Almudena Martínez-Fornes
ABC
Mañana se cumplen veinte años desde que España asistiera a la muerte del padre del Rey, el hombre que soñaba desde el exilio con restaurar la Monarquía y la democracia en una España sin vencedores ni vencidos. Su corazón dejó de latir a las tres y media de la tarde del 1 de abril de 1993 en una habitación de la Clínica Universitaria de Navarra, rodeado por sus tres hijos: Don Juan Carlos, Doña Pilar y Doña Margarita, así como por la Reina y el doctor Zurita. Don Juan murió con casi ochenta años, tras haber pasado más de la mitad de su vida en el destierro, pero con la dicha de haber visto encarnada en su hijo la Institución a la que había dedicado su vida.
"La muerte que yo quisiera"
El doctor Rafael García-Tapia, responsable del equipo médico que le atendió, afirmó que la muerte de Don Juan había sido "tan dulce y rodeada de tanto cariño, que es la muerte que quisiera para mí y mis seres queridos". "No ha tenido respirador automático, ni ayuda cardiológica ni medicación para prolongar su vida ni un minuto más de lo que la Divina Providencia designara", agregó. También dijo que había muerto "con la grandeza de un Rey" y que el último abrazo que se dieron Don Juan Carlos y su padre, el 9 de marzo, "fue estremecedor". Después de aquel día Don Juan ya nunca recuperó la consciencia.
En cuanto corrió la noticia de su muerte, las banderas que ondeaban en los edificios oficiales se colocaron a media asta, el Congreso y el Senado interrumpieron sus actividades y el Gobierno se reunió en un Consejo de Ministros extraordinario en el que acordó siete días de luto nacional y rendir a Don Juan los honores fúnebres que corresponden a los Reyes de España. Hijo y padre de Rey, el Conde de Barcelona nunca llegó a reinar, pero durante más de treinta años fue el jefe de la Casa Real española, desde que su padre, Alfonso XIII, abdicó en él y hasta que su hijo fue proclamado Rey. Y durante el tiempo que vivió en el exilio logró unir en torno a la Institución monárquica a la gran mayoría de los grupos de la oposición que compartían el objetivo de restaurar la democracia.
Reacción popular
Sin embargo, lo más emotivo fue la reacción espontánea que su muerte provocó en la sociedad española, consciente de que ese día se cerraba una página de la historia. Censurado y calumniado durante el franquismo y silenciado en la Transición, el Conde de Barcelona nunca fue suficientemente conocido por los españoles y, aunque desempeñó un papel fundamental en el exilio, era difícil prever una respuesta tan numerosa como la que se produjo tras su muerte.
Incluso, el Rey sigue creyendo hoy en día que los españoles no conocen a su padre. En la última entrevista que concedió a TVE, con motivo de su 75 cumpleaños, Don Juan Carlos lamentó que "a pesar de los libros que se han escrito", la faceta humana de Don Juan sigue sin ser "reconocida o conocida por la gente".
Colas de cuatro kilómetros
Lo cierto es que aquel día miles de ciudadanos quisieron despedirse del Conde de Barcelona. Las colas ante el Palacio Real, donde se instaló la capilla ardiente, llegaron a alcanzar los cuatro kilómetros, y el tiempo de espera, cuatro o cinco horas. La gran afluencia de ciudadanos obligó a retrasar el cierre de la capilla ardiente, que estaba previsto para las diez de la noche. Finalmente, las puertas se cerraron a las seis de la mañana, la hora límite para que diera tiempo a preparar los actos del día: la misa "corpore insepulto" en la Capilla Real y el traslado al Monasterio de El Escorial.
Al tercer día de su muerte, Don Juan fue enterrado como un Rey. Bajo los acordes de la Marcha Fúnebre de Chopin, seis caballos negros tiraron del armón de artillería que transportó los restos mortales por el Patio de la Armería, desde el Palacio Real hasta el coche fúnebre. Don Juan Carlos seguía a pie el armón, y unos pasos detrás caminaba el Príncipe de Asturias. El saludo a la bandera fue respondido con un fuerte aplauso del público y seguido por las veintiuna salvas de artillería que las ordenanzas reservan a los Reyes.
En el último entierro de un Rey en España, el de Alfonso XII, acontecido en 1885, la ceremonia terminó con esas honras. En aquella ocasión, los restos mortales fueron trasladados a la Estación del Norte y de allí a El Escorial, sin que los acompañase ningún miembro de la Familia Real. Sin embargo, Don Juan Carlos quiso acompañar a su padre hasta el último momento y estar presente en la entrega del féretro a los agustinos del Monasterio de El Escorial. Estaba previsto que estos últimos actos -el traslado al monasterio, la ceremonia en la basílica y la entrega de los restos a los monjes- fueran íntimos y privados. Sin embargo, como la ceremonia fúnebre estaba siendo transmitida en directo, las cámaras de televisión llevaron a los hogares la imagen de cuanto ocurría en El Escorial.
El Rey que sabe llorar
Cuando acabó el responso, Don Juan Carlos y Doña Sofía no pudieron contener las lágrimas, y España vio por primera y única vez llorar a su Rey, con un nudo en la garganta. ABC tomó prestados aquel día unos versos de Quevedo para acompañar aquella imagen única: "Dichoso Reino cuyo Rey sabe llorar y enternecerse y nos hizo venturosos en sus lágrimas y dolores".
Hace apenas dos meses, en la última entrevista que ha concedido el Rey, Don Juan Carlos recordaba ese emotivo momento y corregía al periodista, Jesús Hermida, que se había quedado corto con la descripción: "Yo primero te diría que no fue al borde de las lágrimas, fueron lagrimones de verdad". Y, veinte años después, el Monarca describió lo que sintió en aquel momento: "Te dabas cuenta, primero, de que se te había ido el padre: el que te ha enseñado, el que te ha llevado, el que te ha guiado de pequeño, el que te ha dicho por dónde ir en la vida... Una persona que no pensaba más que en España y a mí me trasladó este amor, este afecto y esa lealtad a España. Y me dijo siempre: "Tienes que acordarte de ser Rey de todos los españoles"".
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