martes, 29 de diciembre de 2009

Cuando don Juan pudo ser Rey

Buceando en la Hemeroteca de La Vanguardia he encontrado un brillante artículo publicado el 27 de diciembre de 1978.

Se reflexiona sobre la situación internacional de España en 1946 y cómo era vista por parte de las grandes potencias de la época: Estados Unidos, Reino Unido y Francia.

Estas democracias eran contrarias al régimen de Franco y en marzo de 1946 hicieron pública una declaración en la que promovían un proceso de democratización de España. El único que podría encabezar ese proyecto era Don Juan de Borbón, el rey Juan III en el exilio.

Sin embargo, la Historia transcurrió por otros caminos. El autor del artículo expone dos motivos por los que las grandes potencias occidentales desistieron de la pretensión de instaurar una democracia en España. Dos argumentos interrelacionados:

- la radicalidad de los exiliados que pretendían, como única solución, restablecer la República con todas sus consecuencias, incluyendo tribunales de depuración contra los que se habían opuesto a la República. No aceptaban ninguna opción democrática.
- ante el temor de que en España ascendiera al poder el comunismo cuyas trágicas obras eran bien conocidas en otros países, las grandes potencias prefirieron el control franquista, con cuyo régimen terminaron por colaborar.

Cuando don Juan pudo ser Rey

La visita de don Juan de Borbón, conde de Barcelona, al presidente de la Generalitat, Josep Tarradellas, suscita en mis recuerdos, una serie de acontecimientos políticos que, de haber sido adecuadamente interpretados por los líderes del interior y el exterior de España en los años inmediatamente posteriores al fin de la Segunda Guerra Mundial, habrían podido tener una gran repercusión al avanzar el reloj de la Historia en más de 30 años. Estábamos en el mes de marzo de 1946, pocos meses después de la victoria decisiva contra el Eje Berlín-Roma-Tokio, al que se había adherido Franco, por las fuerzas aliadas de Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, representadas por el jefe del Gobierno laborista Inglés, Attlee, el general De Gaulle al frente de un gobierno de la Resistencia y el presidente Truman. Attlee estuvo en España durante la guerra civil, visitó en Barcelona al entonces presidente de la Generalitat Lluís Companys, fue recibido por una delegación del Parlamento catalán ante la que declaró su total oposición al régimen franquista y se trasladó al frente de Madrid. Dirigiéndose a los soldados republicanos los exhortó para que continuaran su lucha, pues «bien pronto» dijo, habrá un gobierno socialista en mi país del cual yo seré automáticamente presidente, en tanto que jefe del Partido Laborista, y entonces la Gran Bretaña tomará medidas decisivas contra la existencia de un régimen fascista en España. (Yo formé parte de la, delegación que acompañó a Attlee a Madrid y fui testigo de su firme actitud). El general De Gaulle, por su parte, nunca negó su desprecio hacia el general Franco considerado por él como un continuador de la triste serie de los «pronunciamientos» militares, originada en el siglo XIX y continuada con Primo de Rivera en 1931 y con Sanjurjo-Franco en 1936. De Gaulle, un humorista de alto nivel, acudió a la visita a Franco a través de un itinerario perfectamente «estudiado y significativo».- ¡la ruta de la invasión napoleónica de España! Cuando le preguntaron su Juicio sobre el generalísimo exclamó: ¡Ouel vieillard! (Vieillard es, en francés, el equivalente de «viejo decrépito»). En cuanto a Truman, un hombre que no tenía pelos en la lengua y que se caracterizaba por un lenguaje directo, sin demasiados matices ni consideraciones diplomáticas, dijo, refiriéndose a Franco: «I don't like that guy», no me gusta este tipo. Es decir, los tres grandes países de la democracia occidental y sus jefes respectivos, eran, fundamentalmente, antifranquistas; no les gustaba ni el régimen ni el hombre que lo encarnaba. Ni hay que decir que la Rusia de entonces, a la que Franco había clavado la flecha de la División Azul, era «brutalmente» adversa a la dictadura española. Esta situación general constituía el telón de fondo sobre el que se proyectó la formación de un gobierno español en el exilio, presidido por José Giral, del que fui representante en Estados Unidos al frente de la oficina «Spanish Information». Por otro lado, en Francia se estaban organizando grupos de guerrilleros dispuestos a invadir España a la primera oportunidad. Es entonces cuando se hizo pública la declaración tripartita de Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, en fecha 4 de marzo de 1946, y cuya traducción literal transcribo a continuación:

