LA conmemoración hoy del septuagésimo aniversario de Su Majestad la Reina, que en ABC celebramos ampliamente en las páginas de nuestro suplemento D7, debe de ser un momento de alegría para todos los españoles que tienen en su Soberana una figura que es un modelo de virtudes. Sus muchos servicios desde las instituciones que preside y alienta y su impecable papel institucional están en la mente de todos y algún día se hará un recuento de la muy concreta labor realizada por Doña Sofía desde el papel de Reina consorte, despreciado por algunos y reivindicado por ella como eficacísima herramienta de prestación pública.Es por ello que resulta especialmente desalentador que esta conmemoración se haya visto rodeada de una polémica que nunca es conveniente y que sin duda ha sido azuzada por quienes anteponen sus intereses más personales sobre el bien del conjunto de todos los españoles. En primer lugar resulta evidente que los mismos que critican con palabras y formas desmesuradas las opiniones vertidas por la Reina en un ámbito que no aspiraba a ser público, con toda seguridad hubiesen guardado silencio, o incluso hubieran colmado de elogios a la Soberana, si su opinión sobre alguno de los asuntos sensibles tratados hubiera sido la opuesta de la que ahora conocemos. Aquí se ha movilizado más un lobby que unos ciudadanos legítimamente contrariados por un proceder institucional del que discreparan.
A ello urge sumar que quienes hoy se sienten violentados por las opiniones expresadas por la Reina de España convendrán que esas posiciones privadas, hasta ahora nunca expresadas, en nada parecen haber influido sobre el devenir legislativo del Reino de España. No habrá un solo parlamentario, presente o pasado, que pueda decir que se ha visto mínimamente afectado en su labor por las opiniones de Doña Sofía. Y que, como es natural, las ideas manifestadas privadamente por la Reina parecen encajar plenamente con sus conocidas creencias cristianas, de origen ortodoxo y de plena comunión hoy con el Santo Padre. Convicciones conocidas por toda persona que lea alguna vez un periódico o un libro y para quien la sorpresa sólo puede ser farisaica.
A mayor abundamiento, el que la Reina haya entrado en su 70 cumpleaños -con voluntad de hacerlo público o no- en detallar algunas de esas ideas que alberga en su fuero interno debería ser visto con gratitud por todos los españoles y en especial por los historiadores. Doña Sofía está a punto de cumplir treinta y tres años como Soberana consorte a los que habría que sumar seis años y medio como Princesa heredera consorte. No parece exagerado suponer que aún si tuviera la longevidad de la Reina Victoria de Inglaterra, ya tendría bien superado el ecuador de su vida pública. Es por ello que no habrá un solo español de bien que pueda negar que es bueno, al menos para la Historia, saber lo que la Reina de España pensaba en su intimidad de la sociedad sobre la que ha reinado constitucionalmente. Qué valores albergaba ella en su fuero interno; qué preocupaciones tiene ella a la vista de la evolución de la sociedad española; qué fundamentos sostienen sus creencias. No parece excesivo pedir que a la vista de la impecable actuación de la Reina de España a lo largo de todos estos años, se le conceda, cuando menos el derecho de tener una opinión personal sobre cuestiones de valores. Y que pueda expresarla como madre y como mujer que es Reina. Una Reina que ha prestado grandes servicios a España aportando su sentido común, su cautela y su enorme sentido institucional a lo largo de más de cuatro décadas compartidas con el Rey de España. Acallen los jaraneros y reconozcan que estas declaraciones hacen a Doña Sofía, hoy más que nunca, Reina de todos los españoles.
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