viernes, 29 de abril de 2011

El valor de la Monarquía

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La Razón

La boda del príncipe Guillermo y Kate Middleton en la abadía londinense de Westminster concitará hoy la atención de millones de personas en todo el mundo. Estamos ante un acontecimiento de dimensión universal porque hablamos del futuro heredero de la Corona británica, una institución milenaria de una de las naciones más poderosas e influyentes. La dimensión extraordinaria del enlace queda también probada por la presencia de numerosas delegaciones internacionales que serán testigos del mismo. En representación de nuestro país, asistirán la Reina y los Príncipes de Asturias. Después de la difícil década de los 90, cuando la Monarquía británica se vio sacudida por una serie de escándalos de divorcios y por la muerte de la princesa Diana, en 1997, la institución, enraizada y asentada por encima de cualquier otra en la sociedad británica, goza hoy de un extraordinario reconocimiento y respaldo populares. Las figuras del príncipe Guillermo y Kate Middleton han revitalizado y han fortalecido más si cabe ese sentimiento de lealtad a una institución caracterizada por su servicio y entrega a los intereses británicos. Una misión que ha encarnado, como pocas figuras del país, la reina Isabel II, que celebrará en junio seis décadas en el trono y se convertirá en la segunda monarca de la historia de la nación que celebra su aniversario de diamante, después de que la reina Victoria lo hiciera en 1897. En Reino Unido, la monarquía constitucional ha dado un sentido de continuidad y estabilidad ejemplar. Un valor compartido por la institución en España. Un acontecimiento de tanta trascendencia como el enlace entre el príncipe Guillermo y Kate Middleton es una oportunidad también para reafirmar el sentido de la Monarquía en el siglo XXI. En España, repasar el reinado y el papel de Don Juan Carlos es recordar la dimensión trascendente de una voluntad de reconciliación entre los españoles alentada por la Monarquía, depositaria de la continuidad histórica. El Rey simboliza en su persona el gran proyecto común de libertad e igualdad que nos ha permitido disfrutar del más largo y próspero periodo democrático de nuestra dilatada historia. Esa aportación es hoy reconocida por los ciudadanos que en estos tiempos de gran adversidad sitúan repetidamente a la Monarquía como la institución mejor valorada. Hay diversas claves para que un sistema se encuentre a la altura de las exigencias y responda a las expectativas de los ciudadanos. En este sentido, la Monarquía es una institución que se refuerza frente a sus detractores en la medida en que demuestra su utilidad para la nación. En pleno siglo XXI su eficacia depende en buena medida de que ejerza un efectivo arbitraje moral, de que se erija en un elemento de moderación y vertebración y de que se convierta en un instrumento de concordia al servicio de los intereses generales, pero nunca en un contrapoder ni en pasarela de frivolidades. Bajo estos parámetros, las monarquías constitucionales europeas son un modelo a seguir para todos aquellos países que, bajo liderazgos dinásticos de corte totalitario, persiguen hoy el camino de la libertad y la democracia.

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