miércoles, 23 de mayo de 2007

Tres años de la boda de los Príncipes

 
Reportaje fotográfico de El Mundo

El Rey, elegido el «español de la Historia»

El rey Don Juan Carlos ha sido elegido esta noche, entre 100 personalidades, como "el español de la historia", en una lista en la que se encuentra acompañado, entre los diez primeros puestos, por su mujer, la reina Doña Sofía y su hijo, el Príncipe Don Felipe.
La Monarquía ocupa, según esta encuesta realizada a más de 3.000 ciudadanos y presentada anoche en el programa de Antena 3 TV "El español de la historia", un puesto más que destacado en la historia de España, hasta el punto de situar, entre los siete primeros puestos a los reyes Don Juan Carlos y Doña Sofía, y a su hijo, Don Felipe.
En este sentido, destacan también la reina Isabel la Católica, situada en el puesto número 11, Doña Letizia en el 15 o Alfonso X el Sabio en el 18.
Los primeros diez puestos de la encuesta, presentada por los periodistas Matías Prats y Susana Griso, señalan, asimismo, la importancia que los españoles han otorgado a personajes clave de la Transición democrática, como el propio rey o los ex presidentes del Gobierno Adolfo Suárez, en 5º puesto, y Felipe González en el número 10.
También el mundo de las artes está representado en los primeros puestos con el autor del libro más conocido de la literatura española, Miguel de Cervantes, en el puesto número 2, y uno de los pintores más conocidos y reconocidos fuera de nuestras fronteras, Pablo Picasso, en el número 8.
En tercer puesto, la persona a la que debemos el descubrimiento de América, Cristóbal Colón, en el 6º el científico y premio nobel Ramón y Cajal, y en el 9º la escritora santa Teresa de Jesús.
El mundo de la política ha tenido una representación importante en esta lista de "el español de la historia". Así, vemos cómo varios presidentes del Gobierno han sido, para los españoles, algunas de las personas más importantes de nuestra historia.
El más votado de ellos: Adolfo Suárez, primer presidente de la democracia, que, en palabras del ex ministro de Defensa José Bono, "supo llevar a cabo la Transición democrática esquivando los ataques de sus adversarios, que no siempre fuimos templados".
Tras él, Felipe González en el número 10, por delante de su compañero de partido, el actual jefe del Ejecutivo, José Luis Rodríguez Zapatero, en el número 16 y lejos, muy lejos de su sucesor en el Gobierno, José María Aznar, que se encuentra en el puesto número 36.
A la final de este peculiar concurso llegaron 50 personalidades del mundo de las artes, la ciencia, el cine, la televisión, los toros, el deporte, la empresa, la literatura y la filosofía, el espectáculo, la religión y la política, además de figuras históricas.
Poco a poco, los espectadores pudieron conocer el nombre y orden en que los 3.000 ciudadanos habían elegido al personaje más famoso de la historia de España y así, se conocieron también distintas anécdotas sobre las votaciones.
De este modo, sabemos que Dalí, que finalmente ocupó el número 14 en esta lista, fue la figura más votada en Cataluña, mientras que el rey Alfonso X el Sabio ha recibido el apoyo de los votantes más jóvenes.
En este sentido, los datos que arroja la encuesta, demuestran cómo las personas más jóvenes han preferido apoyar a personajes históricos, mientras que las personas de más edad han optado por los protagonistas de la Transición democrática.
Este programa ya se ha emitido con anterioridad en otros países europeos y en EEUU donde el ex presidente Ronald Reagan resultó ser el personaje más votado, mientras que en Francia lo fue el ex presidente Charles De Gaulle, en Alemania el canciller Konrad Adenauer, y en Portugal, acompañado de una gran polémica, el dictador Antonio Oliveira Salazar.

viernes, 18 de mayo de 2007

Despertando rencores

MANUEL RAMÍREZ
Catedrático de Derecho Político
ABC

EL 22 de noviembre de 1975, tiene lugar la solmene sesión de Cortes en la que Don Juan Carlos de Borbón asume la Corona del Reino, tal como desde antaño estaba previsto. Se han producido momentos en los que de todo ha habido: alegrías de unos, lágrimas de otros y... serenidad. Esto último constituyó el factor más importante para la gran tarea que el país afrontaba, sobre todo por la existencia y sensatez de la clase media aparecida en décadas anteriores y reacia a cualquier clase de choque violento como ocurrió en 1936. El valiente discurso del nuevo Monarca, todavía pronunciado ante los llamados procuradores de las Cortes emanadas de la hasta entonces denominada «democracia orgánica», causa lógicas molestias entre ellos. Hasta el final, muchos habían apostado por lo que precisamente el mismo Franco nunca apostó: que habría un franquismo sin Franco. El titulado «Caudillo por la gracia de Dios» sabía muy bien que «aquella gracia» (al fin y al cabo derivada del triunfo en una guerra, algo que nadie podía heredar) terminaría cuando también terminase su propia vida. De diferentes e incluso ideológicamente opuestas fuentes, es conocida la última y única petición que el falleciente hace todavía al Príncipe cuando éste le visita en el Hospital: «lo único que pido a Su Alteza es que mantenga la unidad de España». Parecía importarle poco todo lo demás. Y el ilustre visitante así lo prometió.

