BADEN-BADEN. Al palacio de los reyes y a la choza de los pobres llama la muerte con el mismo pie, anotaba Horacio; la de ayer para el Rey tuvo que ser una llamada de su hijo al móvil, apenas tomó tierra su avión en Baviera. Horas después Don Juan Carlos se detendría con este diario para agradecer las muestras de afecto de la prensa en el extranjero: «Puede estar seguro que se las transmitiré ahora a los Príncipes de Asturias de su parte» y, solicitadas unas palabras para el conjunto de los españoles, el Rey agregó que «haga llegarles el profundo agradecimiento por sus sentimientos, comprenda que esto es algo que toda la familia lo sentimos mucho».
El móvil de la tristeza
Cuando había sonado a mediodía el móvil de la tristeza, el Rey acababa de aterrizar en la pista muniquesa de la Agencia Europea Aereoespacial y algo pareció virarse, congelando por un largo rato el programa real: Nadie sabía aún. El audiovisual sobre el avión europeo de combate, que iba a explicar el presidente de CASA, Pablo de Bergia, y el excitante simulador aéreo en compañía de un piloto del Eurofighter, todo se detuvo y durante esa media hora larga Don Juan Carlos comprobó probablemente lo que, aquí junto a Baden-Baden, decía hace 900 años el reformista borgoñón Bernardo de Claraval: que «si al viejo la muerte lo aguarda a la puerta, al joven lo espera al acecho». Muertes que suceden siempre, como sugirió el alemán Erich Fromm, antes de haber nacido del todo. No se suspendió, en todo caso, nada más y el Rey regresó a primera hora de la noche a Madrid.
En Baden-Baden lo esperaba después no sólo el Premio de los Medios Alemanes, en reconocimiento a su obra democrática en la España moderna, sino también, a su entrada en el Konzerthaus, el «Asturias, patria querida», interpretado por el Coro de la Universidad Juan Carlos I. La mirada fija del Rey, absorto, quedo, seriamente profesional, no traicionaba el golpe pero, después de rebuscar la sonrisa, inevitablemente bajaba los ojos, largos segundos.
Los organizadores del respetado premio, concedido al unísono por toda la prensa alemana a una trayectoria, valoraban al «faro que ha sido para un pueblo y su tiempo», al que un día dijera sin ambages «soy rey, pero también un hombre», al «rey directo y lleno de humor», al que, aún príncipe, respondió al presidente alemán Heinemann, sobre cómo vislumbraba el futuro español tras la dictadura: «Pues como ustedes, los alemanes». El ex presidente Clinton, «un gran amigo» y anterior premiado, le dijo por videoconferencia que «usted ha ayudado no sólo a su pueblo sino también a otros» como los del Cercano Oriente. Plácido Domingo, que presentó al monarca, dijo asumir que sin Don Juan Carlos «ésta excepcional evolución de España habría sido improbable o sumamente difícil».
El Rey agradeció que los españoles «siempre hemos encontrado, en Alemania un especial afecto» y «un sólido entendimiento en Europa», al que dijo querer corresponder; especialmente viniendo el premio de una prensa alemana «distinguida por su peso e independencia y haber seguido con tanto interés la formidable transformación» y méritos «del primer protagonista de este premio: el pueblo español». Un pueblo que hace 30 años recobraba «con ilusión las riendas de su propio destino», si no exento de «muchos sacrificios y renuncias, mucha generosidad y tolerancia». Un «esfuerzo que compartieron todos los partidos del arco democrático, animados por el común espíritu de superar avatares y edificar juntos una España de todos y para todos».
Don Juan Carlos recordó que «el instrumento para culminar tan complejo y apasionante período fue la búsqueda permanente del consenso, anteponiendo el interés general sobre los enfoques puramente partidistas», a fin de lograr «una Constitución verdaderamente integradora y hecha entre todos, producto del más amplio consenso nunca alcanzado entre españoles» y que puso como ejemplo «para preservar una armónica convivencia en el futuro». Tarea -destacó- que el Príncipe de Asturias «sabrá retomar en su día con profunda entrega, sentido de la responsabilidad y eficacia». El gran timonel del semanario Spiegel -en un laudo profesoral quizás algo anacrónico- concluyó aludiendo a que la reciente unión Real con la familia Ortíz-Rocasolano quizá habría coronado definitivamente a los reyes como «una familia realmente normal». Una que sentía pues ayer «como familia» lo sucedido, dijo el Rey, que es el punto en que Malraux vislumbraba que tal vez no sea la muerte lo grave si no el dolor.
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