El discurso del Rey
LOS tres conceptos más relevantes del discurso de Nochebuena del Rey fueron la urgente necesidad de mejorar la calidad de la democracia, la invitación a las fuerzas políticas para que aborden reformas para afrontar el futuro y la admisión personal de las exigencias de ejemplaridad que reclama la sociedad. La dos primeras son cuestiones que afectan a los políticos y la tercera resulta un compromiso propio. El segundo de los puntos citados es suficientemente amplio para que cada uno pueda completarlo a partir de su criterio. Pero, si bajamos al terreno de la concreto, podríamos preguntarnos qué es lo que hay que reformar, cuál de los problemas que existen encima de la mesa exige más audacia, cómo nos imaginamos el futuro. Desde la perspectiva catalana, seguramente el Rey pudo ser más explícito con el momento que vive el país, aunque la invitación al diálogo político es una manera inteligente de exhortar al acuerdo. Por cierto, el Monarca pidió liderazgo a los gobernantes en esta hora. En cualquier caso, el verbo unir fue citado en ocho ocasiones a lo largo del discurso. Y la Constitución no sólo fue referida en el texto, sino que igualmente estuvo presente en la mesa ante la cual don Juan Carlos se dirigió a las cámaras.
Antoine de Saint-Exupéry le hacía decir al rey del primer planeta que visita el Pequeño Príncipe: "Yo, que reino, estoy más sometido a mi pueblo que ninguno de mis súbditos", una sentencia que vale también para la alocución real del 24 de diciembre. El discurso intenta abarcar muchas sensibilidades y ser transversal. La complicación es que España resulta tan diversa que no es fácil encajar las piezas del puzle sin dejarse ninguna.
EDITORIAL DE LA VANGUARDIA
Una buena partitura
EL discurso del Rey en Navidad siempre debe ser seguido con atención. Es un mensaje institucional que actúa de espejo, de sintetizador y de proyector. Espejo de los principales problemas de España. Sintetizador de las sensibilidades políticas y sociales, en busca de un común denominador. Y proyector del espíritu de superación y de esperanza en el futuro, dos de los rasgos más positivos de la vida española desde la restauración de la democracia. Espejo, síntesis y proyecto, con un sello personal acorde con el carácter específico de la monarquía constitucional. El Rey no gobierna, pero tampoco es un altoparlante al servicio de la mera coyuntura. El Monarca enmarca con su discurso el espacio cívico compartido.
El discurso de esta Navidad se ajusta perfectamente a las características arriba descritas. Don Juan Carlos, todavía en proceso de recuperación física tras un año en el que ha tenido que soportar tres operaciones quirúrgicas, se refirió con claridad y tacto a los principales problemas españoles, comenzando por la crisis económica y el paro. Reconoció la lamentable erosión del prestigio de la política y de las instituciones como consecuencia de los "comportamientos poco ejemplares". Pidió unidad y respeto a la Constitución, sin referirse de manera expresa a la cuestión catalana, pero también habló de reformas y de una España cimentada en la diversidad. Se mostró favorable en primera persona a las exigencias sociales de "ejemplaridad y transparencia", y apeló al esfuerzo de superación, sin caer en fáciles triunfalismos. Y tuvo palabras de aliento y reconocimiento para quienes contribuyen de manera anónima y silenciosa a evitar un mayor desencuadernamiento del edificio social. Muy acertada fue la referencia a los pensionistas, que, tras una vida de esfuerzo, ayudan a mantener en pie humildes economías familiares.
Discurso acertado en el tono y en el contenido. Espejo: crisis económica, desgaste moral de las instituciones, diversidad interna mal ajustada, tensiones alrededor de la Constitución. Voluntad de síntesis: defensa constitucional, deseos de unidad y apertura a las reformas; apelación "a salir unidos de la crisis", con el reconocimiento de "un país diverso de culturas y de sensibilidades distintas". Proyecto: llamada a la superación y a la confianza en el futuro, sin fáciles retóricas que chocarían con la Navidad difícil que este año van a pasar miles y miles de familias.
