lunes, 12 de abril de 2010

Testimonio de la salida de Alfonso XIII de España

TESTIMONIO DEL HOMBRE QUE SACÓ A ALFONSO XIII DEL PALACIO REAL Y LO DEJÓ EN MARSELLA



"Antes de abandonar el barco, recibió honores y después rompió a llorar"

Luis Díez
El Confidencial

El rey Alfonso XIII fue sacado la noche del 14 de abril de 1931 por una puerta secreta del Palacio Real que daba a los jardines del Campo del Moro. En la calle se había proclamado la República. De Madrid fue conducido a Cartagena y embarcado hacia Marsella. El Rey no sabía adónde le llevaban. Cuándo le dijeron que a Cartagena, preguntó: “¿Quién me ha empaquetado a mí para Cartagena?”. Cuando se enteró de que le llevaban a Marsella pidió que le desembarcaran en Toulon. No le obedecieron. Antes de abandonar el barco, recibió honores militares y rompió a llorar.

Son algunos detalles de los nueve folios que escribió José Rivera y Álvarez de Canedo, el hombre encargado de sacar al Rey y depositarlo sano y salvo en los muelles de Marsella. El relato de Rivera, que era ministro de Marina, al que ha tenido acceso El Confidencial, fue entregado por su hija al contralmirante Julio Guillén Tato, al que las autoridades franquistas consideraron republicano, aunque después rectificaron y le repusieron de archivero de la Armada.

Rivera escribió un relato austero, casi notarial. Cuenta que después de las elecciones municipales del 12 de abril, el Gobierno consideró inevitable la proclamación de la II República –de la que esta semana se cumple el 79 aniversario-. El conde de Romanones (Álvaro de Figueroa y Torres), que era ministro de Estado, dijo que la única salida que les quedaba era que el Rey se marchara de España y el Gobierno dimitiera. El presidente del Consejo de Ministros, Juan Bautista Aznar y Cabana, notificó el acuerdo al monarca y ordenó a Rivera que dispusiera su evacuación. “El Rey ya está convencido de que tiene que abandonar España”, escribió Rivera tras hablar con él.

A las cuatro de la tarde del 14 de abril, Alfonso XIII comunicó al Consejo de Ministros que se iba. En Cartagena ya estaba alistado un crucero para sacarle. El marqués de Hoyos, ministro de Gobernación, se ofreció a ir con él, pero Romanones señaló que debía acompañarle el ministro de Marina, Rivera, quien quedó en recogerle a las nueve de la noche. Previamente había ordenado al jefe del Estado Mayor de la Armada, Juan Cervera Valderrama, que transmitiera un mensaje al comandante jefe de la Escuadra, Joaquín Montagut Miró, para que alistase urgentemente un crucero para realizar una misión delicada. El buque asignado fue el Príncipe Alfonso y se encontraba listo para zarpar a las 03h00 de la madrugada del día 15.

También dispuso que preparasen un segundo barco, pues existía la intención de sacar por mar hacia Francia al resto de la Familia Real, aunque finalmente se decidió el traslado por ferrocarril hacia la frontera francesa. Sobre el infante don Juan, que cursaba estudios de guardiamarina en la Escuela Naval Militar de San Fernando (Cádiz), Rivera ordenó que lo trasladasen a Gibraltar y recibió la respuesta de que el torpedero 16 estaba listo para la misión.

La hora convenida para recoger al Rey fue adelantada a las 20h30, pero el centro de la ciudad era intransitable: las calles estaban tomadas por el gentío. Rivera y su chofer, Requeijo, optan por ir a Palacio atravesando los bulevares por la calle de Génova. La multitud alborozada obstaculiza su llegada. Finalmente aparcan ante la puerta del Príncipe. Rivera baja del coche y cruza a pie entre “una gran multitud, que me dejó paso a pesar de ir de uniforme”. Subió al Palacio. En la saleta le esperaba el ayudante del monarca, capitán de fragata Moreu, que le condujo a las habitaciones particulares de la familia real. En el pasillo ya estaba el Rey con el sombrero puesto. Al salir a otro salón grande, una multitud de servidores le rodearon cariñosamente y le dijeron: “Vuelva pronto”.

Empaquetado a CartagenaProclamación de la República en Madrid

Bajan en un ascensor y abandonan el palacio por la puerta secreta del Campo del Moro. El Rey dice que irá delante con el infante Alfonso de Orleans y con su ayudante Moreu. Rivera y el duque de Miranda irán detrás. “La oscuridad es grande. Sólo se ven los coches y un montón de gente que da vivas al Rey”, recuerda Rivera. Abandonan Madrid sin novedad y sin ser reconocidos. En el camino hacia Aranjuez, les sigue un coche de la Guardia Civil con un sargento y cuatro guardias. En esta localidad madrileña y en otros pueblos por los que pasan ven “mucha gente en la calle principal (la carretera), y en todos chillaban, pero sin hacer otra demostración”. Realizan la primera parada en pleno campo y Rivera y el duque de Miranda hablan con el monarca y con el infante, que “nunca se separaba de él”.

