ANTONIO BURGOS
ABC
SIN saberlo quizá, el Rey renovó el día del Corpus una tradición. Digo sin saberlo porque si no la conocen muchos sevillanos, ¿cómo la va a conocer el Rey? La tradición es que por lo menos desde tiempos de Rege Carolo, de Carlos I, que se casó allí con Isabel de Portugal en 1526, incluso en los tiempos en que era residencia real perteneciente al patrimonio de la Corona y el Ayuntamiento aún no se la había apropiado en la tricolor primavera de 1931 como una toma del Palacio de Invierno a la sevillana, con barcas de la Plaza de España como acorazado Potemkim, todos los días del Corpus, en cuanto entraba la Custodia y repicaban las campanas, se abrían las puertas de los patios, salones, palacios y jardines del Alcázar gratis total a los sevillanos. La costumbre me suena a isabelina, a decisión de la Reina Castiza que las coplas siguen cantando cuando pasa por el Puente de Triana sin llevar corona, tan sólo peina. O quizá sea de antes, de cuando Olavide era asistente de la ciudad y alcaide del Alcázar, que abriría el palacio al pueblo por el Corpus del mismo modo que lo abría todos los días del año a su tertulia de ilustrados y enciclopedistas, por la que la Sevilla Rancia se la juró.
El caso es que cuando aún el Alcázar no era un masivo recurso turístico, como una Casa Anselma sin salve rociera pero con Patio de la Montería; cuando era restringida residencia de los Reyes, jardín cerrado y paraíso abierto para pocos, sus puertas se franqueaban al pueblo en la mañana del Corpus.
El Rey, como digo, no sabe seguramente esta tradición, pero la cumplió anteayer, quizá por obra de los duendes de Sevilla. Venía a presidir por la mañana una junta de la Maestranza y a inaugurar por la tarde, antes de los toros, el monumento de su madre. Y ya que no había almuerzo oficial, desde las 2 de la tarde a las 6 había en el programa regio unas horas muertas, que alguien resolvió proponiendo a S.M. una retirada a los cuartos reales de la parte alta del Alcázar, para quitarse la chaqueta, tumbalarguidearse y piernasueltear allí, ora en siesta pijamera, ora en el clásico butacazo postprandial. El Rey rechazó inmediatamente esa hipótesis de programa, ese «escenario», que dicen los cúrsiles. No por nada, sino porque por unas horas solamente no quería liar en el Alcázar ese follón de cerrarlo a las visitas, organizarlo para su seguridad, etc. Y decidió acudir a almorzar en plan simpático y a descansar tranquilito en esas horas de la somnolencia del butacazo a una mansión sevillana que no habré de ser yo quien diga cuál es, pero a cuya puerta deberían ya ser colgadas las cadenas que marca la tradición para las casas donde durmió un Rey. ¿Y qué mejor puede un Rey dormir en Sevilla que una buena siesta en este mayo de jacarandas y buganvillas?
Gracias a esa siesta regia en casa de un leal, el día del Corpus no estuvo el Alcázar cerrado a las visitas de los sevillanos y se perpetuó la antañona tradición ya casi olvidada.
Pero el Rey debería venir más a Sevilla, y quedarse en el Alcázar no sólo a almorzar y a dormir la siesta, sino a comer, a dormir, a bañarse, a afeitarse y a cortarse las uñas de los pies. No por nada, sino para ver si así cerramos el Alcázar unas temporaditas al asalto de las turbas turísticas y las hordas de los eventos, y le damos un descansito al monumento más baquetado de Sevilla. El Alcázar es el palacio real habitado más antiguo de Occidente, y también el monumento más visitado de Sevilla, casi tanto como la Alhambra en Granada, a pique de un repique del «overbooking». Y el monumento más degradado en su uso. El Ayuntamiento lo ha tomado poco menos que por salón para la BBC: Bodas, Bautizos y Comuniones. Bien está que se celebren en el Alcázar los actos institucionales, pero es degradante que haya cada tarde siete mil eventos chunguísimos: presentaciones de coches, convenciones comerciales, congresos de empresas, exposiciones de tres al cuarto, varios a la vez, con los salones a tope, y con cáterin y copas guarreando los suelos. Sólo falta que cedan el Alcázar para despedidas de soltero y puestas de largo. Urge, pues, la restricción de uso en este devaluado Alcázar BBC, que con tanto evento está a cinco minutos de ser como Villa Luisa o como Robles del Aljarafe, pero en municipal y de gañote para los amiguetes.
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