De aquí que el aludido discurso estuviera pensado y pronunciado para otros destinatarios: la totalidad de los españoles. Esto no empaña ni mucho menos dos importantes gestos del ya Rey. No decir nunca una palabra contra quien, a la postre, había instaurado la Monarquía en su persona y distinguir a la viuda y a la hija del fallecido con los títulos de Señora de Meirás y Duquesa de Franco, respectivamente. Aunque no lo parezca, mucho hay de afán conciliador en ambos gestos.

Y por ello, no para el pasado que no había que remover ni mucho menos continuar o resucitar, sino para aquel difícil presente y para un ilusionante futuro (son expresiones del Rey) va dirigido el contenido de sus palabras que hoy parece voluntariamente olvidado por algunos. «Que todos entiendan con generosidad y altura de miras que nuestro futuro se basará en un efectivo consenso de concordia nacional». Ha aparecido la palabra clave para lo que luego serán los hechos: concordia entre todos los españoles. Vencedores y vencidos. De dentro y de fuera. Es el momento de la reconciliación que tenía que borrar para siempre las huellas tanto de una sangrienta guerra civil, cuanto de los largos años que a ella siguieron.

A las palabras siguieron los hechos que avalaban el contenido de esta nueva etapa de nuestra historia política. Amplísima amnistía en que tuvieron su alcance los condenados por el régimen anterior. Reconocimiento, contra la voluntad de algunos, del Partido Comunista. Y, sobre todo, la figura de un hábil político llamado Adolfo Suárez que conduce el cambio sin fisuras alarmantes. No lo olvidemos: se ha sabido conectar con el deseo y el sentimiento de la mayor parte de la sociedad española. La que, en feliz término de Julián Marías, se caracterizaba, sobre todo, por su noluntad, por lo que no quería: ni vuelta atrás, ni nuevos enfrentamientos, ni nada que pusiera en peligro lo adquirido en años anteriores. Y esa gran nueva clase y ese «no querer» está muy todavía ahí, permitiendo y colaborando en el desarrollo de nuestra democracia, a pesar de sus evidentes defectos. El 18 de noviembre de 1976 se aprueba en las Cortes la Ley para la Reforma Política que suponía la autodisolución de las mismas y el camino para llegar a las elecciones de 1977 (¡misterioso silencio al cumplirse ahora los treinta años de la misma!). Muy poco después (15 de diciembre) el pueblo español respalda con muy sólida mayoría esta Ley mediante referéndum convocado al efecto. El régimen político de Franco ha terminado.

Y los españoles caminan, mirando al futuro y empeñados en el logro de una Constitución de consenso, nuevamente respaldada en otro referéndum. Y aquí hay que hacer una apostilla. Ni antes, ni durante el proceso constituyente se habló de reparar nada. En el gran pacto de nuestra transición, la revancha no podía tener lugar. Todos estaban de acuerdo. Y con esta ejemplar muestra de «asumir» (que no supone olvidar, ni dejar de investigar), se suceden las meritorias empresas con los gobiernos de UCD. El muy largo tracto de un PSOE dirigido por Felipe González que no se enfrentó con ningún sector de la sociedad a pesar de aciertos y desaciertos (lo de Maravall con la Universidad no se perdonará nunca). Y, en fin, la etapa de gobierno del Partido Popular.

Pero, de pronto, se ha vuelto a una de las nocivas constantes que tanto ha dañado siempre nuestro caminar político. La de resucitar el pasado y convertirlo en pieza de discordia en la actual contienda como arma arrojadiza. La ventura se nos torna preocupación.

Y lo que todos, repetidas veces, habían decidido dejar atrás, quizá esperando que el paso del tiempo ofreciera la necesaria distancia para un análisis desprovisto de pasiones en unos y otros, se trae a un muy peligroso primer plano. La sociedad no ha cambiado en sus auténticos deseos. Más aún: el país anda ya poblado de nuevas generaciones que hasta desconocen los detalles de un ayer con cuya resurrección nada bueno puede venir. Porque al resucitar se cae en las falsas generalizaciones y, por supuesto, en las verdades a medias. ¿A qué se ha debido el empeño en una «memoria» que todavía no tiene la entidad temporal como para ser llamada «histórica»?

La apelación a la historia no se puede hacer desde lo que todavía puede escocer y hasta dividir. Ni la historia ni la política que de ella se derive pueden tener como gestores la ira o el rencor. Por eso no estaba en el discurso regio con el que hemos comenzado estas líneas y contra el cual camina sin reparo esta vuelta atrás. Y por eso tampoco se quiso incluir en el contenido de una transición que, de haber tenido como baluarte el escudriñar en ese inmediato pasado, sencillamente no habría sido posible. Y creo que ni entonces, ni ahora. Hace falta mucho tiempo para comprender y asumir. Y ese paso del tiempo es el que traerá mesura para unos y para otros.

