán: «Viva España,/ alzad la frente, hijos/ del pueblo español/que vuelve a resurgir,/gloria a la Patria/que supo seguir/sobre el azul del mar/el caminar del sol».
Pero antes de que me hirviera el agua del radiador con la dichosa letra, letra que los herederos de Pemán deberían poner al cobro, porque es casi igualita, me preguntaba cuántas veces habrá oído Don Juan Carlos la música de la Marcha Real. ¿Me quedo corto si con El Beni de Cádiz digo que siete mil millones de veces? ¿E interpretada por cuántas orquestas y bandas, por cuántos instrumentos distintos? El Rey ha escuchado la Marcha Granadera tocada por la música del Regimiento de su Guardia; por los pífanos dieciochescos de los Alabarderos; por la banda del Regimiento Inmemorial del Rey; por las gaitas de los premios Príncipe de Asturias; por el órgano de la Catedral de Sevilla en bodas reales; a tambor y corneta de unos soldados de España que defendían la paz por el mundo en nombre de la Patria; en la Casa Blanca, qué sé yo...
Pero ayer, en Villamanrique de la Condesa, cuando Don Juan Carlos presidía el solemne funeral por el Príncipe Don Pedro de Orleáns y Braganza en la sencilla parroquia marismeña, como cuando en 2005 le daban allí tierra andaluza a su tía la Infanta Doña Esperanza de Borbón-Dos Sicilias y Orleáns, mientras el cardenal de Sevilla alzaba en la consagración el cuerpo del Dios que creó las marismas del Cielo donde ya se han ido los augustos tíos de S.M., el Rey pudo oír la más emocionante interpretación popular de la Marcha Real. Por el recio rito campero de la marisma, un tamboril y una gaita tocaban la Marcha Real en honor de la consagración de Su Divina Majestad, y en augusto recuerdo de aquel señorial, cercano, abierto, imperial Don Pedriño cuya figura a caballo aún evocan los caminos de la Raya Real, de Gato, al que parecía que ayer lloraban los pinos del Coto que despiden a las carretas.
Felipe II aparte, la Corona de España tiene muchos Escoriales. Yo fui una vez, por las calles de Roma, en aquella ciudad donde hace 70 años nació un hombre que nos mandó Dios cuyo nombre era Juan, en busca de la iglesia de Montserrat de los Españoles, para orar ante la tumba de Don Alfonso XIII, aquel Rey que en su manifiesto «Al País» dio toda una lección democrática de sometimiento a la voluntad popular. Después, en El Escorial propiamente dicho, he visto las lágrimas del Rey cuando enterraba a su padre, el Conde de Barcelona. O cuando media Sevilla de cal y naranjos acompañaba allí, en aquellos fríos de piedra, a su egregia madre, Doña María de las Mercedes. El Escorial de Felipe II; el Escorial romano del destierro de un Rey de España que el romance de Agustín de Foxá aún ve muerto en el cuarto de un hotel. O El Escorial sevillano de la cripta del Salvador, donde están enterrados los abuelos del Rey, los Infantes Don Carlos y Doña Luisa. En ninguno de ellos, nunca, sonó la Marcha Real tan emocionante, tan nuestra, como ayer la pudo escuchar Don Juan Carlos mientras alzaban en el Escorial marismeño de Villamanrique. Sonaba la vieja lealtad del pueblo, con su mejor música celestial, en el tamboril y la gaita. Hay una copla rociera que pide a estos tamboriles y gaitas que no hagan ruido, que el Niño de la Virgen ya se ha dormido. Yo ahora, desde la lealtad, pido a estos mismos tamboriles rocieros que hagan todo el ruido posible tocando la Marcha Real en justísimo honor de Don Juan Carlos. Tocad, tamboriles y gaitas de Villamanrique, tocad la Marcha Real, haced ruido, que todos los que nos sentimos orgullosos de nuestro Rey debemos acallar para siempre la pesetera fanfarria de los traidores.
viernes, 9 de mayo de 2008
El tamboril de la Marcha Real
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