Por José Francisco Serrano Oceja
Libertad Digital
Para los españoles, dos instituciones han representado el continuum de su identidad como pueblo, la fuerza integradora en la pluralidad de geografías y de psicologías humanas individuales y sociales: la Iglesia y la monarquía. La una, comunidad de trascendencia, como sustrato de humanidad y propuesta de síntesis entre la naturaleza y la vida, entre la razón y la fe; y la monarquía como correa de estabilidad y garantía de los derechos de los más.
Cumplía el domingo pasado el arzobispo de Toledo una larga tradición: la presencia de una alta dignidad eclesiástica en las sesiones de la Real Academia de la Historia. Satisfacía una alta misión para la con la sociedad española: la reflexión sobre el acontecimiento histórico que había unido inseparablemente España como proyecto común y la fe que habían predicado los varones apostólicos. Cuando el cardenal Cañizares pronunció su discurso de recepción pública en la citada Academia sobre El esplendor visigótico, momento clave en la edificación de España y para su futuro, a nadie le extrañó que lo que las políticas destructivas de la educación del Gobierno socialista han pretendido borrar de nuestro pasado iba a adquirir un protagonismo singular en un presente cargado de diatribas de mentira y falsedad, no sólo para el aquí y el ahora, también para el allí y el ayer.
Los hechos fueron y son tozudos. Aquel 7 de mayo del 589, bajo la presidencia del venerable Mausona, arzobispo emeritense, ante la presencia de sesenta y tres obispos y seis vicarios de las cinco provincias españoles, el rey Recaredo hizo profesión de fe en la doctrina de los cuatro Concilios generales, Niceno, Constantinopolitano, Efeso y Calcedonense y reprobó de los errores de Arrio, Nestorio, Macedonio, Eutiques y demás heresiarcas, amén de establecer una serie de decretos para todo el pueblo. Por primera vez en la historia de España, la unidad de religión, de culto, era tierra fecunda de unidad de hombres, de proyectos, de esperanzas. Como escribiera un día el arzobispo de Toledo cardenal Marcelo González Martín, "entonces se forjó la unidad católica de los pueblos de España. Lo que se consiguió entonces fue la pacificación de los espíritus –de los hispano-romanos, de los visigodos– que, libres ya de enfrentamientos a que daban lugar las disidencias religiosas, podían avanzar hacia el futuro con el gozo compartido de una misma fe y de un mismo modo de sentir en la consideración y análisis de os problemas de índole social y familiar, en el respeto y la función que se concedía a los tribunales de justicia, en la educación política y religiosa del pueblo en todas sus instancias".Han pasado los siglos y se ha puesto en entredicho, en movimiento sinfónico, de una forma nunca vista la fe católica y la unidad de España. Han pasado los siglos y lo que ocurrió en el pasado sigue siendo motivo y razón para el presente. No se trata, ni mucho menos, de la confesionalidad del Estado, ni la religión política, ni de la vuelta al nacional-catolicismo. Se trata de dos claves presentes en la historia que han sido fecundas para la historia. El cardenal Cañizares, maestro de la esencia íntima de España, nos ha ofrecido una lección de la historia para el hoy en forma de preguntas. Una lección que no debemos olvidar. Se preguntó el cardenal de Toledo y Primado de España:
¿Será cristiana la España del mañana? Lo será en cuanto se mantenga en sus raíces, en cuanto mantenga viva su memoria y su identidad. Pero aún podríamos preguntarnos con mayor radicalidad: ¿Será España si deja de ser cristiana, si renuncia a la memoria de los orígenes que le dieron lugar y existencia, esto es, si renuncia a sus raíces y fundamentos cristianos? Si deja de ser cristiana, si sucumbe a fuerzas disgregadoras, y olvida o, peor, suprime las raíces cristianas que le dan unidad e identidad, España dejará de ser España, dejará sencillamente de ser; será otra cosa u otras cosas.
No hay más que mirar atrás y descubrir que, en los momentos de esplendor de España, la fe católica ha sido el aliciente y el motor de su gloria.
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