Como lo que aquí predico es tiempo, mesura y, sobre todo, objetividad en la valoración, no voy yo a caer en estas líneas en el recuento de lo que hicieron mal unos y otros. Sí: también otros. Y como la escalada de reproches si se hace desde esta ira y ese rencor citados, pueden no resultar fiables, vuélvase, como testimonios directos, a la lectura de «Las causas de la guerra de España» del gran Manuel Azaña o a la de «La guerra civil en la frontera» de Pío Baroja. Ambos padecieron muy de cerca, sufriendo con ello, lo que ahora quiere resucitarse sin la distancia y con el prejuicio. Y ninguno de los dos habló nunca de fascismo, totalitarismo, genocidios o llamada a la revancha. Más bien a todo lo contrario. Bien sabían que lo de asumir, incluso dejando atrás jirones de desgracias en ciudades y en pueblos (esto último poco estudiado y producto de nuestra ancestral envidia), requería algo más que talante: requería también talento. Y muy posiblemente lo segundo sea más importante que lo primero a la hora de atreverse a retomar la página de nuestro inmediato pasado. Que, claro está, puede convertirse, ¡una vez más!, en doloroso presente. Y para todos.

martes, 15 de mayo de 2007

«¡Majestad, por España, todo por España! ¡Viva España, viva el Rey!»

Una de las imágenes de la Transición que ha quedado grabada de manera más clara en la memoria de los españoles es la de Don Juan de Borbón cuadrándose ante su hijo, el Rey, e inclinando la cabeza, tras haber renunciado a sus derechos dinásticos en favor de Don Juan Carlos. Era el 14 de mayo de 1977 y treinta años después resuenan todavía las palabras con que acompañó ese gesto: «¡Majestad, por España, todo por España! ¡Viva España, viva el Rey!».
La emoción había embargado a Don Juan mientras hablaba. Su voz tembló, incluso, en algunos momentos. Un reducido grupo de personas -miembros de la Familia Real, allegados a Don Juan y representantes institucionales- asistía al acto en el Palacio de la Zarzuela, conscientes de la importancia de lo que estaban contemplando. Juan III había subrayado su amor a España y su defensa de la Monarquía en un Estado de Derecho durante treinta y seis años, desde la muerte de su padre, Alfonso XIII. Fueron años de franquismo y destierro en los que no faltó el desencuentro de Don Juan con su hijo, cuando Don Juan Carlos aceptó ser designado por Franco como sucesor de su régimen, al margen de las leyes dinásticas españolas.
Pero por encima de ello, la generosidad y el sentido de Estado de Don Juan permitió alejar cualquier tipo de sombras de legitimidad tras la proclamación de su hijo como Rey de España. Ya Don Juan había hecho saber a su hijo que, por el bien de la democracia y de la institución monárquica en España, renunciaba a sus derechos, sin ningún tipo de reservas. Pero su abdicación formal no se produjo hasta aquel acto del Palacio de la Zarzuela, al que deliberadamente las autoridades políticas, todavía presas de muchos temores al pasado, no habían querido dar un mayor relieve. Así se expresó Don Juan: «Instaurada y consolidada la Monarquía en la persona de mi hijo y heredero Don Juan Carlos, que en las primeras singladuras de su Reinado ha encontrado la aquiescencia popular claramente manifestada y que en el orden internacional abre nuevos caminos para la Patria, creo llegado el momento de entregarle el legado histórico que heredé y, en consecuencia, ofrezco a mi Patria la renuncia de los derechos históricos de la Monarquía española, sus títulos, privilegios y la Jefatura de la familia y Casa Real de España, que recibí de mi padre, el Rey Alfonso XIII, deseando conservar para mí, y usar como hasta ahora, el título de Conde de Barcelona. En virtud de esta mi renuncia, sucede en la plenitud de los derechos dinásticos como Rey de España a mi padre el Rey Alfonso XIII, mi hijo y heredero el Rey Don Juan Carlos I».
Don Juan había esperado a que se convocaran las primeras elecciones democráticas sin restricciones de ningún tipo para asegurarse de que la democracia que había preconizado durante cuarenta años se asentaba en España. Su gesto, valorado entonces desde todos los sectores políticos, fue adquiriendo grandeza con el paso del tiempo y, en numerosas ocasiones, tanto en público como en privado, Don Juan Carlos ha reconocido y agradecido la labor y la actitud de su padre, cuyos restos mortales yacen hoy en el Pudridero del Real Monasterio del Escorial a la espera de ser llevados al Panteón de los Reyes de España.

¿Una fecha en el olvido?

