Daba yo en noviembre pasado a estudiantes y profesores hispanoamericanos un pequeño ciclo de lecciones sobre el influjo griego y latino en los orígenes de la literatura castellana. En conexión, es claro, con los orígenes de la lenguas castellana como lengua escrita y literaria, extendida luego por toda España y en América. Y, en relación con todo ello, hablaba de los orígenes y expansión del condado de Castilla.
Pienso ahora que es un tema, en realidad, no tan conocido, que cabe el intento de hacer llegar algo de él a un público amplio. Porque sobre la historia de nuestra Lengua, nuestra Literatura y nuestra Nación se propagan demasiadas inexactitudes, hay demasiadas omisiones.
Yo intentaba que, para empezar, los alumnos se asombraran (el asombro es el comienzo de la Ciencia, decía Aristóteles). Y, en efecto, ¿no es asombroso que un mínimo dialecto del leonés, al pie de los Montes de Oca, se convirtiera en la lengua común de España? No la única, Dios me libre, pero sí la común a todos. Y un mínimo condado se convirtió, poco a poco, en el Reino de España.
Claro que había en todas partes un panorama de fondo: todos añoraban la antigua nación Hispania, parteada por Diocleciano, conseguida por los godos («reges Hispaniae» eran sus reyes), destruida por la invasión musulmana, puesta a su vez en riesgo por la Reconquista, que en cada valle de los montes cántabros y pirenaicos creaban entidades políticas y lingüísticas diversas.
Pero había aquella antigua unidad que todos añoraban, desde Gonzalo de Berceo, que llamaba a Santo Domingo «lumen de las Españas», a Jaime I de Aragón, que hablaba de «salvar Espanya». Los caballeros vascos y catalanes lucharon junto a Alfonso VIII en las Navas de Tolosa, en 1212. No hubo, en lo esencial, una imposición de arriba a abajo, Castilla no hizo sino liderar un sentimiento común de unidad.
Lo hizo a través de la creación del Reino de España y de la conversión de su lengua y su literatura en comunes a toda España. Esto no ofende a nadie, todos la acompañaron.
Los dialectos romances eran varios, el castellano no era sino un dialecto del leonés, que a su vez había nacido de los romances asturianos. Había otros dialectos al Oriente. En realidad, sabemos desde don Ramón que el castellano destacaba por su originalidad en relación con los demás dialectos de España y aun de fuera de ella: el único que aspiraba la «f» latina (hijo, hermoso), que diptongaba la «e» y «o» breves y tónicas (hierro, muela), el único (con el italiano) que tenía un sistema de vocales simple y casi latino, el único que hacía en «as» el plural de los nombres en «a» (el plural era en «es» en asturiano, leonés, catalán, francés, hasta en griego).
Tenía un ímpetu innovador. Las gentes lo buscaban. Tardaron mucho en llegar reacciones en contra.¡Ahora, cuando hay quienes, con riesgo para todos pero sobre todo para ellos tratan de rebajarlo legal y socialmente!
Claro que la expansión del castellano, su conversión, con los retoques que fueran necesarios, en el español de España y América, no tuvo lugar sin ser acompañada de hechos políticos y hechos literarios. Como pasó, en Italia y Francia, por ejemplo, con dialectos mínimos luego convertidos en lenguas nacionales.
Ahora bien, Castilla se expandió como matriz del reino de España a base de matrimonios, como los que unieron en el siglo XII a Castilla y León, en el XV a Castilla y Aragón. O por acuerdos, como el que llevó a entronizar en Aragón la dinastía castellana de los Trastámara. Antes de la boda de Isabel y Fernando.
Sí, hubo discordias a veces, fue una de ellas, tras la herencia repartida por Alfonso VI entre sus dos hijas, la que creó Portugal. Fueron más bien raras, Cataluña, por ejemplo, no se declaró independiente frente a Felipe V, se limitó a escoger, en una querella dinástica, el partido que a muchos les parecía preferible. En general, la espada se utilizó casi siempre frente al enemigo islámico (en América, con frecuencia, frente al indígena, aunque la espada no lo fue todo, ni mucho menos).
Lo esencial es esto: Castilla se convirtió, en un momento dado, en la punta de lanza principal (no la única, claro), de la Reconquista, que culminó en Granada. Y se unió a Aragón y creció en América. Fue el núcleo de un estado moderno. Con una unidad en la diversidad.
Una lengua, de puramente hablada, se hace culta y literaria siguiendo modelos prestigiosos. Roma siguió el modelo griego, España y Europa en general los modelos griego y latino. Castilla dio en España la tónica: los modelos latinos, a veces traducidos del griego, le llegaban de Europa y de sus propios monasterios. Pero al tiempo le llegaban los modelos árabes, que eran traducciones del griego, también del persa: ya de autores de Ciencia y Filosofía, a través de la Escuela de Traductores de Toledo, ya de modelos literarios varios que hizo traducir Alfonso el Sabio. Era como una plataforma que recibía de varias direcciones, luego creaba e irradiaba. Al modelo político se unían un modelo lingüístico y un modelo literario: como en el caso de Roma o el de Francia. Estos son hechos, no hagamos caricaturas.
No fueron triunfos absolutos, quedaron hechos diferenciales, por supuesto. Pero es que los poderosos reyes castellanos del siglo XIII, tal Alfonso el Sabio, protegían el conocimiento. Reunían sabios en torno. Y Castilla era una plataforma privilegiada. La unidad política que iba construyendo se doblaba y triplicaba con la potencial unidad o casi unidad promovida por la lengua. Desde el XV la otras literaturas peninsulares prácticamente desaparecían, triunfaba el castellano en toda España. En el siglo XIV se hablaba en todas partes, no exclusivamente, pero como lengua culta y literaria buscada por todos (también, luego, por los americanos). La unidad política tendía a hacerse, en una medida creciente, unidad cultural y lingüística. Todo el que quería crecer, rebasar los límites locales, buscaba ese nuevo foro de unidad.
Esto es todo, es un proceso paralelo al de otras naciones europeas. Poder político y hasta militar y poder lingüístico y literario iban a la par. Todo ello daba el modelo para los que querían integrarse en la sociedad de los nuevos tiempos.
Solo así se explica el salto de Castilla y lo castellano desde comienzos ínfimos a modelo predominante. Era una vía de unidad y de integración social y cultural. El que quería escribir algo que trascendiera los límites de su región, lo hacía en castellano. Vean si no la nómina de los escritores españoles de todos los siglos: han venido de todas las regiones.
Sí, ya sé que desde el siglo XIX ha habido movimientos en pro de la renovación de las otras lenguas peninsulares y de sus literaturas. Y sabemos que en ello, con frecuencia, a golpe de decreto se sobrepasan los límites, se emplean coacciones. En todo caso, España sigue existiendo en la conciencia de casi todos. Y la lengua que llamamos española, es decir, el castellano de hoy, que es más que castellano, sigue siendo un factor de unidad. También con América.
La historia es como es, las cosas son como son. Imitando los modelos antiguos, griegos, romanos y godos, se recreó a partir de Castilla un amplio espacio político y cultural. Era necesario, igual que en otros lugares de Europa. Y la nación española, con sus instrumentos políticos (que incluyen religión, sociedad y economía), pero también los lingüísticos y literarios, surgió como la más antigua de Europa. Y sigue, entre tropiezos, adelante.
Castilla no hizo sino cristalizar, dar forma, a un empeño común. Esto es lo que yo trataba de explicar, lo que intento ahora exponer en resumen apretado.
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