Ignacio Villa
Libertad Digital
El panorama de la España constitucional que estamos contemplando estos días es ciertamente desolador, por más que no pueda ni deba sorprender a nadie, pues es el resultado de las políticas destructivas y demoledoras de Rodríguez Zapatero y su Gobierno. Cuatro convulsos años dan para mucho y nos dejan al final un ambiente que hace no mucho tiempo hubiera sido impensable, fruto de una larga lista de acciones irresponsables del presidente del Ejecutivo.
Llevamos muchos meses asistiendo a un ataque feroz y constante a la transición democrática. Se ha convertido en algo habitual el empeño por reabrir las heridas del pasado y se busca obsesivamente todo lo que suponga división y enfrentamiento entre los españoles. El futuro de los fundamentos institucionales del Estado es abordado con una frivolidad sorprendente: se juega infantilmente con los símbolos de la Nación y se pone en duda la estabilidad sin ningún pudor. En definitiva, se busca ir creando un ambiente y un estado de opinión que justifique un cambio de régimen.
Ese es el gran objetivo, que nadie se engañe; esa es la decisión política de Rodríguez Zapatero: el cambio de régimen. Eso sí, un cambio no traumático. La estrategia es ir creando un ambiente de inestabilidad institucional, provisionalidad constitucional e interrogantes sobre el futuro de la Monarquía que desemboque en un cambio que nadie pueda discutir por su necesidad y oportunidad.
Es en este contexto donde hay que encuadrar la permanente cascada de provocaciones contra los símbolos de la Nación que están teniendo lugar estas últimas semanas. Ataques a la Monarquía, ofensas a la Constitución, desaparición de la bandera, reivindicaciones republicanas y una larga lista de actitudes y ataques a todo lo que se mueve están provocando algo que Zapatero deseaba: un ambiente de inestabilidad institucional que termine en una reclamación general para ese cambio de régimen que se ha marcado como objetivo último el actual Gobierno.
¿Tiene prisa Zapatero para ese cambio? Prisa, lo que se dice prisa, tiene y mucha, pero sabe perfectamente que un error en los tiempos puede desbaratarlo todo. Por eso, el presidente del Gobierno no mueve un músculo. En estos momentos está limitándose a sembrar, a sabiendas de que el proceso tiene un ritmo de maduración que no se debe forzar. En todo caso, cuenta con la ayuda imprescindible de los nacionalismos radicales. Son los encargados de hacer el ruido necesario para envenenar el ambiente hasta que el cambio de régimen pueda tener lugar con una cierta naturalidad, porque no quede más remedio, que es como lo venderán.
En definitiva, esta situación cotidiana de turbulencias e inestabilidad institucional no es algo casual: es algo diseñado y pensando, la creación de una situación límite que desemboque en el cambio que busca Zapatero para liquidar toda la herencia de la Transición, especialmente en lo que a entendimiento y libertad se refiere. Por el momento todo se está produciendo en silencio y con discreción, porque este no es un proyecto que pueda llevarse a cabo en una sola legislatura. Por eso los resultados electorales del próximo mes de marzo serán especialmente importantes. En esa cita electoral no nos jugamos sólo la composición del Parlamento. Estamos ante el cambio de régimen, obsesión y objetivo de Rodríguez Zapatero.
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