Expresidente del Congreso
ABC
 
Hay fechas en la historia de los pueblos que sin razón aparente aparecen como desdibujadas o arrinconadas en el olvido. Una de ellas es, sin duda, la del 14 de mayo de 1977, es decir, hace ahora treinta años, un mes antes de las primeras elecciones democráticas generales en libertad, celebradas en España el 15 de junio de 1977.
Este olvido pudiera tener, sobre todo, razones de corte ideológico y ceguera política que explicaría esta desmemoria histórica. En el primer tercio del siglo XX, la Monarquía, como institución, fue bastante cuestionada y gran parte de los intelectuales se inclinaban a desconocerla, bien criticándola directamente por considerarla anacrónica con los tiempos que se vivían y, sobre todo, por entender que la raigambre republicana tenía una cierta aureola de progresismo y modernidad.
En los círculos políticos más progresistas como el Ateneo de Madrid y otras instituciones se criticaba duramente la actitud vacilante, cuando no favorable, del Rey Alfonso XIII a la dictadura del general Primo de Rivera. Al terminar sus días esta etapa dictatorial que fue más bien benigna, si se la compara con el posterior franquismo, fueron muy pocos los hombres políticos que alzaron su voz en defensa de la institución monárquica.
Así llegó por unos y por otros el 14 de abril de 1931. En mis recuerdos infantiles, ese día se asocia con la incompresible expulsión de los jesuitas de España. Fue en «Indauchu» en el colegio bilbaíno en el que se me abrió la vida más allá de las paredes del hogar y pude iniciarme en valores culturales, religiosos y vitales. La verdad es que la llegada de la república no fue, en un principio, traumática, incluso en muchos tuvo aires de júbilo. Recuerdo una mañana en la bilbaína calle de donde residía, cómo arrojaban por la ventana todos los muebles de un centro monárquico para alimentar con ellos una pira jubilosa y llameante como ritual de la nueva tolerancia. Como sortilegio para evitar, quizá, la crispación política. También tengo aquí mi recuerdo particular, en el tranvía en el que me dirigía una mañana al colegio cuando se me arrancó una pequeña cruz que llevaba en la solapa. No sé si me asombró y desconcertó más este desaforado ataque o el hecho de que ninguno de los viajeros hiciese nada -¿por miedo?, ¿por cobardía?, ¿por indiferencia egoísta?- para evitar el atropello que se cometía con un niño de 7 años.
¡Que paren el mundo, quiero bajarme! Yo sentí de niño el valor de ese apotegma, como tantos otros niños de mi época, que no teníamos hacia dónde volver los ojos, ya que, aun reconociendo que en todas partes -blancos, azules y rojos- se dieron gestos de valor, de dignidad humana, de gallardía, pronto entendí que el futuro de mi patria no podía estar en la victoria y la derrota de una de las dos partes en conflicto. Que ganase quien ganase, media España sería víctima de la otra media. Y esa rebeldía me llevó a enfrentarme con las gentes de mi entorno.
Muy pronto, en el año 1942, se publican en el Journal de Geneve, unas declaraciones de Don Juan de Borbón, Conde de Barcelona, heredero de la dinastía histórica, que debieron parecer muy negativas a Franco y a los vencedores, pero que a mí y a un grupo de jóvenes -en principio, reducido- nos abrieron las ventanas del futuro. En 1945, el manifiesto de Lausanne venía a completar el ideario del que, desde entonces, nos alimentaríamos un, cada vez más numeroso, grupo de monárquicos democráticos, aunque es bien sabido que tal postura no evitaría ciertas persecuciones, encarcelamientos y, sobre todo, unas campañas críticas desaforadas en los medios de comunicación contra quienes no aceptaran la ciudadanía privilegiada del franquismo.
Así aprendimos lo que luego se extendería como gozosa mancha de aceite en el espíritu de la Transición: el valor de la concordia, el consenso y el diálogo. Hoy, cuando la concordia parece estar de nuevo en peligro, resulta que, curiosamente, una gran parte de los revisionistas actuales de la «memoria histórica» no habían nacido y pretenden traer al presente los recuerdos del pasado. A ese pasado como espejo de la democracia, ignorando la realidad de lo ocurrido y solicitando un reconocimiento de las injusticias cometidas.
De ahí que a muchos nos parezca no solo superfluo, sino poco aconsejable, volver a despertar los demonios de nuestros enfrentamientos pretéritos. Bien está el justo reconocimiento a las víctimas, pero eso no debe llevarnos a reclamar reivindicaciones que serían tanto como iniciar inventarios odiosos de un pasado que, como antes decía, confiamos sinceramente en que no volverá.
Pero, recordando al 14 de mayo de 1977, es oportuno señalarlo como precedente del artículo 57 de nuestra Constitución al reconocer los derechos dinásticos históricos. Ya nos hemos referido en alguna ocasión, el tamiz de un silencio casi total sobre un hecho que justifica en sí mismo -si es que se cree en la Monarquía como institución- la continuidad de la dinastía que ha consolidado la democracia en España.
No se trata de acudir a los historiadores, eruditos de nuestro paso por la Historia con monarcas más o menos discutibles en su trayectoria, sino de que, por mucho que quieran olvidarlo algunos políticos con resabios inconfesados, si Don Juan Carlos I fue Rey de España por decisión del general Franco, la Monarquía democrática se la ganó con su actitud. De conformidad con su padre, el Conde de Barcelona, quien desde niño le enseñó a respetar esos valores de reconciliación y convivencia que tanto necesitamos.
La cesión de los derechos de Don Juan y la aceptación emocionada de su hijo fue algo más que un acto familiar en el palacio de la Zarzuela. Padre e hijo se sintonizaron no sólo en el abrazo paterno filial, sino en el entendimiento de lo que debía ser la España a que se aspiraba. Era el legítimo Rey de todos los españoles a los que podía exhortar y reclamar paladinamente «que todos entiendan, con generosidad y altura de miras que nuestro futuro se basará en un efectivo consenso de concordia nacional». Y así ha sido durante todos estos años, a pesar de problemas y desencuentros. Por eso, el signo que encarna el 14 de mayo de 1977 adquiere de nuevo tanto valor. Una vez más, la Historia parece reclamar a la Monarquía como institución dinástica. Una vez más, parece apelar a su alta magistratura. Si en otros momentos -por ejemplo el 23-F-, la Historia reclamó y obtuvo de ella su papel moderador, ahora reclama su papel integrador inexcusable.
No quería terminar sin el recuerdo al presidente de un Gobierno socialista, Felipe González, quien consiguió para Don Juan de Borbón, Conde de Barcelona, el título de Rey después de muerto y, por ello. está enterrado en el panteón de los Reyes españoles. La dinastía es algo más que una simple persona, aunque ésta sea de una calidad y grandeza como la que ha demostrado nuestro Rey. Debemos confiar en que sus sucesores sabrán mantener este mismo espíritu de libertad y concordia nacional. Es cierto que España como nación atraviesa por momentos graves en que parece ponerse bajo riesgo su integridad.
Ese gesto, que honra al presidente González, debería impulsar a quienes hoy le sustituyen en el Gobierno a tener capacidad para consolidar la institución monárquica en una función integradora de los pueblos de España, consiguiendo, de verdad, que acabe la violencia y el terrorismo, para que entre todos podamos decir una vez más que la Monarquía española ha hecho posible la convivencia libre y pacífica de todos los españoles sin distinciones de ninguna clase.
Creer en la Monarquía es estar dispuesto a ayudar al Rey en esta tarea. Quizá nos jugamos más de lo que suponemos.
 

