MANUEL RAMÍREZ. Catedrático de Derecho Político
QUIZÁ convenga aclarar de entrada que estos párrafos distan mucho de los comentarios que pueden originar los recientes actos contra la actual Monarquía habidos en distintos lugares de Cataluña. Supongo, desde la distancia, que han debido ser minoritarios y no tener mucha importancia. Y que, por ello, gobiernos (en plural) y fuerzas políticas han optado por mirar hacia otro lado o a traer a colación esos tan «bondadosos» derechos constitucionales que no parecen tener límite alguno. Es el actual presidente de la vecina Francia el que debe ser «un fascista encubierto» cuando se atreve a hacer lo que está haciendo. A fin de cuentas, las fotos sometidas a quema son las de una persona que ostenta el título de Rey de España, tiene la obligación de velar por la unidad del Estado (Art. 56) y, como «cosa de menor cuantía», ejerce el mando supremo de las Fuerzas Armadas (Art. 62). Total, como cualquier consejero de Agricultura de cualquier Comunidad Autónoma.
QUIZÁ convenga aclarar de entrada que estos párrafos distan mucho de los comentarios que pueden originar los recientes actos contra la actual Monarquía habidos en distintos lugares de Cataluña. Supongo, desde la distancia, que han debido ser minoritarios y no tener mucha importancia. Y que, por ello, gobiernos (en plural) y fuerzas políticas han optado por mirar hacia otro lado o a traer a colación esos tan «bondadosos» derechos constitucionales que no parecen tener límite alguno. Es el actual presidente de la vecina Francia el que debe ser «un fascista encubierto» cuando se atreve a hacer lo que está haciendo. A fin de cuentas, las fotos sometidas a quema son las de una persona que ostenta el título de Rey de España, tiene la obligación de velar por la unidad del Estado (Art. 56) y, como «cosa de menor cuantía», ejerce el mando supremo de las Fuerzas Armadas (Art. 62). Total, como cualquier consejero de Agricultura de cualquier Comunidad Autónoma.
Ocurre, por demás, que son las fotos de quien este país debe, en gran medida, tanto el establecimiento de la concordia entre todos (¡qué olvidadizos los impulsores de la nefasta Memoria Histórica!) según su famoso discurso al acceder a la Jefatura del Estado, cuanto el de la misma democracia. Yo supongo que, entre nuestros constituyentes, recientemente laureados en un solemne acto al que, al parecer, no mereció ser invitado un tal Sabino Fernández Campo, entre esos constituyentes, digo, habría monárquicos por tradición, monárquicos por sentimiento y hasta «monárquicos por agradecimiento». Presumo entre estos últimos al profesor catalán a la sazón diputado por el Partido Comunista, Jordi Solé. He aquí sus palabras en la sesión del 11 de mayo de 1978: «Hoy lo que divide a los ciudadanos de este país, fundamentalmente, no es la línea divisoria entre monárquicos y republicanos, sino entre partidarios de la democracia y enemigos de la democracia». Somos muchos los españoles que recordamos y agradecemos, tanto lo entonces ocurrido como lo que se repite poco después en un aciago 23-F. Este legado es el que, por absoluta ingratitud, ha sido fruto de las llamas. Y es que, como tendencia hispánica secular, las palabras de elogio han ido siempre detrás de las esquelas mortuorias. Casi nunca, antes.
Pues bien, una de las ventajas del régimen monárquico es la tranquilidad que ofrece al ciudadano a través del principio sucesorio que le es consustancial. Y ello con la figura del Heredero de la Corona. Aquí es donde, en realidad, querían llegar estos párrafos. Y me parece que, para cualquier español seguidor del actual curso político, en la persona que actualmente está llamado a la herencia, tras cumplir en su día el procedimiento constitucional, concurren dos aspectos imposibles de negar. Por un lado, su notable preparación cultural y académica. La licenciatura en dos carreras universitarias en la Universidad Autónoma de Madrid, el curso de preuniversitario en Estados Unidos y un valioso master en Georgetown (USA) por donde han pasado notorias personalidades del mundo político norteamericano, perfecto conocimiento de varios idiomas, asistencia a cursos internacionales, etcétera. En este campo, quizá lo único que se le podía pedir es el grado de doctor en alguna Universidad española. Pero hay que darle tiempo. El segundo aspecto hace referencia a la muy larga serie de actividades políticas que viene realizando tanto en nuestro país como en el extranjero. Está sabiendo ser, como su padre, un buen embajador de España. A veces, incluso, para remediar torpezas de otros. Tomas de posesión en Hispanoamérica, Congresos, Misiones especiales, actos deportivos, Certámenes culturales. El actual Príncipe de Asturias siempre ha estado y, sobre todo, ha sabido estar.
