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Con la firma de la ley de Abdicación, Don Juan Carlos pondrá punto final a casi cuatro décadas de servicio a España, «el periodo de mayor prosperidad en paz, libertad y democracia de nuestra historia moderna» en el que «ha querido ser y ha sido el Rey de todos los españoles», según destaca hoy en La Tercera de ABC el presidente de la Fundación Transforma y exministro de Defensa Eduardo Serra.
Han pasado 16 días desde que el Rey anunciara su decisión de ceder el testigo al Príncipe de Asturias y desde esta noche Felipe VI, una quincena marcada por los preparativos para este cambio de trono histórico y plagada de emociones, como el mismo Don Juan Carlos confesaba a un grupo de empresarios jubilados en el 25 aniversario de la asociación Sénior Españoles para la Cooperación Técnica (SECOT).
«Quiero lo mejor para España, a la que he dedicado mi vida entera», decía el pasado 2 de junio en aquel discurso histórico en el que el Rey explicaba las razones que le llevaban a dejar paso a «una nueva generación (que) reclama con justa causa el papel protagonista, el mismo que correspondió en una coyuntura crucial de nuestra historia a la generación a la que yo pertenezco».
En su mirada atrás, Don Juan Carlos decía sentir «orgullo por lo mucho y bueno que entre todos hemos conseguido en estos años» y «gratitud por el apoyo que me habéis dado para hacer de mi reinado, iniciado en plena juventud y en momentos de grandes incertidumbres y dificultades, un largo período de paz, libertad, estabilidad y progreso».
Cuando a los 37 años fue proclamado Rey el 22 de noviembre de 1975, Juan Carlos I tuvo que ganarse la confianza de quienes recelaban de él por haber recibido el poder de manos de Franco y demostrar a los españoles y al resto del mundo que apostaba decididamente por transformar el régimen autoritario heredado en uno democrático. Aquellos que le tildaron de «el Breve» acabarían por convertirse en «juancarlistas» por su papel crucial en la Transición.
El 18 de noviembre de 1976, apenas un año después de su proclamación, las Cortes aprobaban la Ley de Reforma Política y el 15 de junio de 1977 los españoles eran convocados por primera vez en 41 años a unas elecciones democráticas. Adolfo Suárez, el hombre que compartía el proyecto del Rey, ganó los comicios con la Unión de Centro Democrático al obtener 166 diputados. El PSOE, con 118, quedó en segundo lugar, mientras que el Partido Comunista, legalizado dos meses antes, sólo obtuvo 19. «La democracia ha comenzado. Ahora hemos de tratar de consolidarla», afirmó Don Juan Carlos el 22 de julio en la apertura de la legislatura.
El 6 de diciembre de 1978 era aprobada por abrumadora mayoría en referéndum la Constitución consensuada por todos los partidos políticos, desde Alianza Popular al Partido Comunista, que reservaba al Rey el papel de símbolo de la unidad de España, árbitro y moderador del funcionamiento de las instituciones, representante del Estado en las relaciones internacionales y jefe supremo de las Fuerzas Armadas. Juan Carlos I sancionaría la Carta Magna el 29 de diciembre de 1978. La monarquía parlamentaria era ya un hecho.
Si su figura había sido clave para mantener la estabilidad en esos años de crisis económica, marcados por la radicalización de los nacionalismos, los atentados de ETA y el Grapo y el malestar de los más reaccionarios en las Fuerzas Armadas, el decisivo papel del Rey en el intento de golpe de Estado el 23 de febrero de 1981 dejó patente que la Corona, «símbolo de la permanencia y unidad de la Patria», no toleraría «acciones o actitudes de personas» que pretendieran «interrumpir por la fuerza el proceso democrático que la Constitución votada por el pueblo español determinó en su día a través de referéndum». Su mensaje aquella madrugada del 24 de febrero, vestido con uniforme de capitán general del Ejército, quedaría grabado para siempre en la memoria de los españoles.
El prestigio del Rey y sus relaciones internacionales también fueron clave en la incorporación de España a la Unión Europea, que entró en vigor el 1 de enero de 1986. Ese mismo mes, su hijo Felipe juraba la Constitución ante las Cortes al cumplir la mayoría de edad en una ceremonia que fue un símbolo de la normalidad institucional que había recuperado España.
La muerte de su padre, Don Juan, el 1 de abril de 1993, mostró el rostro más humano del Rey, que lloró en público en los funerales. Los españoles vieron en él a un Monarca cercano y sensible, como también se mostró tras los terribles atentados del 11 de marzo de 2004, visitando a los heridos en los hospitales como la Reina, el Príncipe de Asturias y su aún prometida Doña Letizia. El Rey dirigió entonces su segundo mensaje extraordinario a la Nación (el primero fue tras el 23-F) enviando «un abrazo cargado de consuelo y tristeza» a las familias de las víctimas» y afirmando con contundencia que «el terrorismo nunca conseguirá sus objetivos».
A este Monarca forjado en la adversidad aún le quedaba por afrontar el escándalo más grave de su reinado, que llegaría con la imputación de Iñaki Urdangarín, marido de la Infanta Doña Cristina, por el caso Nóos. El Rey apartó a los Duques de Palma de la actividad institucional y en su mensaje de Navidad el 24 de diciembre de 2011 subrayó que «la Justicia es igual para todos». «Cualquier actuación censurable deberá ser juzgada y sancionada con arreglo a la ley», afirmó Don Juan Carlos.
Un año después el propio Rey se disculpaba públicamente en un gesto sin precedentes. «Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir», dijo el 18 de abril de 2012 ante las críticas por haber aceptado en plena crisis económica la invitación para un viaje privado en Botsuana en el que se fracturó la cadera y tuvo que ser trasladado de urgencia a Madrid para ser operado. En su mensaje de Navidad de 2013 Don Juan Carlos reiteraba su compromiso asumiendo «las exigencias de ejemplaridad y transparencia», que reclamaba la sociedad española.
«Mi posición me ha permitido vivir las múltiples vicisitudes por las que ha atravesado España, a la que he dedicado mi vida. He visto momentos malos y buenos y siempre hemos sabido los españoles salir juntos de los malos y construir juntos los buenos», señaló en aquel mensaje el Rey en el que ya dejaba entrever los pensamientos que le rondaban al reconocer la «crucial tarea de modernización y regeneración» del país.
Un mes más tarde, tras verse fatigado durante la Pascua Militar tras su última operación, el Rey decidió abdicar y dar el relevo a «una generación más joven, con nuevas energías, decidida a emprender las transformaciones y reformas que la coyuntura actual está demandando y a afrontar con renovada intensidad y dedicación los desafíos del mañana». Con la firma hoy de su última ley, la de su abdicación, termina un reinado que para muchos sitúa a Juan Carlos I entre los mejores Reyes de España.
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