Un discurso, insistimos, con el tono adecuado. Tras un periodo de intenso desgaste, ni las instituciones ni los principales partidos políticos españoles están hoy en condiciones de dirigirse a la sociedad con grandilocuencias y discursos imperativos, por los que todavía suspiran algunas minorías. No es el momento de los tambores de hojalata, ni en el conjunto de España, ni tampoco en Catalunya. El Rey interpretó ayer la partitura adecuada y es de desear que esta sea seguida en el 2014 por los principales actores políticos y sociales del país, en detrimento de quienes sueñan con la imposición y con el desgarro.
Modestia, realismo, aceptación de las exigencias sociales de ejemplaridad, transparencia y apelación al esfuerzo colectivo desde el respeto a las leyes y el reconocimiento de la diversidad. En ese discurso cabemos todos. Esa es la partitura que la mayoría social entiende y que la sociedad catalana aceptará si la política sabe interpretarla bien en un futuro inmediato.
EDITORIAL DE EL MUNDO
Acertadas palabras regeneracionistas, veamos los hechos
FUE ELde ayer un mensaje de Navidad de gran calado político, con un Rey que se esforzó en conectar con el desencanto extendido entre los ciudadanos mediante un lenguaje regeneracionista que no se le había escuchado en años anteriores.
Tal vez lo más relevante de su intervención navideña fue la vinculación expresa que realizó entre la crisis económica y los graves errores de la clase política dirigente, algo que el Gobierno de Rajoy siempre ha intentado negar pero que ha calado profundamente en la opinión pública.
En ese sentido, Don Juan Carlos afirmó que existe «un desaliento» provocado tanto por la situación económica como por «los casos de falta de ejemplaridad en la vida pública», que ha afectado al «prestigio de las instituciones». Incidiendo en esta idea, el Monarca reclamó a políticos, altos cargos y líderes sociales «un profundo cambio de actitud -nunca había empleado una expresión así- y un compromiso ético en todos los ámbitos». Reconocía así que existe una creciente desafección hacia el sistema y que hay un profundo divorcio entre las instituciones y la calle.
En este contexto, el Monarca apeló a «una regeneración que no es competencia exclusiva de los responsables políticos» sino de toda la sociedad española. También era la primera vez en sus discursos navideños que empleaba el término «regeneración».
El Rey no se refirió expresamente a la reforma constitucional en su alocución, pero apuntó que «hay voces que quieren una actualización de los acuerdos de convivencia», lo que sugiere que toma nota de que ese debate está abierto.
No faltaron tampoco oportunas referencias a las víctimas del terrorismo, con las que todos seguimos teniendo «una permanente deuda de gratitud». «Sé que estáis pasando momentos especialmente difíciles», señaló en alusión a la reciente excarcelación de etarras por la anulación de la doctrina Parot.
Don Juan Carlos aludió al reto soberanista de Mas de forma ambigua y genérica. Subrayó que «las controversias» hay que dirimirlas dentro de las «reglas de juego democráticas aprobadas por todos» y reivindicó la Constitución de 1978 como fuente de prosperidad y libertad. Pero el Rey no hizo ninguna referencia concreta a la consulta independentista del 9 de noviembre ni al desafío a la legalidad que implica, como si hiciera suya la estrategia pasiva del Gobierno ante un hecho tan excepcional.
Pero sin duda lo más llamativo del mensaje fueron los últimos parrafos, en los que expresó su «determinación» de continuar su «mandato» como jefe del Estado con el «fiel desempeño» de «las competencias» que le atribuye la Constitución, cerrando así toda especulación sobre su abdicación. Don Juan Carlos recalcó: «Asumo las exigencias de ejemplaridad y transparencia que hoy reclama la sociedad», unas palabras que suponen un compromiso personal por el que se le va a medir de ahora en adelante.
