Lucía Méndez
El Mundo
El Heredero que reinará con el nombre de Felipe VI asume el reto de ser un Monarca del siglo XXI que revitalice la Corona, enfrentada a la crisis institucional más grave desde el acceso al trono de Don Juan Carlos. El Príncipe de Asturias tendrá que resolver la cruda situación que reflejan las encuestas, con la Monarquía en la valoración más baja y los partidos expresamente republicanos en pleno ascenso, y además en pleno desafío del proceso soberanista catalán. El presidente de la Generalitat, Artur Mas, ha proclamado esta mañana que la abdicación en nada altera sus planes. Don Felipe cuenta para ello con una preparación ejemplar y con un carácter flemático muy diferente al de su padre.
En el vuelo de vuelta de El Salvador -que duró toda la noche del domingo al lunes- mientras se dirigía a España, donde le esperaba la Corona, el Príncipe volvió a dar muestras de la flema y el temple que ya son leyenda en la Casa Real. En conversación con este diario, uno de sus colaboradores aseguró que la serenidad y estabilidad de Don Felipe pueden llegar a apabullar aún cuando los que le rodean sean un manojo de nervios. Todos mirándole en el avión para ver si se le notaba algo y nadie le notó nada.
Es evidente que el Príncipe lleva tiempo preparándose para este momento. Sobre todo desde que los sobresaltos de salud de su padre, el Rey, le obligaron a hacerse cargo de la agenda y casi del peso de la institución. Hace semanas que el Príncipe sabía que a finales de este mes de junio sería proclamado rey con el nombre de Felipe VI por las Cortes Generales. Será en torno al 24, día de San Juan, el santo de su padre y de su abuelo. También sabía que mañana martes, en un lugar tan simbólico como El Escorial, compartiría con el rey saliente su primer acto oficial vestido de uniforme militar en el 200º Aniversario de la orden de San Hermenegildo. No ha habido señales que lo predijeran. Si acaso, el acto de las Fuerzas Armadas en el que por primera vez hace unas semanas participaron junto a los Príncipes, sus hijas, las infantas Leonor y Sofía.
Todos cuantos han podido hablar con el Príncipe en los últimos años saben, porque se lo ha dicho él mismo, que Don Felipe será un Rey muy distinto a su padre. El Heredero se ha preparado para asumir el trono de una forma profesional en la España del siglo XXI, que es -repite siempre- muy distinta de la España del siglo XX. A sus 46 años, es un hombre muy distinto a Don Juan Carlos. Más bien se parece a su madre, la Reina. En la cena de gala celebrada con motivo de los 70 años del Rey, el Príncipe se permitió hablar en clave de la personalidad del Monarca y dirigiéndose personalmente a él. "Reconozcámoslo, siempre dentro de un orden, te gusta la improvisación propia de estas latitudes, la sorpresa y cambiar el paso de vez en cuando".
Don Felipe carece de la campechanía de su padre, no cuenta chistes verdes, no improvisa ni se suelta nunca la melena. Es atento, educado, agradable y trata a sus interlocutores con confianza, pero sin pasarse. El Príncipe será un rey profesional, como el más alto funcionario al servicio del país desde la Jefatura del Estado.
Además de su más que glosada preparación, Daniel Goleman le habría utilizado como ejemplo para su libro La inteligencia emocional. Flemático, imperturbable, responsable, sereno y paciente, su estabilidad personal y su equilibrio emocional le han sido de gran ayuda en los convulsos años vividos en La Zarzuela, tanto en el terreno institucional como en el familiar. Don Felipe se ha curtido en un entorno personal difícil. Su matrimonio con Doña Letizia le ha dado la familia y la estabilidad que llevaba tiempo buscando. La ausencia de regulación legal de su estatus de heredero no ha sido una dificultad menor. Él ha asumido el papel que su padre, el jefe de la Casa, quería para él en cada momento. Y lo ha hecho con la responsabilidad, disciplina y lealtad en las que fue educado.
Su proclamación como Rey es el primer paso para la renovación de la Monarquía, muy castigada por determinadas actuaciones del Rey y por el escándalo de corrupción que afecta a su cuñado, Iñaki Urdangarin. Él supo ver desde el principio que el caso Nóos podía afectar seriamente a la ejemplaridad de la institución. Y por ello -a pesar de que le ha sido doloroso ignorar a una hermana y a cuatro sobrinos- ha hecho todos los esfuerzos posibles por desvincularse públicamente de su cuñado. Lo mismo que su mujer, la Princesa de Asturias. Es evidente que él tendrá las manos libres para administrar los acontecimientos judiciales que se avecinan en este asunto. El Príncipe tiene claro que la Monarquía debe ser ejemplar y que si no lo es deja de servir a la sociedad a la que se debe. El futuro Felipe VI tiene sobre sus hombros la renovación de la Monarquía en un país azotado por todas las crisis posibles.
Un ministro del Gobierno decía hace meses que mientras la clase política, agarrotada y desprestigiada, carecía de alternativa, el Rey sí la tenía. El Príncipe parte de una buena valoración por parte de los ciudadanos y de la confianza que inspira en cualquier persona que haya hablado con él. Y han sido miles en los últimos años porque es una persona informada al detalle de la actualidad.
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