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Ceremonia en directo en inglés y español.
Vídeo en la BBC
Noticias de actualidad y comentarios históricos de las Casas Reales del mundo.
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La Reina ha anunciado este viernes que los recién casados serán duques de Cambridge, condes de Strathearn y barones de Carrickfergus.
Los títulos pertenecen a tres de los cuatro territorios del Reino Unido: Inglaterra, Escocia e Irlanda del Norte. El cuatro (Gales) es donde los jóvenes se disponen a iniciar su vida en común.
Los títulos vienen acompañados por ciertas connotaciones históricas. Las más importantes son las del ducado de Cambridge, que se le adjudicó en 1706 a Jorge Augusto, que con el paso de los años se convertiría en Jorge II.
Al subir al trono, el ducado se fusionó con la corona y en cierto modo desapareció. Pero sobre el papel Cambridge nunca ha dejado de ser un ducado real.
Lo fue en el Medievo y en la Edad Moderna. Cuatro hijos de Jacobo II ostentaron el título en el siglo XVII pero todos murieron prematuramente. Eduardo IV fue duque de York yconde de Cambridge hasta su coronación como rey de Inglaterra en 1461. Su padre y su abuelo de la dinastía de los Plantagenet fueron los dos condes de Cambridge.
La corona recreó el ducado en 1801. Pero éste se extinguió en 1904 al morir sin descendencia el segundo duque de Cambridge. Luego nació el marquesado de Cambridge. Pero éste también se extinguió en 1981 por la muerte del segundo marqués.
Los príncipes serán también condes de Strathearn. Un título cuyas conexiones con la realeza datan de los años de Roberto Estuardo, nombrado conde de Strathearn en 1357. En 1766 el hermano menor de Jorge III, el monarca loco, fue nombrado duque de Cumberland y Strathearn.
Murió sin descendencia en 1790 y en 1799 el padre de la reina Victoria heredó sus títulos junto al ducado de Kent por el que se le conocía. El último duque de Strathearn fue el tercer hijo de Victoria, que murió en 1942.
En cuanto a la baronía de Carrickfergus, nació en 1625 y el primero en ejercerla fue el marqués de Donegal. Como título único existió sólo entre 1841 y 1883. Carrickfergus es la localidad más antigua del condado de Antrim: una región situada en el Ulster y marcada por décadas de violencia sectaria.
La Razón
La boda del príncipe Guillermo y Kate Middleton en la abadía londinense de Westminster concitará hoy la atención de millones de personas en todo el mundo. Estamos ante un acontecimiento de dimensión universal porque hablamos del futuro heredero de la Corona británica, una institución milenaria de una de las naciones más poderosas e influyentes. La dimensión extraordinaria del enlace queda también probada por la presencia de numerosas delegaciones internacionales que serán testigos del mismo. En representación de nuestro país, asistirán la Reina y los Príncipes de Asturias. Después de la difícil década de los 90, cuando la Monarquía británica se vio sacudida por una serie de escándalos de divorcios y por la muerte de la princesa Diana, en 1997, la institución, enraizada y asentada por encima de cualquier otra en la sociedad británica, goza hoy de un extraordinario reconocimiento y respaldo populares. Las figuras del príncipe Guillermo y Kate Middleton han revitalizado y han fortalecido más si cabe ese sentimiento de lealtad a una institución caracterizada por su servicio y entrega a los intereses británicos. Una misión que ha encarnado, como pocas figuras del país, la reina Isabel II, que celebrará en junio seis décadas en el trono y se convertirá en la segunda monarca de la historia de la nación que celebra su aniversario de diamante, después de que la reina Victoria lo hiciera en 1897. En Reino Unido, la monarquía constitucional ha dado un sentido de continuidad y estabilidad ejemplar. Un valor compartido por la institución en España. Un acontecimiento de tanta trascendencia como el enlace entre el príncipe Guillermo y Kate Middleton es una oportunidad también para reafirmar el sentido de la Monarquía en el siglo XXI. En España, repasar el reinado y el papel de Don Juan Carlos es recordar la dimensión trascendente de una voluntad de reconciliación entre los españoles alentada por la Monarquía, depositaria de la continuidad histórica. El Rey simboliza en su persona el gran proyecto común de libertad e igualdad que nos ha permitido disfrutar del más largo y próspero periodo democrático de nuestra dilatada historia. Esa aportación es hoy reconocida por los ciudadanos que en estos tiempos de gran adversidad sitúan repetidamente a la Monarquía como la institución mejor valorada. Hay diversas claves para que un sistema se encuentre a la altura de las exigencias y responda a las expectativas de los ciudadanos. En este sentido, la Monarquía es una institución que se refuerza frente a sus detractores en la medida en que demuestra su utilidad para la nación. En pleno siglo XXI su eficacia depende en buena medida de que ejerza un efectivo arbitraje moral, de que se erija en un elemento de moderación y vertebración y de que se convierta en un instrumento de concordia al servicio de los intereses generales, pero nunca en un contrapoder ni en pasarela de frivolidades. Bajo estos parámetros, las monarquías constitucionales europeas son un modelo a seguir para todos aquellos países que, bajo liderazgos dinásticos de corte totalitario, persiguen hoy el camino de la libertad y la democracia.