Ocurre, empero, que, precisamente por este buen número de actividades, nadie puede impedir que algún día ocurra algún problema y surja alguna duda. Y si para atinar con la debida respuestas acudimos a la Constitución, nuestra sorpresa es grande. En muy pocas ocasiones se alude a una figura de tanto relieve: al concederle la dignidad de Príncipe de Asturias (Art. 57,2), al impedirle matrimonio contra la expresa prohibición del Rey y de las Cortes Generales (Art. 57,4), al llamarle a la Regencia en caso de inhabilitación del Rey (Art. 59,2) y al requerirle el mismo juramento que al Rey, cuando alcanza la mayoría de edad y ante las Cortes Generales (Art. 61,2). Es muy probable que los Constituyentes tuvieran sus ojos puestos mucho más en lo cercano, el Rey, que en quien, probablemente, tardaría tiempo en reinar.
Pero hasta que ese momento llega, ¿a quién representa el Príncipe en los solemnes actos de la toma de posesión de un presidente extranjero? ¿Al Reino de España, a la Corona o al Rey? ¿Puede el Rey tener «representantes»? Si el Rey necesita siempre, en sus actos, del sabido refrendo del Gobierno (Art. 64), ¿ocurre igual siempre con el Príncipe? Si en un acto castrense se produce algún tipo de colisión entre el Príncipe (actualmente con grado de Comandante) y un Teniente General en activo, ¿quién debe obedecer a quién? ¿Cuál o cuáles de las atribuciones expresamente citadas para el Rey en el Art. 62 puede delegarse temporalmente en el Príncipe? ¿Alguna o ninguna? En suma y volviendo a la duda, ¿puede el Rey tener representantes?
Suenan deseos de algún tipo de reforma constitucional. Personalmente, no creo que estemos ante ello. No veo el general consenso para acometerla, sobre todo por los riesgos que tienen que correr los gobiernos-partidos que a tal menester se lancen. Confesaré, igualmente, que me asusta no poco que «se abra el melón», por decirlo en expresión popular. Una vez abierto, ¿hasta dónde se puede llegar? Las recientes reformas de los Estatutos y la problemática surgida, debiera hacernos pensar. Muy probablemente se acabaría en otra cosa: en una nueva Constitución. Y a lo peor hasta ya no habría la figura del Heredero de la Corona.
Tampoco me parece que sea absolutamente necesario una especie de «Estatuto del Heredero de la Corona», como alguien con buena fe ha sugerido. Creo que el país tiene problemas más acuciantes y que, además, volverían a surgir nuevos problemas. El mismo Derecho Constitucional Comparado (¡el que hace tiempo nuestros «expertos» abandonaron absurdamente sin entender, como recordara un gran maestro, que es la mejor forma de tampoco comprender el nuestro!) no nos ayuda casi nada en este menester. A mi entender, una muy breve Ley Orgánica que aclarase algunas de las dudas expuestas, sería suficiente.
Y mientras llega, al actual Príncipe Heredero lo que sí le pediría con urgencia, es que, de alguna forma, ejercite lo antes posible algún tipo de mando militar. Creo que sería algo bien visto por el Ejército, dado que, en su día, ha de tener el mando supremo de sus componentes. Y con la misma urgencia, que convoque, de forma continuada y con papel y lápiz en la mano, a los diferentes sectores de la sociedad (Universidad, Sanidad, Juventud, Comercio, Periodismo, etc., etc.), oiga con sosiego sus problemas y piense en soluciones. No se trata de una Corte. Ni de autoridades regionales. Se trata de «estar al día» en lo que afecta a la España real. A la que, a buen seguro, quiere servir con todas sus fuerzas
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