CUANDO el rey Faruk de Egipto predijo que en el año 2000 sólo habría cinco reyes, los cuatro de la baraja y el de Inglaterra, estaba muy lejos de imaginarse la colección de monarquías presentes en la boda real de hoy en Londres y las dificultades que está teniendo la británica. Dificultades que esta boda intenta en buena parte subsanar.
Unida íntimamente a la historia inglesa, la Corona goza allí de un respaldo popular inigualado en el mundo. Pero si bien ese respaldo se mantiene hacia la abuela del novio de hoy, la Reina Isabel, no puede decirse lo mismo de sus descendientes y previstos sucesores. Lo que podríamos llamar «crisis de Lady Di», con su trágico fin, significó una grieta en ese idilio, que aún no ha sido soldada. La Princesa Diana dijo que «aspiraba a ser la reina del corazón del pueblo». Lo consiguió hasta el punto de sobrepasar su popularidad a la del resto de la familia real, haciendo olvidar su errático comportamiento tras el divorcio, atribuido por la inmensa mayoría al affairede su marido con Camila, que no ha conseguido sacudirse el papel de mala en aquel cuento de hadas.
En cierto modo, la boda de hoy es un intento de reparar esa quiebra, de retomar el hilo de Charles y Diana con William y Kate. La casa de Winsor ha visto la oportunidad de reflotar la popularidad de la monarquía tras años que la propia Reina calificó de horribles. Hay sin duda semejanzas, en especial, las que despiertan las dos parejas, jóvenes y atractivas. Pero hay también importantes diferencias, sobre todo entre las protagonistas, que son las que acaparan la atención. Diana era una aristócrata con un toque popular irresistible. Kate es una plebeya con un celo por la intimidad casi aristocrático. En realidad, sigue siendo un misterio, pese a los millones de artículos escritos sobre ella. Pero de ella va a depender principalmente que los lazos casi milenarios del pueblo inglés con su Corona se mantengan o sigan poco a poco desintegrándose.
Al fondo de todo está la incógnita de si la monarquía debe de mantener el distante aislamiento que la envolvía o bajar a la calle, como ya han hecho algunas de ellas. Las ventajas son casi tantas como los riesgos. Si la realeza quiere ser reverenciada, debe de mantener la distancia, pues sin distancia no hay magia ni misterio. Pero por otra parte, hemos entrado en una época en que todos los misterios deben de ser revelados y en que los reyes van a pie. Kate Middleton, que procede de la calle, podía hacer como pocas esa reconversión de la monarquía británica. Pero está por ver si quiere, si puede y si, en el intento, no priva a la institución de esa aura especial en que ha venido envuelta a lo largo de los siglos. Va a ser el principal problema de la joven pareja por la que repican hoy las campanas de la abadía de Westminster.
No hay comentarios:
Publicar un comentario