Rafael Ramos
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Se conocieron en la universidad, empezaron a salir y vivieron un tiempo juntos. Tras una breve ruptura, decidieron volver, y acaban de comprometerse. Él es el príncipe Guillermo, hijo de Carlos y Diana. Ella, Kate Middleton, una chica que se muestra segura de sí misma y dispuesta a afrontar un futuro con poco espacio para la privacidad y constantes comparaciones con la figura de la malograda lady Di. Se casarán el próximo 29 de abril en Westminster.
Como la chica sensata que todo el mundo dice que es, Catherine Elizabeth Middleton –probablemente, la futura reina Catalina– debería colgar en la puerta del chaletito del norte de Gales donde pasará sus primeros años de casada un cartel que dijera: "Cualquier parecido con Diana es mera coincidencia". Porque en un país aficionado a los cuentos de hadas y con una poderosísima prensa del corazón, las comparaciones con la difunta reina de corazones ya han empezado.
En realidad, Kate es en muchos sentidos la antítesis de Diana, aquella virgen ingenua encerrada en una torre de cristal a quien la reina Isabel II buscó para su primogénito en la década de los ochenta, y que no tenía la más remota idea de en qué lío –y en qué familia– se metía. Pero eran otros tiempos. Desde entonces han pasado muchas cosas, y la casa de los Windsor se ha modernizado como consecuencia de una sucesión de escándalos que hicieron tambalear sus cimientos y sembraron dudas sobre su supervivencia.
La monarca está incluso en Facebook. En realidad, lo más extraordinario de la relación entre Guillermo y Kate –ambos de 28 años, sólo se llevan cinco meses de diferencia– es lo normal que ha sido, como la de cualquier pareja de la clase media. Se conocieron en la universidad, empezaron a salir, vivieron juntos, él se resistía a comprometerse, ella dijo basta y cortó la relación, ambos se lo pasaron bien por su cuenta durante un par de meses, el novio exploró el mercado y al final decidió que no sólo de las juergas de soltero vive el hombre, y en el fondo difícilmente iba a encontrar una chica más apropiada. El mundo del amor está lleno de historias y compromisos similares.
Lo que en cambio sí resulta revolucionario –en un país alérgico a las revoluciones– es que una plebeya, típica hija de las clases medias británicas, se vaya a convertir en princesa seguro, y tal vez incluso en reina (una ecuación complicada con muchos factores, como cuánto vivirá su suegra, cuándo ascenderá Carlos al trono, o si acaso pasará directamente el relevo a Guillermo, un motivo de constante especulación). Dice la leyenda, divulgada por sus amigos del exclusivo colegio de Marlborough, que ya de adolescente Kate Middleton tenía en su dormitorio un póster de Guillermo en vez del de un actor de cine, un rockero o un futbolista, y que lo encontraba tan apuesto y con tanta clase que todos los demás muchachos languidecían en comparación y le parecían demasiado rudimentarios.
El mito va más allá, y sugiere que su madre –una ex azafata de British Airways– la matriculó en la escocesa Universidad de Saint Andrews cuando se enteró que el príncipe iba a estudiar allí. Y a partir de entonces dejó que Cupido hiciera su trabajo. Una misión muy fácil, tratándose de una joven alta, delgada, de buena planta, piernas largas, ojos verdes grisáceos y muy inteligente, que participó en un desfile amateur de moda con una gasa que revelaba un elegante conjunto de ropa interior negra y, sobre todo, su muy bien proporcionada carne. En ese momento quedó echada la suerte no sólo de Big Willie –como Kate llama cariñosamente a su prometido–, sino también de la realeza británica y de sus súbditos.
A diferencia de Diana, todo apunta a que Kate –mucho más fría y calculadora y que ha jugado perfectamente sus cartas– sabe en lo que se ha metido, y no le importa. Y en lo que se ha metido es una familia compleja y disfuncional como tantas otras, y en una vida bajo el microscopio de la prensa mundial y de los paparazzi, sin apenas privacidad, con una agenda llena de actos sociales y galas caritativas, al lado de un marido que con un poco de suerte cumplirá los votos de fidelidad y no habrá heredado los genes adúlteros que tiene tanto por parte de su padre (que prosiguió su relación con Camilla Parker-Bowles estando casado) como de su madre (Diana, en consecuencia, tuvo una serie de affaires, y hay quienes sostienen que su segundo hijo, Enrique, guarda un sorprendente parecido con uno de sus amantes).
Pero lo que sea, será en el futuro. De entrada, la flamante princesa –que mira con considerable recelo al cuarto poder y ya ha tenido algún encontronazo con los periodistas– va a gozar de una considerable protección, negociada directamente por su marido y por la reina con los directores de los grandes periódicos nacionales. La ubicación exacta del cottage (casita de campo) del norte de Gales donde va a instalarse con Guillermo, cerca de la base militar en la que sirve, es del más estricto secreto de sumario, y agentes de seguridad patrullarán las carreteras y los campos adyacentes para que nadie ose ni siquiera pensar en acercarse y sacar fotos (hasta a las ovejas que pincelan el pastoril paisaje se les va a exigir firmar una cláusula de confidencialidad, dicen las malas lenguas). Los dependientes de los establecimientos comerciales de Blaenau Festiniog, el pueblo más cercano a su casa y donde la feliz pareja irá a comprar la comida y los utensilios domésticos, han sido ya investigados por los servicios de inteligencia, y se han comprometido a no informar nunca de su presencia.