lunes, 14 de mayo de 2007

Tony Blair y "The Queen"

Lluis Foix
 
Gran Bretaña es el más viejo país constitucional del mundo, pero no tiene Constitución. Ha vivido dentro de un orden aristocrático y democrático al mismo tiempo. Es el más liberal de los pueblos y, a la vez, el más conservador. Es un pueblo que obedece con docilidad las leyes pero se levanta ferozmente contra quienes pretenden vulnerarlas.

A Tony Blair le salió muy de dentro hoy cuando proclamaba que Inglaterra es el país más grande de la tierra. Lo dijo en su distrito electoral, un barrio que había sido minero y del que ha sido diputado durante casi veinte años.

Dejaré para otro momento la valoración de los diez años de gobierno Blair. Diré, simplemente, que toda su gestión queda embrutecida por la gran mancha de la guerra de Iraq que no la podrá borrar de su biografía.

Me refiero a las formas de la democracia inglesa que son tan importantes como el fondo. La democracia es también estilo, saber hacer las cosas, seguir las tradiciones incorporando de nuevas, observar escrupulosamente el "timing".

Blair dejará de ser primer ministro el 27 de junio. Pero observando todas las formas. Me ha parecido muy apropiado que la noticia la diera a sus propios electores de distrito. Son los que le dan legitimidad y los que le han votado siempre.

Luego lo dirá al Parlamento donde se le rendirán todos los tributos, incluso los de aquellos que han sido sus adversarios y enemigos políticos dentro y fuera de su partido.

Les aconsejo que dediquen un par de horas a ver la película "The Queen" y el papel sublime que hace Helen Mirren. Si la han visto ya, convendrán conmigo que la escena en la que el joven Blair, tembloroso y humilde, se presenta ante la Reina es de un gran cinismo y, a la vez, de una observación estricta de las reglas de juego.

Isabel II le aturde de entrada diciéndole que en aquella silla se han sentado todos los primeros ministros británicos pidiendo autorización para formar gobierno. Desde Winston Churchill a Margaret Thatcher, Harold Macmillan, Harold Wilson, James Callaghan, John Major y, por supuesto, Tony Blair.

El poder no lo tiene la Reina sino el primer ministro de turno. Lo único que conserva la Corona son las formas, el boato, la representación y, en definitiva, la piedra angular de todo el sistema.

Siglo tras siglo, la Monarquía ha ido cediendo poder al Parlamento y al Gobierno. Tanto por no hacer uso de él como por la aprobación de leyes que se lo han ido revocando. La Corona conserva, sin embargo, la prerrogativa de arbitrar entre el Parlamento democrático y su comité ejecutivo, conocido también como gobierno.

Tony Blair saldrá el 27 de junio de su residencia en direcciónal palacio de Buckingham, en un coche cuyo corto recorrido será transmitido en directo al mundo entero. Pasará un buen rato, el coche saldrá de palacio, reemprendrá su camino de vuelta a Downing Street y, allí, en el número 10, de pie y con las televisiones enfocándole dirá que acaba de presentar la dimisión a la Reina.

Son prerrogativas teóricas. Ya se sabe que la Reina no podrá pasar por encima de las decisiones del primer ministro que tiene la legitimidad que le otorga la mayoría del Parlamento.

La Reina tiene obligación de aprobar todas las leyes que hayan sido votadas en los Comunes. Se ha dicho incluso que tendría que firmar su propia sentencia de muerte si así lo aprobara el Parlamento, en los escasos supuestos en los que está contemplada.

Cortar la cabeza a los reyes ha sido habitual en la historia de Europa. Shakespeare nos habla de ello. Carlos I y Jaime II fueron ejecutados públicamente.

La Corona es depositaria de las más viejas ceremonias, los hábitos y símbolos de la antigüedad, las procesiones suntuosas, la pompa, la circunstancia y las dignidades. Incluso en los atribulados tiempos que ha vivido Isabel II, precisamente en los mandatos de Blair.

La Monarquía ejerce una gran seducción sobre las clases sencillas. No manda pero cautiva a un pueblo que conduce por la izquierda, se ha liberado del sistema métrico decimal, habla la lengua más extendida por el Planeta y, entre otras cosas, inventó el fútbol.

