Por DARÍO VALCÁRCEL
| LA TERCERA DE ABC |
HAY reticencia constante, irracional, en una parte minoritaria de la izquierda española, no solo en Esquerra Republicana, a la hora de reconocer el trabajo de la Monarquía, símbolo español de los treinta años mejores desde 1788, muerte de Carlos III. Pero hay también una reticencia torpe e irracional, en otra zona minoritaria de la derecha. La España más reaccionaria es antimonárquica: tiene pleno derecho. Sólo discutimos su actitud de infundada superioridad, perdonar constantemente la vida al Rey. En medio hay, según el CIS, algo así como el 80 por ciento de los españoles. Sostienen lo que es comprobable: se ha producido en España, desde 1975, una especie de milagro; el producto interior (un reflejo de la sociedad, aunque no lo más relevante) se ha multiplicado casi por tres en términos reales. España es una democracia pacífica, a pesar de ETA. Democracia integrada en la (futura) Unión Europea. Una sociedad con muchos problemas, pero libre, imaginativa, laboriosa y prudente. ¿Es el Rey ajeno a todo esto? Quizá no.
Juan Carlos I dejará una marca de decisión y prudencia. También de optimismo. La prudencia implica coraje y sentido común. Prudente: quien actúa con buen sentido y moderación, tratando de evitar daños innecesarios. El Rey ha querido simbolizar una cierta forma de fe en la vida. No hablemos hoy de la teoría einsteniana, inteligencia flotante en los espacios subatómicos...
Juan Carlos I ha optado por hacer de la reconciliación de los españoles una función central de la Corona. Muchos de nosotros hemos respetado el intento que significó la II República: librar a España de viejas ataduras, caciquismo, analfabetismo, desigualdad, opacidad... Pero la república se quemó en cinco años. La Guerra Civil y la larga dictadura dejaron un país dividido en vencedores y vencidos, también en hijos y nietos de vencedores y vencidos. Un país sin orden constitucional, con no poca corrupción, en cuya atmósfera flotaba la autoridad personal de quien acababa de morir. Un país ayudado (a veces discretamente, a veces apenas) por las democracias europeas o americanas (Estados Unidos, Canadá). Aislado internacionalmente, con el que no se contaba, aunque Estados Unidos instalara en él sus bases en 1953. España ofrecía a la OTAN un gran fondo estratégico en caso de ataque soviético. Al cabo de medio siglo, el Rey ha entendido que Europa no funciona sin alguna clase de acuerdo con Estados Unidos, incluso con un mal presidente como el actual.
El Rey se jugó no solo su puesto, sino el futuro de los españoles, al tomar tres decisiones. Primera, destituir a Arias Navarro, figura sórdida, heredada de Franco. Segunda, abrir un período constituyente. Echaba por tierra así la frágil arquitectura política del franquismo sin Franco. Las resistencias que hubo de vencer eran dispersas pero muy peligrosas; el estado nacionalsindicalista fue discretamente enterrado por decisión del Rey. Tercera, el coletazo de la reacción, con mala logística, Dios sea alabado; lo neutralizó el Rey, con no poca sangre fría. La Monarquía ¿no tiene defectos? Sí, por docenas. Pero sostenemos que la institución y este Rey son de gran utilidad para España. Los gobiernos que no reconocen las evidencias se tienden trampas a sí mismos.
Juan Carlos I ¿ha tenido suerte? Quizá, aunque nadie sale adelante solo por la suerte. Hay una marca personal: dentro de cien años, Juan Carlos I será juzgado quizá por la serenidad con que llamó a los españoles a tomar la vida con calma. Lo cual es distinto de aplazar los problemas.
Quizá el Rey entendiera pronto, con Franco en la plenitud de su poder, cómo la dictadura calcificaba las arterias, acababa por atascarlas. Entender eso a los 14 o 15 años tiene mérito. Aunque el primer mérito sea el valor para hacer frente a las emergencias: enfrentarse a Milans y a sus tanques; enfrentarse diplomáticamente a Bush; enfrentarse a Bashir al-Assad. Algunas cosas acaban por saberse.
Un Rey europeo es por naturaleza indefenso: radical fragilidad. Su permanencia depende de la voluntad popular. Por eso, convendría que la voluntad popular no fuese excesivamente manipulada. En la España de hoy, el deterioro o la amenaza de desaparición del sistema democrático ¿es superficial catastrofismo o es una posibilidad? Muchos creemos lo primero. Pero no olvidamos las sorpresas de la vida. Vivir: libertad de crear, de resistir.
¿Puede hablarse de Juan Carlos I como si fuera un esteroide llegado del cielo? El bisnieto de Alfonso XII, tataranieto de Carlos III, tuvo un padre. Durante treinta años, Don Juan de Borbón demostró también coraje y perspicacia. El Conde de Barcelona aguantó en el exilio sin poder material alguno, solo con la doble llamita de la inteligencia y la legitimidad. La vida le envió pruebas duras (la muerte de su segundo hijo, la amarga sorpresa de julio de 1969), pero al final Don Juan jugó un histórico papel. Consiguió que la concordia entre los españoles ganara la partida. Se manifestó con rotundidad, una y otra vez, a favor de la clase de democracia dominante en Europa occidental. Acertó a defender un doble principio que daría a la Monarquía una inyección sin la que difícilmente hubiera subsistido: defendió la reconciliación de los españoles y el principio integrador de la idea de España. España en Europa. España integrada. Pero España. Denunció la oposición de la Corona y su repugnancia personal ante una sociedad dividida no ya en vencedores y vencidos -él era del bando vencedor- sino, peor, entre perseguidores y perseguidos. Los valores republicanos (reconciliación, progreso, solidaridad) no deben confundirse con los valores democráticos, previos: Estado de Derecho, igualdad ante la ley, garantía de las libertades.
Han pasado treinta años. Don Juan ha muerto hace tiempo. Don Juan Carlos envejece bien. La boda de su heredero prueba que un hombre o mujer, aunque vaya a reinar, debe casarse con quien él solo elija. El episodio ha recibido críticas de los republicanos de la derecha dura. Hoy, sin embargo, la institución monárquica funciona a pleno rendimiento. Es competente e integradora. Es defensora de las libertades europeas. Practica una excepcional discreción. ¿Por qué ese torpe texto del Congreso de los Diputados a los veinticinco años del golpe de Estado? ¿Por qué ensalzar el ensayo republicano sin mencionar a la Monarquía de 1975, restauradora de la legitimidad democrática? El Rey cree que la integración de los españoles en una España plural pero unida será en un propósito inseparable de la Corona. Se diría que es el entrenador del Barcelona, un señor holandés, quien resume el 17 de mayo un triunfo más que deportivo. Dedico el título al sentido común, decía el señor Rijkaard. Es un buen pie de foto. El Rey, en el centro del campo, en París, sostenía la copa en alto, con el alcalde de Barcelona y el capitán del Barça.
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