«Los gobiernos de Francia, Reino Unido, y Estados Unidos de América han intercambiado criterios con respecto al presente Gobierno español y sus relaciones con ese régimen, Se ha acordado que mientras el general Franco continúe con el control de España, los españoles no podrán disfrutar de la asociación completa y cordial con las naciones del mundo que han vencido en esfuerzo común al nazismo alemán y al fascismo italiano, los cuales ayudaron al presente régimen español en su subida al poder y, de los cuales, el régimen tomó ejemplo. No hay intención de interferir en los asuntos internos de España. Los propios españoles deben, en su largo camino, solucionar su propio destino. A pesar de las medidas represivas del presente régimen en contra de los esfuerzos metódicos de los españoles para organizarse y dar expresión a sus aspiraciones políticas, los tres gobiernos esperan que los españoles no se someterán de nuevo a los horrores y amarguras de una lucha civil. Por el contrario se espera que destacados españoles patriotas y liberales encontrarán pronto medios para efectuar una retirada pacífica de Franco, la abolición de la Falange, y la fundación de un gobierno provisional bajo el cual los españoles podrán tener una oportunidad libre para determinar el tipo de gobierno que deseen y escoger a sus líderes. Son necesarias una amnistía política, la vuelta de los españoles exiliados, libertad de reunión y de asociación así como la disposición de unas elecciones libres. Un gobierno provisional que estaría y permanecería dedicado a estos fines recibiendo el reconocimiento y apoyo de todos los amantes de la libertad. Tal reconocimiento incluiría unas relaciones diplomáticas planas y la puesta en práctica de medidas para ayudar en la solución de los problemas económicos españoles, practicables en circunstancias actuales. Tales medidas no son en esto momento posibles. La pregunta sobre la continuación o fin de las relaciones diplomáticas con el presente régimen español por parte de los gobiernos de Francia, Reino Unido y Estados Unidos, es un asunto a decidir según el curso de los acontecimientos y después de observar los esfuerzos de los españoles para alcanzar su propia libertad.»

Para aquilatar el alcance de aquella declaración hay que explicar las líneas subrayadas: los tres gobiernos esperan que los españoles no se someterán de nuevo a los horrores y amarguras de una lucha civil y se espera que destacados españoles patriotas y liberales encontrarán pronto medios para efectuar una retirada política de Franco, la abolición de la Falange y la fundación de un gobierno provisional. En nuestros contactos con Washington comprendimos que don Juan, el conde de Barcelona, formaba parte del grupo de destacados españoles patriotas y liberales, capaces de «hacer el puente» hacia un régimen democrático. Había generales y altos funcionarios en España que apoyaban aquella plataforma y en el exilio se contaba con el apoyo de Indalecio Prieto, el socialista-liberal de más prestigio, y Tritón Gómez, jefe de la UGT-, el sindicalista más significado de aquella época. Pero los líderes republicanos, antes y después de la formación del gobierno en el exilio, se mostraban intransigentes hacia cualquier fórmula intermedia y exigían simple y llanamente la restauración de la República con todas sus consecuencias: se hablaba de tribunales de depuración y de «tercera vuelta» represiva; es decir, los dirigentes españoles en el exilio soñaban en una solución necesariamente violenta en contra de la posición unánime de Londres, París y Washington. Cuando se llevó la cuestión de España a las Naciones Unidas, Giral vino a Nueva York después de habernos confiado a Antonio de Irala, representante del Gobierno Vasco, y a mí, la misión de sondear el Gobierno de los, Estados Unidos sobra la posibilidad de aplicar a España el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas que ofrecía la posibilidad de una acción militar aliada contra cualquier país que constituyera una amenaza para la paz mundial. Le pedí a Giral que nos diera los elementos necesarios para demostrar que, en efecto, España constituía realmente, al margen de cualquier consideración partidista, un peligro para la paz. Y fue entonces, ante la estupefacción de Irala y mía, cuando Giral aseguró que Franco construía, «en algún lugar de España», un acorazado de 35.000 toneladas y preparaba una acción contra Francia apoyada en unas fortificaciones levantadas por los franquistas en el Pirineo oriental. Le. dimos al alto funcionario, Reber, la documentación, enviada por Giral, para que los servicios secretos americanos constataran la veracidad de las «pruebas» presentadas. Todo resultó una ilusión: no había tal acorazado y las fortificaciones a que se refería Giral no eran más que unas ridículas trincheras destinadas a «defenderse» ante una posible operación guerrillera de los exiliados españoles en Francia... Exactamente al revés de lo que afirmaba el presidenta del Gobierno republicano en el exilio.

Mientras tanto iban pasando los días, las semanas y los meses. La situación internacional se complicaba; los comunistas europeos y la Unión Soviética iban desarrollando su política de expansión «tous azimuts». El año 1947 era el del Plan Marshall, seguido de la formación del organismo de defensa de la Europa occidental, la OTAN. El imperialismo ruso impone la «guerra fría». Churchill vuelve a ser jefe del Gobierno de Londres y un general llega a la pre- sidencia de los Estados Unidos. Él propio Truman envía una comisión económica a la España de Franco para estudiar su eventual integración a la defensa de Europa. En 1953, Eisenhower firma el pacto de amistad y colaboración con España. Si la «guerra caliente» fue aprovechada por Franco para usurpar el poder en España, la «guerra fría» le servía para mantenerse en él indefinidamente. Pero los «éxitos» de Franco fueron posibles únicamente gracias a los errores de sus adversarios.

El año 1946 fue crucial en la historia contemporánea española: El conde de Barcelona pudo haber sido entonces Rey de España; el país se habría integrado al Plan Marshall y beneficiado de la ayuda economica y técnica que permitió el rápido y «milagroso» renacimiento de la Europa occidental. España sería desde sus inicios miembro del Mercado Común y de todas las organizaciones europeas de integración política y económica. Los errores políticos se pagan muy caros en la historia y la poca visión de futuro de algunos de los líderes de dentro y de fuera son responsables de aquella terrible frustración.

Jaume MIRAVITLLES

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