El príncipe Alberto II ascendió solemnemente al trono de Mónaco el 12 de julio de 2005. En sus primeras palabras como soberano expresó su deseo de que su país sea 'una sociedad modelo y un modelo de sociedad' y que su Principado esté marcado por la 'ética', la apertura al mundo y la modernidad.
'Deseo que Mónaco sea una sociedad modelo y un modelo de sociedad', subrayó Alberto II, ante sus súbditos concentrados en la Plaza del Palacio para acompañar al soberano en este día histórico.
En un discurso de 25 minutos de duración, Alberto manifestó su determinación de hacer que Mónaco sea 'a su manera una gran potencia', y recordó las palabras de su padre, Rainiero III, que decía que 'no hace falta ser un gran país para tener grandes sueños'. 'Podemos ser de una cierta manera una gran potencia' en la búsqueda de la paz y del desarrollo, en la defensa del medioambiente y en el fomento del pensamiento y de las artes, señaló.
Homenaje a su padre
Sonriente y visiblemente emocionado por el afecto expresado por los monegascos, el trigésimo primer soberano de Mónaco inscribió las 'grandes orientaciones' de su acción en la 'continuidad', pero sin 'inmovilismo', al tiempo que homenajeó a su padre, el príncipe Rainiero III, al que calificó de 'gran hombre'.
Previamente, el presidente del Consejo Nacional de Mónaco, Stéphane Valéri, saludó al 'príncipe del Siglo XXI' y afirmó que su Principado demostrará que 'los valores éticos, la justicia, la libertad y la prosperidad no son palabras abstractas'.
El alcalde de Mónaco, George Marsan, se hizo portavoz de la 'alegría inmensa' de los monegascos por la entronización del soberano y le deseó 'un Principado largo, prospero y brillante'.
Esos discursos fueron el punto álgido de la recepción que Alberto II ofreció a los cerca de 6.000 monegascos en los jardines del Palacio, que domina La Roca.
Como su padre hace 56 años, Alberto recibió simbólicamente de manos del alcalde de Mónaco las llaves de la ciudad mediterránea y un regalo de sus conciudadanos financiado por suscripción: una pequeña escultura de bronce de un caballo tirando de un carro y un cuadro de una pájaro simbolizando la paz.
El príncipe correspondió con una bombonera alegórica de su entronización para ellas y con un pisapapeles para ellos.
Tras un concierto de música de Mozart y Ravel ofrecido por la orquesta filarmónica de Montecarlo, los herederos de los Grimaldi, una dinastía que se remonta al siglo XIV, descenderán esta noche a pie al puerto para unirse a todos los 32.000 habitantes de este pequeño estado de apenas 2 kilómetros cuadrados.
Los habitantes de Mónaco han sido invitados a presenciar un gran espectáculo de fuegos de artificio y a un baile, que se prolongará hasta la madrugada.
Se trata del broche lúdico a una jornada festiva que comenzó a media mañana con una misa solemne de 'Te Deum' en la catedral de la Inmaculada Concepción, donde Alberto, de rodillas y con el rostro grave e impasible, recibió la bendición del arzobispo de Mónaco, Bernard Barsi, que pidió para él 'inteligencia y sabiduría'.
Esa ceremonia, que por deseo del príncipe ha sido intima, una 'especie de comunión con el pueblo monegasco', ha sido puramente simbólica, pues asumió la regencia durante la agonía de Rainiero III y accedió al trono tras la muerte de su padre el pasado 6 de abril.
Alberto ha tenido que esperar al fin de los tres meses de luto oficial de la familia Grimaldi por la muerte de Rainiero para celebrar su simbólica entronización, en la más arraigada tradición de la familia aristocrática y con la bendición católica, que es la religión del Estado.
Los fastos internacionales de coronación tendrán lugar el próximo 19 de noviembre, día de la fiesta nacional monegasca, en presencia de delegaciones procedentes de todo el mundo.
'Agradecemos al Señor haber asegurado la continuidad de la dinastía', dijo el arzobispo en su homilía, en la que pidió el refuerzo de los lazos familiares entre los monegascos y la familia principesca que, señaló, 'han garantizado la independencia, la soberanía y la libertad del Principado'.
Al igual que las calles de Mónaco, donde hoy lució un tiempo radiante, la catedral, en la que reposan los restos mortales de Rainiero III y de Grace Kelly, muerta en accidente de tráfico en 1982, estaba engalanada con banderas rojiblancas con el emblema de Alberto: dos A doradas entrelazadas con una corona encima.
Lirios blancos completaban la decoración de la catedral, donde Alberto, al igual que en el resto de los actos estuvo acompañado por sus hermanas Carolina y Estefanía, así como su cuñado Ernesto de Hannover, marido de la primera, y por sus sobrinos.
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