La Vanguardia
La reina Beatriz de Holanda se despedirá mañana del trono en la cima de su popularidad. No es algo que haya buscado a lo largo de sus 33 años de reinado, más bien al contrario; es algo que le ha llegado al final de su carrera como reina.
Y es que su obsesión siempre ha sido ejercer la jefatura de Estado como una profesión más y con la mayor eficacia posible. Definida como adicta al trabajo, puntillosa y tozuda, Beatriz de Holanda marcó distancias enseguida con la informalidad con que su madre, la reina Juliana, había llevado la corona y dejado por ejemplo que los líos extramatrimoniales de su padre, el príncipe Bernardo, saltaran a la luz pública.
Holanda no ha conocido la ley sálica y, como su madre Juliana y su abuela Guillermina, Beatriz estaba destinada a reinar desde el día de su nacimiento, el 31 de enero de 1938. Diplomada en Derecho por la Universidad de Leiden, en 1965 la princesa heredera anunció por radio su compromiso con un príncipe alemán, diplomático de profesión, Claus von Amsberg. Tras superar los reparos de la sociedad holandesa a su pasaporte, se casaron y tuvieron tres hijos: Guillermo Alejandro, Friso y Constantino.
Beatriz fue investida reina en 1980 y desde el primer día imprimió su propio estilo a la tarea. Se hizo llamar "Su Majestad" -y no simplemente "Señora", como prefería Juliana- y se aferró a la pompa y el protocolo como una forma de marcar distancias con sus compatriotas.
Trasladó su residencia a La Haya, sede del Gobierno, y se implicó a fondo en las tareas que la Constitución reconoce al jefe de Estado, como entrevistarse una vez a la semana con el primer ministro, además de firmar leyes y decretos. El expremier Dries van Agt confesó que cada vez que se reunía con la reina se sentía como si tuviera que pasar un examen.
La profesionalidad de Beatriz en la promoción exterior del país y sus empresas explica que en ocasiones se haya descrito su trabajo como el de "consejera delegada de Holanda SA". "Ella quería ser es una gestora eficaz", resume su biógrafo Cees Fasseur, y "no una persona normal y cercana" como deseaba ser su madre. "En sus últimos años, Juliana era muy parecida a muchas mujeres de su generación, a nuestras madres, ¡todos hemos tenido una tía que se parecía a ella!".
"Juliana llevaba muy mal no poder ser una persona ordinaria. Cuando se iba de vacaciones a Austria y en la estación de tren la esperaban con una orquesta, se contrariaba mucho. Esto a Beatriz nunca le ha preocupado, al contrario. La idea de ser ordinario era muy de Juliana y eso entonces la hizo muy popular; eran otros tiempos, claro", explica.
Aunque muy respetada, nunca ha sido el miembro más querido de la casa real ni ha alcanzado la popularidad que tenía su madre. a la que se recuerda en bici por Amsterdam o en la cita anual de los escritores holandeses tomándose una cerveza. Actualmente la más popular es la princesa Máxima y antes lo fue el príncipe Claus, a pesar del rechazo social inicial.
Los intentos de Beatriz de lavar los trapos sucios en casa y mantener su vida privada lejos de los focos fracasaron con el cambio de siglo. En el 2003, su hijo Friso acabó renunciando a sus derechos al trono para poder casarse con Mabel, después de que la pareja ocultara información al Parlamento sobre la relación que su prometida tuvo con un conocido narcotraficante. El escándalo se produjo poco después de que el heredero al trono, Guillermo Alejandro, tuviera que vencer la oposición de algunos parlamentarios a su boda con una argentina plebeya hija de un secretario de Estado de la dictadura de Videla.
Poco después, a la muerte de su padre en diciembre del 2004, la reina se topó en el diario De Volkskrant con una inesperada entrevista póstuma. En ella, el príncipe Bernardo explicaba su relación con Juliana, aclaraba que tuvo dos hijas fuera del matrimonio (no tres ni cuatro, precisó, ni ningún varón, como se decía) y admitía haber recibido un millón de dólares de la firma Lockheed a cambio de influir en el gobierno para que comprara aviones a esta empresa estadounidense.
El subidón de popularidad que finalmente supuso la llegada de Máxima a la Casa de los Orange disipó la atención negativa hacia la monarquía. Beatriz se mantuvo firme a pesar de los contratiempos y nunca dejó de emplear la potestad que tienen los monarcas holandeses de lanzar advertencias a sus compatriotas. En su discurso de Navidad, por ejemplo, la reina ha arremetido en varias ocasiones contra el populismo que ha desestabilizado al país en la última década.
Desde que Wim Kok presentó su dimisión en el 2002, ningún gobierno ha terminado su legislatura. Este clima de inestabilidad política ha reforzado la imagen de la reina como factor de unidad en el país. Los años y las desgracias que ha sufrido recientemente la monarca la han hecho más humana a ojos de los holandeses: la muerte de su esposo después de años enfermo, su cálida reacción tras el atentado contra el desfile real en el 2009, el accidente de esquí que dejó en coma a su hijo Friso... Nunca su popularidad ha sido tan alta como ahora.
"En los últimos años, la mujer, la madre y la viuda se han puesto por delante de la corona. Las penas y la pérdida la habían hecho menos glacial. Más cariñosa, menos profesional casi", afirma el escritor belga Hugo Camps. Por su falta de "talento como florero", no cree que Beatriz hubiera podido adaptarse a la reforma que ha iniciado el Parlamento para limitar los poderes del monarca.
Mientras se seca la tinta de su firma en el acta de abdicación, Beatriz saldrá mañana al balcón del Palacio Real con su hijo Guillermo y su nuera Máxima. Habrá dejado de ser reina para convertirse en Su Alteza Real de los Países Bajos. "La responsabilidad de nuestro país debe estar ahora en manos de una nueva generación", dijo en enero al anunciar su renuncia al trono.
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