POR ALMUDENA MARTÍNEZ-FORNÉS
ABC
MADRID. Nunca pensó Su Majestad la Reina cuando partió el domingo de la pasada semana hacia Indonesia que tres días después iba a tener que adelantar su regreso en unas circunstancias tan dolorosas.
Ella, que había ido precisamente a llevar su solidaridad y apoyo a quienes sufrían, lo último que podía imaginarse es que, al final, en su propia casa iba a haber más urgencia de consuelo que en las zonas más pobres del planeta.
Doña Sofía, que nunca ha dudado en desplazarse para consolar a quienes sufren desgracias, aunque no los conozca de nada, tampoco dudó ahora cuando la tragedia sacudía su propia casa. O, peor aún, la de su único hijo varón, que aunque ya tenga casi cuarenta años, su madre -como todas las madres- sigue sintiendo como un niño al que no puede ver sufrir. Cuando todo parecía transcurrir como un cuento de hadas -la boda, el nacimiento del primer hijo, la espera del segundo...-, de repente la tragedia llamaba a la puerta y Doña Sofía se encontraba a 12.000 kilómetros de distancia.
En el otro lado del planeta, su único hijo varón afrontaba la situación más dolorosa de su vida matrimonial, intentando consolar a su inconsolable esposa tras la muerte inexplicable de su hermana pequeña.
Doña Sofía, que desde el principio ha arropado a su nuera, incluso en las cuestiones menores, no podía faltar ahora que la muerte le daba un zarpazo desgarrador. Muchas son las ocasiones en las que se le ha visto cogiendo por la cintura a la Princesa, ya fuera para transmitirle seguridad, para incorporarla a un grupo o para presentarla a alguien, y ahora lo único que quería Doña Sofía era dedicarse en cuerpo y alma a consolar a Doña Letizia.
De nada sirvieron los ruegos de la Princesa para que la Reina continuara su viaje de cooperación por Indonesia y Camboya. «En estas circunstancias, no puedo continuar», afirmó la Reina dos horas después de conocer la noticia. Una noticia que, a pesar de toda su entereza y su capacidad para contener el dolor, le llenó los ojos de lágrimas durante unos segundos, los más tristes y silenciosos del viaje.
Aquel día, Doña Sofía ya había sentido un latigazo de emoción cuando cogió entre sus brazos a un hijo de la pobreza. Fue en la isla de Nías, donde a los bebés no les ponen nombre hasta que cumplen seis meses de vida. La mortalidad infantil es tan alta que sus padres prefieren no saber cómo se llaman los hijos que no salen adelante. Esa es la respuesta que recibió la Reina cuando preguntó el nombre del bebé.
Pero los mensajes que tenía en el móvil a su regreso de la isla, cuando recuperó la cobertura, hicieron que todo aquello quedara muy lejos. A partir de aquel momento lo importante era volver a casa para compartir el dolor de los Príncipes.
La misma ternura y los mismos gestos de cariño que en estos treinta años de Reinado tantas veces ha prodigado a los españoles que sufren, eran necesarios ahora en su casa, donde su presencia está siendo como un bálsamo de consuelo para los Príncipes.
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