El conservadurismo inglés no es vetusto sino inteligente. Conserva lo viejo añadiendo todas las novedades que vengan. Con tantas formas conservadas no me extraña que sea el único país europeo, junto con Suecia, que no haya sufrido un solo golpe de Estado ni revoluciones que lo trituran todo para construir desde cero.

Admirable, aunque ridículo a veces, el pueblo inglés.

45 aniversario de la boda de los Reyes de España

 
Especial reportaje de la revista Hola

Dos «gentlemen» reales

Al más puro estilo inglés. De esta forma participaron los Príncipes Enrique y Guillermo de Inglaterra en el desfile anual que la Asociación de Antiguos Oficiales de Caballería lleva a cabo cada 13 de mayo en el Hyde Park de Londres.
Como si de los conocidos personajes de «Tintín», Hernández y Fernández, se tratara, los hermanos hicieron un homenaje a la indumentaria tradicional que siempre ha caracterizado a su país.
Los Príncipes fueron los protagonistas de este desfile solemne al que cada año asisten alrededor de 2.000 antiguos oficiales. Este acto, cuya tradición se remonta a la Primera Guerra Mundial -cuando el traje, el bombín y el paraguas representaban la forma más apropiada de vestir- lleva celebrándose durante 83 años.
Después de la conmoción que ha causado en los británicos el hecho de que el Príncipe Enrique pueda ir a luchar a Irak y la reciente ruptura del Príncipe Guillermo con su prometida Kate Middleton, esta celebración colmada de pompa y protocolo supuso, sin duda, un descanso para los amantes de la corona británica.
Por ello, tanto el Príncipe Enrique -que abandonó por un día el uniforme de subteniente con el que últimamente suele aparecer en las imágenes- como su hermano Guillermo no dudaron en vestir sus mejores galas gracias a los trajes sobrios, los bombines negros y los paraguas propios de todo británico de postín.
Atrás queda el escándalo que se formó hace dos años cuando el Príncipe Enrique apareció disfrazado con un uniforme nazi. La celebración, un año más, de este homenaje a los antiguos oficiales llenó de elegancia y distinción a los hijos del Heredero de la Corona.
 

viernes, 11 de mayo de 2007

Las cosas del Rey

ABC
 
EL Rey no hace declaraciones. En determinados momentos solemnes, fija su opinión conciliadora mediante discursos medidos al milímetro y bendecidos por el Gobierno de turno. Como mucho, comenta aspectos de la actualidad en la intimidad de los corrillos. Como parece sensato, de la misma manera que el Jefe del Estado evita manifestarse en aspectos concretos que supongan ponerse de parte de alguna facción de opinión, también los contertulios evitan publicar de forma entrecomillada las conversaciones informales que se produzcan en ese contexto. Que yo recuerde, siempre ha sido así. Pero, por lo que se ve, los tiempos cambian.
Con motivo de unas palabras que ahora se sacan de quicio a cuenta del proceso de paz en el Ulster, parte de la prensa española ha transmitido la sensación de que el monarca apoya manifiestamente las negociaciones que Rodríguez Zapatero ha mantenido con ETA y las concesiones que su gobierno ha venido realizando a la banda terrorista y su entorno.
Volvemos a lo de siempre: el Rey no ha dicho eso que dicen que ha querido decir, pero de la misma forma que hay que atenerse a la literalidad de sus palabras, también hay que hacer referencia al patinazo que supone no tener en cuenta con quién se juega los cuartos. No se le puede acusar, entiendo, de partidario, pero sí de imprudente al no calibrar la posible manipulación que pueden sufrir expresiones coloquialmente informales ante lápices afilados. Don Juan Carlos se ha alegrado de que en Irlanda del Norte se dejen de matar dos bandos históricamente enfrentados; todos los demás, también. Don Juan Carlos cree que los gobiernos están legitimados para intentar acabar con el terrorismo mediante conversaciones sin concesiones políticas; todos los demás, también. Don Juan Carlos observa, no obstante, las severas diferencias de ambos procesos; todos los demás, también.
¿Dónde está el problema? En que es muy sencillo quedarse sólo con la segunda de las premisas y evitarle la condición de las concesiones. Una vez manifestó lo manifestado, les faltó tiempo a los propagandistas del zapaterismo para instar a poner en marcha la multicopista y desvelar impúdicamente las frases sueltas de una conversación. Como consecuencia de unos titulares que bien parecen ser extraídos de un discurso oficial, queda la sensación de que el Rey le acaba de dar un masaje al Gobierno y un capón a la oposición, lo cual no se corresponde con la larga experiencia de un hombre que pensará lo que quiera, pero que ha sido siempre lo suficientemente habilidoso como para no meterse en jardines innecesarios. Jardines que tiene prohibidos, por cierto.
Curiosamente, como consecuencia de asignarle al Rey el apoyo a la negociación con ETA, aquellos que pasean exclusivamente la bandera republicana en cada ocasión que se manifiestan -sea cual sea la excusa para hacerlo- y que una y otra vez le niegan el derecho siquiera a decir lo bonito que está el día, han acudido jubilosos a celebrar sus palabras y a aplaudir su supuesta adhesión a la causa con un fervor que provoca, como poco, alipori.
Supongo que el Monarca tendrá bien en cuenta quiénes son los que hoy le aplauden entusiasmados: exactamente aquellos que quieren convertir a su persona en «ciudadano Juan Carlos» y enviarlo al exilio. Son los mismos que reaccionan irritados cuando exalta la unidad de España o hace llamadas al futuro común de sus gentes. Son los mismos que buscan cualquier excusa para demostrar su nulo aprecio por la institución que representa y por el trabajo realizado por ésta a lo largo de estos años de relativa estabilidad. Los mismos que evocan ese supuesto pasado idílico de la República, y los mismos que cuestionan la legitimidad de origen de su reinado. Es sabido lo que le gusta al Rey un republicano, especialmente si puede ganarle para la causa del juancarlismo merced a su borboneo prodigioso, pero al igual que debe tener en cuenta ante quién expone sus pareceres, no estaría de más que supiese a quién contenta con las manifestaciones que le manipulan.
Los que ahora le loan van a lo que van, con lo que sería bueno no darles ni un solo metro de ventaja.

