miércoles, 6 de enero de 2010

Los Reyes Magos 'descansan' en la catedral de Colonia

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Rosalía Sánchez
El Mundo

La historia, la tradición y las leyendas nos juegan a veces malas pasadas, como la que trata de hacernos creer que nos son los Reyes Magos los que, efectivamente, nos dejan los regalitos junto a los zapatos de domingo recién abrillantados, alegando como pruebas palpables los restos de aquellos tres sabios que, en 1164, en pleno apogeo del Sacro Imperio Romano Germánico, el emperador Federico I Barbarroja regaló a la ciudad de Colonia.

Que las reliquias fueron trasladadas de Milán a Colonia es un hecho histórico y fue considerado como un gran honor. Además de una inversión muy rentable. Así como hoy se invierte en candidaturas olímpicas o se ficha a famosas operadas para levantar cadenas de televisión, adquirir un tesoro de la Cristiandad como este en el siglo XII garantizaba un empujón sostenible a la economía de la ciudad que las consiguiese, y así fue como, tras el traslado anunciado a bombo y platillo, miles y miles de peregrinos comenzaron a llegar a Colonia llamados por la fascinación que hasta hoy han seguido ejerciendo los personajes bíblicos.

En 1248, Colonia era ya centro internacional de peregrinación e inició la construcción de una catedral que estaría a la altura de tal tesoro. Hoy, dicha catedral, cuya construcción duró más de 600 años, es uno de los monumentos góticos más impresionantes de Europa. Aquellos peregrinos debían quedar tan impresionados como nosotros ante los rascacielos de Dubai y hoy en día sigue siendo una de las 10 iglesias más grandes del planeta. El relicario en forma de basílica tiene proporciones gigantescas para esta clase de urnas: 2,20 metros de longitud de oro y plata macizos, esmaltes y joyas de incalculable valor. Fue realizado por el mejor artista francés de la época, Nicolás Verdún, y los maestros orfebres de Colonia la terminaron hace 800 años.

Pero volvamos a las reliquias. Si a muchos les cuesta creer que los tres Reyes Magos y sus camellos recorren los hogares cada año para dejar juguetes, corbatas o carbón, más increíble resulta que los restos de aquellos tres sabios de Oriente, cuya identidad no pudo ser desvelada a través de los siglos, acabasen realmente en ese cofre, una magnífica pieza de orfebrería medieval en oro macizo situada detrás del altar mayor. Pero resulta que hay cierta constancia documental.

En el año 300 de nuestra era, la emperatriz Elena, madre del emperador romano Constantino, se dedicó a rescatar reliquias religiosas. Según los archivos, fue en Saba donde consiguió reunir de nuevo a Melchor, Gaspar y Baltasar y ordenó su traslado a Constantinopla, la actual Estambul, donde permanecieron durante tres siglos en una capilla ortodoxa.

En tiempos de la Segunda Cruzada, el obispo de Milán, San Eustorgio, religioso noble de origen helénico, visitó Constantinopla para que el emperador le permitiera aceptar su reciente nombramiento. El emperador no solo dio su consentimiento, sino que le hizo, además, un regalo inolvidable: las veneradas reliquias.

Para trasladarlas adquirió dos robustos bueyes y un carro, hizo cargar sobre éste el sarcófago de granito y emprendió un viaje que acabó envuelto en leyendas. Una de ellas relataba que la misma estrella que mostró el camino de Belén, resplandecía en la ruta de San Eustorgio. Otra cuenta que, al cruzar los Balcanes, un lobo hambriento atacó y desgarró a uno de los bueyes. San Eustorgio, que para eso era santo, dominó a la fiera y la unció al yugo vacante, de forma que, a fuerza de látigo, el lobo salvaje se transformó en lobo de tiro y San Eustorgio llegó a Milán en un carro tirado por un buey exhausto y un lobo manso, cargado con las reliquias.

Y allí fue donde las encontró Federico Barbarroja, que en sus guerras de conquista saqueó esta ciudad junto a buena parte del norte de Italia y las llevó consigo hasta Colonia protegidas por uno de los mayores dispositivos de seguridad de la Edad Media y en un viaje.

Si no fuera porque en la Cabalgata podemos comprobar empíricamente que los tres Reyes magos siguen recorriendo pueblos y ciudades con sus sacos cargados de ilusión, estaríamos abocados a pensar que dentro del relicario reposan muy posiblemente los cráneos de Melchor, Gaspar y Baltasar, en tres cajas forradas de terciopelo y brocado, cada uno de ellos envuelto en la seda más fina y protegidos por un sarcófago de 350 kilos de oro, plata y vermeil (una mezcla de metales preciosos), incrustaciones con piedras preciosas, esmaltes y figuras de marfil ricamente adornadas que representan a la Virgen María, a los Reyes Magos y a los profetas.

Pero no nos dejemos engañar. No hay prueba más palpable que los regalos que los tres Magos, en su infinita generosidad, siguen dejándonos cada año, a pesar de que no hayamos sido tan buenos.

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