La Razón A partir de las 11.00 horas (una hora más en la España peninsular), comenzará una ceremonia cuya gestación obliga a remontarse hasta el año 2000, cuando el primogénito del Príncipe de Gales optó por la Universidad de Saint Andrews, en lugar de las más célebres de Oxford o Cambridge, sellando así parte de su destino. No en vano, fue en la institución escocesa donde conoció a la que, once años después, se convertirá en su mujer y que allá por el año 2000 había apostado por los mismos estudios de Historia del Arte por los que se había decantado el primogénito del heredero a la Corona. La alianza de Kate Middleton fue creada por el reputado joyero Wartski La reina de Inglaterra, Isabel II, entregó el anillo a su nieto, el príncipe Guillermo, como regalo para marcar el día de su matrimonio con Catherine Middleton, que se celebra este viernes en la Abadía de Westminster de la capital británica. La joya fue depositada hoy en manos del padrino de boda, el príncipe Enrique, hermano menor del novio, quien será el responsable de llevarla hasta la Abadía. El hijo mayor de Carlos de Inglaterra ha elegido no llevar el anillo de casado después de su enlace con Kate Middleton. Al fabricante Wartski, con sede en la céntrica calle londinense de Grafton Street, muy cerca del Palacio de St James's, y con una larga y consolidada tradición joyera, también se le encomendó la fabricación de los anillos de boda que lucieron el príncipe de Gales y la Condesa de Cornualles, Camilla, en 2005. Wartski también se encargó de las alianzas del sobrino de Isabel II, el vizconde Linley y Serena Stanhope. Esta reputada casa de joyeros fue fundada en 1865 en Bangor, al norte de Gales, por Morris Wartski, el bisabuelo por parte de madre del actual presidente del negocio. La empresa, que posteriormente se trasladó a Llandudno, también en Gales, floreció bajo el auspicio del rey Eduardo VII. Un portavoz de la firma admitió que es un "gran honor" para esa casa haber "sido parte" del evento real. Desde que la Reina Madre estableció esta tradición en 1923, el oro proveniente de esa mina galesa ha sido el empleado por los recién casados en la familia real. El anillo que llevó la Reina Madre, el de Isabel II en 1947, el de la princesa Margarita en 1960, el de la princesa Ana en 1973 y el de la malograda Diana de Gales en 1981 proceden todos de esa misma mina.
Kate Middleton, procedente de una acomodada familia que ha cimentado su fortuna con la venta de artículos para fiestas, carece de vínculos con la realeza y, de hecho, sus antepasados trabajaron como mineros en las explotaciones del carbón. Sin embargo, cuando mañana cruce el pasillo central de la Abadía de Westminster del brazo de su padre, Michael Middleton, pasará a formar parte de uno de los linajes más antiguos de las monarquías europeas.
Hasta 50 jefes de Estado, 46 representantes de monarquías extranjeras, miembros del Gobierno británico y de la oposición, así como diversas personalidades de la sociedad civil y celebridades, se concentrarán para un enlace cuya lista de 1.900 invitados ha provocado polémicas. A la presencia de representantes de países criticados en la esfera internacional por su trato a civiles, como Bahréin, o el finalmente retirado de la lista embajador de Siria, se suma la sonada ausencia de los más recientes ex primeros ministros Tony Blair y Gordon Brown.
En cualquier caso, las rencillas no han reducido el foco mediático para una cita que, según los expertos, ha congregado el mayor despliegue para una ceremonia nupcial en la historia, con hasta 12.000 profesionales dedicados en exclusiva que se esperan la próxima jornada en Londres y una auténtica miniciudad mediática que ha transformado el paisaje del centro de la ciudad. CIFRAS
La cantidad total de la boda supera los 22 millones de euros, hasta más de mil veces la media de los poco más de 21.000 euros que cuesta una boda en Reino Unido. Parte de este desembolso irá al clave dispositivo policial, con 5.000 agentes responsables del normal curso de una jornada que prevé unas 600.000 personas desplazadas expresamente.
Una página web
En cualquier caso, los contrayentes aspiraron desde el principio a conferir al enlace aires de modernidad, especialmente ante su propia trayectoria común, durante la que compartieron piso en los años universitarios. Una de las primeras decisiones fue la promoción de una página web específica para informar de los detalles del evento, la misma que esta jornada sirvió como plataforma para publicar el programa oficial, antes de su distribución mañana por dos libras a lo largo de la ruta por la que circulará el cortejo nupcial.
El documento confirma que, al igual que había hecho Diana de Gales en 1981 durante su boda en la Catedral de San Pablo, Kate Middleton no incluirá la promesa de "obediencia" a su futuro esposo en los votos que pronuncie en el oficio matrimonial, que dirigirá el arzobispo de Canterbury.
Asimismo, el guion muestra la apuesta por compositores ingleses para otra de las protagonistas, la música. La entrada de la novia irá acompañada por la pieza que Harry Parry preparó para la coronación de Eduardo VII en 1902, a la que seguirán otras de indudable toque británico, como el 'Crown Imperial' que ya había sonado en la boda de los padres del Príncipe en 1981 o 'Jerusalén'. Los responsables de las interpretaciones, los coros de la Abadía de Westminster y de Saint James Palace y la Orquesta de Cámara de Londres.
La ceremonia contará con el deán de la Abadía de Wesminster como conductor y responsable de recibir a la novia, mientras que el obispo de Londres se encargará de la homilía y el arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, de oficiar el matrimonio. Los testigos serán los padres y la hermana y dama de honor de Kate Middleton, Philippa, por una parte; y Carlos de Inglaterra, su esposa, la Duquesa de Cornualles, y el Príncipe Enrique, por otra.
Planes para después del acontecimiento
A continuación, los ya marido y mujer abandonarán el templo para presidir el tradicional cortejo que los llevará hasta el Palacio de Buckingham, donde tendrá lugar una celebración a base de canapés para unos 650 invitados y, posteriormente, una cena para los más allegados a la pareja, hasta 300. Esta última parte, sin embargo, no contará tampoco con la presencia de la Reina, que abandonará el complejo junto a su marido, el Duque de Edimburgo, tras la recepción inicial, con el objetivo de pasar el fin de semana fuera y dejar el palacio para la celebración de las nupcias de su nieto.