miércoles, 9 de mayo de 2007

El Rey ensalza el acuerdo de paz en el Ulster

El Rey ensalza el acuerdo alcanzado por católicos y unionistas en el Ulster

AGENCIAS | MADRID

El Rey Don Juan Carlos ha ensalzado hoy la foto en prensa del acuerdo alcanzado en Irlanda del Norte y que ha permitido la formación de un Gobierno integrado por católicos y unionistas. También ha dicho que este tipo de procesos son largos y que, en todo caso, hay que intentarlo.

Don Juan Carlos ha visitado la sede de la Dirección General de la Guardia Civil acompañado de toda la cúpula del Ministerio del Interior y, al término del acto, se detuvo a charlar unos instantes con los periodistas.

Tras departir animadamente sobre el nacimiento de su nieta, se le consultó si se le podía preguntar por cuestiones de actualidad y enseguida se abordó el tema de ETA, a lo que respondió que él está por encima y que de eso se encarga el Gobierno. A continuación, se refirió en tono elogioso al primer ministro británico, Tony Blair, y a la importancia de la foto aparecida en la prensa del acuerdo de Gobierno en Irlanda del Norte.

Don Juan Carlos ha calificado de muy importante la imagen aparecida en la prensa del acuerdo de Gobierno y ha incidido en que ha costado diez años. El monarca añadió que hay que intentarlo, antes de concluir que puede salir bien o no, momento en el que se encogió de hombros. Cuando fue preguntado por un periodista si había "paralelismos" con el caso de España, don Juan Carlos respondió que no es igual.

martes, 8 de mayo de 2007

Isabel II vuelve a la Casa Blanca

 
Washington (EP/AP).- Con fanfarrias y 21 salvas de artillería el presidente estadounidense, George W. Bush, recibió hoy a la reina Isabel II de Inglaterra en la Casa Blanca mientras unos 7.000 invitados abarrotaban la parte sur del recinto presidencial. La ceremonia oficial incluía un desfile militar, toques de fanfarria y las 21 salvas de cañón protocolarias.

La anécdota de la recepción la protagonizó el presidente Bush, quien afirmó que la reina ha cenado con diez presidentes estadounidenses y colaborado en las conmemoraciones del bicentenario del inicio de la Revolución Americana, "un bicentenario celebrado en 17...". El presidente estadounidense se percató enseguida de su error y corrigió la fecha, 1976. Bush bromeó tras su error afirmando que la reina "acaba de lanzarme una mirada como sólo una madre puede lanzársela a su hijo".

Bush destacó también que Estados Unidos, Reino Unido y sus aliados permanecen unidos en Iraq y Afganistán en la guerra contra el terrorismo. "Nuestro trabajo ha sido duro. Los frutos de nuestro esfuerzo son difíciles de ver para muchos, pero nuestro trabajo es el camino más seguro a la paz. Su majestad, aprecio su liderazgo durante estos momentos de peligro y decisión", afirmó Bush.

La jefa del Estado británico destacó que esta es su quinta visita a Estados Unidos. "Es el momento de tomar los réditos de la amistad que nos une, de sentirnos orgullosos de sus fortalezas sin nunca darlos por seguros. Y es el momento de mirar hacia adelante, renovar conjuntamente nuestro compromiso para un mundo más próspero, seguro y libre", afirmó.

Bush y su esposa, Laura, recibieron a la monarca inglesa, que llegó junto a su marido, el príncipe Philip, ante la Casa Blanca. Ambas parejas intercambiaron saludos antes de comenzar la recepción oficial.

El acto oficial incluía un desfile militar y una exhibición de la Fuerza Aérea, además de una marcha de cuerpos militares antiguos ataviados con uniformes como los que llevaban durante la guerra de independencia librada entre el Ejército Continental de George Washington y el Ejército británico.

La Casa Blanca albergará la primera cena de gala de su presidencia en honor a la reina británica. A esta ceremonia, que estará amenizada por el virtuoso del violín Itzhak Perlman, acudirán un total de 134 invitados.

