Antonio Burgos
ABC
PARA alivio de carteros, que antaño venían en estas fechas cargados como mulas y vaheando como bueyes, cada vez se reciben menos tarjetas ilustradas navideñas de felicitación (vulgo christmas), por mor de los negros celos de los correos electrónicos, los SMS y los WhatsApp. Otros años, en estas mal llamadas y molestas Fiestas que algunos estamos deseandito que terminen, de tristes que nos ponen, yo tenía sobre la mesa del escritorio como una montaña mágica de tarjetones felicitándome las Pascuas de Navidad con toda suerte de reproducciones artísticas, con Nacimientos de toda época y factura, ora napolitanos, ora populares españoles, salidos de históricas gubias y de famosos pinceles, o con entrañables fotos de familia, y digo esto porque cómo estará la cosa de cortita que al día de hoy no he recibido el tradicional tarjetón que Julio Iglesias envía desde su casa de Indian Creek en Miami, con una foto de grupo de todos los niños de su segunda edición matrimonial.
Pero sí he recibido en cambio una tarjeta de felicitación que me ha llenado de nostalgia y de alegría. Como todos los años, me la envía S.A.R. La Infanta Doña Elena. En el tarjetón de la Infanta, una fotografía cuyo significado quizá no comprenderán el 90 por ciento de los españoles y me atrevería a decir que el 100 por 100 de los autotitulados juancarlistas. Doña Elena, con sus hijos Felipe (vulgo Froilán) y Victoria, posa ante la que parece tapia de cerramiento de un chalé, pero una tapia bajita, como para impedir que entren los ladrones enanos. Como será de bajita la tapia, que la Señora está acodada sobre ella. Y sobre la blanca cal de la fábrica, dos palabras: «Vila Giralda». Y aquí viene la nostalgia. «Vila Giralda», en portugués, era el nombre de nuestra Villa Giralda de Estoril, el austero chalé donde Don Juan de Borbón mantuvo encendida durante lustros, frente a olvidos, silencios y agravios, la llama de presencia en España de la Monarquía y la continuidad dinástica de la Institución. No crean que Villa Giralda era un casoplón. Era un chalecito bien modesto. En Sotogrande o en Puerta de Hierro hay siete mil millones de ellos mejores. Allí en Villa Giralda, tras el valiente Manifiesto de Lausana, Don Juan fue para muchos españoles y para la Patria misma la esperanza de que algún día volviera «el esplendor de gloria de otros días» y fuese restaurada la Monarquía.
Viendo la foto de Doña Elena en Villa Giralda me he acordado del Consejo Privado de Don Juan, de su Boletín. O de cómo estaba lejos de allí, marcando el caqui en San Javier, Marín o Zaragoza, Don Juanito, el Príncipe de Asturias. Me he acordado, Rafael, Ignacio, Javier, de la lealtad de vuestros padres, de semana en Estoril, tapando penas y manteniendo de su bolsillo la dignidad de la Institución allí representada como una esperanza, como una seguridad en el futuro. Allí se fraguó la Restauración. Ante la tarjeta navideña de Doña Elena pienso con extrañeza por qué hemos dado en llamar Transición a lo que en verdad fue Restauración, la Segunda Restauración. ¿No hubo una Segunda República? Pues también tuvimos una Segunda Restauración, que gozosamente hemos disfrutado en estos años y cuya herencia algunos se empeñan en destruir. Aquella Villa Giralda de Estoril borrada por muchos interesadamente de la Historia y ya no en manos de la Real Familia, bien merecería una declaración monumental como escenario único de la Historia de España. O al menos, un mármol, un bronce. Algo más que una efímera foto navideña.
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