Antes, sin embargo, Isabel II protagonizará el habitual posado en el balcón junto al ya matrimonio y las respectivas familias, testigos directos del tradicional beso al que saludará el paso de los aviones de la Real Fuerza Aérea que dibujarán el cielo con los colores de la bandera británica. Será el punto final público a un recorrido que durará unos 75 minutos a bordo de un State Landau descapotable, si las condiciones meteorológicas acompañan.
De lo contrario, harán el recorrido en un carruaje de cristal, que partirá del exterior del templo, inundado desde principio de semana por campistas aspirantes a la mejor tribuna. El destino inicial, Parliament Square, donde la pareja tomará la Avenida de Whitehall hasta su desembocadura en Trafalgar Square, donde el itinerario girará hasta el Mall, el corredor que conduce hasta el Palacio de Buckingham.
El anillo de casada de Kate Middleton, una alianza sencilla, fina y dorada, fue fabricado por la reputada joyería Wartski, según confirmó hoy un portavoz de esa firma. Como viene siendo tradición en las bodas reales en el Reino Unido, la joya fue creada a partir de una pepita de oro de la mina Clogau St David en Bontddu, al norte de Gales.
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A muchos les parece que la Monarquía británica es una superviviente de otra generación, un recuerdo de la época dorada de la expansión imperial y las hazañas navales. De los «60 gloriosos años» de la Reina Victoria, como lo expresó la actriz de los años cuarenta Anna Neagle. De la vieja canción The Vicar of Bray, que conmemora inmortalmente al Rey Jorge «a la hora del postre». En cierto sentido, esa interpretación es cierta. Porque el pasado fue un pasado monárquico en casi todos los sentidos.
Pero hay un error fundamental en esa imagen. En los primeros años del siglo XX, la fuerza de Gran Bretaña parecía reflejada en su sistema parlamentario, sus responsabilidades imperiales y coloniales, sus logros literarios y científicos, así como en su estabilidad constitucional garantizada por el Rey y la Reina en el Parlamento. Los ciudadanos británicos señalaban con orgullo incluso durante mi infancia que Gran Bretaña poseía o al menos administraba la cuarta parte de la superficie del mundo. ¿O era la cuarta parte de la población mundial? No lo recuerdo bien pero, en cualquier caso, parecía un triunfo asombroso para una pequeña isla del Mar del Norte.
La mitad de África estaba dominada por Gran Bretaña, el subcontinente indio era el orgullo de los imperialistas benévolos y los hermanos Baring no eran los únicos que pensaban en Argentina como en el sexto dominio. Teníamos una democracia constitucional que era la envidia de Europa y se pronunciaban discursos de una elocuencia asombrosa.
El Imperio era el lugar en el que encontraban trabajo muchos licenciados con talento de Cambridge y Oxford, hombres que se iban «fuera» a África o a la India con veintitantos años y se quedaban allí excepto durante breves periodos de «permiso». Eran los sucesores de los procónsules romanos o de los oidores españoles, pero sabían que estaban haciendo algo bueno desde su punto de vista. Mi padre y su hermano se encontraban entre estos hombres.
Ahora, como el poeta Wordsworth escribía en relación con Venecia, «cuando incluso la sombra de lo que en su día fue grande ha desaparecido», nos pasamos el tiempo debatiendo sobre si participar o no en la aventura de la unidad europea y, en caso afirmativo, en qué medida. Nuestro Parlamento se ha visto envuelto en el escándalo e incluso muchos en Escocia parecen albergar esperanzas de una secesión. La Armada ha quedado reducida a un tamaño pequeño y humillante. Pero una institución permanece y, en cierto sentido, es más fuerte de lo que nunca lo ha sido: me refiero a la Monarquía.
La Monarquía es una institución antigua y tuvo suerte de sobrevivir a los problemas del siglo XVII. Los Soberanos con más éxito desde la restauración de Carlos II en 1660 probablemente fueron el propio Carlos II, que era astuto y constante aunque tuviera muchas amantes de toda clase de orígenes, y Guillermo III, que era holandés. En el siglo XVIII, nuestros Reyes eran gente más bien corta. Jorge I apenas sabía hablar inglés; Jorge II lo hablaba con acento alemán; Jorge III estaba loco; y Jorge IV, aunque interesado por las artes, era bígamo. Guillermo IV era un marino que dedicó muchísimo tiempo a defender la trata de esclavos en sus discursos en la Cámara de los Lores; la Reina Victoria dio un ejemplo notable pero estuvo semirretirada durante muchos años; Eduardo VII, a principios del siglo XX, era encantador pero, visto retrospectivamente, parece más bien indulgente consigo mismo; el Rey Jorge V era un tirano y muy severo con sus hijos; y Eduardo VIII estaba un tanto malcriado y era un desastre.
La Monarquía que disfrutamos actualmente es un logro del Rey Jorge VI, ahora famoso en todo el mundo por la reciente película El discurso del Rey; y sobre todo, la actual Reina Isabel II. Esto es algo mucho más novedoso de lo que podría parecer. La Monarquía actual es bastante diferente de la que existía en el siglo XVIII e incluso en la primera mitad del XX. El Rey Jorge VI se granjeó el cariño de los británicos al quedarse en Londres durante los bombardeos alemanes, que se conocen como Blitz. La Reina Isabel, que se acerca al sexagésimo aniversario de su coronación, ha sido capaz de apoyarnos mediante su ejemplo en los muchos momentos difíciles por los que hemos pasado desde 1952, cuando empezó su reinado. Ha dado ejemplo de lealtad, discreción y trabajo duro cuando esas virtudes parecían a menudo anticuadas y han sido objeto de burla.
