Antonio Burgos
ABC
 
Las fechas de los grandes acontecimientos históricos de nuestras vidas se dividen en dos grandes grupos: aquellas que aunque hayan pasado muchos años nos acordamos siempre de dónde estábamos cuando nos enteramos, y con quién andábamos, y qué estábamos haciendo, y aquellas otras de las que apenas recordamos siquiera que hubiesen ocurrido. La de ayer es de las primeras. Todos recordaremos siempre qué estábamos haciendo ayer por la mañana a las 10 y media, y dónde andábamos, cuando nos enteramos que Su Majestad El Rey de España Don Juan Carlos I había abdicado.
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Las fechas de los grandes acontecimientos históricos de nuestras vidas se dividen en dos grandes grupos: aquellas que aunque hayan pasado muchos años nos acordamos siempre de dónde estábamos cuando nos enteramos, y con quién andábamos, y qué estábamos haciendo, y aquellas otras de las que apenas recordamos siquiera que hubiesen ocurrido. La de ayer es de las primeras. Todos recordaremos siempre qué estábamos haciendo ayer por la mañana a las 10 y media, y dónde andábamos, cuando nos enteramos que Su Majestad El Rey de España Don Juan Carlos I había abdicado.
¿Y   saben lo primero que se me vino a la cabeza cuando me enteré? Pues otra   abdicación, casi secreta, casi de clausura, de la que apenas se enteró   nadie, formalizada en el Palacio de la Zarzuela, cuando Don Juan de   Borbón, Conde de Barcelona, renunció a sus derechos históricos a la   Corona como heredero de Don Alfonso XIII y depositó la legitimidad donde   estaba la legalidad, en el pulso del Rey de todos los españoles que nos   había traído la democracia y devuelto las libertades, en el encaje de   bolillos de la Transición modelada y moderada por el supremo arbitraje   de la Institución. En aquel acto, el Conde de Barcelona pronunció,   dirigidas a su augusto hijo, las palabras que guiaron toda su vida:   "¡Por España, siempre por España!".
Así   ha sido ahora. Yo sé por qué abdicado Don Juan Carlos; por lo mismo que   lo hizo Don Juan: por el bien de España. Por el futuro de la Corona.   Como una apuesta firme a que nuevas personas reales lleven con pulso   sereno los rumbos de la Institución. Estamos, además, en tiempos de   renuncias hasta ahora increíbles, casi imposibles de plantear. ¿Hubiese   alguien creído hace unos años que iba a presentar su dimisión el   mismísimo Papa de Roma? Si el Papa renuncia por el bien de la Iglesia,   ¿por qué no ha de hacerlo el Rey?
Pero   que a Vuestra Majestad le quiten lo servido, Señor... Que le quiten a   Vuestra Majestad los méritos de su limpísima y patriótica hoja de   servicios a España, a los españoles, a la democracia, a las libertades.   Todos nos acordaremos de cuándo nos enteramos ayer de la renuncia del   Rey de la Transición, como recordamos perfectamente dónde supimos que la   dictadura había muerto en la cama. De entonces acá, todos estos años de   ventura en la democracia y en las libertades los debemos a la inmensa   generosidad y capacidad de Don Juan Carlos. No se suele tener en   consideración, pero hay que recordar que, tras el cambio de régimen, Don   Juan Carlos recibió todos los poderes del Estado, absolutamente todos   los poderes. Ni en el periodo más absolutista reunió más poder Fernando   VII que Don Juan Carlos I tras aquel 20 de noviembre de 1975. Y uno a   uno fue renunciando a todos, absolutamente a todos, y, paradójicamente,   el Soberano devolvió la soberanía nacional al pueblo español, vamos,   como el que se encuentra una cartera por la calle y la devuelve a su   legítimo dueño, por muchos miles de euros que lleve dentro. El Rey de   las Libertades, el Rey de la Concordia Nacional, el Rey de todos los   españoles. Ya digo, Señor: que le quiten lo servido. Aunque me temo que   hay tanto miserable y tanto desmemoriado desagradecido en estos Reinos   de las Españas que se lo quitarán a Vuestra Majestad. Hasta le   escatimarán la grandeza de este su último gesto, de seguir renunciando a   todo, como renunció a su propia infancia, niño triste mandado por su   padre junto a su peor enemigo para salvar así la Casa... Como renunció a   aquellos poderes absolutos de 1975 y los depositó en las Cortes del   Reino, en los gobiernos legítima y democráticamente elegido. 
Es   quizá demasiado pronto para los balances. Me quedo con la emoción del   amor a España, del dolor por España del gran Rey que nos devolvió las   libertades. Que os quiten lo servido, Señor... Gracias. Y con más fuerza   que nunca, repito la perpetuación en Don Felipe VI del viejo grito de   Estoril: V.E.R.D.E.  
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