La visita de Isabel II a la Casa Blanca se enmarca dentro de la gira oficial de seis días que la reina británica realiza por Estados Unidos, un país que no visitaba desde 1991, durante el mandato presidencial de George H. W. Bush, el padre del actual presidente. Isabel II llegó el sábado por la noche a la base aérea de Andrews, desde donde fue trasladada a la Casa Blair, residencia de los invitados presidenciales.

viernes, 4 de mayo de 2007

Los Príncipes de Asturias salen de la clínica con la Infanta Sofía

Los Príncipes, con Leonor y Sofía. (Foto: AFP)
 
ELMUNDO.ES | EFE

MADRID.- Los Príncipes de Asturias han salido a las 18.10 horas de la clínica Ruber con su nueva hija, la Infanta Sofía, y con su primogénita, la Infanta Leonor.

"Queremos ser los mejores padres para ellas", ha asegurado Don Felipe. En referencia al día de la salida de la clínica, ha bromeado: "Viene muy bien que haya sido un viernes".

Letizia Ortiz, por su parte, ha señalado que "Sofía es un nombre precioso" y que a a ambos les hacía "mucha ilusión que se llamara como la Reina".

Durante la primera aparición pública de la Infanta Sofía, que nació el pasado domingo, su hermana Leonor se ha mostrado sonriente, con gestos tiernos, y al final se ha despedido de los presentes con la mano.

La salida de la clínica se produce en una tarde soleada y ante más de 300 periodistas y curiosos que llevaban horas esperando para ver a la octava nieta de los Reyes, muchos de ellos con cámaras de fotos en la mano.

Los estadounidenses se ponen al día en protocolo para recibir a Isabel II

 
 
EFE

WASHINGTON.- La reina de Inglaterra visita la antigua colonia y los estadounidenses han desempolvado los manuales de protocolo para no olvidar detalles como que los sombreros, poco populares a este lado del charco, no se deben utilizar tras caer la tarde.

Esa es una de las reglas de etiqueta compiladas en la página oficial de Tim Kaine, el gobernador del estado de Virginia, primera parada de la gira de seis días que la reina Isabel II y su esposo, el príncipe Felipe, duque de Edimburgo, realizan por la costa este de Estados Unidos.

La lista protocolaria recuerda a unos estadounidenses poco amigos de las formalidades que, al menos en Gran Bretaña, cuando la reina deja de comer durante un ágape, el resto también debe hacerlo.

Además, cuando Isabel II entra en una habitación todo el mundo se pone en pie, aunque, en contra de lo que pueda parecer, las reverencias son prescindibles y "es aceptable", llegado el caso, el socorrido apretón de manos.

Los que todavía alberguen dudas sobre cómo proceder en caso de toparse con la realeza pueden llamar a una "línea caliente" habilitada para la ocasión.

Ese esfuerzo informativo podría permitir que no se repita el aprieto que pasó el presidente Ronald Reagan (1981-1989) cuando en la Casa Blanca sirvieron una taza de té al príncipe de Gales, durante una visita oficial, al estilo americano y dejaron la bolsita dentro del recipiente.

La anécdota de Reagan salió a relucir este miércoles tras la publicación de extractos de sus diarios.

Numerosos simpatizantes

Por lo demás, el entusiasmo suscitado por la visita real era visible en las afueras de la legislatura de Richmond, la capital de Virginia, donde se dieron cita desde primera hora de la mañana más de un centenar de seguidores para conseguir un buen sitio desde el que observar a la soberana de 81 años cuando se desplace esta tarde a pie hacia el Capitolio.

Tras su llegada, la soberana y su esposo participaron en una breve recepción en la mansión del gobernador.

Finalizado el ágape, la pareja se desplazó al Capitolio donde fueron cumplimentados por los jefes de ocho tribus indígenas, que interpretaron una danza tradicional para rendir tributo a la representante de la corona británica.

La reina se dirigió, a continuación, a la Asamblea General de Virginia.

400 años de Jamestown

La pareja real ha viajado a EEUU para conmemorar el 400 aniversario del asentamiento de Jamestown, que se celebra oficialmente la próxima semana.

Isabel II y el duque de Edimburgo visitarán el viernes el enclave, sede de la primera colonia británica con carácter permanente fundada en 1607 sobre el río James.

Los festejos en torno al aniversario de Jamestown, que según la cadena de televisión CNN costarán unos cinco millones de dólares y que serán financiados por fondos públicos y privados, se centrarán, por primera vez, en las tres culturas que coincidieron en Jamestown: ingleses, indios nativos y africanos.

Se trata, según el diario 'The Boston Globe', de un "cumpleaños difícil" dado el carácter agridulce de la "conquista de América".

El rotativo recuerda las complejas relaciones entre indios y británicos, que culminaron en un intento de masacre por parte de los nativos en 1622 y fueron seguidas por posteriores represalias de los colonos.

"La historia está llena de paradojas y Jamestown es un recordatorio de la ambición, la violencia y la opresión que forman tanta parte de esta civilización como la lucha por los derechos humanos de los que los estadounidenses se vanaglorian hoy", dice el 'Globe' en un editorial.

Además de la visita a Virginia, la agenda de la reina incluye el Derby de Louisville, en Kentucky, una gira por el Centro Espacial Goddard de la Nasa en Maryland y sendas visitas a un hospital de niños en Washington y al Memorial de la II Guerra Mundial.

La soberana será recibida el lunes en la Casa Blanca por el presidente de EE.UU., George W. Bush, y asistirá a una cena de gala en su honor en la residencia oficial.