domingo, 12 de mayo de 2013

Isabel II abre la puerta a Carlos



Walter Oppenheimer
El País

Han bastado dos gestos aparentemente triviales pero de enorme significación para que los británicos empiecen a darse cuenta de que el reinado de Isabel II puede estar acercándose a su final. No porque vaya a abdicar, algo que nadie cree que pueda ocurrir salvo por razones de causa mayor, sino porque la reina ha cumplido 87 años y, aunque de recia salud y un historial de gran longevidad entre las mujeres de la familia, a esa edad todo es posible en cualquier momento.

Primero, los portavoces del palacio de Buckingham anunciaron el martes que el monarca no asistirá en noviembre a la cumbre bianual de la Commonwealth que se celebrará del 15 al 17 de noviembre en Colombo, la capital de Sri Lanka. En su representación estará su hijo Carlos, heredero de la corona. El miércoles, la soberana se hizo acompañar del príncipe de Gales y su esposa en el tradicional discurso de la reina en el parlamento de Westminster con el que cada año se inaugura el curso parlamentario.

Son solo dos gestos, pero de gran calado. Tanto el hecho de que la reina recorte su programa de actividades en el extranjero como el relevante papel que está adoptando el heredero. ¿Significa eso que Isabel II se está preparando para abdicar, como acaba de hacer la reina Beatriz de Holanda? ¡¡No!!, proclaman a coro los expertos en la realeza británica. La reina de Inglaterra no abdicará nunca, aseguran.

Lo que está haciendo el monarca británico es reconocer que no es inmortal, que los años no pasan en balde y que en el futuro no podrá soportar la enorme carga que sigue llevando a pesar de su edad, asistiendo a más de 400 actos al año.

Abdicar es una palabra que no existe en el diccionario de Isabel II, a pesar de que el año pasado festejó los 60 años en el trono. Eso se debe, sobre todo, a dos razones. Una, de carácter histórico: la abdicación sigue ligada a uno de los peores momentos de la historia reciente de la monarquía británica, cuando su tío Eduardo VIII renunció al trono en diciembre de 1936 tras un efímero reinado de menos de 11 meses para casarse con la mujer de la que estaba enamorado, la millonaria y divorciada Wallis Simpson. Eso le trae a Isabel no solo imágenes de inestabilidad en la institución, sino el recuerdo de la tragedia personal de su padre, el rey Jorge VI, un hombre que no esperaba alcanzar el trono y que se vio obligado a reinar contra su voluntad personal. Por eso Isabel es ahora reina.

La otra razón, quizás aún más importante para ella, es que su reconocida profesionalidad está reñida con la idea misma de renunciar al trono, algo solo concebible en el caso de que su salud le impidiera ocuparlo con la dignidad necesaria.

Los expertos recuerdan ahora que en 1947, cuando cumplió 21 años y aún no había accedido al trono, la entonces princesa declaró en un mensaje a la Commonwealth: "Declaro ante todos vosotros que toda mi vida, lo mismo si es larga que si es corta, estará consagrada a vuestro servicio y al servicio de la gran familia imperial a la que todos pertenecemos". Un compromiso que ella considera reiterado por la ceremonia de coronación, en la que el arzobispo de Canterbury le inserta el Anillo de Inglaterra que simboliza que el monarca está casado con el país.

El hecho de que el príncipe de Gales asuma la representación de su madre en los viajes al extranjero que ella ya no puede realizar es absolutamente normal. Pero que Isabel II se hiciera acompañar de él en el parlamento y que Carlos estuviera acompañado de su esposa, la duquesa de Cornualles, es un claro mensaje de que la reina está diciendo a los británicos que se preparen para verle reinar. La presencia de Camila junto a Isabel II, el duque de Edimburgo y el príncipe Carlos en el pomposo discurso de la reina en la Cámara de los Lores hubiera sido impensable hace 10 años. Hoy es el símbolo de que, sea cual sea su estatuto institucional como segunda esposa del heredero, Camila será la reina consorte cuando Carlos acceda al trono a la muerte de su madre.

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