Aunque se trata de un producto de las clases medias por antonomasia, Kate Middleton encaja perfectamente por carácter y educación en el mundo exclusivo de la nobleza. Viste de manera muy conservadora para su edad, hasta el punto de que algunos comentaristas han criticado su estilo (una combinación de prendas de establecimientos baratos como Topshop y otros más caros como Jigsaw) de "insípido". Su obsesión es no desentonar. Siempre aparece en las fotos perfectamente maquillada, lo mismo por la mañana temprano que a altas horas de la madrugada después de una noche de juerga y varias visitas a clubs nocturnos como Boujis, su favorito en South Kensington. Igual que ocurría con Diana, todo lo que toca ha empezado a convertirse en oro, como el vestido azulón que llevaba el día del anuncio del compromiso, que desapareció en cuestión de horas de los almacenes Harvey Nichols. El vestido valía quinientos euros.
La futura princesa Catherine, nacida el 9 de enero de 1982 en el Royal Hospital de Reading (condado de Berkshire), es una obsesa del control y de la imagen y ejerce una considerable autodisciplina, ya sea a la hora de los estudios (obtuvo notas bastante mejores que su prometido en la universidad, y le persuadió de que no arrojara la toalla el primer año) o de mantener una estricta dieta e ir regularmente al gimnasio para conservar su privilegiada figura. Con su hermana menor, Pippa, tiene en este sentido una relación de competencia, y sus amigas sugieren que ahora presume de estar ella más delgada.
Aunque su madre ha sido criticada por algunas pequeñas vulneraciones de las formas y tener un lenguaje "poco refinado", Kate cayó con el pie derecho en la casa de los Windsor. No sólo robó el corazón de Guillermo, sino que conquistó la simpatía de la reina Isabel, mucho menos exigente con ella de lo que fue con Diana tras aprender las lecciones que condenaron el matrimonio al escándalo, el fracaso y finalmente la tragedia.
Siempre le pareció una chica "muy correcta", apropiada para ser la esposa de su nieto y número dos en la línea de sucesión al trono, educada y que sabe comportarse. Isabel no dudó en prestar el castillo de Balmoral a los novios para que pasaran en solitario los fines de semana (con un montón de mayordomos y sirvientes, eso sí) cuando estudiaban en la cercana Universidad de Saint Andrews. Para no ser menos, Carlos y Camilla también les hicieron una copia de las llaves de su residencia londinense de Clarence House, donde cuentan desde hace tiempo con sus propios aposentos privados.
Todo ello le pareció a la señorita Middleton demasiado maravilloso para dejarlo escapar, por muchas que sean las inconveniencias y la persecución de la prensa. Ya se le ha asignado su propio equipo de guardaespaldas, del que forman parte dos mujeres policía apodadas –por la vieja serie de televisión– Cagney and Lacey.
Kate no conoció lo que es el acoso de los medios, las veinticuatro horas del día y de la noche, hasta que abandonó junto con su futuro marido el campus de la universidad después de la graduación. Una foto de la pareja esquiando en una estación suiza en el 2005 fue un simple preludio de lo que se le venía encima cuando se trasladó a vivir a un piso de un millón de euros en la elitista Kings Road de Londres que le regalaron sus padres (ex empleados de aerolínea que descubrieron una mina de oro con una empresa de organización de fiestas infantiles, e hicieron suficiente fortuna como para enviar a su hija al exclusivo colegio de Marlborough).
Sólo perdió los nervios en una ocasión, cuando se vio rodeada de un enjambre de paparazzi con motivo de su veinticinco cumpleaños, en medio de insistentes rumores sobre un anuncio de compromiso que todavía tardaría años en producirse. Es un tema muy sensible para Guillermo, que echa a los periodistas la culpa de la muerte de su madre en el Pont de l'Alma de París. La amenaza de querellas permitió a la casa real alcanzar un acuerdo con los diarios y las revistas para que dejaran de fotografiarla en la vida cotidiana.
A partir de entonces, los paparazzi se conformaron con retratarla cuando acompañaba a su novio a las bodas de otros y, finalmente, junto a la propia Isabel II en diciembre del 2006, cuando Guillermo se graduó como oficial en la academia militar de Sandhurst y Kate acudió al acto con su madre. El esnobismo de cierta aristocracia se cebó con Carole Middleton y su supuesto "comportamiento inapropiado" en cuestiones de protocolo con la reina. Los críticos volvieron a la carga al poco tiempo, cuando la pareja rompió su relación, y el hijo mayor de Carlos y Diana descubrió las juergas y las alegrías de la soltería, y en una fiesta se le vio con los ojos vidriosos por el alcohol y tocando los pechos de una estudiante brasileña (que no perdió un segundo en contar la historia con todo lujo de detalles). Un conciliábulo de la familia real llamó al orden a Guillermo, y su propia abuela se convirtió en abogada de Kate, explicándole que estaba dejando escapar a la chica ideal para el papel de princesa y futura reina.
La rápida reconciliación permitió a la señorita Middleton –un apellido que en inglés antiguo quiere decir "la granja de en medio"– atar muy corto a su futuro esposo, un valor añadido en la casa de los Windsor en vista de los antecedentes. También lo es que su perfil no responda al de una mujer moderna e independiente con aspiraciones profesionales, porque su vida de los últimos años ha consistido básicamente en permanecer en la antesala del compromiso real. Quizá no represente a las mujeres de su tiempo, pero se trata de una persona segura de sí misma, que siempre ha sabido lo que quiere y ha dado los pasos para conseguirlo. Los hechos hablan por sí solos.
domingo, 12 de diciembre de 2010
La princesa sensata
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