sábado, 26 de julio de 2008

El abrazo del Rey




EUGENIO FUENTES, Escritor

ABC


ES una fotografía extraordinaria, porque lo revela todo y al mismo tiempo oculta con respeto lo que no es necesario que se muestre. Los dos hombres llevan el paso acorde, se apoyan en el pie izquierdo y tienen el derecho ligeramente levantado, sólo la punta del zapato roza el césped fresco, a punto de seguir hacia delante.


El brazo derecho del Rey rodea cordialmente los hombros de Suárez, como si quisiera ocultar que al mismo tiempo lo está guiando. Sin ser solemnes, el traje oscuro y los zapatos negros de Don Juan Carlos son más protocolarios, el atuendo de Suárez es más informal y veraniego, pero ambos muestran la misma pulcritud, la exacta longitud de las perneras, la geométrica huella de la plancha. Nadie diría que el hombre de la derecha es un hombre enfermo.


Si no los reconociéramos, podríamos pensar que se trata de dos amigos que están de vacaciones, o que pasan un rato de ocio en el jardín de uno de ellos, en una casa de la periferia. Pero sabemos que no es así y que la fotografía muestra una situación delicada y muy difícil para el viejo amigo. El enfermo ya no lo reconoce, pero para él no es un desconocido; sabe que cuando le habla no lo entiende, que las palabras resuenan sin sentido en el vacío de su cerebro, y sin embargo no debe callarse; puede sentir piedad, pero a sí mismo se prohíbe manifestarla.


En la fotografía todo sugiere un entorno amable, que oculta que cuando el Alzheimer avanza hay que guardar fuera del alcance del enfermo los objetos punzantes o candentes, el control de la luz o del gas o del fuego y todo lo que pueda hacerle daño.


También hay que vaciar la casa de espejos. Si se ve reflejado en uno de ellos y no se reconoce, puede creer que está frente a un extraño y provocar una crisis. El seto verde del fondo impide ver que el jardín está cerrado, porque si el enfermo se aleja de allí no sabrá cómo regresar.
Como una antigua moneda que, con el paso del tiempo, ha perdido el rostro que llevaba acuñado y ya es sólo un trozo de metal, así el enfermo de Alzheimer ha perdido su identidad, su rostro y sus recuerdos, y ya es sólo cuerpo, pero cuerpo que aún mantiene sus otras cualidades: es sensible al dolor y a las sensaciones agradables, a un gesto frío y a una sonrisa amable.


También es sensible a un abrazo amistoso y desde algún lugar primario e infantil del corazón, aunque ya no reconozca las palabras, reconoce el afecto y el aprecio, la calidez del brazo que se apoya en su hombro. En la fotografía parece que el Rey le está comunicando un secreto. Y se diría que Suárez lo entiende.

1 comentario:

Clara87 dijo...

Un artículo entrañable, curioso, y que trata con exquisita delicadeza y ternura la terrible enfermedad citada. Se diría, incluso, que aporta cierto mensaje esperanzador, el deseo realizado de que, en efecto, exista cierto reconocimiento de los seres queridos en el corazón del afectado.

Un saludo,
Clara87.