Entonces el Rey pregunta “quién le había empaquetado para Cartagena”, y Rivera le contesta que el Gobierno. El Rey vuelve preguntar: “¿A dónde vamos después?”. Y Rivera responde que se lo dirá más tarde, aunque le susurra al oído: “A Marsella”. Vuelven a los coches y siguen camino a gran velocidad. A las doce de la noche paran nuevamente porque el Rey quiere cenar. Saciado el apetito real, se ponen de nuevo en marcha y poco después paran por tercera vez porque el Rey quiere decirles que no se pase por las calles de Albacete y que el ministro Rivera vaya delante, pues conoce bien el camino. Así se hace.

La siguiente parada se produce a las dos de la madrugada para suministrar gasolina. “Gracias a mi previsión de abarrotar mi coche (de combustible) pudo hacerse”. Al llegar a Murcia no había gente en la calle, pero el paso a nivel de la línea férrea se cerró, pues había un tren en maniobra; la parada dura siete u ocho minutos, durante los cuales se acercan cinco hombres, se quedan parados observándoles a prudente distancia y, al poco tiempo les saludan quitándose los sombreros.

De Murcia a Cartagena circulan a más de cien kilómetros por hora, entran en la calle Real y se dirigen a la puerta del arsenal, que esta abierta. En las proximidades ven mucha gente que, contenida por los guardias, prorrumpe en vivas a la República. Ya en el interior de la base, llegan al muelle de la “Machina”, donde la marinería y los oficiales le rinden homenaje. Cuando sube al bote-auto que le conducirá hasta el crucero Príncipe Alfonso, el jefe del arsenal, vicealmirante Juan Cervera Valderrama, da siete vivas al Rey, y monarca contesta: “¡Viva España!” Eran ya las 4: 30 de la madrugada.

Rivera cuenta que, cuando el buque navegaba ya fuera del malecón, Alfonso XIII le pidió subir al puente de mando, pues “quería ver España por última vez”, y que allí le volvió a preguntar a dónde iban. “A Marsella”, le repitió el ministro. El Rey le manifestó que prefería que le dejasen en Toulón, un lugar más discreto, pero Rivera le convenció de que era mejor Marsella y que llegarían entre dos luces, al amanecer del día 16. Finalmente, el Rey aceptó y, ya más tranquilo, se retiró a descansar.

El Rey divagaAlfonso XIII

Durante el almuerzo, a las 13h00 del día 15, el Rey invita a su mesa al comandante del buque, un jefe y un oficial y “los cuatro que veníamos con él” y se muestra “siempre sereno, si bien en las conversaciones divagaba algo (no es extraño)”. Habla de su porvenir y de cosas de los barcos. El infante también habla de su porvenir. El Rey pide al comandante una bandera bordada en seda y oro para llevársela como recuerdo, pero éste se disculpa diciendo que no se lo puede dar porque no es suya, sino del buque a su cargo. Rivera sugiere que le dé un banderín de un bote, y el comandante responde que tiene mucho gusto en ofrecerle otra bandera de más valor material y espiritual para él: la que le regaló la dotación del buque.

Durante la travesía, Rivera va recibiendo mensajes y mantiene informado al Rey sobre el contenido de los mismos. Le notifican que se ha proclamado la República y que en cuanto desembarque Alfonso XIII ha de izar la bandera republicana. También le transmiten que el infante don Juan ha llegado sin novedad a Gibraltar. El Rey quiere enviarle un telegrama pidiéndole que se traslade a París, pero el comandante le da a conocer la prohibición de utilizar la radio y de romper el secreto de la misión. Rivera y el Rey conversan hasta las 23h00 de la noche, sentados en el sofá de la cámara del almirante. El Rey le pide que cuando vuelva a España entregue a la prensa dos manifiestos despidiéndose del Ejército y de la Armada. El ministro acepta el encargo, pero la prensa no los publica.

Honores y lágrimas

A las 5h30 de la madrugada llegan a Marsella y fondean a unos 500 metros de la bocana del puerto. El Rey quiere despedirse con un discurso, pero Rivera le aconseja que no lo haga y se limite a saludar a los jefes y oficiales. El Rey obedece, les da la mano y no pronuncia una sola palabra. La dotación está correctamente formada en sus puestos de babor y estribor de guardia. El comandante del crucero está frente al portalón y los oficiales en línea. El Rey, de pie a popa, manda “abre” y el ministro Rivera observa: “Mire, señor, qué correctos están”. Entonces, el Rey rompe a llorar y metiéndose en la cámara dice: “Dispense, don José, no lo he podido evitar”.

El monarca se recompone, avanza hacia el portalón, la guardia presenta armas y el corneta rompe marcha cuando el Rey sale por el portalón. La música no cesará hasta que el que el Rey manda parar desde el bote-auto. Rivera y su ayudante acompañan al monarca, al infante Alfonso, al duque de Miranda y al criado hasta el muelle más próximo, de la Joliette, al que saltan por un remolcador que estaba atracado. Eran las seis menos cinco de la madrugada y en el muelle no había más que cuatro o cinco hombres pertenecientes al remolcador. El infante les preguntó si no había coches cerca, y uno de ellos silbó para avisar. La última travesía de Alfonso XIII había terminado.

Relato original del ministro de Marina José Rivera y Álvarez de Canedo

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