A la Reina se la quiere porque parece personificar las vidas corrientes de la gente corriente. Está permanentemente de servicio. No aspira a ser una intelectual. No creo que tenga realmente ninguna opinión política. Si la tiene, se la guarda para sí. Le gustan los caballos y los perros, como a todo buen ciudadano. Le gustan las carreras, que no solo son el deporte de los Reyes, sino también una actividad que no guarda ninguna relación con la clase social. Los normalmente independientes funcionarios civiles y las Fuerzas Armadas sienten lealtad sobre todo hacia ella, «la Corona», seguramente más que hacia sus sucesivos Gobiernos, por buenos que hayan sido algunos de ellos. Ha sido una entusiasta asistente a los grandes acontecimientos. Ofrece una sólida columna vertebral a un país que la necesita más que nunca.
El Príncipe Felipe, por otro lado, con sus comentarios poco convencionales sobre la vida, prescinde de la pomposidad y mojigatería banales que suelen acompañar a las costumbres modernas. Sus hijos, la Familia Real, no siempre han tenido suerte y algunos han cometido errores en ocasiones. Pero el heredero al trono, el Príncipe Carlos, ha dado muestras de unas inquietudes artísticas que le honran y de una franqueza que ha sido reflejo del ingenio de su padre. Recuerdo cómo criticó duramente los planes para una nueva biblioteca nacional comparándolos con una escuela de formación de la policía secreta.
Los nietos de la Reina, los dos hijos del Príncipe Carlos, han elegido estar en las Fuerzas Armadas y por ello siempre parecerán líderes ceremoniales dignos. El matrimonio, hoy, del Príncipe Guillermo lo relaciona con el pueblo de una forma en que ningún Monarca lo había estado desde que el Rey Enrique VIII se casó con Catalina Parr en sextas nupcias (ya que la Reina Madre, aun siendo una plebeya, era indudablemente una aristócrata). Sin embargo, un genealogista erudito ha mostrado que lo más probable es que Catalina Middleton descienda de María, la hermana mayor de la desafortunada Reina Ana Bolena, quien tuvo hijos con el Rey Enrique VIII. Me alegra decir que es posible que mi propia hija descienda del Rey Ramiro de Asturias. Así que todos somos primos.
LORD THOMAS DE SWYNNERTON ES HISTORIADOR
CUANDO el rey Faruk de Egipto predijo que en el año 2000 sólo habría cinco reyes, los cuatro de la baraja y el de Inglaterra, estaba muy lejos de imaginarse la colección de monarquías presentes en la boda real de hoy en Londres y las dificultades que está teniendo la británica. Dificultades que esta boda intenta en buena parte subsanar.
Unida íntimamente a la historia inglesa, la Corona goza allí de un respaldo popular inigualado en el mundo. Pero si bien ese respaldo se mantiene hacia la abuela del novio de hoy, la Reina Isabel, no puede decirse lo mismo de sus descendientes y previstos sucesores. Lo que podríamos llamar «crisis de Lady Di», con su trágico fin, significó una grieta en ese idilio, que aún no ha sido soldada. La Princesa Diana dijo que «aspiraba a ser la reina del corazón del pueblo». Lo consiguió hasta el punto de sobrepasar su popularidad a la del resto de la familia real, haciendo olvidar su errático comportamiento tras el divorcio, atribuido por la inmensa mayoría al affairede su marido con Camila, que no ha conseguido sacudirse el papel de mala en aquel cuento de hadas.
En cierto modo, la boda de hoy es un intento de reparar esa quiebra, de retomar el hilo de Charles y Diana con William y Kate. La casa de Winsor ha visto la oportunidad de reflotar la popularidad de la monarquía tras años que la propia Reina calificó de horribles. Hay sin duda semejanzas, en especial, las que despiertan las dos parejas, jóvenes y atractivas. Pero hay también importantes diferencias, sobre todo entre las protagonistas, que son las que acaparan la atención. Diana era una aristócrata con un toque popular irresistible. Kate es una plebeya con un celo por la intimidad casi aristocrático. En realidad, sigue siendo un misterio, pese a los millones de artículos escritos sobre ella. Pero de ella va a depender principalmente que los lazos casi milenarios del pueblo inglés con su Corona se mantengan o sigan poco a poco desintegrándose.
Al fondo de todo está la incógnita de si la monarquía debe de mantener el distante aislamiento que la envolvía o bajar a la calle, como ya han hecho algunas de ellas. Las ventajas son casi tantas como los riesgos. Si la realeza quiere ser reverenciada, debe de mantener la distancia, pues sin distancia no hay magia ni misterio. Pero por otra parte, hemos entrado en una época en que todos los misterios deben de ser revelados y en que los reyes van a pie. Kate Middleton, que procede de la calle, podía hacer como pocas esa reconversión de la monarquía británica. Pero está por ver si quiere, si puede y si, en el intento, no priva a la institución de esa aura especial en que ha venido envuelta a lo largo de los siglos. Va a ser el principal problema de la joven pareja por la que repican hoy las campanas de la abadía de Westminster.
Interesante publicación en la web de La Vanguardia de los enlaces a noticias históricas de otras Bodas Reales para conocer cómo dieron la noticia en otras épocas.