No hay duda de que el Rey es perfectamente consciente del deterioro de la imagen de la Monarquía y pretende con esa aseveración tan contundente salir al encuentro del problema. Eso es positivo, pero seguro que muchos españoles recordaron anoche que hace dos años aseguró que «la ley es igual para todos» en relación al caso Urdangarin y luego se ha demostrado que no es así.
La propia Casa del Rey le ha desmentido en 2013 al criticar al juez Castro, al incitar a la Fiscalía a salir en defensa de la Infanta, al buscar un abogado que hace lobby político y al atizar a los medios ultramonárquicos contra las decisiones de dicho magistrado.
En resumen, el de ayer fue un mensaje importante en el que Don Juan Carlos estuvo a la altura de los díficiles tiempos que atravesamos. Es evidente que hizo un esfuerzo por mejorar su imagen y demostrar que conecta con la indignación de los ciudadanos ante la corrupción y los abusos de la partitocracia. Pero habrá que esperar para constatar si los hechos están de ahora en adelante en consonancia con el atractivo regeneracionismo por el que abogó.
El mensaje navideño del Rey era esperado con una expectación igual o superior al que despertaron los más comprometidos de sus 38 años de reinado. Nunca los españoles habían soportado en ese largo periodo histórico una crisis económica de la envergadura de la que viene deteriorando sus condiciones de vida desde hace ya seis años. Tampoco un deterioro institucional tan palpable, que no excluye a la propia institución monárquica, y una crisis de identidad nacional, que procede de la voluntad independentista de muchos catalanes, apoyada por buena parte de sus clases dirigentes.
Ante una situación así lo que dijera el Rey en su tradicional mensaje navideño tenía una especial relevancia. 2013 concluye, además, sin que la leve mejoría de los datos macroeconómicos que aduce el Gobierno haya tenido la más mínima incidencia sobre la situación cada vez más precaria de las clases medias y trabajadoras. El descrédito de los políticos ha seguido en caída libre a lomos de los casos de corrupción que afectan a los partidos —en este año especialmente al del Gobierno—, a organizaciones empresariales y sindicales, así como a sectores diversos de las administraciones públicas. Uno de esos casos de corrupción, el que afecta al yerno del Rey, Iñaqui Urdangarin, planea dolorosamente en este final de año sobre la familia real ante la incógnita todavía no despejada de la posible imputación de la infanta doña Cristina.
Dentro de los condicionantes de índole constitucional que limitan la toma de posición del Rey sobre los temas sujetos a la acción política, el mensaje navideño de don Juan Carlos no ha defraudado. Contiene, en primer lugar, un reconocimiento al sacrificio de los amplios sectores sociales que están soportando de manera más incisiva la crisis económica, así como una firme llamada al compromiso ético en los comportamientos de dirigentes políticos, económicos y sociales, del que él no se excluye al asumir en su puesto "las exigencias de ejemplaridad y transparencia que reclama la sociedad".
La constatación de que "hay voces en nuestra sociedad que quieren una actualización de los acuerdos de convivencia" será interpretada, sin duda, como una referencia realista a lo que sucede en Cataluña. El Rey admite que esa cuestión, como otras, podrá resolverse con realismo, con esfuerzo y con un funcionamiento correcto del Estado de derecho, y no deja de recordar los efectos beneficiosos que para el bienestar y la convivencia de los españoles ha tenido y tiene el modelo constitucional de 1978, aunque existan aspectos que mejorar en la calidad de nuestra democracia. Nunca de manera tan explícita ha señalado el Rey el modelo de nación que promueve la Corona, "una España abierta en la que cabemos todos", y cuyos nexos de unión son "la intensidad de los afectos y lazos históricos, las culturas que compartimos, la convivencia de nuestra lenguas y la aceptación del diferente".
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