LUIS MARIA ANSON
El Mundo, 1 de abril de 2008
El caudillo dictador le distinguió siempre con un odio africano. Le calumnió sin piedad, le persiguió, le vejó, le silenció, le obsequió con las más abyectas mezquindades. Ni comunistas ni socialistas eran rivales para Franco. Durante muchos años la única alternativa para desplazarle del poder era Don Juan. Desde 1943 estaba claro que los aliados querían para España una Monarquía parlamentaria encarnada por el hijo de Alfonso XIII. La muerte de Roosevelt y la voracidad de Stalin en Europa aconsejaron a Londres y Washington taparse las narices y mantener a Franco. Pero el dictador sabía muy bien que, tras la conferencia de Yalta, Juan III tuvo un pie puesto dentro de España. Por eso le persiguió de forma implacable hasta que, veinte años después, consiguió herirle profundamente con el nombramiento de sucesor a título de Rey en favor de su hijo, el entonces Príncipe de Asturias Don Juan Carlos, quien, por razones patrióticas, sin duda, aceptó la ignominia. Desde 1941, en que sucedió a su padre el Rey Alfonso XIII, Juan III hizo frente a la dictadura de Franco. Con energía, con dureza a veces, con firmeza, con flexibilidad. Cuando en 1969, Don Juan Carlos fue elegido sucesor a título de Rey, la Monarquía parlamentaria que defendía Don Juan, la Monarquía de todos, era exactamente la contraria a la Monarquía absoluta del Movimiento Nacional que quería Franco. La lucidez del conde de Barcelona, su actitud para atraerse a la oposición democrática, su sentido del deber hacia España y su abnegación para sacrificarse hasta el fin, contribuyeron decisivamente a la Transición sin traumas. Hoy Juan III es una figura reconocida por todos, uno de los hombres verdaderamente grandes del siglo XX español.
El tiempo transcurrido desde la muerte de Juan III, quince años ya, ha dado la razón a Felipe González. Al fallecer Don Juan, el líder socialista publicó un decreto admirable, instalando al hombre que había combatido la dictadura de Franco, durante más de tres décadas, en el lugar que le correspondía. Rey de derecho de España, aunque no de hecho, Juan III fue enterrado por decisión de su hijo y del Gobierno socialista en el Panteón de Reyes del Monasterio del Escorial. Los historiadores más solventes se han sumado en los últimos años, al reconocimiento de la significación del hijo de Alfonso XIII, del padre de Juan Carlos I, en la Historia contemporánea de España. Las tesis de mi libro Don Juan se han hecho ya lugar común al hablar del gran personaje desaparecido.
Cuando el régimen del 78 se agota (y se agotará si no se hace una inteligente reforma constitucional), cosa que Don Juan intuyó mientras padecía su agonía en Navarra, no está de más recordar al español que lo tuvo todo y que, por amor a España, lo sacrificó todo. Quiero subrayar hoy, con estas líneas de la memoria y la tristeza, una circunstancia no muy frecuente en este país de las envidias, los desagradecimientos y los olvidos: Juan III fue capaz de suscitar grandes y numerosas lealtades en los más varios sectores de la vida española. Y lo que es más sorprendente, algunas se han prolongado después de su muerte.
-Quiero que sepas- dijo Don Juan, pocos meses antes de morir, a su nieto el Príncipe de Asturias -que me siento orgulloso de cómo mi hijo está sirviendo a España. Debe tener cuidado con algunos de sus amigos. Pero no hay un Rey en Europa que haga las cosas mejor que él. En España, los españoles disfrutamos de paz y libertad gracias a él.
-Abuelo -le interrumpió el Príncipe de Asturias- sobre todo gracias a ti.
sábado, 12 de abril de 2008
Juan III, quince años ya
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