Lorena Ferro
Londres se viste estos días con sus mejores galas para acoger la boda del año, con permiso de Alberto de Mónaco. Este viernes 29 de abril el príncipe Guillermo y Kate Middleton se darán el sí quiero en la abadía de Westminster. Y sin duda, el momento más esperado por las millones de personas que seguirán la ceremonia y por la multitud de cámaras que inmortalizarán el momento será la imagen de los novios ya convertidos en marido y mujer. Un trance por el que toda pareja real casadera que se precie debe pasar. Antes que Guillermo, otros herederos –incluyendo a su abuela, la reina Isabel II, y su padre, el príncipe Carlos, ya fueron la diana de los flashes-.
Hoy recordamos cómo fueron aquellos enlaces de futuros monarcas:
· 20 de noviembre de 1947: La princesa Isabel de Inglaterra se casa con Felipe Mountbatten, duque de Edimburgo, en Westminster.
· 19 de abril de 1956: La boda de Rainiero III de Mónaco con la actriz Grace Kelly.
· 14 de mayo de 1962: El príncipe Juan Carlos se casa con Sofía en Atenas.
· 29 de julio de 1981: El enlace de Carlos, el príncipe de Gales, con Diana.
· 4 de diciembre de 1999: Felipe de Bélgica se une a Matilde d'Udekem d'Acoz.
· 25 de agosto de 2001: Haakon de Noruega y Mette-Marit, la primera boda real del milenio.
· 2 de febrero de 2002: Guillermo de Holanda y Máxima Zorreguieta se dan el sí quiero.
· 23 de mayo de 2004: El príncipe Felipe se une a la periodista Letizia Ortiz. La Vanguardia dedicó un especial al feliz acontecimiento.
· 19 de junio de 2010: La boda de Victoria de Suecia con Daniel Westling.
El País
Carlos de Inglaterra se acaba de convertir en el heredero al trono británico que más tiempo lleva esperando a acceder a él. El actual príncipe de Gales, que se convirtió en heredero aparente a los tres años, cuando su madre accedió al trono el 6 de febrero de 1952, ha batido el récord de 59 años, dos meses y 13 días que hasta ahora ostentaba el que luego sería Eduardo VII.
Dada la longevidad de algunas mujeres de la familia, el record que acaba de alcanzar Carlos de Inglaterra se puede convertir en poco menos que imbatible. La reina Isabel II cumple hoy, 21 de abril, los 85 años -aunque el cumpleaños se celebra oficialmente en junio- y goza de una salud excelente. Su madre Isabel, la Reina Madre, murió cuando tenía 101 años y siete meses y medio, en el año 2002.
Carlos, que tiene ahora 62 años, no fue nombrado príncipe de Gales -el título que se otorga al heredero de la corona- hasta que tenía nueve años, pero era el heredero aparente desde los tres. El heredero aparente es aquel destinado a heredar el trono salvo que se cambien las normas que rigen la sucesión. El heredero presunto es un heredero que puede perder esa condición si nace alguien que tiene más derecho a reinar. Por ejemplo, si la princesa Ana, segunda hija de la reina Isabel II, hubiera sido la primogénita, habría sido heredera presunta hasta el nacimiento de Carlos porque los varones tienen preferencia sobre las hembras en las normas que regulan la sucesión en la monarquía británica. Una discriminación de género que el Gobierno cree que hay que empezar a pensar en suprimir.
Eduardo VII se convirtió en heredero el día que nació, el 9 de noviembre de 1841, porque su madre, la reina Victoria era monarca desde 1837, antes de que él naciera. Tuvo que esperar su turno hasta que ella falleció, el 22 de enero de 1901. Mientras ella había llegado al trono con tan solo 18 años y reinó durante casi 65 años, él tenía ya 59 años cuando fue proclamado monarca y su delicada salud le permitió reinar durante poco más de nueve años.
Aunque su reinado fue corto, tuvo un papel relevante en las relaciones exteriores británicas gracias a sus conexiones familiares: fue el primer monarca británico que visitó Rusia; se distanció de su primo, el Kaiser Guillermo II: y favoreció la alianza con Francia, la famosa entente cordiale. Monarca en una era convulsa, de explosión industrial y política, marcada por la eclosión del socialismo y los movimientos de igualdad hombre-mujer, Eduardo VII comprendió que la monarquía necesitaba de la pompa y de la mística popular para no ser arrastrada por los tiempos de cambio.
POR TRISTAN GAREL-JONES
ABC
¡TENEMOS boda! Este viernes se casa Su Alteza Real el Príncipe Guillermo con la señorita Kate Middleton. No intentaré competir con la prensa del corazón especulando sobre el traje de la novia, la lista de invitados (y no invitados) ni demás elementos del evento. Cualquier lector de la revista «¡Hola!» estaría mucho mejor informado que yo.
Basta con decir que, a partir del viernes en el caso improbable de encontrarme yo con la Princesa Catalina me pondría en posición firme, inclinaría la cabeza y me dirigiría a Su Alteza Real en tercera persona. ¿Por qué? ¿No representa este tipo de comportamiento una sociedad elitista, deferencial y contraria a los valores más esenciales de la igualdad del hombre y la mujer en la sociedad democrática?
Todo lo contrario. El sistema monárquico tiene una serie de ventajas democráticas que el sistema republicano no puede igualar.
La primera y quizá la más importante: en una democracia abierta y plural es difícil y desaconsejable que ningún partido esté permanentemente en el poder. La alternancia es un ingrediente básico del sistema. Y es importante que así sea.
El Monarca representa los valores permanentes en un país y además, al ostentar la jefatura del Estado, coloca a los políticos donde les corresponde estar —como servidores temporales de su país y de su pueblo—. Me explico. Durante trece de los últimos catorce años hemos tenido en mi país un Gobierno socialista. Para quienes no militamos en esas filas (seamos conservadores, liberales o de otros partidos minoritarios) siempre hemos sabido que nuestro país —nuestra Patria— en última instancia no estaba representada ni por Tony Blair ni por Gordon Brown (servidores temporales de su pueblo) sino por nuestro jefe de Estado —la Reina Isabel II—. Hoy los militantes socialistas y otros, mientras «sufren» bajo el Gobierno de David Cameron saben que él también es un mero servidor temporal.
Es muy fácil que un político en el Gobierno pueda terminar pensando que él es «muy importante —imprescindible incluso—». Las personas de su círculo inevitablemente aplican algún masaje a lo que ya de por sí suele ser un «ego» bastante desarrollado. Durante mi propia carrera política me tocó un cargo que, además de mis deberes oficiales, implicaba un trato relativamente frecuente con mi Reina (carta diaria y audiencias con cierta regularidad). Puedo decir que jamás, ni por gesto, ni por tono de voz, ni tema de conversación Su Majestad (siempre con cortesía) me dio a entender que sentía la menor preferencia o inclinación hacia mi propio partido. Es más, terminada mi carrera política, creo con seguridad que si Su Majestad se cruzara conmigo en un supermercado no sabría ni quién era yo. ¡Así de «importante» soy en el Estado! De ella, y de sus preferencias personales, sólo me consta que le gustan los perros.
Sólo hay una persona en la clase política británica que es amigo de la Familia Real. Le viene de antes. Y no habla nunca de ello.
El sistema republicano cojea gravemente de esta pata. Hay presidentes simbólicos. Normalmente políticos de segunda división. Sin caer en la descortesía de nombrarlos, dudo que más de un 1 por ciento de la población europea sea capaz de nombrar los jefes de Estado de nuestros socios europeos que tienen este tipo de Presidencia. Luego hay presidentes políticos ejecutivos —¡no nombro a nadie!—, pero cuando caen en la impopularidad —cosa frecuente— esa falta de estima recae sobre el Estado. Ni el uno ni el otro son capaces de representar esa unidad de Estado que debe estar por encima de las batallas políticas del día a día.
Hace poco hubo una manifestación en Londres organizada por el Movimiento Republicano Británico delante del Palacio de Buckingham. Asistieron 25 personas. ¡Y hubo un despliegue de dos policías para controlarlos!
Finalmente, la Nación Estado y el concepto de soberanía nacional no son unos conceptos fijos e inamovibles, sino todo un proceso en evolución. Hace mil años Europa estaba gobernada por Reyes y Emperadores absolutos —principados y condados— que gobernaban por «derecho divino» sobre sus siervos. En el año 1648 se firma el Tratado de Westfalia cerrando así la llamada Guerra de los Treinta Años. Ahí, por decirlo en lenguaje moderno, los grandes señores reparten y subdividen sus feudos y empiezan a emerger naciones-estado tal como las conocemos hoy en día. Hay que recordar que Alemania tan sólo se unió en el año 1871 e Italia, en 1868.
El siglo XX se caracteriza por unas rivalidades y luchas casi «machistas» y sangrientas entre las naciones. Luchas tan terribles que inspiraron a los fundadores de la Unión Europea a buscar nuevas formas de convivencia. La UE, en definitiva, es un experimento constitucional donde buscamos la manera de compartir nuestras respectivas soberanías (en el sentido westfaliano de la palabra) con nuestros vecinos.
El secreto y, a la vez, el desafío consiste en fomentar ese sentido de solidaridad sin perder la sensación de pertenencia de valores compartidos y de cohesión social que da la nación. Lentamente vamos dejando atrás ese terrible lema «mi patria, con razón o sin ella».
No quisiera yo faltar al respeto a países republicanos que a fin de cuentas son mayoría en el mundo. Pero, si tomamos el ejemplo de ese gran país que es Australia —país que va a pesar cada vez más en el quehacer mundial en el siglo XXI—, vemos claramente el dilema. Por un lado, comprendo que algunos cuestionan que su jefe de Estado sea una señora respetable y muy respetada, pero cuyo domicilio está en la otra punta del mundo. Por otro lado, el republicanismo abre una caja de Pandora que da qué pensar —¿presidente ejecutivo o simbólico?, ¿elegido por votación popular? ¿nombrado por la elite política?—. Nada fácil.
Suerte tiene el Reino Unido y suerte tiene el Reino de España de contar con dos familias que han vivido nuestras historias y nuestras penas en su propia carne. Suerte tenemos de que nuestras clases políticas bajo Monarquías constitucionales no pasan de ser meras figuras efímeras, por mucho prestigio personal que atesoren. Y de que nuestras naciones y sus valores más profundos están representados por nuestros soberanos.
Por todo ello, el novio de esta joven pareja que mañana se casa, tendrá que asumir algún día la jefatura del Estado. Y ambos tendrán que simbolizar aquello que es lo más esencial de su patria.
Barrunto que la manifestación pública en las calles de Londres y delante de Buckingham Palace este viernes superará con creces los 25 republicanos de hace unas semanas.
LORD GAREL-JONES FUE MINISTRO DE ASUNTOS EUROPEOS Y VICECHAMBELÁN DE LA CORTE, TESORERO REAL Y CONTROLADOR DE LA CASA DE SU MAJESTAD BRITÁNICA
ABC
Sus Majestades los Reyes han hecho esta mañana una excepción con sus invitados, el emir de Catar y su esposa, y se han trasladado hasta el aeropuerto de Barajas para recibirles, cuando lo habitual es que Don Juan Carlos y Doña Sofía esperen en el Palacio de El Pardo a los mandatarios que visitan España. Se trata de un gesto excepcional que obedece a la estrecha relación que mantienen ambas Familias.
Don Juan Carlos y Doña Sofía han recibido a sus invitados en el Pabellón de Estado del aeropuerto de Barajas, donde a las doce del mediodía ha aterrizado el avión del Emir, Hamad Bin Jalifa al-Thani, y de su esposa, Mozah Bint Nasser. Desde allí, los dos matrimonios se han trasladado en dos vehículos al Palacio de El Pardo, donde ha tenido lugar el habitual recibimiento oficial con los máximos honores. En uno de los coches, el histórico Rolls-Royce que se utiliza en estas ocasiones, llegaron el Rey y el emir, y y en el otro vehículo las dos esposas, la Reina y la jequesa. Una vez en El Pardo, se han interpretado los himnos nacionales, se han disparado las salvas de ordenanza y el Rey y el emir han pasado revista a las tropas. La jequesa Mozah bint Nasser, que está considerada como una de las mujeres más elegantes del mundo, vestía un exótico modelo color marfil a juego con un turbante.
Los Reyes les han ofrecido un almuerzo en el Palacio de El Pardo y esta noche les ofrecerán una cena de gala en el Palacio Real. A ambas comidas asistirán los Príncipes de Asturias.
El emir de Catar y su esposa, que tienen tratamiento de Altezas, han empezado esta mañana una visita de Estado que concluirá el próximo miércoles y que tiene como objetivo reforzar las relaciones bilaterales a todos los niveles. Tras el descubrimiento de amplias reservas de gas, Catar se ha convertido en los últimos años en uno de los países más ricos del mundo.
La reina Isabel II de Inglaterra ha celebrado hoy su 85 cumpleaños. Y lo ha hecho asistiendo a la ceremonia del Jueves Santo en la Abadía de Wewstimster, el mismo lugar en el que la próxima semana contraerá matrimonio su nieto el príncipe Guillermo y su prometida Kate Middleton. La reina, que nació el 21 de abril de 1926, ha acudido a la misa vestida con un abrigo azul turquesa y un sombrero a juego. Tras asistir al oficio y como marca la tradición, la soberana ha distribuido limosneras rojas o blancas a personas ancianas, como forma de reconocer sus servicios a la Iglesia y la comunidad.
La ceremonia ha servido de aperitivo para la que tendrá lugar el próximo 29 de abril con motivo de la boda del príncipe Guillermo y Kate Middleton. Sin ir más lejos, la Casa Real británica ha confirmado hoy que la reina ya ha dado su consentimiento formal al enlace, como manda la Ley de Matrimonios Reales de 1772. El documento dice: "Sepan que hemos consentido y por la presente indicamos nuestro consentimiento al matrimonio entre nuestro más amado nieto, el Príncipe Guillermo Arturo Felipe Luis de Gales, K.G., y nuestra fiel y querida Catherine Elizabeth Middleton".
Libertad Digital
Los príncipes herederos Federico y Mary de Dinamarca han bautizado a sus dos hijos mellizos, nacidos el pasado enero, como Vicente y Josefina, en una ceremonia celebrada en la iglesia de Holmen de Copenhague ante unos 300 invitados, según ha informado Efe.
Felipe de Borbón, que no acudió a la ceremonia, es uno de los padrinos del príncipe Vicente, mientras que la princesa Marie de Dinamarca ejercerá como madrina de su sobrina. A cada uno de los príncipes, que ocupan el cuarto y el quinto puesto en la línea sucesoria al trono danés, les fueron asignados seis padrinos y madrinas.
Vicente Federico Minik Alejandro, su nombre completo, lució el mismo vestido con el que fueron bautizados su abuela, su padre y sus dos hermanos mayores, el príncipe Christian, de cinco años, e Isabella, de cuatro.
Su hermana, Josefina Sofía Ivalo Matilde, vistió un traje que perteneció a su bisabuela, la reina Ingrid, y que no había sido usado hasta ahora.
Vicente y Josefina, nacidos el pasado 8 de enero, son los hijos tercero y cuarto de Federico y Mary, quienes se conocieron durante los Juegos Olímpicos de Sydney 2000 y contrajeron matrimonio en abril de 2004.
A pocos días del enlace del Príncipe Guillermo y Kate Middleton, algunos periódicos y revistas dedican especiales sobre la Boda Real.
Algunos enlaces de interés:
Web oficial de la Boda Real
Especial de Hola
Especial de El Mundo
El Mundo
Tazas, postales, cervezas etiquetadas con su foto, vajillas, clones del anillo de pedida , monedas conmemorativas... Todo 'merchandising' es poco para la boda real del año y ahora también tienen sus figuras Lego.
El Príncipe el príncipe Guillermo y Kate Middleton ya se han casado, por lo menos en su versión en miniatura expuesta en el parque temático Legoland Windsor en Londres, que se adelanta a las imágenes que todo el mundo podrá ver el próximo 29 de abril.
En esta recreación, Kate y Guillermo rompen con la tradición al besarse delante de la multitud que se ha reunido ante el palacio, en lugar de hacerlo en el balcón, como Carlos y Diana lo hicieron en su día.
No falta detalle, los novios, la familia real de Inglaterra en el balcón de Buckingham Palace, los invitados (entre ellos, Victoria Beckham luciendo un avanzado estado de gestación y Elton John), la guardia, los paparazzi, y la multitud, ansiosa por ver el beso.
Casi 200.000 piezas han sido utilizadas para recrear la esperada boda real británica sobre 330 metros cuadrados del parque que celebra su 15 aniversario.
La prometida del príncipe Alberto II de Mónaco, Charlene Wittstock , se ha convertido al catolicismo antes de su matrimonio religioso, que se celebrará el 2 de julio en el Principado, segun ha comunicado el Palacio monegasco. Sin conversión al catolicismo, la Constitución monegasca impedía que Wittstock, de confesión protestante, pudiera acceder al trono del Principado.
"La señorita Charlene Wittstock, que profesa la fe cristiana, ha sido admitida, por decisión libre y personal, a la comunión plena en la Iglesia Católica", señala el comunicado, el mismo día en el que se han dado a conocer algunos detalles de la boda.
Hasta el anuncio de su boda, la nadadora sudafricana respetó las reglas protocolarias del pequeño Estado mediterráneo situado al sureste de Francia, que le impedían asistir a la fiesta nacional de Mónaco y a la ceremonia de la Santa Devota, patrona del Principado, al no formar oficialmente parte de la familia del soberano. Desde entonces, sin embargo, se ha visto a la pareja -a la que separan 20 años, Alberto acaba de cumplir 53- participar en diversos eventos oficiales dentro y fuera del Principado. Estos días se encuentran de visita oficial en Irlanda.
La boda civil, el 1 de julio -primero de los dos días declarados festivos en el Principado- correrá a cargo del oficial del registro civil de los soberanos, Philippe Narmino, a las cinco de la tarde. La ceremonia religiosa se celebrará al día siguiente y, aunque se llevará a cabo en el patio de honor del Palacio, el público que acceda al recinto podrá presenciarlo gracias a unas pantallas gigantes. La oficiará el arzobispo de Mónaco, Bernard Barsi.
Después del matrimonio civil, está prevista una recepción multitudinaria para los monegascos, pocas horas después de que los novios se hayan dado el "sí" en la ceremonia civil en la Sala del Trono del Palacio. Después de la recepción se celebrará un concierto gratuito del músico francés Jean-Michel Jarre, de unas dos horas de duración y que contendrá los habituales efectos de luz y sonido de los eventos del artista. Se habilitará transporte público para monegascos y visitantes puedan desplazarse al concierto.
RECONOZCAMOS que la de Carlos de Inglaterra es, cuando menos, una personalidad sugerente. Sometido al severo foco de ser heredero de la Corona británica desde la blanda edad de cinco años, el hombre al que nadie quiso comprender cuando iba ampliando la distancia con la mágica Diana de Gales, el tipo al que todos censuraban acudiendo al chiste fácil de sus orejas o al chascarrillo de las muchas barreras que le quedaban por saltar para poder reinar, el Príncipe al que se le adjudicaba el injusto daguerrotipo de indolente o desocupado —nadie está nunca desocupado en la Casa Real inglesa—, ha acabado por configurar en su persona la esencia concentrada del perfecto británico: guasón e impertérrito a la vez, elegante y extravagante cuando quiere, inquieto intelectual e inasequible conservador, encajador infatigable y paciente heredero. Es el Príncipe que más lleva esperando su ascensión al Trono y el que más invectivas ha tenido que leer o escuchar desde los medios de comunicación británicos —especialmente crueles—, lo cual no le ha hecho perder el gesto: odia a la prensa, a buen seguro, pero lo hace desde ese encanto perfumado con el que un británico de clase puede odiar algo. Carlos de Windsor hubo de asumir una vertiginosa pérdida de popularidad merced a su crisis matrimonial con la «Princesa del Pueblo», amén de un estofado caldo de pitorreo desde que se supo que el amor de su vida era una mujer de corte estético bien distinto al de la bella Diana, pero de la que confesaba sentirse tan enamorado como para olvidarse de la realidad que le circundaba a todas las horas del día. No obstante todo ello, supo combinar el interés dinástico con su contumaz deseo y, finalmente, hizo suya oficialmente a la mujer que durante un tiempo hubo de pasear por la corte esquivando salivazos y soportando un inagotable catálogo de bromas de mal gusto. Ahí está, sin embargo, permanentemente condenado a la espera, merced a la buena salud de una monumental Reina a la que el pueblo
británico sabrá añorar con los años.
Entretanto ha tenido que leer en titulares sensacionalistas que es gay, que padece Alzheimer, que sufre halitosis, que se vende a empresas como Porcelanosa (¡como si la Corona británica necesitase algo de la admirable Porcelanosa!) o que es un rancio nada amigo del progreso. A todo ello ha ofrecido, impertérrito, su impagable media sonrisa. Recientemente, la biblia de los progres isleños, el periódico The Guardian, tituló a toda plana una airada proclama: «Carlos: cállate o dimite». No busquen razones de fondo o una airada proclama republicana: todo lo desencadenó el hecho de que el Heredero, poco amigo de los armatostes que venden como arte los gurús de la «arquitectura moderna» —responsables de tantas salvajadas—, había mostrado su disconformidad con un pegote de cristal y acero del «intocable» Richard Rogers en pleno centro histórico de Londres. Por otra parte, su defensa del medio ambiente y su conciencia peleona por una ecología razonable no ha recibido, sorprendentemente, el beneficio que se aplica a todo aquél que esgrime argumentos conservacionistas frente a los amigos del vendaval del progreso.
Anteayer, estoico e imperturbable, encajó una educada y adecuada referencia a Gibraltar que le lanzó el Príncipe de Asturias —él, que equivocó su primer viaje de bodas visitando la Roca— y contestó en un esforzado español mostrando su felicidad por visitar España. Sus seguidores, entre los que me cuento, estamos encantados de recibir la visita de un tipo con clase y trajes cruzados de solapa antigua, que sostiene como nadie el vaso de whiskey y que sabe meter las manos en el bolsillo de la chaqueta sin que éstos se deformen. Sea bienvenido, Charles.